1 Y el capitán, recibiendo las exhortaciones del Señor, descendió a Abraham, y al verlo, el justo cayó rostro en tierra como un muerto.
2 y el capitán le contó todo lo que había oído del Altísimo. Entonces el santo y justo Abraham, levantándose con muchas lágrimas, se postró a los pies del Incorporal, y le suplicó, diciendo:
3 «Te lo ruego, capitán en jefe de los ejércitos de arriba, ya que te has dignado venir a mí como un pecador y en todo tu servidor indigno, te ruego incluso ahora, oh capitán en jefe, que lleves mi palabra otra vez al Altísimo, y le dirás:
4 Así dice Abraham tu siervo: Señor, Señor, en cada obra y palabra que te he pedido, me has oído y has cumplido todos mis consejos.
5 Ahora, Señor, no resisto a tu poder, porque también yo sé que no soy inmortal sino mortal. Por tanto, puesto que a tus órdenes todas las cosas se someten, y temen y tiemblan ante tu poder, yo también temo, pero te pido una petición:
6 y ahora, Señor y Maestro, escucha mi oración, porque mientras todavía estoy en este cuerpo deseo ver toda la tierra habitada y todas las creaciones que tú estableciste con una sola palabra, y cuando las vea, entonces si podré apartaré de la vida y estaré sin tristeza».
7 Entonces el capitán volvió otra vez, se presentó ante Dios y le contó todo, diciendo: Así dice tu amigo Abraham: Yo deseaba contemplar toda la tierra durante mi vida antes de morir.
8 Y oyendo esto el Altísimo, volvió a ordenar al capitán Miguel, y le dijo: Toma una nube de luz y los ángeles que tienen poder sobre los carros, y desciende, y lleva al justo Abraham sobre un carro de querubines, y lo exaltaremos al aire de los cielos para que pueda contemplar toda la tierra».