1 Y el capitán se alejó de la presencia de Dios y descendió hacia Abraham, al encinar de Mamre, y encontró al justo Abraham en el campo cercano, sentado junto a las yuntas de bueyes que araban, junto con sus hijos de Masek y otros sirvientes, en número de doce.
2 Y he aquí que el capitán se acercó a él, y Abraham, viendo al capitán Miguel venir de lejos, como un guerrero muy hermoso, se levantó y salió a su encuentro como era su costumbre, encontrando y entreteniendo a todos los extranjeros.
3 Y el capitán en jefe lo saludó y dijo: «Salve, honorable padre, alma justa elegida de Dios, verdadero hijo del celestial».
4 Abraham dijo al capitán en jefe: «Salve, guerrero muy honorable, brillante como el sol y más hermoso que todos los hijos de los hombres; de nada;
5 Por tanto, ruego a tu presencia que me digas de dónde ha venido el joven de tu edad; Enséñame, tu suplicante, de dónde y de qué ejército y de qué viaje ha venido hasta aquí tu belleza.
6 El capitán dijo: «Yo, el justo Abraham, vengo de la gran ciudad. El gran rey me ha enviado para ocupar el lugar de un buen amigo suyo, porque el rey lo ha convocado».
7 Y Abraham dijo: «Ven, Señor mío, ven conmigo hasta mi campo». El capitán mayor dijo: «Ya voy»;
8 y entrando al campo de labranza, se sentaron junto a la compañía.
9 Y Abraham dijo a sus siervos, los hijos de Masek: «Vayan a la manada de caballos y traigan dos caballos, tranquilos, mansos y mansos, para que yo y este extraño podamos sentarnos en ellos».
10 Pero el capitán dijo: «No, Señor mío Abraham, que no traigan caballos, porque yo me abstengo de montarme en ningún animal de cuatro patas.
11 ¿No es mi rey rico en muchas mercancías, y que tiene poder sobre los hombres y sobre toda clase de ganado? Pero me abstengo de sentarme jamás sobre ningún animal de cuatro patas.
12 Vamos, pues, alma justa, caminando con paso ligero hasta llegar a tu casa. Y Abraham dijo: «Amén, así sea».