© 2005 Jan Herca (licencia Creative Commons Attribution-ShareAlike 4.0)
En muchos libros que versan sobre la «época de Jesús» se suele estudiar únicamente el período comprendido entre las revueltas macabeas y la sublevación judía del 66 d.C. Pero está claro que este período es más extenso que el que vivió Jesús. Por eso me ha resultado especialmente satisfactorio leer el libro de H. Guevara titulado Ambiente político del pueblo judío en tiempos de Jesús. El autor se ciñe verdaderamente al período comprendido entre el final del reinado de Herodes (4 a.C.) y el final de la prefectura de Pilato (36 d.C.) para realizar una minuciosa investigación que más correctamente habría que titular «El nacionalismo violento y el pacífico en tiempos de Jesús». Las conclusiones de su trabajo han resultado tan interesantes y de tanta repercusión para relatar Jesús de Nazaret,[1] que he decidido elaborar aquí un breve resumen.
En esencia, las preguntas que se plantea Guevara quedan enunciadas en la introducción:
¿Fue la época de la Judea dividida (6 a.C. al 41 d.C.) una época revolucionaria, caracterizada por la creciente hostilidad violenta contra Roma, o, por lo contrario, fue ésa una época pacífica en la que Judea se esforzó en resolver por medios no violentos las inevitables tensiones que se presentaron? ¿Cuál fue la actitud de los judíos hacia Roma en la época de la Judea dividida? ¿Fue una actitud conciliadora o una actitud revolucionaria?
Como apunta Guevara, resulta indiscutido que surgió en el año 6 d.C. un partido revolucionario organizado por un tal Judas Galileo. Y que en el 66 d.C. estalló la rebelión abierta contra Roma. Pero, ¿qué ocurrió desde la formación del partido hasta la rebelión? ¿Fue todo el período un constante y creciente estado de guerra, o pasó primero por una etapa más moderada?
La respuesta tiene su importancia. Algunos autores han querido ver en Jesús a un maestro revolucionario próximo a los círculos del partido guerrillero que con el tiempo pasaría a llamarse de los «zelotas».
Según Guevara, estas afirmaciones carecen de fundamento, como también el hecho de que se llamaran así mismos «zelotas» los seguidores de Judas Galileo. Al parecer, este título, que reproduce el sonido de un palabra griega por la que se tradujo la aramea qanna («celoso»), sólo se lo aplicaron para sí un reducido grupo de fanáticos que se atrincheraron en Jerusalén durante el asedio de las legiones romanas. En definitiva, que no existieron zelotas en tiempos de Jesús (más bien un grupo de revolucionarios seguidores de Judas Galileo, que no se dieron ese nombre por esa época), y que el movimiento iniciado por Judas Galileo, tras un primer brote de entusiasmo popular que acabó en tragedia en el 6 d.C., vivió de forma clandestina y moderada durante toda la vida de Jesús.
Es más, Guevara llega a afirmar en sus conclusiones:
La época de la vida pública de Jesús fue un época pacífica. No quiere decir eso que no hubo tensiones entre judíos y romanos en esos años, sino que los judíos acudieron a las vías legales y pacíficas para exigir el respeto a su ley; su actitud hacia el gobierno de Roma fue una actitud conciliadora, buscaron la manera de convivir con el poder extranjero, en plena fidelidad a la ley judía.
Es decir, hemos pasado de considerar la época en la que vivió Jesús de revolucionaria a pacífica, y hemos pasado de ver a un supuesto grupo guerrillero que sembraba el pánico entre los romanos constantemente, y al que algunos autores han querido ver como parte de la actividad de Jesús, a ver a un grupo de judíos organizados y moderados que realizan actos pacíficos para buscar la solución a sus conflictos con el gobierno romano. Sin duda un cambio significativo en la forma de ver la época de Jesús. Pero, ¿cómo llega Guevara a estas conclusiones? ¿Por qué algunos autores ven en la época de Jesús un período tan diferente?
La explicación nos la ofrece fácilmente el autor. Al parecer, muchos investigadores no han recurrido a un minucioso análisis de las fuentes literarias que poseemos sobre la época de Jesús, sino que se han limitado a extrapolar los sucesos narrados más de treinta años después de la muerte de Jesús, al período de su vida pública. Todos estos estudiosos han seguido la senda marcada hace ya demasiados años por Emil Schürer, padre de la historia judía de tiempos de Jesús, y autor de la obra Historia del pueblo judío en tiempos de Jesús.
En esta obra Schürer plantea (tomo I, pag. 462):
Dado que la situación política de Judea durante el período de los años 6 al 41 d.C. es esencialmente la misma que la de Palestina en su conjunto durante los años 44-66 d.C., vamos a referirnos simultáneamente a ambos períodos, combinando todos los datos que disponemos.
Es decir, que se funden en una dos épocas muy distintas, como el buen análisis de Guevara pone al descubierto, siendo el primer escritor que advierte que debió de existir en la época de Jesús un grupo organizado de judíos que obró por medios pacíficos, en contraposición al grupo de revolucionarios violentos que se unieron a Judas Galileo. Desgraciadamente, este grupo de pacifistas no llegó a medrar, siendo ahogado finalmente por el estallido revolucionario del 66 d.C. Sin embargo, hay páginas de la historia en las que ha quedado grabada su impronta, para aquellos que están dispuestos a releer y reestudiar todos los temas dos veces.
Guevara se remite a las fuentes históricas que poseemos, y que son, por orden de importancia: Flavio Josefo, Filón de Alejandría, Cornelio Tácito, la literatura apocalíptica, la literatura de Qumrán, la literatura targúmica y rabínica, y el Nuevo Testamento.
