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Llamada jesusiana para recorrer la tercera legua | Journal — Mayo 2018 — Índice | Inspiración y cura que proporciona El libro de Urantia |
El libro de Urantia declara inequívocamente que:
Hacer la voluntad de Dios es ni más ni menos que una manifestación de la buena voluntad de la criatura por compartir su vida interior con Dios . . . [LU 111:5.1]
¿Qué? ¿En serio? ¿Ya está?
Cuando comencé el viaje por El libro de Urantia, hace muchos años, esa fue mi reacción inicial. En aquel entonces mi búsqueda de significados espirituales entre varios grupos de buscadores bienintencionados solía presentar un «camino espiritual» particular a través de una serie más o menos tortuosa de aros espirituales y «estados de conciencia» progresivos. Cada uno tenía la promesa atrayente de futuras recompensas místicas y también requisitos necesarios antes de poder experimentar directamente a Dios. Para mí personalmente hacer la voluntad de Dios requería un nivel de reconocimiento de la divinidad solo disponible a los que al menos habían llegado al mismo pináculo, a la muy codiciada «iluminación». Y desde ese lugar nos hacemos finalmente perfectos, puros, santos y perfeccionados, literalmente santos. Por no mencionar, por supuesto, que llegamos a ser mucho más «sumamente evolucionados» que los simples mortales no iluminados. Sí, si de alguna manera pudiera llegar a ese estado final, mi búsqueda se cumpliría. De momento, ¡ay !, esa iluminación seguía siendo una esquiva zanahoria espiritual.
Oh sí, aquellos años . . . (suspiro)
Cuando era un novicio de El libro de Urantia creía en Dios (en su existencia), y aun así todavía buscaba descubrir intelectualmente cuál era su voluntad para mí en términos de cada decisión individual, pero sin conocerlo en realidad. ¿Qué quería él que hiciera en cuanto a esto y aquello? ¿Qué debería hacer a continuación? ¿Debería aceptar este trabajo? ¿Debería alquilar esta casa? ¿Debería terminar con este matrimonio tan problemático? Debería… debería… la lista no acababa nunca. Sin embargo, por muy absurdo que parezca, mi fantasioso deseo espiritual era despertarme cada mañana con una lista de tareas escrita por Dios junto a mi cama. ¿De qué otra forma podía saber con seguridad cuál era su voluntad en cada ocasión? La verdad sea dicha, era frustrante y estresante. Sin embargo, durante un tiempo continué creyendo erróneamente que cumplir la voluntad de Dios era, de alguna manera, descubrirlo en cada recodo, en cada bifurcación del camino. Después de todo, ¿no nos enseñan que avanzamos espiritualmente, decisión a decisión? Pero oye, ¿y si tomo la decisión equivocada? ¡Argh!
Por supuesto, poco a poco llegué a reconocer que hacer la voluntad de Dios no significa forzar un dilema de lucha psicoespiritual en mí mismo sobre cada elección que la vida presentaba. Con esa declaración simple y de autoridad de El libro de Urantia me fui dando cuenta poco a poco de que hacer la voluntad de Dios no era para nada lo que yo pensaba. Me doy cuenta cada vez más de que mi experiencia personal se alinea con esta cita profunda y elegante. Me fui dando cuenta de que «hacer la voluntad de Dios» es más un lugar del que venir que un lugar al que llegar.
Para dejar las cosas claras, nada de esto debe tomarse como una representación «oficial» de las enseñanzas de El libro de Urantia; no hay tales representaciones oficiales. Simplemente represento aquí lo mejor que he obtenido para compartir la esencia de mi propia experiencia que podría proporcionarles un poco de claridad desde una perspectiva puramente personal.
