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Se aceptan varios orígenes para el nombre de Pilato. Uno es que quizá significaba «hábil con el pilum», siendo el pilum la típica jabalina terminada en punta de hierro de los soldados romanos. Un origen más definitivo lo tenemos en los adoradores de los Dióscuros, culto que estuvo muy extendido en Sármata y Dacia. Muchos descendientes del gran rey de los dacios, Burebista, se llamaban Pileatus. Esto situa a la antigua familia de Poncio en estas regiones del imperio.
Una tradición sugiere que Poncio tenía origen samnita, una antigua región de Italia, y que su nombre derivaba de pileus, el gorro símbolo del esclavo liberado, haciendo suponer que sus ascendentes fueron libertos. Se cree que pudo ser descendiente del general samnita Gayo Pontius.
Tiberio le nombró el quinto prefecto (y no procurador, como incorrectamente se le designa a veces) de una zona en territorio judío que comprendía Judea, Samaria e Idumea, y que hasta el año 6 d.C. había estado bajo dominio del etnarca Arquelao, hijo de Herodes I.
Como todos los prefectos, Poncio pertenecía al orden ecuestre (ordo equester), la más baja de las dos órdenes aristocráticas romanas, por debajo del orden senatorial. Sus miembros eran llamados eques (plural equites), o caballeros.
Desde el momento que Pilato tomó el cargo, en el verano de 26 d.C., los altercados no dejaron de producirse. Hemos hablado de estos sucesos en otro artículo (El pacifismo en la época de Jesús), así que aquí nos limitaremos a resumirlos, ofreciendo una cronología aproximada:
Durante el invierno de 26 d.C. o primeros de 27 d.C Pilato envía a Jerusalén un destacamento de refuerzo que entra portando las insignias y estandartes romanos. Estos símbolos, que eran casi venerados por los soldados, no eran tolerados por la ley religiosa judía, que prohibía toda representación humana o animal. Los estandartes romanos se llamaban signum (un poste que contenía varios discos y una mano), vexillum (un poste con una banderita roja con un águila bordada), y los imagine (unos postes con un busto de la cabeza del emperador en su extremo). Los líderes de Jerusalén y los tetrarcas Antipas y Filipo enviaron delegaciones a Cesarea, donde se encontraba Pilato, para protestar por este ultraje. Pilato rechazó sus propuestas. Entonces una comitiva de representantes del pueblo junto a mucha población acudieron hasta Cesarea. Tras cinco días manifestándose delante del palacio de Pilato, y sin que éste les concediera audiencia, finalmente Pilato les reúne en el estadio de la ciudad, donde escucha sus proposiciones pero bajo amenaza de muerte les conmina a ceder. Y les rodea de soldados. Los judíos se postran en tierra asegurando que están dispuestos a morir. Pilato, impresionado, se retracta y ordena la retirada de las insignias de Jerusalén. (Este suceso está reflejado en El Libro de Urantia, LU 185:1.3)
No repuesto de la humillación del anterior suceso, Pilato busca otra forma de enfrentarse a los judíos. En el verano de 27 d.C. hace colocar unos escudos con inscripciónes del emperador, sin imagen alguna, en los muros del palacio de Herodes el Grande en Jerusalén, que junto a la fortaleza Antonia es donde están acantonadas las tropas. El hecho de que los judíos se escandalizaran de nuevo indica claramente que no era por un tema de iconos el que estos objetos resultaran ofensivos, sino más bien a que tenían un carácter sagrado para las tropas romanas. De nuevo los cuatro hijos de Herodes el Grande que vivían en Palestina (entre ellos los tetrarcas Antipas y Filipo), junto a los líderes religiosos, protestan por esta nueva provocación. Pero Pilato no hace caso pues estima que con estos escudos no se conculca ninguna ley religiosa. Entonces los herodianos y los judíos influyentes envían un mensaje al emperador Tiberio. La respuesta, ordenando la retirada de los escudos, debió llegar a los dos meses, en otoño. Pilato volvía a sufrir otra deshonrosa derrota. (LU 185:1.4)
