Una pequeña y vigorosa Oda en la que Cristo mismo es el hablante.
1 El Señor dirigió mi boca con su palabra, abrió mi corazón con su luz y hizo habitar en mí su vida inmortal.
2 Y me dio para poder hablar el fruto de su paz:
3 Para convertir las almas de aquellos que estén dispuestos a venir a Él; y llevar cautivo un buen cautiverio para la libertad.
4 Fui fortalecido y fortalecido y tomé cautivo al mundo;
5 Y fue para mí alabanza del Altísimo y de Dios mi Padre.
6 Y se reunieron los gentiles que estaban dispersos.
7 Y mi amor por ellos no me contaminó, porque me confesaron en las alturas y las huellas de la luz quedaron puestas en sus corazones.
8 Y ellos caminaron en mi vida y fueron salvos y llegaron a ser mi pueblo por los siglos de los siglos. Aleluya.