© 2005 Jan Herca (licencia Creative Commons Attribution-ShareAlike 4.0)
Conocemos que Alejandro Magno llegó a las puertas de la India, y que estaba resuelto a conquistarla, si no fuera porque el cansancio de sus hombres y los muchos meses de expedición habían mermado sensiblemente a su ejército. Estableció nuevas ciudades en el recorrido que hizo a su paso, con lo que un atisbo de influencia helénica recorrió toda la región. Pero, varios siglos después, en la época de Jesús, ¿continuó esa influencia en el norte de la India?
En el capítulo «Los ejercicios didácticos para los jóvenes» de El esperado comienzo[1] se narra un contacto acaecido en la aldea de Cafarnaúm con unos viajeros venidos de tierras lejanas. La inspiración para este relato proviene en parte de El Libro de Urantia (LU 129:1.7), donde se nos habla de una parada de caravanas que Jesús solía frecuentar, y en parte del libro de Jean-Noël Robert De Roma a China, donde el historiador investiga sobre las relaciones en la época de Jesús entre los pueblos orientales y los occidentales, dando cuenta de los descubrimientos arqueológicos más importantes al respecto.
Entre estos descubrimientos, quizás el más notorio fue, a mediados del siglo pasado, de la excavación de las ruinas de un palacete en la actual Begram, la antigua ciudad de Kapisi, a unos 70 km al norte de Kabul. Allí, en la antigua capital del reino kushan, apareció un desconcertante tesoro con objetos de lujo de todo tipo: marfil indio, lacas chinas, bronces romanos, platería grecorromana, cristalería egipcia y siria… Muchos de ellos fechados a mediados del siglo I de nuestra era o incluso antes, es decir, de tiempos de Jesús.
Entre los objetos descubiertos se encontraban trabajos de arte provenientes del imperio romano: pesos de balanza de bronce representando a Marte y Minerva; pies de bronce para soporte de lámparas; perfumadores y estatuillas romanas; medallones de yeso (de unos 20 cm de diámetro) con representaciones clásicas o mitológicas, entre ellas la historia de Eros y Psique, algunos dioses de la mitología, la vendimia, etc., con la finalidad de servir de modelos para las bandejas de plata de los orfebres; estatuas de rostro grecorromano (nariz recta, ligera sonrisa, mirada apolínea); cabezas de guerreros como las de los galos esculpidos en Pérgamo; Laocoontes vestidos a la occidental espoleando caballos troyanos; cabezas de adolescentes parecidos a Antonio…
Pero inmediatamente surgió la pregunta: ¿cómo apareció, a principios de nuestra era, semejante eclosión artística? ¿Cómo es que en ninguna parte de la India se han encontrado restos parecidos? Sabemos que hubo griegos en esa zona en la época de Alejandro, y algunos expertos han querido ver en este arte una herencia de la influencia del macedonio. Pero no resulta convincente para todos los historiadores semejante explicación. Pasaron muchos años desde la muerte del conquistador griego como para que perdurase una influencia tan prolongada. Además, muchas de las obras eran de indudable influencia romana, e incluso por algunos jarrones similares a los de Pompeya, se ha podido determinar la fecha de su llegada, nunca anterior a mediados del siglo I.
La hipótesis que se ha venido barajando con más seguridad es la de que existió una estrecha relación comercial entre este reino de Kapisi, llamado Bactriana, donde habitaban las tribus kushan, y el imperio romano. Fruto de los intercambios comerciales fue un incesante trasiego de productos, sobre todo de obras de arte, que viajaron desde el lejano oriente, por la ruta de la seda, hacia el occidente, y a la inversa, desde los puertos occidentales como Alejandría, Cesarea, Tiro, Sidón o Seleucia (el puerto de Antioquía de Siria), hacia el Oriente.
Fue durante la época de Jesús cuando surgió un boyante reino en esa región, el reino kushan, que poco tiempo después vivió su momento de máximo esplendor bajo el gobierno del rey Kanishka. A partir de este rey se inició la evangelización en un nuevo tipo de budismo, denominado «del gran vehículo», que comenzó a representar a Buda como a un dios y a preocuparse cada vez más por conseguir no sólo la salvación individual a través de la llamada liberación o nirvana, sino también la liberación colectiva. Por eso, a imitación de los pueblos occidentales romanos y griegos, que extendían su cultura mediante el arte, la arquitectura y la ordenación urbana, los pueblos kushan iniciaron un tipo de arte, llamado ya a partir de ese momento «arte de Gandhara», con claras influencias grecorromanas.
En este arte Buda aparece representado con facciones que recuerdan a las esculturas griegas: ojos almendrados, rostro apolíneo, sonrisa serena y peinado formando ondas hasta los hombros. Sólo una característica era particular de estas esculturas: los lóbulos de las orejas algo alargados.
A partir del siglo II, las similitudes con la escultura romana de los Antoninos se hacen verdaderamente sorprendentes. Las escenas de la vida de Buda no se muestran de manera desordenada y continua como en la India, sino que cada episodio se inserta en el interior de un solo cuadro con una decoración propia particular, siguiendo el típico proceso narrativo romano. (De Roma a China, Jean-Nöel Robert, p.283)
De todas estas averiguaciones es de donde he obtenido la idea de novelar[1:1] un posible encuentro entre Jesús y estas gentes kushan venidas en viaje desde su lejano reino de Bactra. Fue durante la época de Jesús cuando este reino empezó a cobrar importancia, por lo que resulta aceptable imaginar que ya realizaran intercambios artísticos con occidente, viajando por la ruta norteña de la seda y evitando a los partos, para dirigirse luego por el camino del mar o via Maris hacia Alejandría, donde venderían sus mercancías a los comerciantes que las harían llegar a Roma. A su vez, en el camino de regreso, seguramente no volvían de vacío, sino que compraban objetos artísticos romanos, egipcios y de otros pueblos por los que atravesaban, para luego venderlos en su propio país.
Aunque es posible que en la época de Jesús el budismo conocido como «gran vehículo» estuviera empezando a germinar, he querido introducirlo en el relato porque ofrecía la oportunidad de mostrar la actitud abierta de Jesús hacia otras religiones, en las que también encontró elementos de interés que no dudó en utilizar en sus enseñanzas, aunque sólo fuera en privado. Conviene recordar que Jesús realizó un largo viaje a Roma en la compañía de dos ciudadanos del imperio hindú. (LU 130:0.1)
Esta es una de las partes de la novela «Jesús de Nazaret», una biografía sobre el Maestro basada en El Libro de Urantia que está en preparación por el autor. ↩︎ ↩︎