TRATADO HISTÓRICO ACERCA DE LA NATIVIDAD DE LA MADRE SANTÍSIMA DE DIOS Y SIEMPRE VIRGEN MARÍA
1 Según cuentan las memorias de las doce tribus de Israel, había un hombre muy rico por nombre Joaquín, quien hacía sus ofrendas en cantidad doble diciendo: «El sobrante lo ofrezco por todo el pueblo, y lo debido en expiación de mis pecados será para el Señor a fin de volverle propicio».
2 Llegó la fiesta grande del Señor, en que los hijos de Israel suelen ofrecer sus dones, y Rubén se plantó frente a Joaquín diciéndole: «No te es lícito presentar el primero tus ofrendas, por cuanto no has suscitado un vástago en Israel».
3 Joaquín se contristó en gran manera y se marchó al archivo de Israel con intención de consultar el censo genealógico y ver si por ventura había sido él el único que no había tenido posteridad en su pueblo. Y, examinando los códices, encontró que todos los justos habían suscitado descendientes. Se acordó, por ejemplo, de cómo al patriarca Abrahán le dió el Señor en sus postrimerías por hijo a Isaac.
4 Joaquín quedó sumamente afligido y no compareció ante su mujer, sino que se retiró al desierto. Allí plantó su tienda y ayunó cuarenta días y cuarenta noches, diciéndose a sí mismo: «No bajaré de aquí [a mi casa], ni siquiera para comer y beber, hasta tanto que no me visite el Señor mi Dios ; que mi oración me sirva de comida y de bebida».
1 Y Ana, su mujer, se lamentaba y gemía doblemente, diciendo: «Lloraré mi viudez y mi esterilidad».
2 Pero vino la fiesta grande del Señor y le dijo Judit, su criada: «¿Hasta cuándo vas a estar humillando tu alma? Ya ha llegado la fiesta mayor y no te es lícito contristarte. Toma este pañuelo de cabeza que me ha dado la dueña del taller, ya que no puedo yo ceñírmelo por ser de condición servil y tener él sello real».
3 Y dijo Ana: «Apártate de mí, pues no he hecho yo tal cosa, y, además, el Señor me ha humillado demasiado como para que me lo ponga; no sea que algún malvado te lo haya dado, y hayas venido a hacerme también a mí cómplice del pecado». Replicó Judit: «¿Para qué te voy a maldecir yo, si ya el Señor te ha herido de esterilidad, no dándote fruto en Israel?»
4 Y Ana, aunque afligida en extremo, se despojó de sus vestidos luctuosos, se hizo el tocado, tomó sus vestidos de boda y sobre la hora nona bajó al jardín para pasear. Allí vio un laurel, se sentó a su sombra y oró al Señor, diciendo: «¡Oh Dios de nuestros padres!, óyeme y bendíceme a mí de la manera que bendijiste el seno de Sara, dándole como hijo a Isaac».
1 Y, habiendo elevado sus ojos al cielo, vió un nido de pájaros en el laurel y se lamentó de nuevo entre sí, diciendo: «¡Ay de mí! ¿Por qué habré nacido y en qué hora habré sido concebida? He venido al mundo para ser como tierra maldita entre los hijos de Israel; éstos me han colmado de injurias y me han barrido del templo de Dios».
2 «¡Ay de mí! ¿A quién me semejo yo? No a las aves del cielo, puesto que ellas son fecundas en tu presencia, Señor».
«¡Ay de mí! ¿A quién me parezco yo? No a las bestias de la tierra, pues aun estos animales irracionales son prolíficos ante tus ojos, Señor».
3 «¡Ay de mí! ¿Con quién me puedo comparar? Ni siquiera con estas aguas, porque aun ellas son fértiles ante ti, Señor».
«¡Ay de mí! ¿A quién me he igualado yo? Ni siquiera a esta tierra, porque también ella es feraz, dando sus frutos oportunamente, y te bendice a ti, Señor».