Aquí tan sólo voy a ofrecer un escueto resumen de algunas referencias que creo que resultarán adecuadas para entender porqué Guevara alcanza sus conclusiones. Vamos a limitarnos sólo a referencias que tengan que ver con la época de la vida adulta de Jesús (5 - 30 d.C.), y que muestren tensiones o revueltas sucedidas en ese período.
Nació (seguramente en Jerusalén) hacia el 37/38 d.C., es decir, sólo siete años después de la muerte de Jesús. Pertenecía a una de las más influyentes familias sacerdotales. Al parecer fue un judío que lo probó todo: se hizo durante un tiempo saduceo, fariseo y esenio, y luego se fue al desierto al estilo de Juan Bautista en pos de un maestro llamado Bannus. También viajó a Roma. A su regreso se encontró su país levantado en armas y él tuvo que formar parte como comandante de Galilea. Pero no estaba convencido de que el levantamiento militar contra Roma fuera una buena idea, y en cuanto fue capturado por los romanos se hizo amigo de ellos, proporcionándoles toda suerte de ayuda para tratar de sofocar la rebelión. De cautivo pasó a ganarse la libertad y el favor del nuevo emperador Vespasiano. Fue entonces cuando escribió Guerras judías (BJ), obra muy crítica con los llamados «zelotas». Veinte años después, y cuando ya los sucesos de la guerra habían quedado en el pasado, publicó Antigüedades judías (AJ), su Autobiografía y Contra Apión, un epílogo de Antigüedades judías. Su obra es de un valor incalculable para conocer la época de Jesús porque es el autor que reúne una mayor cantidad de datos históricos sobre el período.
A continuación ofrezco algunos fragmentos de Flavio Josefo (con sus paralelos entre BJ y AJ).
Fue la rebelión más conocida de la época. Según Flavio Josefo el tal Judas fue el iniciador del movimiento «zelota», pero al parecer el movimiento sufrió un duro varapalo en sus comienzos. Sólo mucho tiempo después (66 d.C.), el movimiento se relacionó con la guerra abierta contra Roma. Hasta ese momento, es dudoso el tipo de actividades que realizaban. El historiador judío no los tuvo en muy buena consideración, cargando sobre él muchas de las culpas del triste final de Jerusalén y de los judíos de su tiempo.
La rebelión sucedió justo en el momento en que Coponio fue enviado como primer prefecto romano en sustitución de Arquelao (6-7 d.C.), momento en el que también fue enviado Quirino a Siria como consulado.
Desde luego la rebelión se produjo en un momento muy inoportuno, porque seguramente Coponio y Quirino estaban deseosos de demostrar a sus superiores el acierto de la confianza depositada en ellos, y debieron reprimir la revuelta con bastante rigor.
Reducido el territorio de Arquelao a provincia, fue enviado como gobernador el caballero romano Coponio, que recibió del César plenos poderes, inclusive el de pena capital. Bajo su gobierno un galileo de nombre Judas incitaba a los habitantes del país a la rebelión, acusándolos de cobardes si pagaban el impuesto a los romanos y si reconocían amos mortales al lado de Dios. (BJ II, 17)
Habiendo sido anexionado el territorio de Arquelao a Siria, el César envió a Quirino, varón del orden consular, para adelantar un censo de propiedades en Siria y para liquidar los bienes de Arquelao. (AJ XVII, 355)
1 Quirino, senador romano, varón que había ascendido por todos los cargos hasta llegar al consulado, llegó a Siria, enviado por el César como juridicus de la nación y censor de propiedades. 2 Coponio, caballero romano, fue enviado con él, como gobernador de los judíos, con plenos poderes. Quirino pasó luego a Judea, que había sido anexionada a Siria, para valorar las propiedades y para liquidar los bienes de Arquelao. 3 Al principio, los judíos se irritaron al oír hablar de declaración de bienes; pero luego condescendieron, gracias a los razonamientos que les hizo el sumo sacerdote Joazar, hijo de Boeto, y, convencidos por sus razones, declaraban sus bienes sin reparo. 4 Pero Judas, un gaulanita de la ciudad de Gamala, apoyado por el fariseo Sadoq, se lanzó a la rebelión, diciendo que el censo implicaba la esclavitud, e incitando al pueblo a la rebelión. 5 Si tenían éxito, decían, habrían asegurado la felicidad que poseían. Si fracasaban en su intento, obtendrían fama y honor por la nobleza de sus propósitos. Decía que Dios colaboraría en su empresa si ellos, entusiasmados por la grandeza de la causa, permanecían firmes en su propósito sin retroceder ni siquiera ante la muerte. 6 La gente oía de muy buen grado lo que ellos decían; así, la arriesgada empresa hizo rápidos progresos. No hubo mal que no causaran estos hombres y que no influyera en la nación más de lo que se puede decir. 7 Guerras de violencia incontrolable, desaparición de amigos que hubieran podido aligerar las penas, ataques de bandoleros, asesinatos de notables. Todo esto con el pretexto del bien común; en realidad, por interés personal. 8 De aquí se originaron sediciones y asesinatos políticos, ya sea a manos de los enemigos, ya sea a manos de los mismos compatriotas, por el odio ciego que enfrentaba a unos contra otros. Hambre que llevó a las peores abyecciones, toma y destrucción de ciudades, hasta que el mismo templo de Dios llegó a ser pasto de las llamas enemigas. Ésa fue la sedición. 9 Así, pues, la innovación en las instituciones patrias es un peligro inmenso para la salud de la nación. En este caso, Judas y Sadoq introdujeron una «cuarta filosofía», extraña para nosotros; ganaron numerosos adictos; llenaron el país de desórdenes inmediatos y sembraron las raíces de los males que se hicieron sentir más tarde. Todo sucedió a causa de la nueva filosofía. 10 Sobre lo cual deseo decir algo, aunque sólo sea porque el entusiasmo con que la acogieron los jóvenes causó la ruina de nuestro país. (AJ XVIII 1-10)
A la secta fundada por Judas Galileo, curiosamente, Flavio Josefo no le da el nombre de «zelotas», sino que no se le coloca nombre alguno, hablando tan sólo de una «cuarta secta».
