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Convergencias y divergencias: el modelo estándar | Luz y Vida — Núm. 31 — Diciembre 2012 — Índice | La luz está en ti |
Queridos lectores:
Os invito a la siguiente reflexión en la que andaba esta tarde dándole vueltas y he decidido compartirla con todos vosotros. Evidentemente, con derecho a réplica.
Si miramos los acontecimientos durante decenas de miles de años en este planeta, probablemente dudemos acerca de que haya alguna esperanza de paz en nuestra amada Urantia. Sin embargo, al igual que vosotros, yo también creo en el triunfo final de la voluntad del Padre. Por lo tanto, yo también voy a decir que hay esperanza de lograr la armonía en nuestro planeta. Es inútil continuar echando la culpa por esta falta de paz a los pecados de Lucifer, Caligastia, o a la falta de Adán y Eva. Su locura y error ciertamente afectaron el desarrollo planetario normal, pero también los bendijo con el otorgamiento supremo de nuestro Hijo Creador, Cristo Miguel, quien hizo a Urantia tan especial en todo Nebadon. De hecho, debido a este otorgamiento, los beneficios acumulados para los seres humanos en este planeta han superado por mucho las pérdidas atribuidas a la Rebelión de Lucifer. Sí, cuando el pecado abundó, abundó en mayor medida la misericordia y el amor.
Todos querríamos escribir un mensaje que animara a las personas para tener una esperanza de Paz en Urantia. No basta con argumentos pacifistas. La verdad, el entendimiento mutuo, el fuerte compromiso para dialogar y la voluntad de ser condescendiente, son claves para alcanzar la paz entre las naciones. Sin embargo, solo la Hermandad de los Hombres traerá Paz en la Tierra, y solo se hará realidad cuando la mayoría de los hombres y mujeres en Urantia nos demos cuenta de la Paternidad de Dios que compartimos. Mientras que los individuos veamos a cualquier extraño como un enemigo, que las religiones maten por sus dogmas, y que las naciones busquen la supremacía, ‘la Paz en la tierra’ permanecerá como meras palabras en canciones, poesías y fábulas.
La paz debe comenzar con el individuo. En primer lugar, debemos pacificarnos a nosotros mismos al reconciliar, tan bien como podamos hacerlo, las dos naturalezas opuestas de lo animal y espiritual que hay en nosotros. Las religiones evolutivas nos dirán que es imposible pero, si así fuera, la personalidad más bellamente equilibrada de Jesús de Nazaret nunca podría haberse expresado en Urantia. Su vida es una prueba de que nosotros también podemos equilibrar esas naturalezas opuestas. Cuando el individuo encuentra la paz interior, la cual no puede alcanzarse sin hacer la voluntad de Dios, será más fácil para la humanidad el abandonar esta tonta beligerancia hacia los demás seres humanos, al escudar al ser en contra del odio de los demás, a través de una actitud de amor y comprensión.
¡Si tan solo nuestro estado moral pudiera avanzar tan rápido como nuestros logros tecnológicos! A pesar de que dejamos atrás el letargo moral y espiritual de la Edad Media, todavía tenemos mucho progreso que lograr para ser dignos de ganarnos el estatus de ser una «raza civilizada». Desafortunadamente, no hay atajos. Se necesita tiempo para cambiarnos a nosotros mismos, necesitamos tiempo para convencer a los demás, y necesitamos mucho tiempo para cambiar el mundo. Su avance hacia la paz es ciertamente lento, pero esperanzadoramente va en la dirección correcta, siempre y cuando las verdaderas religiones conserven su valor esencial en nuestro proceso de desarrollo. Sí, hay esperanza para la paz en Urantia, pero debemos hacer mucho trabajo personal para que este deseo comience a ser una realidad.
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