1 Y he aquí que se presentó un ángel de Dios, diciéndole: «Ana, Ana, el Señor ha escuchado tu ruego: concebirás y darás a luz, y de tu prole se hablará en todo el mundo». Ana respondió: «Vive el Señor, mi Dios, que, si llego a tener algún fruto de bendición, sea niño o niña, lo llevaré como ofrenda al Señor y estará a su servicio todos los días de su vida».
2 Entonces vinieron dos mensajeros con este recado para ella: «Joaquín, tu marido, está de vuelta con sus rebaños, pues un ángel de Dios ha descendido hasta él y le ha dicho: Joaquín, Joaquín, el Señor ha escuchado tu ruego; baja, pues, de aquí, que Ana, tu mujer, va a concebir en su seno».
3 Y, habiendo bajado Joaquín, mandó a sus pastores que le trajeran diez corderas sin mancha: «Y éstas, dijo, serán para el Señor»; y doce terneras de leche: «Y éstas, dijo, serán para los sacerdotes y el sanedrín»; y, finalmente, cien cabritos para todo el pueblo.
4 Y al llegar Joaquín con sus rebaños, estaba Ana a la puerta. Esta, al verlo venir, echó a correr y se abalanzó sobre su cuello, diciendo: «Ahora veo que Dios me ha bendecido copiosamente, pues, siendo viuda, dejo de serlo; y, siendo estéril, voy a concebir en mi seno». Y Joaquín reposó aquel primer día en su casa.
1 Al día siguiente, al ir a ofrecer sus dones al Señor, se decía entre sí: «Conoceré que Dios me va a ser propicio, si llego a ver el efod del sacerdote». Y, al ofrecer el sacrificio, se fijó en el efod del sacerdote, cuando éste se acercaba al altar de Dios, y, no encontrando pecado ninguno en su conciencia, dijo: «Ahora veo que el Señor ha tenido a bien condonarme todos mis pecados». Descendió Joaquín justificado del templo y se fué a su casa.
2 Y se le cumplió a Ana su tiempo, y al mes noveno alumbró. Y preguntó a la comadrona: «¿Qué es lo que he dado a luz?» Y la comadrona respondió: «Una niña». Entonces Ana exclamó: «Mi alma ha sido hoy enaltecida». Y reclinó a la niña en la cuna. Habiéndose transcurrido el tiempo marcado por la ley, Ana se purificó, dió el pecho a la niña y le puso por nombre Mariam.
1 Y día a día la niña se iba robusteciendo. Al llegar a los seis meses, su madre la dejó sola en tierra para ver si se tenía; y ella, después de andar siete pasos, volvió al regazo de su madre. Esta la levantó, diciendo: «Vive el Señor, que no andarás más por este suelo hasta que te lleve al templo del Señor». Y le hizo un oratorio en su habitación y no consintió que ninguna cosa común o impura pasara por sus manos. Llamó, además, a unas doncellas hebreas, vírgenes todas; y éstas la entretenían.
2 Al cumplir la niña un año, dió Joaquín un gran banquete, invitando a los sacerdotes, a los escribas, al sanedrín y a todo el pueblo de Israel. Y presentó la niña a los sacerdotes, quienes la bendijeron con estas palabras: «¡Oh Dios de nuestros padres!, bendice a esta niña y dale un nombre glorioso y eterno por todas las generaciones». A lo cual respondió todo el pueblo: «Así sea, así sea. Amén». La presentó también Joaquín a los príncipes de los sacerdotes, y éstos la bendijeron así: «¡Oh Dios Altísimo!, pon tus ojos en esta niña y otórgale una bendición cumplida, de esas que excluyen las ulteriores».
3 Su madre la llevó al oratorio de su habitación y le dió el pecho. Entonces compuso un himno al Señor Dios, diciendo: «Entonaré un cántico al Señor, mi Dios, porque me ha visitado, ha apartado de mí el oprobio de mis enemigos y me ha dado un fruto santo, que es único y múltiple a sus ojos. ¿Quién dará a los hijos de Rubén la noticia de que Ana está amamantando? Oíd, oíd, todas las doce tribus de Israel: «Ana está amamantando».
