© 2016 Carmelo Martínez
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Os pregunto: ¿Qué es el ser humano? ¿Qué lo diferencia de los animales? ¿Cuál es su característica principal?
Seguro que me podéis dar unas cuantas buenas respuestas. Como, por ejemplo, el hecho de poseer una mente con capacidad de conocer a nuestro Padre y de adorarlo. Pero estos días estamos hablando de la carrera ascendente de los humanos y de su destino eterno, así que yo me quiero fijar ahora en otra característica de esa mente humana que está relacionada más claramente con el ascenso de los humanos, además de unida íntimamente con la capacidad de conocer a Dios, algo que nos da el potencial de llegar hasta él. Una característica que nos convierte en «arquitectos de nuestro destino eterno».
Porque la carrera ascendente es en realidad la carrera de hacernos a nosotros mismos usando una herramienta singular, una herramienta que, por expreso deseo del Padre, es lo único REALMENTE nuestro.
Y lo primero es leer el manual de instrucciones de uso de la herramienta. Empezaré por el plan del Padre.
Todos sabemos que nuestro Padre tiene un plan para la creación.
Es un plan infinito, o casi, es un plan que apenas cabe en nuestra mente finita y que tiene aspectos que no podremos ni imaginar en miles de millones de años, … y es un plan en el que todos estamos invitados a participar. Veámoslo.
Está la creación, nuestro escenario de acción. El Padre lo imaginó todo, pero creó directamente solo el universo central, y lo hizo para su propio deleite. Se dijo «Dios, ¡qué bueno soy! … ¡y qué culito tengo!»y, ¡zas!, allí estaban Havona y todos sus habitantes. Un universo perfecto lleno de seres perfectos.
Pero el Padre es un abuelo travieso y pensó «¿Por qué no le tocamos un poco las narices a Eduardo?» Y lo imperfecto empezó a existir. Y entonces envió a sus ancianos de los días para que administraran la creación imperfecta, a sus organizadores maestros de la fuerza para que crearan la materia-energía nebulosa a nebulosa, a sus hijos creadores para que la organizaran en universos y crearan al hombre (y a pesar de Yahvé y de Alá, también a la mujer), y a toda una multitud de seres perfectos para ayudar en su plan.
Y se dijo: quiero saber qué es eso de no nacer perfecto y tener que conseguirlo por el propio esfuerzo. Y nos lo preguntó, y nos dijo: «Sed perfectos así como yo soy perfecto,… y luego me lo contáis, porfa».
A ver cómo os las arregláis para hacer que todas las galaxias y los universos y los planetas se organicen perfectamente, que entren en órbitas estables; a ver cómo hacéis que las sociedades que forméis funcionen de maravilla, a ver cómo lleváis la creación a la perfección de luz y vida y de paso os perfeccionáis también vosotros. Tranquilos, tenéis todo el tiempo del mundo (literalmente hablando, porque agotaréis el tiempo al hacerlo).
Y cuando lo logréis, porque lo lograréis, no penséis que habéis terminado. Tengo luego otro montón de creación hay fuera que tendréis que atender por mí. No os imagináis lo grande que es; es tan enorme que tendréis que trascender el tiempo y el espacio para poder manejaros en ella. Pero esto también lo lograréis, y, con todo, tampoco esto será el final. Hay más, pero de momento, hasta aquí puedo leer.
Y aquí estamos, empezando ese recorrido de trabajar para hacernos perfectos y prepararnos para hacer perfecto el gran universo. Las llaves para ello son «sinceridad, más sinceridad y más sinceridad», y se usan con «decisiones, más decisiones y más decisiones». Lo dice el libro:
«Las llaves del reino de los cielos son: sinceridad, más sinceridad y más sinceridad. Todos los hombres tienen estas llaves. Los hombres las usan - avanzan en estatus de espíritu- mediante decisiones, más decisiones y más decisiones. La elección moral más alta es la elección del valor más alto posible, y esta es siempre - en cualquier esfera, en todas ellaselegir hacer la voluntad de Dios. Si el hombre elige hacerla, es grande, aunque sea el ciudadano más humilde de Jerusem, o incluso el más pequeño de los mortales de Urantia.» [LU 39:4.14]
Así pues con esa herramienta fabricamos decisiones sinceramente, y esas decisiones nos llevan a acciones. Acciones que pueden ir en favor del desarrollo del plan del Padre, cuando elegimos hacer la voluntad de Dios, o en contra. Se trata entonces de elegir para construirnos a nosotros mismos y hacernos cada vez más perfectos, para transformar nuestra imperfección inicial en perfección final, para avanzar en «estatus de espíritu». Pero para elegir tiene que haber alternativas, y las alternativas son el bien y el mal. El bien es elegir la voluntad del Padre, seguir su plan para la creación. El mal, ir en sentido contrario. Los seres perfectos de los mundos perfectos no tienen que elegir de esta forma, pero nosotros, sí.
