© 1997 Ann Bendall
© 1997 The Brotherhood of Man Library
La intolerancia—falta de respeto por las prácticas y creencias ajenas a las propias—es uno de los seis venenos mentales que «interfieren tremendamente con el progreso espiritual del alma en evolución».
Jesús definió la intolerancia como «la máscara que cubre las dudas que se mantienen en secreto sobre la autenticidad de las creencias que uno tiene». Luego prosiguió diciendo: «A nadie le inquieta en ningún momento la actitud de su vecino, cuando tiene una confianza total en la verdad de lo que cree de todo corazón… Los hombres sinceros no temen el examen crítico de sus verdaderas convicciones y de sus nobles ideales.» (LU 146:3.2)
Jesús nunca mostró intolerancia a ninguna persona, pero él era, «no toleraba el pecado. Con frecuencia se sintió impulsado a oponerse enérgicamente a aquello que iba en contra del bienestar de sus hijos en la Tierra. Pero su indignación contra el pecado nunca le condujo a enojarse con los pecadores.» (LU 100:7.14)
De manera similar, Jesús dijo: «Decid a mis hijos que no solamente soy sensible a sus sentimientos y paciente con sus debilidades, sino que también soy despiadado con el pecado e intolerante con la iniquidad. En verdad, soy manso y humilde en presencia de mi Padre, pero también soy implacablemente inexorable cuando hay una acción malvada deliberada y una rebelión pecaminosa contra la voluntad de mi Padre que está en los cielos.» (LU 159:3.9)
El apóstol Juan era «un poco fanático y extremadamente intolerante… Pero no era el único de los doce que estaba infectado con esta clase de amor propio y de conciencia de superioridad.» (LU 139:4.8)
Obviamente, los defectos en el carácter de este apóstol eran motivo de preocupación, ya que, en su último mensaje personal a Juan, Jesús declaró: «abandona tu intolerancia y aprende a amar a los hombres como yo te he amado.» (LU 192:2.1) Es interesante que este mismo Juan, justo hasta la crucifixión, estaba compitiendo por el lugar de honor en el reino, a pesar de que Jesús le dijo que esto era un mito. Pero también es interesante que Juan y su hermano de ideas afines, Santiago, eligieron a los benignos gemelos Alfeo para ser apóstoles.
Una de las más grandes artes de vivir es el arte de perdonar.
No se puede dar la mano con el puño cerrado.
La intolerancia parece ser parte de la condición humana y se manifiesta como intolerancia hacia un grupo que tiene creencias diferentes a las nuestras o hacia individuos con quienes estamos en estrecha asociación. Parece que no somos capaces de permitir que otras personas tengan creencias, prácticas y hábitos diferentes a los nuestros.
Tal vez esto se deba a que, al intentar vivir en armonía con los demás mientras mantenemos nuestra preferencia por ser avaros cognitivos (es decir, preferir no tener que pensar demasiado profundamente), nos resulta más fácil vivir en la indolencia intelectual de tener asociados cercanos que adopten nuestras creencias.
Pocos de nosotros parecemos ser capaces de separar el pecado del pecador, y en nuestra desaprobación de la mala conducta de otro, en efecto, desaprobamos a esa persona y así nos aislamos de ella.
En una de sus amonestaciones inspiradoras después de su resurrección, donde reiteró su mandato de «amad a todos los hombres como yo os he amado», Jesús recordó a sus discípulos que ellos eran «los hijos de la luz; no tropecéis pues en los enredos de los malentendidos causados por la desconfianza y la intolerancia humana. Si la gracia de la fe os ennoblece para amar a los incrédulos, ¿no deberíais amar igualmente a aquellos que son vuestros compañeros creyentes en la gran familia de la fe? Recordad, en la medida en que os améis los unos a los otros, todos los hombres sabrán que sois mis discípulos.» (LU 191:4.3)
Las creencias subyacentes, y a menudo inconscientes, que tenemos sobre nosotros mismos y la naturaleza humana influyen y, en última instancia, determinan nuestra capacidad y voluntad de arriesgar, confiar, amar y perdonar.
A través de la gracia del Espíritu de la Verdad, todos tenemos la capacidad de ver con claridad, sin estar a la defensiva y sin distorsión. Y todos tenemos libre albedrío: la capacidad de elegir cómo respondemos a las situaciones.
Hablando pragmáticamente, todo lo que tenemos que hacer para practicar la tolerancia es aceptar a otras personas como son, no como nos gustaría que fueran. Este proceso se ayuda preguntándonos: ¿Es esta persona conscientemente malévola o, desde su perspectiva, está actuando de buena fe?
Cuando se trata de la intolerancia hacia las creencias religiosas de otro grupo, es interesante que El Libro de Urantia afirme: «El egotismo teológico autocrático e intolerante sólo apareció con la religión revelada.» (LU 92:7.2)
Parece que uno de los riesgos de la religión revelada es que tiene la tendencia a disminuir la necesidad de una fe viva:
«La fe nunca rehuye el deber de resolver los problemas de la vida mortal. La fe viviente no fomenta el fanatismo, la persecución o la intolerancia». (LU 101:8.3)
También tiene la tendencia a evocar el fenómeno de unos pocos elegidos. «Sólo cuando una religión pretende ser de alguna manera superior a todas las demás, y poseer una autoridad exclusiva sobre las otras religiones, dicha religión se atreverá a ser intolerante con las demás religiones o tendrá la osadía de perseguir a otros creyentes religiosos.» (LU 134:4.3)
Cuando deliberamos sobre nuestro nivel de progreso espiritual, quizás una prueba de fuego sea preguntarnos: ¿hemos logrado erradicar esos venenos mentales de «miedo, ira, celos e intolerancia»?
Hacemos esto estando en comunicación constante con nuestro Ajustador residente, quien de ese modo nos permite emprender la ardua tarea de adquirir la conciencia de un ciudadano cósmico:
«Sólo una conciencia ética puede desenmascarar la inmoralidad de la intolerancia humana y lo pecaminoso de las luchas fratricidas. Sólo una conciencia moral puede condenar los males de la envidia nacional y de los celos raciales. Sólo unos seres morales buscarán siempre esa perspicacia espiritual que es esencial para vivir la regla de oro». (LU 52:6.5)
Qué gran abismo hay entre el consejo y la ayuda.