Hacer la voluntad de Dios es ni más ni menos que una manifestación de la buena voluntad de la criatura por compartir su vida interior con Dios . . . [LU 111:5.1]
¿Qué significa esto en realidad? Vamos a diseccionarlo un poco:
Hacer la voluntad de Dios… Esto afirma claramente que estamos hablando de realizar una acción con respecto a la voluntad de Dios; eso es lo que significa «hacer». La voluntad de Dios es algo que hacemos.
…es ni más ni menos… Esta expresión es específicamente definitiva y define estrecha e intencionadamente el ámbito de su intención. Significa inequívocamente que es esto, solo esto y nada más que esto.
…que una manifestación de la buena voluntad de la criatura… Una manifestación no es simplemente un deseo o un anhelo por parte de la criatura. Se trata de mostrar, demostrar buena voluntad mediante la acción. Una vez más, significa hacer algo.
…por compartir su vida interior con Dios. Se refiere a la experiencia espiritual sumamente íntima, subjetiva y progresiva de nuestra relación personal intencionalmente activa con la presencia espiritual interior de Dios.
El Mensajero Solitario que presenta esta sublime verdad deja claro como el agua que compartir la vida interior con Dios implica una acción explícita por parte del individuo. También implica que una actitud puramente pasiva es rotundamente ineficaz.
El libro de Urantia enseña específicamente que el crecimiento espiritual depende de mantener una conexión espiritual viva con nuestro fragmento divino de Dios siempre presente, nuestro núcleo espiritual interior. ¡ESA es la acción que debemos hacer! Debemos implicarnos activa y personalmente con nuestro Ajustador, que tan cerca de nosotros espera pacientemente a que le prestemos atención. Y debemos seguir implicándonos. Las relaciones personales solo maduran con la sinceridad continua del compromiso mutuo con la confianza de la intimidad.
Cuando compartimos así de activamente la vida interior con Dios, estamos en verdad haciendo su voluntad. Mantener esta relación activa es la «manifestación» de nuestra buena voluntad a compartir la vida interior, y esa manifestación, ese compartir espiritual interior es «hacer la voluntad de Dios». Ni más ni menos.
A medida que el valor creciente de esta relación personal interior se extrapola a la arena social exterior nuestra toma de decisiones naturalmente centrada en nosotros mismos se imbuye cada vez más de motivos cada vez más elevados y se reemplaza por los motivos de Dios. Por lo tanto hacer la voluntad de Dios en cada situación de vida particular se vuelve de manera natural menos desconcertante, se hace evidente de manera progresiva por sí misma y hace que sea más fácil «hacer lo correcto» de manera habitual.
Ahora que hemos analizado intelectualmente la cita de El libro de Urantia como afirmación y hemos captado mentalmente parte de su significado, desplacemos nuestra atención al nivel igualmente deseado de valor, es decir, a su aplicación activa como experiencia espiritual viva.
Con este desplazamiento nos movemos a un ámbito completamente nuevo que no es fácil de explicar. Aquí debemos seguir usando el lenguaje de las palabras para describir lo que es en esencia una experiencia inefable, subjetiva y espiritual, una relación viva, fluida, polifacética, profundamente íntima y personal. Una experiencia que va y viene con la capacidad de recuperar nuestra valentía y con la profundidad y sinceridad siempre fluctuantes de nuestro compromiso. Podemos entender el significado de las palabras, pero la verdad que contienen debe ser vivida para ser comprendida. Por lo tanto cualquier intento de elucidar intelectualmente dicha experiencia de vida será necesariamente reductora. Aun así, las palabras son lo que tenemos, por lo que seguimos confiando en nuestro socio interno para reforzar nuestra intención de captar, así como transmitir, ese nivel de valor espiritual intelectualmente elusivo, experiencial y espiritual.
Entonces, ¿de qué manera establecemos y mantenemos experiencialmente esa relación espiritual activa con el espíritu interior de Dios?