Entonces, os podéis preguntar, ¿Dios creó también el mal? Y la respuesta es que sí, pero, ojo, solo el mal POTENCIAL. Es necesaria la alternativa bienmal para poder elegir y de esa manera perfeccionarnos, pero para elegir no es necesario que el mal esté realizado, manifestado, expresado, basta con que sea un concepto en nuestra mente. En realidad, Dios ha hecho que sea posible que la creación imperfecta llegue a la perfección sin que el mal potencial, que él ha potencializado a modo de contraste, se convierta nunca en mal actual, el que las criaturas pueden actualizar con sus decisiones. Y esto es lo que significa que Dios no ha creado el mal actual.
Y ahora viene otro asunto que puede ser polémico. Al decidir tenemos en la mente los conceptos de bien y de mal, y juzgamos entre las alternativas que se nos presentan cuál es el bien y cuál es el mal. Pero no somos perfectos,… aún, y podemos equivocarnos. Podemos, sinceramente, pensar que una alternativa va a favor del plan del Padre e ir de hecho en contra. Se puede asegurar que hay una definición OBJETIVAdel bien y del mal, y el Padre la conoce: es lo que él decidiría en cada alternativa. Pero nosotros no somos perfectos todavía, y podemos juzgar SINCERAMENTE que algo es el bien, y no serlo. La mente humana tiene un concepto SUBJETIVO del bien y del mal, y puede por lo tanto equivocarse al elegir. Por eso el libro diferencia el mal del pecado.
Como tantas otras ideas, el libro redefine el concepto de pecado. Cuando elegimos algo que pensamos que está bien, pero objetivamente está mal, estamos haciendo el mal (sin saberlo). Cuando elegimos algo que pensamos que es el mal, estamos cayendo en el pecado. Aunque resulte que objetivamente es el bien. Cuando cometemos pecado (según el concepto anterior) repetida y obstinadamente, caemos en la iniquidad,… y acabaremos destruidos.
El ejemplo más palmario de mal sin pecado es la decisión de Eva de «conocer» (bíblicamente) a Cano para acelerar el plan de elevación racial de Urantia. Estaba sinceramente convencida de que era el bien, de que no se desviaba del plan del Padre. Por eso, Miguel nunca se lo reprochó. Se equivocó, pero no pecó.
Demos un paso más. ¿Qué nos pasa a nosotros, humanos de carne y hueso, cuando tomamos decisiones morales, cuando elegimos entre el bien y el mal? Pues que construimos o destruimos nuestra alma, que la vamos haciendo y dando forma (moroncial). Mientras estamos vivos, esta alma tiene «forma» y contiene aquellos de nuestros recuerdos que tienen valor espiritual, recuerdos que se amoldan a la forma que le vamos dando al alma con nuestras decisiones. Cuando morimos en la carne, la única muerte que sufriremos en toda nuestra carrera, nuestros componentes se separan; nunca más se separarán en ninguna de las transiciones sucesivas que tendremos, porque muerte es separación de componentes y nunca más ocurrirá.
El Ajustador se va y se lleva nuestros recuerdos; el alma, con la forma que le hayamos dado, se la queda en custodia la guardiana del destino, la mente se extingue (se desconecta) con la muerte del cerebro, y la personalidad (el hecho de ser quienes somos)… nadie sabe a dónde va.
El cuerpo vuelve al polvo de donde vino y desaparece. El cuerpo no puede sobrevivir; para posibilitar nuestra supervivencia es necesario haber construido nuestra alma.
Un cadáver no es la persona que contuvo. Respetamos los cadáveres porque así es nuestra cultura. Pero en otras culturas, por ejemplo en el Tíbet de hace unas décadas, los cadáveres se dejaban en las rocas para que se lo comieran las aves carroñeras. Y pensaban que eso era la mayor utilidad que podían darles.
