© 1978 Jay Newbern
© 1978 The Urantia Book Fellowship (anteriormente Urantia Brotherhood)
Sin perjuicio de que «la capacidad de comprensión intelectual del hombre queda agotada ante el concepto máximo del Ser Supremo» (LU 115:3.4), sé simplemente que estamos relacionados porque ambos tenemos la misma última designación: SER. Aunque yo como ser humano no soy más que una mota de arena y él como Ser Supremo es el Sahara de arena, somos de la misma familia.
Al intentar visualizar al Dios finito e invisible que todavía tengo que discernir, me imagino la pintura vaticana de Miguel Ángel de un Dios humano, parecido a un padre, extendiéndose para tocar la mano del hombre, su hijo terrenal. Es como si fuéramos las yemas de los dedos del Supremo mientras él se extiende hacia la lejana Urantia de la distante Nebadon en los límites extremos del superuniverso de Orvonton y actualizamos cada vez más nuestros potenciales dados por Dios. Nuestras conciencias materiales pasan a formar parte del sistema nervioso del Ser Supremo.
Curiosamente, en este planeta decimal, Shakespeare utilizó sólo diez palabras para definir la vida: «Ser o no ser, esa es la cuestión». Si decidimos ser, entonces somos seres y por tanto hijos e hijas del Padre; para ser verdaderamente hijos del Supremo, debemos hacer o lograr. Esto, por supuesto, es completamente consistente con el plan del Padre de progreso finito a través del esfuerzo, logro de la criatura a través de la perseverancia y desarrollo de la personalidad a través de la fe.
La forma en que podemos relacionarnos conscientemente con el Ser Supremo en nuestra vida diaria es naturalmente la manera de Jesús: el servicio amoroso a nuestros semejantes. Debemos manifestarnos. Es bueno y necesario que los urantianos compartan compañerismo y se reúnan en grupos de estudio y conferencias, pero debemos hacer mucho más que eso. El espectro de servicios sociales en los que podemos contribuir personalmente abarca desde alimentar a bebés necesitados hasta asesorar a pacientes con enfermedades terminales.
Cada uno de nosotros somos átomos irremplazables del Supremo. Además del privilegio sagrado de albergar a Ajustadores del Pensamiento, se nos ha confiado el deber único de la eternidad de contribuir al crecimiento y evolución del Ser Supremo transformando nuestras potencialidades en realidades. En un sentido, el ser es el fin del devenir, pero en otro, quien se identifica con el YO SOY nunca podrá encontrar el fin de la progresión. Incluso ahora, en este momento tan eterno, el Supremo está extendiendo la mano y tocando a sus amados hijos del tiempo y el espacio, instándolos a su vez a tocar a su manera única a un hermano o hermana que necesita la compasión de Cristo. El único fracaso es no intentarlo.
—Jay Newbern
Petaluma, California