De cómo los ángeles aquí dejaron a Enoc, al final del séptimo Cielo, y se alejaron de él sin ser vistos.
1 Y los querubines y serafines que están alrededor del trono, los de seis alas y muchos ojos, no se apartan, de pie ante el rostro del Señor, haciendo su voluntad, y cubren todo su trono, cantando con voz suave ante el rostro del Señor: «Santo, santo, santo, Señor Gobernante de Sabaoth, los cielos y la tierra están llenos de tu gloria.»
2 Cuando vi todas estas cosas, aquellos hombres me dijeron: «Enoc, hasta aquí nos ha sido ordenado viajar contigo», y aquellos hombres se alejaron de mí y entonces ya no los vi.
3 Y me quedé solo al final del séptimo cielo y tuve miedo, caí de bruces y me dije a mí mismo: «¡Ay de mí! ¿Qué me ha sucedido?»
4 Y el Señor envió a uno de sus gloriosos, el arcángel Gabriel, y me dijo: «Ten valor, Enoc, no temas, levántate ante el rostro del Señor hacia la eternidad, levántate, ven conmigo».
5 Y yo le respondí y dije para mis adentros: «Señor mío, mi alma se ha apartado de mí, del terror y del temblor», y llamé a los hombres que me habían conducido hasta este lugar, en ellos me apoyé, y con ellos voy ante el rostro del Señor.
6 Y Gabriel me tomó como a una hoja arrastrada por el viento, y me puso ante el rostro del Señor.
7 Y vi el octavo cielo, que en hebreo se llama Muzaloth, el que cambia las estaciones, la sequía y la humedad, y los doce signos del zodíaco, que están sobre el séptimo cielo.
8 Y vi el noveno Cielo, que en hebreo se llama Kuchavim, donde están los hogares celestiales de los doce signos del zodíaco.