© 1996 Ken Glasziou
© 1996 The Brotherhood of Man Library
«Jesús le entregó a Dios, como hombre del reino, la más grande de todas las ofrendas: la consagración y la dedicación de su propia voluntad al servicio majestuoso de hacer la voluntad divina. Jesús siempre interpretó la religión, de manera sistemática, totalmente en función de la voluntad del Padre. Cuando estudiéis la carrera del Maestro, en lo referente a la oración o a cualquier otra característica de la vida religiosa, no busquéis tanto lo que enseñó como lo que hizo. Jesús nunca oraba porque fuera un deber religioso. Para él, la oración era una expresión sincera de la actitud espiritual, una declaración de la lealtad del alma, una recitación de devoción personal, una expresión de acción de gracias, una manera de evitar la tensión emocional, una prevención de los conflictos, una exaltación del intelecto, un ennoblecimiento de los deseos, una confirmación de las decisiones morales, un enriquecimiento del pensamiento, una estimulación de las tendencias más elevadas, una consagración del impulso, una clarificación de un punto de vista, una declaración de fe, una rendición trascendental de la voluntad, una sublime afirmación de confianza, una revelación de valentía, la proclamación de un descubrimiento, una confesión de devoción suprema, la validación de una consagración, una técnica para ajustar las dificultades y la poderosa movilización de los poderes combinados del alma para resistir todas las tendencias humanas al egoísmo, al mal y al pecado. Vivió precisamente este tipo de vida consagrada piadosamente a hacer la voluntad de su Padre, y terminó su vida triunfalmente con una oración de este tipo. El secreto de su incomparable vida religiosa fue esta conciencia de la presencia de Dios; y la consiguió mediante oraciones inteligentes y una adoración sincera —una comunión ininterrumpida con Dios— y no por medio de directrices, voces, visiones, apariciones o prácticas religiosas extraordinarias.»
«En la vida terrestre de Jesús, la religión fue una experiencia viviente, un movimiento directo y personal desde la veneración espiritual hasta la rectitud práctica. La fe de Jesús produjo los frutos trascendentes del espíritu divino. Su fe no era inmadura y crédula como la de un niño, pero en muchos aspectos se parecía a la confianza sin sospechas de la mente de un niño; Jesús confiaba en Dios como un niño confía en su padre. Tenía una profunda confianza en el universo —la misma confianza que tiene un niño en el ambiente de sus padres. La fe incondicional de Jesús en la bondad fundamental del universo se parecía mucho a la confianza del niño en la seguridad de su entorno terrestre. Dependía del Padre celestial como un niño se apoya en su padre terrenal, y su fe ferviente nunca dudó ni un momento de la certeza de los grandes cuidados del Padre celestial. No le perturbaron seriamente los temores, las dudas ni el escepticismo. La incredulidad no inhibió la expresión libre y original de su vida. Combinó el coraje inquebrantable e inteligente de un adulto con el optimismo sincero y confiado de un niño creyente. Su fe había crecido hasta tales niveles de confianza que estaba desprovista de temor.»
«La fe de Jesús alcanzó la pureza de la confianza de un niño. Su fe era tan absoluta y estaba tan desprovista de dudas que era sensible al encanto del contacto con los semejantes y a las maravillas del universo. Su sentimiento de dependencia de lo divino era tan completo y tan confiado que le producía la alegría y la certeza de una seguridad personal absoluta. No había ningún fingimiento vacilante en su experiencia religiosa. En este intelecto gigantesco de adulto, la fe del niño reinaba de manera suprema en todos los asuntos relacionados con la conciencia religiosa. No es extraño que dijera una vez: «A menos que os volváis como un niño pequeño, no entraréis en el reino». Aunque la fe de Jesús era ingenua, no era en ningún sentido infantil.»
«Jesús no le pide a sus discípulos que crean en él, sino más bien que crean con él, que crean en la realidad del amor de Dios y que acepten con toda confianza la seguridad de su filiación con el Padre celestial. El Maestro desea que todos sus seguidores compartan plenamente su fe trascendente. Jesús desafió a sus seguidores, de la manera más enternecedora, no sólo a creer lo que él creía, sino también a creer como él creía. Éste es el significado completo de su única exigencia suprema: «Sígueme».» (LU 196:0.10-13)
Las invenciones mecánicas y la diseminación del conocimiento están modificando la civilización; si se quiere evitar un desastre cultural, es imperioso efectuar ciertos ajustes económicos y cambios sociales. Este nuevo orden social que se aproxima no se establecerá afablemente durante un milenio. La raza humana debe aceptar una serie de cambios, ajustes y reajustes. La humanidad está en marcha hacia un nuevo destino planetario no revelado. (LU 99:1.1)
Dios me conceda
la serenidad
para aceptar las cosas
que no puedo cambiar;
el coraje de
cambiar las cosas
que sí puedo, y la
sabiduría para saber
la diferencia.
Reinhold Neibuhr