Durante el año 27 d.C. Pilato debió decidir que había que mejorar y reconstruir el acueducto que abastecía de agua a Jerusalén, que fue construido por Herodes el Grande y que ya estaba muy viejo. Trató el asunto con el sanedrín, pues en gran parte el abstecimiento de agua era responsabilidad de ellos, ya que mucha del agua se consumía para la realización de los rituales del templo. Pero parece que el sanedrín no estaba muy dispuesto a colaborar en esta obra. Debieron esgrimir que no tenían dinero para tal fin. El dinero de las recaudaciones de impuestos del templo, llamado corbán, no se consideraba un dinero disponible para estos fines. Los judíos consideraban este tesoro como algo sagrado, sólo disponible para casos de extrema necesidad, y sobre todo para financiar los aspectos religiosos del pueblo. Pilato vió la oportunidad de resarcirse de sus anteriores errores. Así que a fines de 27 d.C. se incautó por la fuerza de una parte del tesoro del templo con la intención de utilizarlo para este fin. Las obras de reforma del acueducto deben datar de fines de ese año. Este acueducto discurría desde la piscina de Salomón en Jerusalén hasta el suroeste de Belén, en una población llamada Etán. No obstante, este hecho constituía un nuevo ultraje para el pueblo judío, que aprovechando una estancia de Pilato en Jerusalén, seguramente con motivo de la pascua de 28 d.C., no dudó en protestar en masa. Se congregó una enorme multitud frente a la fortaleza Antonia. Pilato accedió a escuchar a la delegación y se sentó en su tribunal. Pero sus intenciones benévolas eran sólo una farsa. Mientras se realizaba la audiencia, Pilato hizo desplegar entre la gente a soldados camuflados de judíos que portaban garrotes con clavos. Cuando, a las negativas y palabras de Poncio la gente, alterada, empieza a insultar e injuriar al prefecto, Poncio da una orden a los soldados, que se ponen a golpear a la multitud. En medio del revuelo mucha gente muere pisoteada por sus propios paisanos o por los soldados romanos. Los judíos, a pesar de ser pillados por sorpresa, se defienden y causan la muerte también de soldados. El resultado final, una masacre. Pero el pueblo parece acallarse. Ya no habrá más delegaciones.
Según El Libro de Urantia (LU 185:1.5), en una versión que no es confirmada por ninguna literatura antigua, este suceso, lejos de olvidarse, provocó no menos de veinte disturbios, seguramente todos concentrados en Jerusalén, durante el año 28 d.C. Posiblemente las tropas romanas asentadas en Judea recibieron ataques de radicales judíos, y algunos soldados murieron. Pilato debió reprimir estas revueltas con rigor, buscando a los causantes y crucificándolos. El Gólgota, en Jerusalén, debió ser un lugar concurrido durante este año. Es curioso pero si alguno de estos altercados ocurrieron durante la pascua de 28 d.C. entonces Jesús y sus discípulos fueron testigos del suceso, pues estuvieron en Jerusalén, según El Libro de Urantia, ese año (LU 147:2.1). Y sin embargo, no se nos menciona en El Libro ningún suceso de este tipo.
Finalmente, no sabemos muy bien la causa de esto, unos galileos que estaban en el templo realizando sus ritos debieron encender la cólera del tribuno de Jerusalén, que siguiendo las órdenes de Poncio, arremetió contra ellos. Quizá forcejearon con los soldados, y al final la refriega provocó que muchos murieran incluso dentro del recinto sagrado. La sangre de aquellos hombres, que se derramó por el enlosado del templo, debió de impurificar el lugar durante ciertos días, hecho que provocó la indignación de todo el pueblo. Seguramente las protestas de los herodianos y del sanedrín alcanzaron de nuevo a Tiberio, pero parece que esta vez no vinieron órdenes contrarias de Roma. Este último altercado aparece mencionado en los evangelios (Lc 13:1-5).
El suceso que evidentemente llena por completo el interés sobre este personaje, que de otro modo habría pasado por un total anonimato, es sin duda Jesús. Durante la predicación de Jesús, el Maestro había pasado por Samaria sin llamar la atención del prefecto, que como vemos no era un hombre preocupado por los asuntos religiosos de los judíos. Así pues, allí Jesús pudo predicar en paz en la zona bajo dominio directo de Roma, si no fuera porque este territorio, el de los samaritanos, no contaba con la simpatía de los judíos.