Y habiendo dejado a la niña, para que reposara, en la cámara donde tenía su oratorio, salió y se puso a servir a los comensales. Estos, una vez terminado el convite, se fueron regocijados y alabando al Dios de Israel.
1 Mientras tanto, iban sucediéndose los meses para la niña. Y, al llegar a los dos años, dijo Joaquín a Ana: «Llevémosla al templo del Señor para cumplir la promesa que hicimos, no sea que el Señor nos la reclame y nuestra ofrenda resulte ya inaceptable ante sus ojos. Ana respondió: «Esperemos todavía hasta que cumpla los tres años, no sea que la niña vaya a tener añoranza de nosotros». Y Joaquín respondió: «Esperemos».
2 Al llegar a los tres años, dijo Joaquín: «Llamad a las doncellas hebreas que están sin mancilla y que tomen sendas candelas encendidas [para que la acompañen], no sea que la niña se vuelva atrás y su corazón sea cautivado por alguna cosa fuera del templo de Dios». Y así lo hicieron, mientras iban subiendo al templo de Dios. Y la recibió el sacerdote, quien, después de haberla besado, la bendijo y exclamó: «El Señor ha engrandecido tu nombre por todas las generaciones, pues al fin de los tiempos manifestará en ti su redención a los hijos de Israel».
3 Entonces la hizo sentar sobre la tercera grada del altar. El Señor derramó gracia sobre la niña, quien danzó con sus piececitos, haciéndose querer de toda la casa de Israel.
1 Bajaron sus padres, llenos de admiración, alabando al Señor Dios porque la niña no se había vuelto atrás. Y María permaneció en el templo como una palomica, recibiendo alimento de manos de un ángel.
2 Pero, al llegar a los doce años, los sacerdotes se reunieron para deliberar, diciendo: «He aquí que María ha cumplido sus doce años en el templo del Señor, ¿qué habremos de hacer con ella para que no llegue a mancillar el santuario? Y dijeron al sumo sacerdote: «Tú, que tienes el altar a tu cargo, entra y ora por ella; y lo que te dé a entender el Señor, eso será lo que hagamos».
3 Y el sumo sacerdote, endosándose el manto de las doce campanillas, entró en el «sancta sanctorum» y oró por ella. Mas he aquí que un ángel del Señor se apareció, diciéndole: «Zacarías, Zacarías, sal y reúne a todos los viudos del pueblo. Que venga cada cual con una vara; y de aquel sobre quien el Señor haga una señal portentosa, de ése será mujer». Salieron los heraldos por toda la región de Judea; y, al sonar la trompeta del Señor, todos acudieron.
1 José, dejando su hacha, se unió a ellos; y, una vez que se juntaron todos, tomaron cada uno su vara y se pusieron en camino en busca del sumo sacerdote. Este tomó todas las varas, penetró en el templo y se puso a orar. Terminado que hubo su plegaria, tomó de nuevo las varas, salió y se las entregó; pero no apareció señal ninguna en ellas. Mas, al coger José la última, he aquí que salió una paloma de ella y se puso a volar sobre su cabeza. Entonces el sacerdote le dijo: «Á ti te ha cabido en suerte recibir bajo tu custodia a la Virgen del Señor».
2 José replicó: «Tengo hijos y soy viejo, mientras que ella es una niña; no quisiera ser objeto de risa por parte de los hijos de Israel». Entonces el sacerdote repuso: «Teme al Señor tu Dios y ten presente lo que hizo con Datán, Abirón y Coré: cómo se abrió la tierra y fueron sepultados en ella por su rebelión. Y teme ahora tú también, José, no sea que sobrevenga esto mismo a tu casa».
3 Y él, lleno de temor, la recibió bajo su protección. Después le dijo: «Te he tomado del templo; ahora te dejo en mi casa y me voy a continuar mis construcciones. Pronto volveré. El Señor te guardará».