Compartir de manera coherente la vida interior con nuestro socio divino es tanto una experiencia subjetiva, sumamente personal y privada, como objetiva y expresada en la sociedad. Ambas experiencias son aspectos complementarios de la misma experiencia viva, en la que compartir la vida interior subjetiva de manera espiritual y privada se «vive» en el terreno social objetivo de la manera más efectiva a través del servicio desinteresado a los demás. Dicha práctica establecida produce un pulso espiritual vivo que nutre el progreso de nuestros motivos, decisiones y objetivos más elevados, y por lo tanto contribuye directamente al crecimiento de nuestra alma.
Salvo unas pocas excepciones, toda la vida transcurre entre periodos de descanso (toma de energía) y de actividad (gasto de energía). El sueño natural, como sabemos, repone las energías naturales que agotamos durante el día y nos da un nuevo impulso para las actividades del día siguiente. El ciclo está predestinado; está programado en nuestro ADN de mamíferos.
Pero la renovación espiritual no es ni automática ni biológica. Restaurar la energía espiritual es algo que elegimos hacer. Debe ser una elección deliberada y personal, una decisión de nuestro libre albedrío en cada momento. Esas decisiones frecuentes que se hacen con sinceridad e insistencia a medida que transcurren los meses y los años se convierten en un hábito espiritual. Y este hábito hecho con intención es el que establece el pulso espiritual viviente que reabastece nuestras energías espirituales agotadas a medida que vamos y venimos en nuestros ajetreados días en la arena social exterior.
Asistir conscientemente a este hábito de entrada y salida, a nuestro pulso espiritual personal, nutre y sustenta una vida de intimidad espiritual creciente. Esa práctica insistente es la esencia misma de una manifestación activa y progresiva de la buena voluntad de la criatura por compartir la vida interior con Dios.
La práctica diaria sincera da resultados permanentes, ¡resultados eternos!
Estas son las prácticas personales que están en El libro de Urantia más íntimamente vinculadas con el mantenimiento de esta conexión espiritual viva de intimidad personal creciente con la Deidad verdadera y genuina, con nuestro Ajustador del Pensamiento.
Para que quede claro, no me refiero aquí a ninguna experiencia mística de «unicidad» ni de «vacío» ni de «lo Absoluto», ni a ninguna otra experiencia en la que no haya sentido de lo Otro. Toda entrada externa e interna se ha silenciado y estoy a solas conmigo mismo en el santuario de mi propia consciencia. Tratar sobre los más y los menos de esta experiencia está más allá del alcance de este artículo, basta decir que esas experiencias místicas, en ellas mismas y de ellas mismas, no son ni espirituales ni religiosas.
Si las comparamos rápidamente, tanto la oración inteligente como la adoración sincera son prácticas específicamente espirituales y religiosas, están basadas en una relación personal intencionada con el espíritu interior de Dios, esto es, en el contenido espiritual real de la auténtica religión. Y El libro de Urantia presenta muchas cosas para ampliar nuestra comprensión de estas dos experiencias sumamente subjetivas, religiosas y espirituales.
La oración inteligente se distingue de las demás en que es una oración coherente con los principios divinos que gobiernan dichas comunicaciones espirituales. La oración incoherente con estos principios será infructuosa, no se elevará con las corrientes espirituales y simplemente caerá. La oración egoísta y materialista no es ni inteligente ni espiritual. Los reveladores de El libro de Urantia ofrecen expresiones bastante duras al respecto:
Una oración que es incompatible con las leyes de Dios conocidas y establecidas, es una abominación para las Deidades del Paraíso. . . [LU 146:2.3]
La oración inteligente es una comunicación tan intelectual como espiritual y religiosa. Busca comunicar de manera inteligente nuestro ego finito con la deidad infinita, con Dios. Es la expresión sincera de todo lo que le diríamos si estuviera sentado justo enfrente, en la mesa de la cocina por decir algo. No hay fórmula para una conversación privada como esa. La oración inteligente es el esfuerzo espontáneo y sincero para llegar al Padre Universal, pues él reside espiritualmente en la región superconsciente (en la consciencia de la consciencia) de nuestra propia mente. Aquí, en respeto mutuo, ofrecemos expresiones sinceras de gratitud y todas las súplicas espirituales para nosotros y para otros con confianza y fe. A medida que nuestra alma madura cada vez más, una experiencia intelectualmente inexplicable de seguridad espiritual comienza a impregnar esos esfuerzos sinceros y sentidos.