Judas Galileo era el maestro de su propia secta, el cual no tenía nada parecido con los otros. (BJ II, 118)
23 Judas Galileo fue el fundador de la «cuarta secta»; esta secta conviene en todo con la doctrina farisea, con la excepción de que tienen una pasión incontenible por la libertad; convencidos de que el único Señor y amo es Dios, tienen en poco someterse a las muertes más terribles y perder amigos y parientes con tal de no tener que dar a ningún mortal el título de «Señor». 24 Paso por alto relatar la inquebrantable firmeza que mostraron en tales circunstancias; de ello fueron testigos muchos. No temo que parezca increíble lo que se dice de ellos; antes bien, temo que mis palabras se queden cortas en lo referente a la manera como aceptaban el dolor. 25 Tal fue la locura que comenzó a afectar a la nación a partir del gobierno de Gesio Floro, cuyas medidas arbitrarias decidieron a los judíos a rebelarse contra Roma. (AJ XVIII, 23-25)
No podemos considerar este suceso como una rebelión. Al parecer, durante el gobierno de Coponio (6 - 9 d.C.), unos samaritanos esparcieron huesos humanos provenientes de tumbas en el templo de Jerusalén. Se desconoce el motivo por el que los samaritanos hicieron esto, pero es posible que fuera provocado por alguna acción previa de los judíos, que debió disgustar a los samaritanos. De hecho, Josefo cuenta que los judíos no tomaron represalias por este acto, sino que se limitaron a adoptar medidas para evitar que se volviera a producir, seguramente reforzando la seguridad del templo. El pasaje se encuentra en AJ XVIII 29-30.
Desde Coponio a Pilato no sucedió nada digno de mención. Tan sólo Josefo menciona a tres prefectos más contemporáneos de Jesús: Marco Ambíbulo (9 - 12 d.C.), Rufo (12 - 15 d.C.) y Valerio Grato (15 - 26 d.C.). Este último cambió frecuentemente al sumo sacerdote hasta dejar en el cargo a José Caifás. Pero no tuvieron lugar ni disturbios ni desórdenes de ningún tipo, o al menos no de cierta entidad como para que Josefo se digne a recordarlo.
Pilato, sin embargo, fue otro tema. Josefo se entretiene bastante en describir dos sucesos muy significativos. El primero fue la introducción de unas imágenes (más bien unas insignias seguramente sin imagen alguna), suceso ocurrido muy probablemente durante el invierno del año 26 d.C., año en que tomó el cargo. Es posible que llegara a Judea ese verano, pues los viajes por mar se solían hacer en esa época y él habría viajado desde Roma. El segundo suceso fue el sofoco de una manifestación contra el uso de un dinero del templo.
169 Pilato, enviado por Tiberio como gobernador a Judea, introdujo en Jerusalén, de noche, ocultos, bustos del César, llamadas insignias. 170 Llegado el día, esto provocó un enorme alboroto entre los judíos; los allí presentes quedaron estupefactos al ver cómo se conculcaban las leyes que prohíben poner imágenes en la ciudad; a su indignación se sumó inmediatamente el pueblo del campo. 171 Los judíos se precipitaron a Cesarea, donde estaba Pilato, a suplicarle que retirara de Jerusalén las imágenes y que respetara sus leyes. Como Pilato se negara, cayeron prosternados alrededor de la casa de Pilato y permanecieron inmóviles durante cinco días y cinco noches. 172 Al día siguiente, Pilato subió al tribunal, colocado en el gran estadio, y convocó al pueblo con el pretexto de responder a sus peticiones, y dio la señal a los soldados armados de rodear a los judíos. 173 Los judíos quedaron mudos al verse rodeados de una triple fila de soldados. Pilato les dijo que los haría trizas si no aceptaban las imágenes del César, y dio orden a los soldados de desenvainar las espadas. 174 Pero los judíos, inmediatamente, a una señal convenida, cayeron todos a tierra y, extendiendo el cuello, gritaban que estaban listos para morir antes que transgredir la ley. Pilato, maravillado extraordinariamente por su profunda religiosidad, ordenó inmediatamente retirar las imágenes de Jerusalén. (BJ II 169-174)
55 Pilato, comandante de Judea, trasladó su ejército de Cesarea a Jerusalén para que invernara allí; él, para abolir las leyes judías, concibió el plan de introducir en la ciudad bustos del emperador adheridos a los estandartes, siendo así que la ley prohíbe fabricar imágenes. 56 Por eso los primeros comandantes habían entrado en la ciudad sin tales adornos. Pilato fue el primero, que sin que nadie lo supiera, de noche, introdujo esos bustos en Jerusalén y los instaló allí. 57 Cuando los judíos tuvieron conocimiento de esto, se presentaron en masa en Cesarea y le suplicaban a Pilato durante muchos días que trasladara las imágenes. Pilato no accedió, porque lo consideraba como un insulto al César. Los judíos no dejaban de insistir en sus peticiones. Al sexto día, Pilato, después de haber colocado secretamente a sus soldados armados, subió al tribunal; él había preparado todo de manera que pudiera ocultar al ejército allí colocado. 58 Nuevamente, los judíos persistían en su súplica. A una señal convenida, rodea a los judíos con sus soldados armados y los amenaza con darles muerte inmediatamente si persisten en el tumulto y no se vuelven a sus casas. 59 Los judíos se postraron rostro en tierra y, desnudándose el cuello, decían que aceptaban con gusto la muerte antes que transgredir la sabiduría de sus leyes. Pilato, maravillado por su firmeza en la observancia de la ley, trasladó inmediatamente las imágenes de Jerusalén a Cesarea. (AJ XVIII 55-59)
Este suceso lo sitúa Josefo en su narración antes de hablar de la muerte de Jesús, por lo que parece que ocurrió en vida de Jesús, aunque resulta extraño que no aparezca mencionado en los evangelios, a no ser que este suceso y el que se vislumbra en Lc 13:1-2 sean el mismo.