Nuestro yo no es nuestro cuerpo, nuestro yo es nuestra alma. Un cadáver no es la persona que contuvo una vez. Esa persona ya no está disponible para nadie - no se comunica ni se relaciona con nadie - hasta la repersonalización en los mundos mansión.
Cuando nos repersonalizan en los mundos mansión, nos construyen un cuerpo usando el alma como base. No me preguntéis qué significa exactamente porque no lo sé, pero lo que sí nos han revelado es que el alma es una especie de semilla del primer cuerpo de moroncia.
A ese cuerpo llega el Ajustador y, a continuación, hay una conexión con la mente cósmica. Empieza a funcionar en ese cuerpo de moroncia una mente diferente a la menta adjutora que teníamos en la carne.
Ya no está activada por los espíritus-mente adjutores; ahora está conectada a la mente cósmica del séptimo Espíritu Maestro a través de la Ministra Divina de Nebadon.
En ese momento se recupera la consciencia. El alma aporta la forma moroncial y el Ajustador los recuerdos que tienen valor espiritual. Y los recuerdos propios encajan en esa alma por un fenómeno que el libro denomina «respuestareconocimiento», que hace que esos recuerdos propios se reconozcan como vividos por uno mismo. Incluso los recuerdos de acontecimientos vividos sin valor espiritual para nosotros y que, por lo tanto, no trae el Ajustador, cuando se consiguen por otros medios, se reconocen de esa manera como propios.
En la vida en la carne, los resultados de nuestras decisiones generan acciones cuyo recuerdo se guarda en nuestra mente adjutora. De esos recuerdos, los que tienen valor espiritual los duplica al Ajustador y son desde ese momento posesión suya permanente. Además, esas acciones construyen y dan forma a nuestra alma.
Según yo lo interpreto, la muerte es una ruptura de la continuidad. Nunca más se producirá algo así. Nada material puede sobrevivir; para ello, es necesario construir algo no material. Por eso esta vida en la carne es una excepción en nuestra carrera. En las siguientes vidas sigue pasando lo mismo, pero ya actuando sobre algo que puede llegar a ser inmortal. Los recuerdos están en la mente (que irá cambiando a medida que progresemos) y en el Ajustador. Y el cuerpo (ya de moroncia) recoge los resultados en cuanto a nuestro perfeccionamiento (como lo hacía el alma en la carne).
Cuando se produce la fusión con el Ajustador, cuerpo y espíritu son indistinguibles e inseparables. Cada uno sigue recibiendo recuerdos y perfeccionamiento como antes, pero ya forman una unidad inseparable. Y cuando nuestro cuerpo de moroncia evoluciona hasta ser totalmente de espíritu, sigue el mismo proceso.
En resumen, hay un plan para la creación y este plan define el bien y el mal. Los humanos estamos invitados a colaborar en ese plan para lo que el Padre nos da una herramienta única de decisión que lleva en sí misma la capacidad de conocer el bien y el mal. El plan es no solo perfeccionar la creación imperfecta, sino perfeccionarnos a nosotros mismos al hacerlo. O sea, tenemos la capacidad de, junto con el espíritu del Padre, crearnos a nosotros mismos como hijos ascendentes de Dios; somos por lo tanto seres cocreativos. Y al ejercer esa capacidad nos hacemos seres cocreadores (de nosotros mismos y, en parte, de la creación).
Como se dice en LU 103:5.10: «El hombre es, muy ciertamente, el arquitecto de su propio destino eterno.». Y esa maravillosa posibilidad resulta de la posesión de una herramienta que el Padre nos regala para que sea solo nuestra, una herramienta que nos convierte en humanos y que se llama LIBRE ALBEDRÍO.
Y antes de terminar, un par de matizaciones. El libre albedrío nos da la capacidad de elegir, pero no de elegir cualquier cosa: solo de elegir entre el bien y el mal. En esta elección entre el bien y el mal, el libre albedrío es absoluto, nada puede coartarlo por voluntad del mismísimo Padre; pero, en todo lo demás, no tenemos libre albedrío. No podemos elegir ser pájaros, por ejemplo. Nuestro libre albedrío es relativo porque se refiere al bien y el mal, y el moral porque tiene que ver con nuestro concepto del bien y del mal, y se aplica precisamente a elegir uno de ellos.