© 2003 Jeanmarie Chaise
© 2005 Olga López, por la traducción
© 2003 Association Francophone des Lecteurs du Livre d'Urantia
Le Lien Urantien — Número 27 — Otoño de 2003 | Le Lien Urantien — Número 27 — Otoño 2003 | La versión oculta de la cuarta parte del Libro de Urantia |
Deberíamos por tanto llegar al final de nuestro séptimo periplo havoniano alrededor de la Isla Central del Paraíso con una completa conceptualización del tiempo y del espacio, tan completa que nos haga finalmente aptos para «el despertar en el Paraíso, después del sueño final de tránsito en el tiempo». En estos planetas maravillosos de Havona conseguimos liberarnos completamente del tiempo y del espacio, pues «en el Paraíso no se computa el tiempo; la secuencia de los acontecimientos sucesivos está implícita en el concepto de aquéllos que son oriundos de la Isla central» [LU 22:9.8] Gracias al contacto con los nativos de Havona nos volvemos casi perfectos para un espacio sin tiempo y un tiempo sin espacio, pues «desde el punto de vista del Paraíso, el juicio es simultáneo al acto» [LU 42:10.7] Nuestros juicios sobre todos los actos serán inmediatos, porque «Desde el punto de vista del Paraíso, el juicio es concomitante con el act. » [LU 54:5.13] Nos vamos pareciendo cada vez más a Dios, sin llegar a ser Dios; no seremos Dios pero seremos divinos. Habremos hecho toda la experiencia temporal y espacial de recorrer las etapas de la trascendencia en la inmanencia, y estaremos listos para llevar a cabo nuestra misión en los espacios extraordinarios de las galaxias exteriores. Participaremos entonces en la carrera de servicio destinada a hacer comprender cómo Dios el Padre «declara el fin desde el principio» [LU 2:2.1], la meta del absoluto. Y todo esto sólo podrá hacerse mediante el gobierno del Espíritu Infinito.
Sin embargo, en lo que respecta a la finalidad del dominio espiritual, tenemos que establecer todavía cuáles son las opciones de nuestro destino. Justamente parece que nuestro destino eterno está todavía por determinar, puesto que tenemos que pasar de un mundo a otro a través de los circuitos de mil millones de mundos de Havona. Veamos de lo que se se trata:
En uno de sus últimos apéndices W.S. Sadler Jr., a propósito de la existencia de un «fin» hipotético de crecimiento eterno, plantea esta cuestión: «El concepto de ‘fin’, ¿es simplemente una ‘debilidad del pensamiento’ como resultado de las limitaciones espacio-temporales de la mente humana?». Con una cuestión semejante y a pesar de la debilidad de nuestra mente, a la vista de todo lo que se nos ha revelado del despliegue de la creación divina, podríamos plantearnos otra cuestión a modo de corolario y que no deja de sorprender: ¿Acaso las realidades espaciales y temporales son otra cosa que la simple manifestación cuantitativa de la materia-energía? He aquí mi pregunta, que intenta responder al mismo tiempo a la de W.S. Sadler Jr: ¿Acaso la Trinidad existencial del Paraíso habría podido poner en marcha una creación eternamente creciente e infinita sin tener necesariamente en cuenta las leyes aritméticas que ofrece el simple enunciado de la numeración con sus particularismos ineludibles? Dicho de otra forma, ¿acaso lo absonito no aparece de algún modo como la trascendencia del que crea el tiempo y el espacio, es decir, una trascendencia de lo cuantificable, aún más, una trascendencia de las leyes matemáticas en sus aspectos tanto cuantificantes como calificantes? Debemos responder a esta pregunta, y veremos que está lejos de ser una pregunta inocente.