La conclusión personal que extraigo es que este disturbio, al igual que el de las insignias, sí tuvo lugar en tiempos de Jesús, aunque no haya quedado reflejado en los evangelios ninguno de ambos y sí otro diferente relacionado con unos galileos. Parece que los disturbios no fueron infrecuentes en tiempos de Pilato, aunque nunca tuvieron un carácter guerrillero ni de levantamiento popular.
175 Después de esto, Pilato provocó un nuevo desorden, al derrochar los dineros sagrados, llamados korbonas, en un acueducto; las aguas se llevaban desde una distancia de 400 estadios. Ante esto, el pueblo se indignó, y, habiéndose presentado Pilato en Jerusalén, rodearon su tribunal, vituperándolo a grandes voces. 176 Él, previendo el tumulto, había mezclado entre el pueblo soldados armados con la orden de no usar la espada, sino de golpear con garrotes a los que vociferaban. Desde su tribunal dio la señal convenida. 177 Muchos judíos cayeron bajo los garrotazos y muchos otros perecieron pisoteados por los mismos judíos en la fuga. Ante la masacre, el pueblo calló. (BJ II 175-177)
60 Pilato construyó un acueducto para Jerusalén con dineros sagrados, llevando las aguas desde una distancia de 200 estadios. A los judíos no les agradó esto. Millares de gentes se reunieron y gritaban a grandes voces que desistiera del proyecto; algunos llegaron a injuriarlo con palabras soeces, como sucede con las multitudes. 61 Él había enviado un gran número de soldados vestidos a la manera judía, con garrotes bajo las túnicas, y los había diseminado entre la muchedumbre. Luego ordenó a los judíos retirarse. Como los judíos persistieran en injuriarlo, dio la señal convenida. 62 Los soldados acometieron con más violencia de la ordenada por Pilato, golpeando indiscriminadamente. Los judíos no mostraron cobardía, a pesar de haber sido sorprendidos sin armas por los soldados que los habían atacado premeditadamente. Murieron muchos judíos; otros se retiraron heridos. Así terminó la sedición. (AJ XVIII 60-62)
Aparece mencionada en Josefo en un pasaje que ha provocado un enconado debate por parte de los estudiosos, evidentemente porque de ser auténtico es la prueba más evidente y palpable de que Jesús efectivamente existió y que la tradición sobre la forma de su muerte es cierta. Debió de ser un disturbio de cierto calado como para que Josefo lo recuerde, habida cuenta de que posteriormente creó la secta de los «cristianos», que ya eran del conocimiento de Josefo en la época en la que él escribió.
63 Por este tiempo vivió un hombre sabio, si es que se le puede llamar un hombre, porque él hacía cosas maravillosas y enseñaba de tal manera que la gente recibía la verdad con alegría. Se ganó a muchos judíos y a muchos griegos. 64 Él era el Mesías. Cuando Pilato, por acusaciones de nuestros jefes, lo condenó a la cruz, no fue abandonado por sus seguidores. Al tercer día se les presentó resucitado como los profetas de Dios habían preanunciado de él, esto y otras cosas maravillosas. El grupo que ha tomado de él el nombre de cristianos no ha desaparecido hasta hoy. (AJ XVIII 63-64)
Las conclusiones de Guevara sobre estos pasajes es que no se pueden extrapolar los sucesos acaecidos durante la rebelión judía a la época de Jesús. Josefo parece hablar de dos tiempos: «llenaron el país de desórdenes inmediatos y sembraron las raíces de los males que se hicieron sentir más tarde».
Es decir, después de la revuelta de Judas Galileo, la única ocurrida en tiempos de Jesús, que fue sofocada amargamente, vino un período de tranquilidad o más bien de lucha clandestina y en la sombra. Los revolucionarios no volvieron a lanzarse contra el poder establecido. Durante todo el tiempo de vida de Jesús, los judíos buscaron vías pacíficas para manifestarse contra el poder romano. Sólo tiempo después, más de veinte años después, esa semilla de la revuelta de Judas germinó, reapareciendo los revolucionarios como un grupo totalmente decidido a la lucha armada.
En la frase hay una clara oposición entre inmediatos y más tarde; en el texto original aparece παρόν-αΰθις. La imagen de sembrar las raíces insinúa un efecto a un plazo posterior tardío; pasados los desórdenes provocados inmediatamente por la rebelión, quedaron las raíces, cuyos frutos se percibieron más tarde. La frase deja entrever que después de la rebelión hubo un receso, un período de calma; no dice que los desórdenes continuaron ininterrumpidamente. (Guevara, pág. 75)
Durante el mandato de Poncio Pilato, el más importante para nuestra investigación, acaecieron dos episodios de grave tensión entre el prefecto romano y los judíos. La reacción judía está caracterizada en ambos momentos y, lo que es muy de notar, en ambas versiones como la resistencia a una medida concreta del magistrado romano, pero no como pretensión de recuperar la libertad de la nación. Ni acuden a medios violentos ni aparecen grupos revolucionarios. Es cierto que la reacción judía en el primer episodio fue más ordenada y respetuosa; pero en el segundo, los judíos no hicieron violencia, sino que la padecieron. (Guevara, pág. 108)
Es el escritor más contemporáneo de la época de Jesús. Nació en el 20 a.C. y murió entre el 45 y 50 d.C. Pertenecía a una familia aristócrata financiera de Alejandría. El propósito de sus escritos era unificar lo mejor de la fe judía y de la filosofía griega. Escribió su libro Legatio ad Caium poco después del asesinato de Calígula, para convencer a Claudio de que el éxito de su gobierno dependería de la política que siguiera con los judíos.