1 Por entonces los sacerdotes se reunieron y acordaron hacer un velo para el templo del Señor. Y el sacerdote dijo: «Llamadme algunas doncellas sin mancha de la tribu de David». Se marcharon los ministros; y, después de haber buscado, encontraron siete vírgenes. Entonces al sacerdote le vino a la memoria el recuerdo de María (aquella jovencita que, siendo de estirpe davídica, se conservaba inmaculada a los ojos de Dios); y los emisarios se fueron y la trajeron.
2 Después que introdujeron a todas en el templo, dijo el sacerdote: «Echadme suertes a ver quién es la que ha de bordar el oro, el amianto, el lino, la seda, el jacinto, la escarlata y la verdadera púrpura. Y la escarlata y la púrpura auténtica le tocaron a María, quien, en cogiéndolas, se marchó a su casa. En aquel tiempo se quedó mudo Zacarías, siendo sustituido por Samuel hasta tanto que pudo hablar. María tomó en sus manos la escarlata y se puso a hilarla.
1 Cierto día cogió María un cántaro y se fué a llenarlo de agua. Mas he aquí que se dejó oír una voz que decía: «Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú entre las mujeres». Y ella se puso a mirar en torno, a derecha e izquierda, para ver de dónde podía provenir esta voz. Y, toda temblorosa, se marchó a su casa, dejó el ánfora, cogió la púrpura, se sentó en su escaño y se puso a hilarla.
2 Mas de pronto un ángel del Señor se presentó ante ella, diciendo: «No temas, María, pues has hallado gracia ante el Señor omnipotente y vas a concebir por su palabra. Pero ella, al oírlo, quedó perpleja y dijo entre sí: «¿Deberé yo concebir por virtud del Dios vivo y habré de dar a luz luego como las demás mujeres?»
3 A lo que respondió el ángel: «No será así, María, sino que la virtud del Señor te cubrirá con su sombra; por lo cual, además, el fruto santo que ha de nacer de ti, será llamado Hijo del Altísimo. Tú le pondrás por nombre Jesús, pues El salvará a su pueblo de sus propias iniquidades». Entonces dijo María: «He aquí la esclava del Señor en su presencia; hágase en mí según tu palabra».
1 Y, concluida su labor con la púrpura y la escarlata, se la llevó al sacerdote. Este la bendijo y exclamó: «María, el Señor ha ensalzado tu nombre y serás bendecida en todas las generaciones de la tierra».
2 Llena de gozo, María se fué a casa de Isabel su parienta. Llamó a la puerta; y, al oírla Isabel, dejó la escarlata, corrió hacia la puerta, abrió, y, al ver a María, la bendijo diciendo: «¿De dónde a mí el que la madre de mi Señor venga a mi casa? ; pues fíjate que el fruto que llevo en mi seno se ha puesto a saltar dentro de mí, como para bendecirte». Pero María se había olvidado de los misterios que le había comunicado el arcángel Gabriel y elevó sus ojos al cielo y dijo: «¿Quién soy yo, Señor, que todas las generaciones me bendicen?»
3 Y pasó tres meses en casa de Isabel. Y de día en día su embarazo iba aumentando; y, llena de temor, se marchó a su casa y se escondía de los hijos de Israel. Cuando sucedieron estas cosas, tenía ella dieciséis años.
1 Al llegar al sexto mes de su embarazo, volvió José de sus edificaciones ; y, al entrar en casa, se dió cuenta de que estaba encinta. Entonces hirió su rostro, se echó en tierra sobre un saco y lloró amargamente, diciendo: «¿Con qué cara me voy a presentar yo ahora ante mi Señor? ¿Y qué oración haré yo por esta doncella? Porque la recibí virgen del templo del Señor y no he sabido guardarla. ¿Quién es el que me ha puesto insidias y ha cometido tal deshonestidad en mi casa, violando a una virgen? ¿Es que se ha repetido en mí la historia de Adán? Así como en el momento preciso en que él estaba glorificando a Dios, vino la serpiente, y, al encontrar sola a Eva, la engañó, así mismo me ha sucedido a mí».