Con la oración inteligente tengo la intención resuelta de comunicarme con Dios, mi espíritu compañero interior; de hablar de las cosas con total sinceridad, de desnudar mi alma y compartir mi yo más íntimo sin guardarme nada, de expresar agradecimiento por las numerosas bendiciones que me da (y de las que no soy consciente en su mayor parte), de pedir solo las necesidades y deseos espirituales que valgan la pena para mí y para los demás, de aumentar nuestra intimidad, de buscar consuelo, sabiduría y valentía, y un mensaje más pleno de fe. También rezo por poder ser llevado a las circunstancias de la vida que atemperarán mi voluntad inmadura en el nivel de consagración que él tiene para mí. Hago todo lo que puedo a fin de reunir todo mi ser para el propósito presente y siempre vuelvo mi atención errante suavemente para estar con él.
Reconozco y admito con gratitud sincera que, a pesar de lo duramente que pueda juzgarme a mí mismo y me juzgue realmente, esa misma persona que soy en realidad es precisamente la personalidad con la que mi espíritu interior trabaja las 24 horas del día para ser yo. Esto es profundamente aleccionador para mí.
La oración inteligente diaria me mantiene cuerdo, evita que me aleje demasiado del faro espiritual que me ilumina, del ideal jesusiano de la comunión ininterrumpida.
El libro de Urantia enseña que la adoración sincera es completamente diferente a cualquier otra forma de adoración formal, ritual, ceremonial o de otro tipo. El impulso de adorar tampoco es una construcción intelectual, es una acción del alma. La llamada a la oración sincera es una llamada del alma como impulso de estar personalmente inmerso en la divinidad; dar nuestro yo completamente y sin reservas al plan y la voluntad y la presencia de Dios. Es una invitación espiritual para dejar de resistirse y permitir que la Deidad nos abrace plenamente.
Cuando reconocemos este anhelo del alma y nos entregamos a él, cuando elegimos mentalmente permitirlo, solo entonces el alma inicia la experiencia de adoración. Y ahora, con el Ajustador divino interior implicado de esa forma, es él quien en realidad conduce la adoración en nuestro nombre y transmite directamente nuestra devoción personal al Padre Universal que está en el centro de todas las cosas. El libro de Urantia enseña que esta es la secuencia natural, subjetiva y experiencial que eleva a la mente que ora personalmente a través de la oración inteligente hasta la experiencia sincera de la adoración .
Esta elección de la criatura no supone un abandono de la voluntad. Es una consagración de la voluntad, una expansión de la voluntad, una glorificación de la voluntad, un perfeccionamiento de la voluntad; una elección así eleva la voluntad de la criatura desde el nivel de los significados temporales hasta ese estado superior en el que la personalidad del hijo creado comulga con la personalidad del Padre espíritu. [LU 111:5.5]
Mientras estoy profundamente inmerso en la oración suelo ser consciente de la opción de participar en la adoración sincera como culminación de mi entrega. Absorto en la devota profundidad de mis súplicas comienzo a percibir un impulso cada vez mayor de «dejarme ir», de renunciar a TODO interés propio y permitirme simplemente estar con mi compañero interior. Y reconozco que este impulso es mi parte sintiente del alma, distinta a la parte pensante de la mente. Mi yo moroncial más alto, mi alma, anhela estar plenamente inmersa en la presencia divina y me hace consciente de ello. Ahora me doy cuenta de que tengo una opción: ¿me resistiré a este impulso y redirigiré mi atención, o abandonaré toda resistencia y dejaré que mi yo-alma inicie una verdadera experiencia de adoración? Con el crecimiento de mi alma a lo largo de décadas, afortunadamente mi resistencia obstinada se ha desvanecido y cada vez estoy más dispuesto a decir «sí» a esa invitación tan generosamente ofrecida y que el alma siente.
