1 Abraham vivió la medida de su vida, novecientos noventa y cinco años, y habiendo vivido todos los años de su vida en tranquilidad, mansedumbre y rectitud, el justo fue sumamente hospitalario;
2 Porque, plantando su tienda en el cruce de caminos junto a la encina de Mamre, recibió a todos, ricos y pobres, reyes y gobernantes, mancos y desvalidos, amigos y extraños, vecinos y viajeros, todos por igual como al devoto, todo santo, justo y hospitalario Abraham entretiene.
3 Pero también a él le sobrevino la común, inexorable y amarga suerte de la muerte y el incierto fin de la vida.
4 Entonces el Señor Dios, llamando a su arcángel Miguel, le dijo: «Desciende, capitán Miguel, a donde Abraham y habla con él acerca de su muerte, para que pueda arreglar sus asuntos,
5 Porque lo he bendecido como las estrellas del cielo y como la arena a la orilla del mar, y gozará de larga vida y de muchos bienes, y se enriquecerá en gran manera. Más allá de todos los hombres, además, es justo en toda bondad, hospitalario y amoroso hasta el fin de su vida;
6 pero ve, arcángel Miguel, a Abraham, mi amado amigo, y anúnciale su muerte y asegúrale así:
7 En este momento partirás de este mundo vano, dejarás el cuerpo e irás a tu Señor entre los buenos.