1 Y Abraham dijo: Y el que no puede entrar por la puerta estrecha, ¿no podrá entrar en la vida?
2 Entonces Abraham lloró y dijo: ¡Ay de mí! ¿Qué haré?
3 Porque soy un hombre corpulento, ¿y cómo podré entrar por la puerta estrecha, por la que no puede entrar un niño de quince años?
4 Respondió Miguel y dijo a Abraham: «No temas, padre, ni te aflijas, porque entrarás por ella sin obstáculos, junto con todos los que son como tú».
5 Y mientras Abraham estaba de pie y maravillado, he aquí un ángel del Señor que llevaba a la destrucción a sesenta mil almas de pecadores.
6 Y Abraham dijo a Miguel: ¿Todos estos van a la perdición?
7 Y Miguel le dijo: «Sí, pero vayamos y busquemos entre estas almas, si hay entre ellas un solo justo».
8 Y cuando fueron, encontraron un ángel que tenía en su mano el alma de una mujer de entre estas sesenta mil, porque había encontrado que sus pecados pesaban lo mismo que todas sus obras, y no estaban ni en movimiento ni en reposo, pero en un estado intermedio;
9 pero a las demás las llevó a la perdición.
10 Abraham dijo a Miguel: Señor, ¿es éste el ángel que saca las almas del cuerpo o no? Miguel respondió y dijo: «Esto es muerte, y los lleva al lugar del juicio, para que el juez los juzgue».