La verdadera adoración valida mi fe y mejora mi tendencia humana natural a ser egocéntrico y vanidoso. Poco a poco me estoy haciendo apto para ser para siempre, es decir, para fusionarme con mi Ajustador divino. Dios está haciendo lo que quiere conmigo, y juntos estamos cocreando nuestro yo singular, nuevo y eterno. Juntos nos estamos convirtiendo en uno.
Hacer la voluntad de Dios produce cambios profundos y creativos en la perspectiva de la vida a medida que crece la intimidad de la relación. Si bien la propensión unificadora de la mente coordina cada vez más los aspectos internos y externos de la experiencia espiritual progresiva, una fe así de viva madura en la motivación predominante y en nuestra principal manera de vivir. Comenzamos a reconocer y apreciar el contenido espiritual y el equivalente que hay detrás de TODA nuestra experiencia terrenal, incluidas todas las cosas realmente difíciles.
Vean esto:
Vuestras ansiedades y tristezas, vuestras dificultades y decepciones forman tanta parte del plan divino en vuestra esfera como lo forman la perfección exquisita y la adaptación infinita de todas las cosas al propósito supremo de los Dioses en los mundos del universo central y perfecto. [LU 23:2.12, negrita añadida]
Toda nuestra vida y todo lo que hay en ella se convierte en testimonio de nuestra experiencia religiosa genuina, de nuestro sincero esfuerzo por conocer a Dios y vivir de acuerdo con su voluntad. Incluso cuando nuestro mundo personal se derrumba a nuestro alrededor, en nuestras horas más oscuras, podemos estar seguros de que hay días mejores por delante. Si no es posible en el tiempo que queda en este mundo, lo más seguro es que sea así en el próximo.
Esa fe íntima y viva cataliza todas las demás influencias espirituales disponibles para funcionar plenamente en nuestras vidas, por ejemplo, el Espíritu de la Verdad, el Espíritu Santo e incluso las serafines y querubines. Cuando abrimos el canal del espíritu de nuestro lado, permitimos que la gran cantidad de bendiciones espirituales comience a fluir libremente en nuestras vidas. Lo mejor de todo es que hay mayores oportunidades del servicio que satisface al alma.
No hay nada en la vida más satisfactorio, más gratificante, más profundamente provechoso para mí que cuando me doy cuenta de que me permiten desempeñar personalmente un papel en el plan más amplio de elevar, mejorar o fomentar el verdadero bienestar de otros semejantes humanos. Me gustan muchas otras cosas, pero esto es lo primero de la lista para mí. Así es como la voluntad de Dios se manifiesta en mi experiencia cada vez más.
Hacer la voluntad de Dios me ha llevado al faro espiritual que me ilumina, al ideal jesusiano de la «comunión ininterrumpida». Mi estrella polar espiritual es siempre una guía inspiradora mientras sigo mi camino a través del trabajo terrenal de las condiciones planetarias actuales. Siempre que me detengo para reflexionar sobre este objetivo alcanzable me elevo una y otra vez. Con nuestro progreso espiritual personal evaluado en lo alto según nuestros constantes esfuerzos espirituales, y no según nuestro estado real y presente (por suerte), estoy enormemente agradecido por ese ideal divino sobre el cual establecer el curso de mis esfuerzos.
Cuando todo está dicho y hecho, la verdadera religión es el mantenimiento personal y consciente de una conexión espiritual viva con el espíritu siempre presente e interior de Dios.
O dicho de otra manera: la verdadera religión es «hacer la voluntad de Dios».
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