© 2009 Jan Herca (licencia Creative Commons Attribution-ShareAlike 4.0)
Las costumbres antiguas de las bodas judías son bastante difíciles de determinar, según los expertos. No disponemos más que de referencias dispersas y fragmentarias que nos impiden configurar una visión completa. Además, las costumbres variaban de un distrito judío a otro.
Así lo confirma Joachim Jeremías en su libro Las parábolas de Jesús:
La idea errónea ha surgido porque no poseemos una descripción de una fiesta nupcial conectada con la época de Jesús, sino colecciones modernas de material que intentan construir un mosaico conectado al margen de las alusiones dispersas encontradas en la literatura rabínica. Hay evidencias de que estas colecciones de material son incompletas. Esto no es sorprendente en vista de la situación con respecto a las fuentes; el material es limitado y muy disperso, y la imagen es extraordinariamente variada; entonces y ahora, las costumbres de las bodas diferían de un distrito a otro; más aún, tras la destrucción del templo, bajo el repetido impacto de los desastres nacionales, los judíos sufrieron grandes restricciones; pero sobre todo, los informes ocasionales que poseemos están muy distribuidos en el espacio y en el tiempo: en el espacio vienen de Palestina y Babilonia, mientras que en el tiempo se extienden en muchos siglos.
Teniendo presente estas limitaciones intentaremos recopilar de forma resumida el típico proceso de una boda de aquel tiempo.
El joven pretendiente solía acudir a casa del padre de la novia portando una gran suma de dinero, un contrato de esponsales, llamado shitre erusin (redactado por las autoridades y costeado por el futuro novio), y un pellejo de vino.
En cuanto entraba en una casa un joven portando estas cosas ya se sabía a qué venía. Entonces el pretendiente discutía con el padre de la chica y con los hermanos mayores el precio acordado para poder desposar a su hija. El coste solía ser de al menos doscientos denarios para un doncella y cien denarios para una viuda, mientras que el consejo sacerdotal de Jerusalén fijó cuatrocientos denarios para casar con la hija de un sacerdote. Por supuesto, estas cifras indican sólo el mínimo legal, y podían ser aumentadas a voluntad. Si finalmente el padre accedía, bebía con el pretendiente un trago de vino, y se invitaba a la hija a pasar. Si la hija accedía (rara vez se opondría a un acuerdo previo del padre), entonces había acuerdo, y la hija y el pretendiente sellaban su acuerdo de esponsales bebiendo de la misma copa de vino, mientras se pronunciaba una bendición.
Desde ese momento y hasta doce meses después tenían lugar los esponsales. El momento del inicio de los esponsales se marcaba con un regalo de boda (o mohar, Gn 34:12, Ex 22:17, 1 Sam 18:25). Desde el momento de los esponsales, la novia era tratada como si realmente estuviera casada. La unión no podía disolverse excepto por un divorcio legal; el incumplimiento de la fidelidad era tratado como adulterio; y la propiedad de la mujer pasaba virtualmente a ser del esposo, a menos que expresamente renunciara a ello (Kidd. IX:1). Pero incluso en este caso él era el heredero natural.
Después del contrato de esponsales los novios continuaban separados cada uno en la casa de sus padres. Durante este período la novia se preparaba para su futuro papel de esposa y el novio se encargaba de conseguir el futuro alojamiento para su mujer, que podía ser incluso una habitación dentro de la casa de los padres.
Finalmente llegaba el día de la boda (nissuin). Alfred Edersheim, en sus Bocetos de la vida social judía (Sketches of Jewish Social Life), nos relata más detalles:
El matrimonio seguía después [de los esponsales] tras un período más o menos largo, los límites de los cuales estaban fijados por la ley. La ceremonia en sí consistía en conducir a la novia a la casa del novio, con ciertas formalidades, la mayor parte datadas de tiempos antiguos. El matrimonio con una doncella se celebraba comúnmente por la tarde de un miércoles, lo cual dejaba los primeros días de la semana para los preparativos, y permitía al marido, si tenía alguna acusación en contra de la supuesta castidad de su prometida, realizarla de inmediato ante el sanedrín local, que se reunía cada jueves. Por otra parte, el matrimonio con una viuda se celebraba en jueves por la tarde, lo que dejaba tres días de la semana «para gozarse con ella».
Las procesiones previas a la ceremonia constituían una parte importante del ritual, como describe Joachim Jeremias:
A última hora de la tarde los invitados se entretenían en la casa de la novia. Después de horas de esperar al novio, cuya llegada era repetidamente anunciada por mensajeros, llegaba finalmente, media hora antes de la media noche, para encontrarse con la novia; iba acompañado de sus amigos; iluminado por las llamas de las candelas, era recibido por los invitados que habían venido a encontrarse con él. La comitiva de la boda se desplazaba entonces, de nuevo en medio de muchas luminarias, en una procesión festiva hasta la casa del padre del novio, donde tenía lugar la ceremonia del matrimonio y el agasajo.