Este escrito menciona como ejemplo para el César del respeto que tenía Tiberio hacia las costumbres judías un suceso de unos escudos que no aparece mencionado en Josefo.
Tiberio… nombró a Pilato gobernador de Judea. Éste, no tanto por honrar a Tiberio como por vejar al pueblo judío, colocó en el palacio de Herodes, situado en la Ciudad Santa, unos escudos dorados que no tenían imagen alguna ni nada prohibido, sino solamente una inscripción que mencionaba el nombre de quien los edificaba y el nombre de aquel a quien estaban dedicados.
Cuando la gente lo supo, y eso se supo inmediatamente, tomó como voceros a los cuatro hijos del rey, que tenían dignidad real, y, acompañada de los notables y principales, pedía que no se siguiera violando la ley con esos escudos, que se respetaran las costumbres ancestrales que habían sido observadas religiosamente a lo largo de los siglos anteriores por emperadores y reyes.
No incites al pueblo a la rebelión, no nos hagas la guerra, no acabes con la paz. No pongas a Tiberio como pretexto para ultrajar a nuestro pueblo. El emperador no quiere acabar con nuestras costumbres. Si tú afirmas lo contrario, muéstranos entonces la orden o el decreto de Tiberio para que, dejando de incomodarte, enviemos una embajada a nuestro señor. (Legatio 299-301)
Pilato, al oír hablar de embajada que podía acusarlo ante el emperador, se exasperó pero no quitó los escudos (Legatio, 302). Entonces los principales judíos escribieron una misiva a Tiberio, quien con gran enojo respondió a Pilato que quitara los escudos inmediatamente y los trasladara a Cesarea (Legatio 303-305).
La conclusión vuelve a ser la misma que la alcanzada con los datos de Josefo: el pueblo judío se muestra como una sola voz unida que apela a la autoridad del emperador y suplica por las vías diplomáticas pacíficas el respeto a sus costumbres.
También es interesante notar que este suceso se suele considerar diferente del ocurrido con las insignias mencionado en Josefo, lo cual viene a indicar que Josefo se limitó a recoger sólo aquellos sucesos que le resultaron más notables, pero probablemente sucedieron más.
Nació hacia el 55/56 d.C. Aristócrata romano de gran carrera en la administración: primero vigintivir o tribunus lacticlavius con el emperador Vespasiano, cuestor durante el reinado de Tito, tribuno o edil bajo Domiciano, pretor hacia el 88 d.C., cónsul bajo Nerva en el 97 d.C. y finalmente procónsul de Asia hacia el 112/113 d.C.
Escribió dos grandes libros, Historias, que tratan la historia de los emperadores Flavios, y Anales, cuyo tema es la dinastía julio-claudia.
Las únicas menciones que hace sobre temas judíos es en el libro V de sus Historias, pero todo lo que refiere está fuera del período de la vida pública de Jesús. Además es curioso que tan sólo menciona hechos violentos antes y después: una sublevación a cargo de un tal Simón, justo a la muerte del rey Herodes; la tensión ocasionada con la estatua que Calígula ordenó erigir en el templo; y finalmente la rebelión abierta durante la procuratura de Gesio Floro.
La conclusión de Guevara es que la ausencia de menciones a actos violentos durante el período relacionado con Jesús está diciendo claramente que este período careció de tales hechos.
Guevara menciona varios libros que fueron escritos hacia la época de Jesús: el Libro 1 de Henoc o Henoc etiópico, el Libro de los Jubileos, los Salmos de Salomón, y el Testamento de Moisés. Estos escritos contienen todos un reflejo de la mentalidad apocalíptica de esta generación. Este movimiento, contrariamente a lo que su acepción actual parece denotar, tenía como centro de gravedad una esperanzada ilusión por el futuro inmediato. Según la apocalíptica existía una certeza de que la época de las tribulaciones y dominaciones extranjeras a que se hallaba sometido el pueblo judío desde tantos siglos iba a terminar en breve para dar paso a un nueva era de paz y de prosperidad, gracias a la intervención liberadora de Dios y de un ser especial, el Mesías.
De todos los libros mencionados merece la pena detenerse, como hace Guevara, en los Salmos de Salomón. En los muchos versos puede entenderse que la intervención divina prometida se veía no como una lucha armada, sino como una guerra en un plano espiritual, tal como la expresión «con la palabra de su boca» viene a suscitar.
21 He aquí, oh Señor, levanta sobre ellos su rey, el hijo de David,
En el tiempo que tú veas, oh Dios, para que reine sobre Israel tu siervo.
22 Y cíñelo de fuerza para derribar a los gobernantes injustos,
Y para limpiar a Jerusalén de las naciones que la pisotean hasta la destrucción.
23 Con sabiduría y justicia expulsará de la herencia a los pecadores,
Destruirá el orgullo del pecador como un vaso de alfarero.
24 Con vara de hierro desmenuzará todos sus bienes,
Destruirá a las naciones impías con la palabra de su boca;
25 Ante su reprensión, las naciones huirán delante de él,
Y reprenderá a los pecadores por los pensamientos de su corazón.
26 Y reunirá un pueblo santo, al que guiará en justicia,
Y juzgará a las tribus del pueblo santificado por Jehová su Dios.