Sin embargo, el sanedrín supo enredarle muy bien durante su estancia por la pascua del año 30 d.C. para autorizar la muerte de Jesús. Es curioso constatar el hecho de que de no haber estado Pilato en Jerusalén por esta pascua, como parece que ocurrió en otros años (en los que el prefecto no se obligaba a visitar Jerusalén dado el caldeado estado de ánimo de los judíos), los sucesos habrían podido tener lugar completamente de otro modo. Tenemos un ejemplo de esto en la narración que Lucas hace del apresamiento del apóstol Pablo (Hch 21:27-40). Los sanedritas se conjuran contra él, pero al no estar presente el prefecto, es el tribuno de la guarnición de Jerusalén el que se hace cargo del arresto. Su intención es azotar al prisionero y dejarlo luego, pero al ver que merece ser juzgado por el prefecto es remitido a Cesarea. Éste podría haber sido el caso de Jesús si Pilato hubiera permanecido en su capital durante la pascua.
Tal y como ocurrieron las cosas, Pilato volvió a caer en el error de permitir que las influencias del sanedrín sobre Tiberio le obligaran a claudicar en la tímida defensa que efectuó de Jesús. Puesto que a Pilato la muerte de un judío le traía sin cuidado (lo que realmente prolongó algo el juicio a Jesús fue el deseo de Pilato de oponerse al sanedrín judío), finalmente lo entregó, no sin una última pequeña victoria: colocar un cartel sobre su cruz que dijera «Jesús, rey de los judíos», algo ofensivo para la mentalidad hebrea. Ni siquiera un mensaje de su mujer (Mt 27:19), Claudia Prócula, que al parecer se había hecho creyente de Jesús a través de una criada, le hizo cambiar de opinión. Tradiciones cristianas posteriores elevaron a la mujer de Pilato a una posición destacada en la naciente cristiandad (algo corroborado en LU 185:1.7), y gracias a algunos textos apócrifos conocemos su nombre, que los evangelistas no mencionan.
Al final, los constantes enfrentamientos con los judíos fueron la causa del fin de Pilato. Existía una creencia entre los samaritanos de que los vasos sagrados del templo se hallaban enterrados, desde tiempos de Moisés, en el monte Gerizim. Un samaritano prometió en el año 35 d.C. sacar a la luz los vasos si el pueblo se reunía en dicha montaña. Los más crédulos le escucharon, y grandes multitudes de samaritanos armados concurrieron al poblado de Tiratana, en la falda del monte.
Pero Pilato, enterado de esta congregación, y creyendo que se podría organizar una revuelta, envió sus tropas contra los creyentes. Algunos murieron, otros fueron capturados. Pilato condenó a muerte a los más distinguidos. Los samaritanos, anonados por la fiereza de la represión de Pilato, acudieron a Vitelio, legado de Siria, explicándole que la naturaleza de aquel evento había sido puramente religioso y no sedicioso. Vitelio mandó a Pilato ante Tiberio para reponder ante él de su conducta y entregó la administración de Judea a Marcelo.
El viaje de Judea a Roma debió de llevar a Pilato aproximadamente un año, dado que no llegó a la capital hasta después de la muerte de Tiberio. No sabemos nada con certeza de su suerte posterior. Con la expansión del cristianismo, la figura de Pilato cobró más interés en los historiadores de la naciente Iglesia. Unos le hacen morir ajusticiado por Tiberio, arrepentido por la condena de Jesús y convertido al cristianismo. Eusebio le describe exiliado por Calígula en la Galia, y suicidándose después en Viena. Otros le describen suicidándose en Roma, o en Lausanna (en el lago Ginebra) o en el lago Lucerna (donde todavía hoy se muestra a los turistas el lugar). Otros le imaginan ajusticiado por Nerón. Incluso la iglesia monofisita copta llegó a venerarle como santo. El Libro de Urantia afirma que se suicidó en Lausanna (LU 185:1.6), donde vivía retirado y posiblemente con síntomas de profunda depresión.
Hernando Guevara, Ambiente político del pueblo judío en tiempos de Jesús, Ediciones Cristiandad, 1985.
Emil Schürer, Historia del pueblo judío en tiempos de Jesús, Ediciones Cristiandad, 1985.
Flavio Josefo, Obras completas, Antigüedades judías y Guerras de los Judíos, Editorial Acervo Cultural, 1961.