1 Y Abraham dijo: «Señor mío, te ruego que me lleves al lugar del juicio para que yo también pueda ver cómo son juzgados».
2 Entonces Miguel tomó a Abraham sobre una nube y lo llevó al paraíso.
3 y cuando llegó al lugar donde estaba el juez, vino el ángel y le entregó esa alma.
4 Y el alma dijo: Señor, ten misericordia de mí.
5 Y el juez dijo: ¿Cómo tendré misericordia de ti, si tú no tuviste misericordia de la hija que tuviste, fruto de tu vientre? ¿Por qué la mataste?
6 Ella respondió: «No, Señor, yo no he matado, sino que mi hija ha mentido sobre mí».
7 Pero el juez ordenó que viniera el que escribía las actas,
8 y he aquí querubines que llevaban dos libros. Y estaba con ellos un hombre de gran estatura, que tenía en su cabeza tres coronas,
9 y una corona era más alta que las otras dos. Éstas se llaman coronas de testimonio.
10 Y el hombre tenía en su mano una pluma de oro, y el juez le dijo: Muestra el pecado de esta alma.
11 Y aquel hombre, abriendo uno de los libros de los querubines, buscó el pecado del alma de la mujer y lo encontró.
12 Y el juez dijo: «Miserable alma, ¿por qué dices que no has matado?
13 ¿No fuiste tú, después de la muerte de tu marido, y cometiste adulterio con el marido de tu hija, y la mataste?
14 Y él también la condenó por sus otros pecados y por todo lo que había hecho desde su juventud.
15 Al oír estas cosas, la mujer gritó y dijo: ¡Ay de mí! Todos los pecados que cometí en el mundo los olvidé, pero aquí no fueron olvidados.
16 Luego se la llevaron también a ella y la entregaron a los verdugos.