27 Y ya no permitirá que la injusticia se aloje entre ellos,
Ni habitará con ellos nadie que sepa maldad,
Porque él los conocerá, que todos son hijos de su Dios.
28 Y los dividirá según sus tribus en la tierra,
Y ni el emigrante ni el extranjero habitarán más con ellos.
29 Él juzgará a los pueblos y a las naciones con la sabiduría de su justicia. Sela.
30 Y las naciones paganas le servirán bajo su yugo;
Y glorificará a Jehová en un lugar visible a toda la tierra;
Y purificará a Jerusalén, santificándola como en el pasado.
31 Para que vengan naciones desde los confines de la tierra para ver su gloria,
Trayendo como regalos a sus hijos que se habían desmayado.
Y para ver la gloria del Señor con que Dios la ha adornado.
32 Y será sobre ellos un rey justo, enseñado por Dios,
33 Y en sus días no habrá injusticia entre ellos,
Porque todos serán santos y su rey el ungido del Señor.
34 Porque no confiará en el caballo, ni en el jinete, ni en el arco,
Ni multiplicará para sí oro y plata para la guerra,
35 Ni se ganará la confianza de la multitud para el día de la batalla.
36 El Señor mismo es su rey, la esperanza del que es poderoso por su esperanza en Dios.
37 Ante él temerán todas las naciones,
Porque él herirá la tierra con la palabra de su boca para siempre.
38 Él bendecirá al pueblo del Señor con sabiduría y alegría,
Y él mismo será limpio de pecado, para poder gobernar un gran pueblo. Salmos de Salomón 17:21-38
Básicamente el estribillo de fondo parece ser el mismo en estos salmos. El Mesías, cuando llegue, no requerirá de la lucha armada, porque será tan milagroso que tan sólo con su voz sus enemigos caerán a tierra. Es decir, se trata de una visión un tanto pacífica, en cierto modo, de una posible liberación popular. Estos versículos son del salmo 17 de los Salmos de Salomón, y está fechado en la época de Pompeyo, no muchos años antes del nacimiento de Jesús.
El resto de la literatura judía de la época de Jesús que ha llegado hasta nuestros días no parece contener más información que nos aclare cómo fue la mentalidad imperante en el tema del uso o no de la violencia contra la ocupación. Es decir, la literatura que se engloba en el grupo conocido como «literatura de Qumran», o literatura encontrada junto a un antiguo monasterio judío, la literatura rabínica o escritos posteriores a la época de Jesús de los rabinos, y la literatura targúmica o traducciones con comentarios de la Torá, también de época posterior, ninguna ofrecen datos cualitativos interesantes sobre acontecimientos históricos que ocurrieron en esa época. Parece como si todos los datos históricos relevantes estuvieran contenidos en los relatos de los historiadores ya enunciados.
Pero hay algo más…
No deja de ser interesante echar un vistazo al Nuevo Testamento y a los escritos de los primeros cristianos que han llegado hasta nosotros. Al fin y al cabo son también escritores que comentan la época de Jesús, y que incluso lo hacen más que sus contemporáneos judíos.
El evangelista Lucas deja caer unos datos preciosos en su relato de los Hechos de los Apóstoles. En el pasaje Hch 5:21-33 cuenta cómo los apóstoles tuvieron que comparecer ante el sanedrín, donde fueron interrogados y presionados a abandonar su actividad misionera en nombre de Jesús. La discusión provocada se consiguió suavizar gracias al consejo del maestro Gamaliel I. El rabino trajo a la mente de los asistentes dos acontecimientos que debían estar muy presentes en el auditorio:
36 Hace ya algún tiempo se levantó Teudas, que se creía ser alguien, y lo siguieron unos cuatrocientos hombres. Lo ejecutaron y todos sus seguidores se desbandaron y todo paró en nada.
37 Después de él, con ocasión del censo, surgió Judas Galileo, arrastrando tras sí al pueblo; también él pereció y todos sus seguidores se dispersaron. Hch 5:36.37
Las dos revueltas que menciona Lucas son de la época de Jesús. La de Judas Galileo ya la conocemos, es la que Flavio Josefo menciona en AJ XVIII 1-10, pero además aquí se nos ofrece el resultado final: Judas fue ejecutado y sus seguidores se dispersaron. Y también se indica, apoyando AJ y contraviniendo BJ, que la rebelión se produjo por un censo (Josefo decía que era un censo de bienes, no de personas) y no por el pago de un tributo.
La que no conocíamos era la de Teudas. Y es así porque la única fuente que menciona explícitamente a un Teudas es Josefo en AJ XX, 97-99, cuya descripción del rebelde y de los resultados parecen coincidir muy bien con el dato que da Lucas. Los historiadores discuten si Lucas se equivocó o no, porque el Teudas que menciona Josefo es de época del procurador Cuspio Fado (44-46 d.C.) mientras que Lucas sitúa a su Teudas en un momento anterior a Judas Galileo, cuya rebelión ocurrió al tiempo del nombramiento de Quirino como cónsul en Siria (6-7 d.C). En cualquier caso, se trataría de una rebelión o provocada a la muerte de Herodes I, o bien mucho después de la muerte de Jesús, y por tanto fuera de la época de nuestro interés. Sin embargo, esta rebelión de Teudas nos confirma aún más en la idea de que la época de Jesús fue más pacífica que anteriores y que posteriores.
Es el único pasaje de los evangelios que menciona claramente un altercado en tiempos de Poncio Pilato, y por la apariencia, no parece coincidir con ninguno de los que menciona Josefo.