2 Y, levantándose José del saco, llamó a María y le dijo: «Predilecta, como eres, de Dios, ¿cómo has hecho esto? ¿Te has olvidado del Señor, tu Dios? ¿Cómo has envilecido tu alma, tú que te criaste en el santo de los santos y recibiste alimento de manos de un ángel?»
3 Y ella lloró amargamente, diciendo: «Pura soy y no conozco varón». «¿De dónde, pues, proviene — replicó José — lo que ha nacido en tu seno?» María repuso: «Por vida del Señor, mi Dios, que no sé de dónde ha venido esto».
1 Entonces José se llenó de temor, se retiró de la presencia de María y se puso a pensar qué es lo que había de hacer con ella. Se decía a sí mismo: «Si oculto su falta, contravengo a la ley del Señor; si la denuncio al pueblo de Israel, temo que lo que ha ocurrido con ella sea debido a una intervención angélica y venga yo a entregar a la muerte sangre inocente. ¿Cómo procederé, pues? La despediré ocultamente». Y en esto le sorprendió la noche.
2 Mas he aquí que un ángel del Señor se le apareció en sueños, diciéndole: «No temas por esta doncella, pues lo que lleva en sus entrañas es fruto del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús, pues El ha de salvar a su pueblo de sus propios pecados». Y, una vez despierto, José se levantó y glorificó al Dios de Israel por haberle concedido tal gracia, y siguió guardando a María.
1 Mas por entonces vino a casa de José, Anás el escriba y le dijo: «¿A qué se debe el que no hayas comparecido en nuestra reunión?» Respondióle José: «Venía cansado del camino y el primer día lo he dedicado a reposar». Pero, al volverse, se dió cuenta Anás del embarazo de María.
2 Entonces se marchó corriendo al sacerdote y le dijo: «Ese José, de quien tú respondes, ha cometido un grave delito». «¿Y qué quieres decir con eso?», dijo el sacerdote. Λ lo cual respondió Anás: «Pues que ha violado a aquella doncella que recibió del templo de Dios, con fraude de su matrimonio y sin manifestarlo al pueblo de Israel». Respondió el sacerdote y dijo: «¿Y estás seguro de que ha sido José el que ha hecho esto?» A lo cual replicó Anás: «Envía unos cuantos comisionados y te percatarás de que efectivamente la doncella está encinta». Salieron los emisarios y la encontraron tal cual les había dicho Anás; por lo cual se la trajeron juntamente con José ante el Tribunal.
3 Y empezó el sacerdote diciendo: «María, ¿cómo es que has hecho esto? ¿Qué es lo que te ha movido a envilecer tu alma y a olvidarte del Señor tu Dios? ¿Tú que te has criado en el santo de los santos, que recibías el alimento de manos de un ángel, que escuchabas los himnos y que danzabas en la presencia de Dios? ¿Cómo es que has hecho esto?» Y ella se echó a llorar amargamente, diciendo: «Por vida del Señor, mi Dios, que estoy limpia en su presencia y que aún no he conocido varón».
4 Entonces se dirigió el sacerdote a José, diciéndole: «¿Por qué has hecho esto?» Y replicó José: «Por vida del Señor, mi Dios, que me encuentro puro en relación con ella». Y añadió el sacerdote: «No jures en falso; di la verdad. Tú has usado fraudulentamente del matrimonio con ésta, y no lo has dado a conocer al pueblo de Israel, resistiéndote a doblegar tu cerviz bajo la mano poderosa de Dios, con lo cual hubiera sido bendecida tu descendencia». José quedó silencioso.
1 «Devuelve, pues — continuó el sacerdote — , la virgen que has recibido del templo del Señor». Entonces a José se le arrasaron los ojos en lágrimas. Pero añadió el sacerdote: «Os haré beber el agua de la prueba del Señor y ella pondrá de manifiesto vuestros pecados ante vuestros propios ojos».