Siguiendo con Edersheim, comenta en varios pasajes:
En Judea había en toda boda dos amigos del novio. Antes del matrimonio, actúan como intermediarios entre la pareja; en la boda ellos ofrecen regalos, asisten a los novios y les atienden en la habitación nupcial, siendo también los garantes de la virginidad de la novia.
Con una bendición, precedida por una breve fórmula, con la que la novia era entregada a su marido (Tobías VII 13), las festividades de la boda comenzaban. Después la pareja era conducida a la habitación nupcial (cheder) y al lecho nupcial (chuppah). La novia iba ya con su cabello descubierto.
La costumbre del velo nupcial, sea para la novia sólo o extendido sobre la pareja, data de tiempos antiguos. Fue suprimida por un tiempo por los rabbís después de la destrucción de Jerusalén. Todavía más antiguo era portar coronas (Cant 3:11, Is 61:10, Ez 16:12), que también estuvo prohibido después de la última guerra judía. Palmas y ramas de mirto eran llevadas delante de la pareja, grano o monedas eran arrojadas sobre ellos, y la música precedía la procesión, a la cual era obligación religiosa sumarse si alguien se encontraba con ella. La parábola de las diez vírgenes, que con sus lámparas, estaban a la espera de la llegada del novio (Mt 25:1), está basada en una costumbre judía. Pues, de acuerdo con las autoridades rabínicas, tales lámparas sostenidas por bastones eran de uso frecuente, siendo diez el número siempre mencionado en conexión con las solemnidades públicas. Las festividades del matrimonio duraban una semana, pero los días nupciales se extendían por todo un mes.
Previamente a la boda, la novia debía purificarse debidamente en un miqwaoth o baño ritual. Por su parte, el novio debía preparar la habitación nupcial o chuppah.
La ceremonia, llamada kiddushin, implicaba realizar un segundo contrato o kethubah. En este contrato se disponía de los llamados «amigos del novio», dos testigos especiales que se encargan de atender a las necesidades de la pareja. Después de firmar estos testigos se llevaba el contrato a los padres de la novia. El contrato contenía las promesas que el novio se comprometía a realizar con su futura mujer.
Después de la ceremonia, los novios se retiraban a su habitación nupcial, que previamente habría preparado el novio, o cheder, donde se dispondría de un lecho conyugal o chuppah. Aquí el novio entregaba unos regalos a la novia.
Durante una semana (aunque seguramente en ciertos distritos esta costumbre se acortara a unas pocas horas para no alargar en exceso la espera de los invitados) los novios permanecían todo el tiempo en la cámara nupcial, vigilada por los «dos amigos del novio». Cuando el novio finalmente da una voz, entran los amigos y salen con la buena noticia de la consumación del matrimonio. En ese momento salen los novios del cheder, momento en que se ve por primera vez a la novia con el velo (badecken) descubierto.
Este hecho es recibido con gran regocijo por parte de los invitados, lo cual iniciaba la fiesta de la boda, donde se servía comida, se bailaba y se cantaba al son de la música (Sal 45:1-17). Las comidas exigían el uso de una gran cantidad de agua para realizar las frecuentes abluciones y lavatorios rituales. La fiesta duraba toda una semana, al término de la cual todos los invitados regresaban a sus casas.
He utilizado toda esta información para configurarme una idea de cómo eran las bodas en la época de Jesús y utilizarla en la descripción de los sucesos de la boda de Caná[1]. Resulta significativo y conviene apuntar aquí que Jesús utilizó con gran frecuencia las costumbres de las bodas como ejemplos para sus parábolas. Da la impresión de que Jesús disfrutaba con estos eventos sociales, pues los utilizó en varios de sus discursos (Mt 25:1-13, Mt 24:45-51, Lc 12:35-48, Lc 5:33-35, Jn 3:26-30). El Maestro utilizaba con tanta frecuencia ejemplos sacados de las costumbres nupciales, que casi se pueden obtener más datos sobre estas costumbres de los evangelios que de muchos tratados rabínicos que se escribieron posteriormente.
Joachim Jeremías, Las parábolas de Jesús, Editorial Verbo Divino, 1974.
Alfred Edersheim, Bocetos de la vida social judía, 1876. Disponible on-line.
En la novela «Jesús de Nazaret», una biografía sobre el Maestro basada en El Libro de Urantia que está en preparación por el autor. ↩︎