1 En aquel momento llegaron unos a contarle lo de aquellos galileos, a quienes Pilato había hecho matar, mezclando su sangre con la de los sacrificios que ofrecían. 2 Jesús les dijo:
—¿Creéis que aquellos galileos murieron así por ser más pecadores que los demás? 3 Os digo que no; más aún, si no os convertís, también vosotros pereceréis del mismo modo. 4 Y aquellos dieciocho que murieron al desplomarse sobre ellos la torre de Siloé, ¿creéis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? 5 Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis igualmente. Lc 13:1-5
El pasaje resulta verdaderamente intrigante, puesto que da la sensación de que esos galileos a los que Pilato ejecutó no obtuvieron el favor popular. Parece como si el pueblo los considerara pecadores. Pero ¿qué hicieron estos hombres como para que no obtuvieran el favor de su pueblo?
Aunque no trato de incluir aquí El Libro de Urantia como un documento histórico, puede resultar útil para configurar una nueva idea sobre estos pasajes contradictorios y dispersos que tenemos provenientes de las fuentes.
El suceso de Lc 13:1-5 aparece mencionado en iguales palabras en LU 166:4.4. No nos ofrece mucha más información sobre este suceso. Pero el pasaje que resulta extraordinariamente interesante es LU 185:1. Merece la pena reproducir aquí esta sección al completo.
Si Poncio Pilatos no hubiera sido un gobernador razonablemente bueno de las provincias menores, Tiberio difícilmente le hubiera permitido que permaneciera diez años como procurador de Judea. Aunque era un administrador razonablemente bueno, moralmente era un cobarde. No era un hombre lo bastante grande como para comprender la naturaleza de su tarea como gobernador de los judíos. No lograba captar el hecho de que estos hebreos tenían una religión real, una fe por la que estaban dispuestos a morir, y que millones y millones de ellos, dispersos aquí y allá por todo el imperio, consideraban a Jerusalén como el santuario de su fe y respetaban al sanedrín como el tribunal más alto de la tierra.
Pilatos no amaba a los judíos, y este odio profundo empezó a manifestarse muy pronto. De todas las provincias romanas, ninguna era más difícil de gobernar que Judea. Pilatos nunca comprendió realmente los problemas implicados en la administración de los judíos y por esta razón, desde el principio de su experiencia como gobernador, cometió una serie de errores descomunales casi fatales y prácticamente suicidas. Estos errores fueron los que dieron a los judíos tanto poder sobre él. Cuando querían influir sobre sus decisiones, todo lo que tenían que hacer era amenazarlo con una insurrección, y Pilatos capitulaba rápidamente. Esta indecisión aparente, o falta de valor moral del procurador, se debía principalmente al recuerdo de una serie de controversias que había tenido con los judíos, y en cada caso habían sido ellos los que habían vencido. Los judíos sabían que Pilatos les tenía miedo, que temía por su posición ante Tiberio, y emplearon este conocimiento en gran perjuicio del gobernador en numerosas ocasiones.
La desventaja de Pilatos ante los judíos se produjo a consecuencia de una serie de encuentros desafortunados. En primer lugar, no supo tomarse en serio el profundo prejuicio judío contra todas las imágenes, consideradas como símbolos de idolatría. Por consiguiente, permitió que sus soldados entraran en Jerusalén sin quitar las imágenes del césar de sus banderas, como los soldados romanos habían tenido la costumbre de hacerlo bajo su predecesor. Una numerosa delegación de judíos esperó a Pilatos durante cinco días, implorándole que hiciera quitar aquellas imágenes de los estandartes militares. Se negó rotundamente a conceder su petición y los amenazó de muerte inmediata. Como él mismo era un escéptico, Pilatos no comprendía que unos hombres con unos fuertes sentimientos religiosos no dudarían en morir por sus convicciones religiosas; por eso, se sintió consternado cuando aquellos judíos se reunieron desafiantes delante de su palacio, inclinaron sus rostros hasta el suelo y enviaron a decir que estaban preparados para morir. Pilatos comprendió entonces que había hecho una amenaza que no quería llevar a cabo. Cedió, y ordenó que quitaran las imágenes de los estandartes de sus soldados en Jerusalén; desde aquel día en adelante, se encontró ampliamente sometido a los caprichos de los dirigentes judíos, que habían descubierto así su debilidad, la de hacer amenazas que temía ejecutar.
Pilatos decidió posteriormente recuperar su prestigio perdido y, en consecuencia, hizo colocar los escudos del emperador, como los que se empleaban generalmente para adorar al césar, en los muros del palacio de Herodes en Jerusalén. Cuando los judíos protestaron, se mantuvo inflexible. Como se negó a escuchar sus protestas, los judíos apelaron rápidamente a Roma, y el emperador ordenó con igual rapidez que se quitaran los escudos ofensivos. Y Pilatos gozó entonces de mucha menos estima que antes.
Otra cosa que le granjeó una gran desaprobación entre los judíos fue el hecho de que se atrevió a coger dinero del tesoro del templo para financiar la construcción de un nuevo acueducto, a fin de proporcionar un mayor abastecimiento de agua a los millones de visitantes de Jerusalén en las épocas de las grandes fiestas religiosas. Los judíos estimaban que sólo el sanedrín podía gastar los fondos del templo, y nunca dejaron de arremeter contra Pilatos por esta orden arbitraria. Esta decisión provocó no menos de veinte motines y mucho derramamiento de sangre. El último de estos graves disturbios consistió en la matanza de un numeroso grupo de galileos cuando estaban rindiendo culto en el altar.