2 Y, tomándola, se la hizo beber a José, enviándole después a la montaña ; pero él volvió sano y salvo. Hizo después lo propio con María, enviándola también a la montaña; mas ella volvió sana y salva. Y todo el pueblo se llenó de admiración, al ver que no aparecía pecado en ellos.
3 Y repuso el sacerdote: «Puesto que el Señor no ha declarado vuestro pecado, tampoco yo voy a condenaros». Entonces les despidió. Y, tomando a María, José marchó a su casa lleno de gozo y alabando al Dios de Israel.
1 Y vino una orden del emperador Augusto para que se hiciera el censo de todos los habitantes de Belén de Judea. Y se dijo José: «Desde luego que a mis hijos sí que les empadronaré, pero ¿qué voy a hacer de esta doncella? ¿Cómo voy a incluirla en el censo? ¿Como mi esposa? Me da vergüenza. ¿Como hija mía? ¡Pero si ya saben todos los hijos de Israel que no lo es! Este es el día del Señor, que El haga según su beneplácito».
2 Y, aparejando su asna, hizo acomodarse a María sobre ella; y, mientras un hijo suyo iba delante llevando la bestia del ronzal, José les acompañaba. Cuando estuvieron a tres millas de distancia [de Belén], José volvió su rostro hacia María y la encontró triste; y se dijo a sí mismo: «Es que el embarazo debe causarle molestias». Pero, al volverse otra vez, la encontró sonriente; y le dijo: «María, ¿qué es lo que te sucede, que unas veces veo sonriente tu rostro y otras triste?» Y ella repuso: «Es que se presentan dos pueblos ante mis ojos: uno que llora y se aflige, y otro que se alegra y regocija».
3 Y al llegar a la mitad del camino, dijo María a José: «Bájame, porque el fruto de mis entrañas pugna por venir a luz». Y le ayudó a apearse del asna, diciéndole: «¿Dónde podría yo llevarte para resguardar tu pudor?, porque estamos al descampado».
1 Y, encontrando una cueva, la introdujo dentro; y, habiendo dejado con ella a sus hijos, se fué a buscar una partera hebrea en la región de Belén.
2 Y yo, José, me eché a andar, pero no podía avanzar; y al elevar mis ojos al espacio, me pareció ver como si el aire estuviera estremecido de asombro; y cuando fijé mi vista en el firmamento, lo encontré estático y los pájaros del cielo inmóviles; y al dirigir mi mirada hacia la tierra, vi un recipiente en el suelo y unos trabajadores echados en actitud de comer, con sus manos en la vasija. Pero los que simulaban masticar, en realidad no masticaban; y los que parecían estar en actitud de tomar la comida, tampoco la sacaban del plato ; y, finalmente, los que parecían introducir los manjares en la boca, no lo hacían, sino que todos tenían sus rostros mirando hacia arriba. También había unas ovejas que iban siendo arreadas, pero no daban un paso [sino que estaban paradas], y el pastor levantó su diestra para bastonearlas [con el cayado], pero quedó su mano tendida en el aire. Y, al dirigir mi vista hacia la corriente del río, vi cómo unos cabritillos ponían en ella sus hocicos, pero no bebían. En una palabra, todas las cosas eran en un momento apartadas de su curso normal.
1 Y entonces una mujer que bajaba de la montaña me dijo: «¿Dónde vas tú?» A lo que respondí: «Ando buscando una partera hebrea». Ella replicó: «¿Pero tú eres de Israel?» Y respondí: «Sí». «¿Y quién es — añadió — la que está dando a luz en la cueva?» «Es mi esposa», dije yo. A lo que ella repuso: «Entonces, ¿no es tu mujer?» Yo le contesté: «Es María, la que se crió en el templo del Señor, que, aunque me cayó en suerte a mí por mujer, no lo es, sino que ha concebido por virtud del Espíritu Santo». Y le interrogó la partera: «¿Es esto verdad?». José respondió: «Ven y verás». Entonces la partera se puso en camino con él.
