© 2009 Chris Wood
© 2009 Fundación Urantia
Interés por la traducción china | Volumen 3, Número 3, Sept. 2009 — Índice | Reflexiones sobre 533 Diversey |
De Chris Wood, Nueva York (EEUU)
Nota de la directora: en el último número de las Noticias en Línea (Volumen 3, número 2, junio de 2009), Chris Wood, un lector de El libro de Urantia de Nueva York, escribió un artículo titulado «La segunda milla como una experiencia de comunidad». Chris organizó una conferencia en Boulder (Colorado) junto con sus amigos Shane C (Colorado, EEUU) y Michael MacIsaac (Nacka, Suecia).
Los fideicomisarios Mo Siegel, Richard Keeler y Marilynn Kulieke asistieron a la conferencia.
La conferencia de Boulder fue un experimento de comunidad. ¿Podrían un tipo de Nueva York, un tipo de Suecia y otro de Boulder reunirse y orquestar una conferencia con poco más que iniciativa para compensar nuestra falta de experiencia? Nos impulsó el credo de todos los ignorantes bienintencionados: si podemos hacerlo, cualquiera puede. Nosotros, los organizadores, teníamos una lista de expectativas, y la primera era fomentar una atmósfera intangible y experiencial que calara y se grabara en la memoria de los asistentes para toda la vida. Apuntábamos al valor de supervivencia. La preparación de la conferencia estuvo guiada por tres filosofías, cuya sabiduría, en retrospectiva, garantiza una breve evaluación para todo aquél que desee hacer lo mismo.
Primero, hay muchas y buenas razones para organizar una conferencia. Una conferencia puede emplearse para lanzar una iniciativa, para atraer a los participantes necesarios hacia una reunión, o incluso para ayudar a que cuaje una comunidad local, que en caso contrario se rompería. Nuestras organizaciones de miembros tienen programadas conferencias que proporcionan oportunidades regulares para que los lectores se reúnan. Pero nuestra propuesta era para una conferencia por sí misma. No somos una organización, no tenemos iniciativa ni una gran reunión; solo nos gustan las conferencias, y queremos más.
Aunque hubo algunos escépticos que entrecerraron los ojos y preguntaron, «¿quiénes sois, y por qué estáis haciendo esto en realidad?», mucha gente nos apoyó y asistió al evento. De los 120 asistentes, estimo que al menos 60 no habrían asistido a una conferencia si no se hubiera ofrecido ésta de Boulder. Fue una mezcla del lugar apropiado y el fin de semana adecuado. La asistencia prestó apoyo a la idea de que los años libres, cuando no se celebrara una conferencia internacional, la Comunidad Urantia de Norteamérica apoyara múltiples conferencias regionales.
Segundo, no puedo decir si los asistentes se dieron cuenta o no, pero decidimos que la Conferencia de Boulder sería un lugar de experimentación con la estructura estándar de conferencia. Algunas charlas plenarias duraron 10 minutos, otras 20 y otras 30. Planeamos un hueco para la adoración el domingo por la mañana, pero no llenamos ese hueco hasta el sábado por la tarde, una vez la conferencia estuvo animada y se había creado una «identidad de conferencia». Nuestra lista de talleres incluía paseos por la naturaleza, grupos de estudio y una sesión en la última tarde reservada para talleres «repetidos a petición popular». Lo más destacado para mucha gente fueron los pequeños grupos de discusión del viernes por la tarde, que hicieron personal un programa que a menudo puede parecer inaccesible. En líneas generales, una conferencia regional como la de Boulder fue el lugar perfecto para estas variaciones. Compartimos equitativamente éxitos y fracasos y una saludable mezcla de alegría y pánico inesperados, pero las conferencias regionales son el lugar para estos experimentos.
Tercero, quizá no subestimen a la gente, pero se sentirán ricos si dependen de la Comunidad Urantia. Hace un año ayudé con la conferencia de Kansas City y se decidió que prepararíamos nuestros desayunos y almuerzos. Nuestro plan dependía de que la gente se prestara a ayudar y, ¡quién lo iba a decir!, con muy poca insistencia, la gente se ofreció para lavar fruta, cortar verdura y servir huevos. En Boulder encargamos las comidas pero se mantuvo la fe en que los lectores de El libro de Urantia se prestarían voluntarios y harían que la conferencia fuera mejor. Cuando falló nuestro plan de música, la gente trajo sus banjos y guitarras. Cuando nos costó encontrar un local para la noche del viernes, una pareja de allí ofreció voluntariamente su casa. Si se da la oportunidad de hacer una conferencia mejor, los lectores de El libro de Urantia intervendrán correctamente, y esa implicación hace que la experiencia de la conferencia mejore. Si se da la oportunidad, cien lectores de El libro de Urantia se buscarán su propia diversión, siempre que no nos interpongamos en su camino.
La Conferencia de Boulder comenzó como una simple idea, pero con toda idea llega la responsabilidad. En una comunidad de nuestro tamaño, las buenas intenciones se pierden si no van seguidas de buenas acciones. Tuvimos una buena idea: nos encantan las conferencias. Queremos más conferencias. Por lo tanto, de ahí debía seguirse que nos encargáramos, durante un verano al menos, de crear un programa de conferencias. Una cosa de la vida de Jesús es que incluso él cometía errores a veces, pero espiritualizaba todas sus equivocaciones. Toda su vida tuvo valor de supervivencia. Toda evaluación honrada de una semana normal en mi vida revelaría mucho tiempo desperdiciado –quizá no en el reino material, pero sí en el reino del Supremo. Pero durante unos días en las colinas de Boulder, nuestras experiencias tuvieron un valor universal mucho mayor. Así que supongo que, en ese sentido, la conferencia fue un éxito.
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