Simeón, el segundo hijo de Jacob y Lea. El hombre fuerte. Se vuelve celoso de José y es instigador del complot contra José.
1 Copia de las palabras de Simeón, las cosas que habló a sus hijos antes de morir, en el año ciento veinte de su vida, cuando murió José, su hermano.
2 Porque cuando Simeón estuvo enfermo, sus hijos vinieron a visitarlo. Y él fortaleciéndose y sentándose, los besó y dijo:
3 Escuchen, hijos míos, a Simeón, su padre, y yo les declararé lo que tengo en mi corazón.
4 Yo nací de Jacob como segundo hijo de mi padre; y mi madre Lea me llamó Simeón, porque el Señor había oído su oración.
5 Además, me fortalecí en gran manera; No retrocedí ante ningún logro ni tuve miedo de hacerlo. Porque mi corazón estaba duro, y mi hígado inmóvil, y mis entrañas sin compasión.
6 Porque también el Altísimo ha dado valor a los hombres en alma y cuerpo.
7 Porque en mi juventud tuve muchos celos de José, porque mi padre lo amaba más que a nada.
8 Y me propuse destruirlo porque el príncipe del engaño envió el espíritu de celos y cegó mi mente, de modo que no lo consideré un hermano, ni siquiera perdoné a mi padre Jacob.
9 Pero su Dios y el Dios de sus padres envió su ángel y lo libró de mis manos.
10 Porque cuando fui a Siquem a traer ungüento para las ovejas, y Rubén a Dotán, donde estaban nuestras necesidades y todas nuestras provisiones, mi hermano Judá lo vendió a los ismaelitas.
11 Rubén, al oír estas cosas, se entristeció porque quería devolverlo a su padre.
12 Pero al oír esto me enojé muchísimo contra Judá, porque lo dejó ir con vida, y durante cinco meses seguí enojado contra él.
13 Pero el Señor me detuvo y me negó el poder de mis manos; porque mi mano derecha estuvo medio seca durante siete días.
14 Y supe, hijos míos, que esto me había sucedido por causa de José, y me arrepentí y lloré; y rogué al Señor Dios que mi mano fuera restaurada y que pudiera mantenerme alejado de toda contaminación y envidia y de toda necedad.
15 Porque sabía que había ideado algo malo delante del Señor y de mi padre Jacob, a causa de mi hermano José, al envidiarlo.
16 Ahora bien, hijos míos, escúchenme y tengan cuidado con el espíritu de engaño y de envidia.
17 Porque la envidia domina toda la mente del hombre y no le permite comer ni beber ni hacer nada bueno. Pero siempre le sugiere destruir a aquel que envidia; y mientras florece el envidiado, el envidiado se desvanece.
18 Por lo tanto, durante dos años afligí mi alma con ayunos en el temor del Señor, y aprendí que la liberación de la envidia viene por el temor de Dios.
19 Porque si un hombre huye al Señor, el espíritu maligno huye de él y su mente se aclara.
20 Y de ahora en adelante se compadece de aquel a quien envidiaba y perdona a quienes le son hostiles, y así deja de envidiar.