2 Al llegar al lugar de la gruta, se pararon; y he aquí que ésta estaba sombreada por una nube luminosa. Y exclamó la partera: «Mi alma ha sido engrandecida hoy, porque han visto mis ojos cosas increíbles, pues ha nacido la salvación para Israel». De repente, la nube empezó a retirarse de la gruta; y brilló dentro una luz tan grande, que nuestros ojos no podían resistirla. Esta por un momento comenzó a disminuir hasta tanto que apareció el niño y vino a tomar el pecho de su madre, María. La partera, entonces, dió un grito, diciendo: «Grande es para mí el día de hoy, ya que he podido ver con mis propios ojos un nuevo milagro».
3 Y, al salir la partera de la gruta, vino a su encuentro Salomé; y ella exclamó: «Salomé, Salomé, tengo que contarte una maravilla nunca vista, y es que una virgen ha dado a luz; cosa que, como sabes, no sufre la naturaleza humana.» Pero Salomé repuso: «Por vida del Señor, mi Dios, que no creeré tal cosa, si no me es dado introducir mi dedo y examinar su naturaleza».
1 Y, habiendo entrado la partera, le dijo a María: «Disponte, porque hay entre nosotras un gran altercado con relación a ti». Salomé, pues, introdujo su dedo en la naturaleza; mas de repente lanzó un grito, diciendo: «¡Ay de mí! ¡Mi maldad y mi incredulidad tienen la culpa! Por tentar al Dios vivo, se desprende de mi cuerpo mi mano carbonizada».
2 Y dobló sus rodillas ante el Señor, diciendo: «¡Oh Dios de nuestros padres!, acuérdate de mí, porque soy descendiente de Abrahán, de Isaac y de Jacob; no hagas de mí un escarmiento para los hijos de Israel; devuélveme más bien a los pobres; pues tú sabes, Señor, que en tu nombre ejercía mis curas, recibiendo de ti mi salario».
3 Y apareció un ángel del cielo, diciéndole: «Salomé, Salomé, el Señor te ha escuchado. Acerca tu mano al Niño, tómalo, y habrá para ti alegría y gozo».
4 Y se acercó Salomé y lo tomó, diciendo: «Le adoraré porque ha nacido para ser el gran Rey de Israel». Mas de repente se sintió curada y salió en paz de la cueva. Entonces se oyó una voz que decía: «Salomé, Salomé, no digas las maravillas que has visto hasta tanto que el Niño esté en Jerusalén».
1 Y José se dispuso para salir hacia Judea. Por entonces sobrevino un gran tumulto en Belén, pues vinieron unos magos diciendo: «¿Dónde se encuentra el nacido Rey de los Judíos?, porque hemos visto su estrella en el Oriente y hemos venido para adorarle».
2 Herodes, al oír esto, se turbó, envió sus emisarios a los magos y convocó a los príncipes de los sacerdotes, haciéndoles esta pregunta: «¿Qué es lo que hay escrito en relación con el Mesías? ¿Dónde debe nacer?» Ellos respondieron: «En Belén de Judea, según rezan las Escrituras». Con esto les despachó e interrogó a los magos con estas palabras: «¿Cuál es la señal que habéis visto en relación con ese rey nacido?» Respondiéronle los magos: «Hemos visto un astro muy grande que brillaba entre las demás estrellas y las eclipsaba, haciéndolas desaparecer. En ello hemos conocido nosotros que a Israel le ha nacido un rey y hemos venido con intención de adorarle». Entonces repuso Herodes: «Id y buscadlo; y, si dierais con él, comunicádmelo para que yo vaya también a adorarle».
3 Y en aquel momento la estrella aquella, que habían visto en el Oriente, volvió de nuevo a guiarles hasta que llegaron a la cueva, y se posó sobre la boca de ésta. Entonces vieron los magos al Niño con su madre, María, y sacaron dones de sus cofres: oro, incienso y mirra.