Es significativo constatar que, aunque este gobernante romano indeciso sacrificó a Jesús por miedo a los judíos y para salvaguardar su posición personal, finalmente fue destituido a consecuencia de una matanza innecesaria de samaritanos en relación con las pretensiones de un falso Mesías que había conducido unas tropas al Monte Gerizim, donde pretendía que estaban enterradas las vasijas del templo; y estallaron unos violentos motines cuando no logró revelar el escondite de las vasijas sagradas, tal como había prometido. A consecuencia de este episodio, el legado de Siria ordenó a Pilatos que volviera a Roma. Tiberio murió mientras Pilatos iba camino de Roma, y no se le nombró de nuevo procurador de Judea. Nunca se recuperó por completo de la lamentable condena que hizo al haber consentido la crucifixión de Jesús. Como no encontró ningún favor a los ojos del nuevo emperador, se retiró a la provincia de Lausana, donde posteriormente se suicidó.
Claudia Prócula, la mujer de Pilatos, había oído hablar mucho de Jesús por boca de su criada, una fenicia que creía en el evangelio del reino. Después de la muerte de Pilatos, Claudia se identificó de manera sobresaliente con la difusión de la buena nueva.
Todo esto explica una gran parte de lo que sucedió este trágico viernes por la mañana. Es fácil comprender por qué los judíos se atrevían a darle órdenes a Pilatos —a hacer que se levantara a las seis de la mañana para juzgar a Jesús— y también por qué no dudaron en amenazarlo con acusarlo de traición ante el emperador si se atrevía a rehusar sus peticiones de ejecutar a Jesús.
Un gobernador romano digno, que no hubiera estado implicado de manera desfavorable con los dirigentes de los judíos, nunca hubiera permitido que estos fanáticos religiosos sedientos de sangre provocaran la muerte de un hombre que él mismo había declarado sin falta e inocente de las falsas acusaciones. Roma cometió una gran equivocación, un error trascendental en los asuntos terrestres, cuando envió al mediocre Pilatos como gobernador de Palestina. Tiberio debería haber enviado a los judíos el mejor administrador provincial del imperio. LU 185:1.1-9
Según El Libro de Urantia ocurrieron una buena cantidad de disturbios durante el gobierno de Poncio Pilato. Sin embargo, hubo cuatro de especial importancia, tres de ellos mencionados de forma idéntica por Flavio Josefo y uno mencionado igual por Filón.
El primero fue la imagen de César en las banderas de sus tropas al entrar en Jerusalén, que coincide con el relato del incidente de las insignias.
El segundo fue la colocación de escudos en los muros del templo de Jerusalén, suceso mencionado por Filón.
El tercero fue la utilización de dinero sagrado del templo, sin autorización del sanedrín, para financiar la construcción de un acueducto. También lo menciona Josefo, pero el historiador menciona un incidente por una protesta fuera del templo. La novedad es que El Libro de Urantia conecta este hecho con el suceso de la masacre de los galileos mencionada en Lc 13. Sencillamente, lo que dice El Libro de Urantia es que este suceso tuvo muchas más implicaciones, ocasionando más de veinte disturbios, el último de los cuales fue una matanza de galileos que estaban rindiendo culto en el altar, el hecho mencionado por Lucas.
El cuarto, que provocó la destitución de Pilato, ocurrió después de la muerte de Jesús, y fue una masacre de samaritanos.
Sobre el suceso de los galileos, tiendo a elaborar mi propia hipótesis. Probablemente estos galileos, o todos o algunos de ellos, eran seguidores de la «cuarta secta», la de los zelotes, y habían ocasionado algún disturbio al acceder al templo, posiblemente increpando a los soldados que se situaban a las puertas. Esto provocó la ira del prefecto, que ya de por sí estaba muy caldeada con el asunto del dinero del templo, y en un arrebato de cólera mandó que los ejecutasen allí mismo, junto al altar. Al final murieron algunos galileos sin culpa alguna, motivo por el que Jesús habla de ellos como «pecadores». En realidad nadie los consideraba tales, sino que Jesús parece estar usando la típica expresión de que al final «pagan justos por pecadores». En El Libro de Urantia, el discurso de Jesús está recogido de forma más completa en LU 166:4, y habla de que las «desdichas humanas no tienen relación con el pecado o con Dios», sino que son fruto de la casualidad muchas veces.
La época de la vida adulta de Jesús fue una época tensa, donde el conflicto con las autoridades estaba a la orden del día. Pero no puede afirmarse que fuera una época de insurrección, llena de violencia, y donde existiera un grupo guerrillero que se pasara el día efectuando asesinatos y motines. Esto sí sucedió durante la niñez de Jesús, aunque él estuvo un buen tiempo viviendo en Egipto y no llegó a sufrir aquello, y también después de su muerte, hasta llegar a la guerra abierta contra Roma en el año 66.
Pero la época de su ministerio, casi toda ella bajo el gobierno de Pilato en Judea y Samaria, de Herodes Antipas en Galilea y Perea, y de Herodes Filipo en Iturea, Gaulanítide y Auranítide, no estuvo marcada más que por un afán pacífico por parte de sus paisanos de resolver las inevitables disputas con la autoridad romana.
Esto fue precisamente lo que le permitió a Jesús predicar libremente y circular sin problemas por toda la nación recorriendo pueblos y ciudades. Si hubiera vivido en un ambiente de tensión, enfrentamiento y violencia, tal inseguridad no habrían hecho prudente tantos viajes.
Pero hay una conclusión mayor que extraer de todas las lecturas realizadas, y es el hecho de que no sólo existió en tiempos de Jesús un grupo, Josefo habla de secta, que proponía el uso de las armas, sino también uno o varios grupos que proponían lo contrario, el uso pacífico de la disuasión y de la utilización de los conductos legales romanos. Estos grupos, a los que iremos viendo aparecer en nuestro relato, han sido extrañamente silenciados de las páginas de la historia. No aparecen bajo un nombre común, pero tuvieron una radical importancia a pesar de su anonimato.
Esta novela, «Jesús de Nazaret», es una biografía sobre el Maestro basada en El Libro de Urantia que está en preparación por el autor. ↩︎