4 Pero, siendo avisados por un ángel de que no entraran en Judea, se marcharon por otro camino a su tierra.
1 Al darse cuenta Herodes de que había sido burlado por los magos, montó en cólera y envió sus sicarios, dándoles la consigna de matar a todos los niños de dos años para abajo.
2 Y cuando llegó a María la noticia de la matanza de los infantes, se llenó de temor; y, envolviendo a su hijo entre pañales, lo reclinó en una pesebrera de bueyes.
3 Y cuando se enteró Isabel de que también buscaban a su hijo Juan, lo cogió, lo llevó a la montaña y se puso a mirar dónde esconderlo; pero no había lugar propicio para hacerlo. Por lo cual, entre sollozos, exclamó a grandes voces: «¡Oh monte de Dios!, recibe en tu seno a la madre con su hijo», [pues ya no podía subir más arriba].
4 Y al instante abrió la montaña sus entrañas para recibirlos. Y les acompañó una gran luz, pues estaba con ellos un ángel de Dios para guardarlos.
1 Pero Herodes proseguía en la búsqueda de Juan y envió sus emisarios a Zacarías para que le dijeran: «¿Dónde has escondido a tu hijo?» Mas él respondió de esta manera: «Yo me ocupo en el servicio de Dios y me encuentro de ordinario en el templo. No sé dónde está mi hijo».
2 Los emisarios informaron a Herodes de todo lo que pasaba, quien se encolerizó sobremanera, diciéndose a sí mismo: «Debe de ser su hijo el que va a reinar en Israel». Y envió un nuevo recado, diciéndole: «Dinos la verdad de dónde está tu hijo, porque de lo contrario bien sabes que tu sangre está bajo mi mano».
3 Pero Zacarías respondió: «Seré mártir del Señor si te atreves a derramar mi sangre, porque mi alma será recogida por el Señor al ser segada una vida inocente en el vestíbulo del santuario». Y al romper el alba fué asesinado Zacarías, sin que los hijos de Israel se dieran cuenta del crimen.
1 Y los sacerdotes se congregaron a la hora del saludo; mas Zacarías no salió a su encuentro, como de costumbre, bendiciéndoles. Y se pusieron a esperarle para saludarle en la oración y glorificar al Altísimo.
2 Ante su tardanza empezaron todos a temer ; y, cobrando ánimo, uno de ellos entró y vió al lado del altar sangre coagulada; y oyó una voz que decía: «Zacarías ha sido muerto y no se borrará su sangre hasta que venga su vengador». Y, al oír la voz, se llenó de miedo y salió para comunicárselo a los sacerdotes.
3 Y, cobrando valor, entraron y se percataron de lo ocurrido. Entonces crujió el artesonado del templo y ellos se rasgaron las vestiduras de arriba abajo. Mas no encontraron su cuerpo, sino sólo un reguero de sangre coagulada; y, llenos de temor, salieron para dar cuenta a todo el pueblo de que Zacarías había sido asesinado. Y llegó la noticia a todas las tribus de Israel, quienes le lloraron y guardaron luto durante tres días y tres noches.
4 Y, concluido este tiempo, se reunieron los sacerdotes para deliberar sobre quién iban a poner en su lugar. Y cayó la suerte sobre Simeón, pues éste era el que había sido asegurado por el Espíritu Santo de que no vería la muerte hasta tanto que le fuese dado contemplar al Mesías encarnado.
1 Y yo, Santiago, que he escrito esta historia, al levantarse un gran tumulto en Jerusalén con ocasión de la muerte de Herodes, me retiré al desierto hasta que se apaciguó el motín; glorificando al Señor, mi Dios, que me concedió la gracia y la sabiduría necesarias para componer esta narración.
2 Sea la gracia con todos aquellos que temen a nuestro Señor Jesucristo, para el cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.