De hecho ¿no es lo absonito, como nos dicen continuamente, la trascendencia de los parámetros del tiempo y del espacio mediante la cual la Ultimidad puede presentarse como deviniendo finalmente (eventuating), es decir, absonitizándose para comenzar la búsqueda eterna de la absolutidad, de la infinidad? Hay que pensar, según hemos visto más arriba, que la palabra «absonito» expresa un estadio intermedio entre el estadio de la creación finita, espacial y temporal, y como tal sujeta a las leyes matemáticas, y el estado pre-temporal y pre-espacial. Estamos en Havona y tenemos que considerar que «la Trinidad del Paraíso respeta aquellos niveles de existencia que son más que finitos pero menos que absolutos, y esta relación se denomina a veces la Trinidad de Ultimidad» LU 10:5.5
Pero sigamos reflexionando. Plantear la cuestión de la serie ineludible 1, 2, 3, etc., ¿no es de hecho plantear la cuestión de la infinidad cuantificable y cualificable? Por otro lado, «el Dios que eventúa del supertiempo y del espacio trascendido» (eventuating God of supertime and trascended space) como hace el Último [LU 0:2.17], ¿no es presentarse al margen de la espacio-temporalidad, al margen de esta serie que numera, que califica y que describe en todo el espacio-tiempo? El Libro de Urantia establece de forma distinta los papeles respectivos de Dios el Supremo y de Dios el Último. El segundo trasciende el espaciotiempo, mientras que el primero extiende su acción en el espacio y el tiempo según la aritmética: «El gran universo es el dominio triple de Deidad de la Trinidad de Supremacía, Dios el Séptuplo y el Ser Supremo» [LU 0:8.10]. Su componente principal es Dios Séptuplo, componente eminentemente numeral. Esta acción de Dios Séptuplo nos concierne directamente, pues establece para nosotros todos los hitos de nuestra carrera experiencial. «Esta personalización séptuple de la Deidad en el tiempo y en el espacio y para los siete superuniversos permite al hombre mortal lograr la presencia de Dios, quien es espíritu. Esta Deidad séptuple, que para las criaturas finitas del tiempo-espacio a veces se poder-personaliza en el Ser Supremo, es la Deidad funcional de las criaturas evolucionarias mortales de carrera de ascensión al Paraíso. Tal carrera de descubrimiento experiencial en la comprensión de Dios comienza con el reconocimiento de la divinidad del Hijo Creador del universo local y asciende a través de los Ancianos de los Días del superuniverso y por el camino de la persona de uno de los Siete Espíritus Rectores hasta lograr el descubrimiento y reconocimiento de la personalidad divina del Padre Universal en el Paraíso.» [LU 0:8.9]
Así, mientras Dios el Supremo, por mediación de Dios Séptuplo, organiza nuestra carrera según la aritmética, como decía Platón, Dios el Último trasciende lo cuantificable y todo lo que comporta de existencia personalizada y espiritualizada sin recurrir a las leyes unitaria, ternaria, septenaria, denaria, etc. Desde entonces, si la vía del Supremo se ha organizado espaciotemporalmente a partir de la acción de los 28.011 Arquitectos Maestros del Universo Maestro, es preciso admitir que más allá, es decir, al abordar el dominio de Dios el Último, debe perfilarse una resolución de la infinidad que deba confinar sin más a la absolutidad a que intervenga en ayuda de lo cuantificable. Pero no corresponde ni a uno ni a otro conseguir tal resolución: «Ni el Último ni el Supremo son totalmente representativos de la Trinidad del Paraíso, pero en un sentido cualificado y a sus respectivos niveles, cada uno parece representar la Trinidad durante las eras prepersonales de desarrollo del poder experiencial» [LU 10:3.8]
Así, en el proyecto divino, a semejanza de la creatividad del Supremo, la absonidad del Último es un medio y no un fin. Sólo la absolutidad adquirida podrá completar la unificación experiencial de todos los potenciales. Pero incluso nuestros reveladores y los filósofos del universo, como así se denominan, ignoran cómo podría conseguirse tal unificación final en un contexto de infinidad. Sin embargo, y para volver a la distinción que conviene establecer entre creatividad y absonidad, podemos formular una hipótesis. En efecto, es preciso reconocer que más allá de nuestra condición de ascendentes del espacio-tiempo, nuestros esfuerzos hacia el Padre se saldarán sin duda para algunos de nosotros mediante al menos dos categorías mayores del destino. Veamos por qué:
Algunos de nosotros (la primera categoría de ascendentes) se convertirán en finalitarios y sus misiones futuras parecen estar distribuidas en los miles de millones de formaciones de los niveles de creaciones exteriores, por lo que no escaparán a lo cuantificable, es decir, al espacio y al tiempo, y estas misiones estarán todavía condicionadas por el modus vivendi numerado y numerante. (Recordemos aquí que la suma global de los agregados del conjunto de formaciones exteriores asciende según un sencillo cálculo a 28 millones, siendo la suma 70.000 + 490.000 + 3.343.000 + 24.010.000. Si consideramos que cada una de estas formaciones será más grande que cualquiera de los siete superuniversos, dejo a otros la tarea de contar o de imaginar el número de personalidades que serán susceptibles de ocupar esta inmensidad). Éste será sin duda el trabajo de los ascendentes de la primera categoría; cumplirán con la tarea de conducir hacia el Padre a estas poblaciones y, como finalitarios, tendrán sin duda la tarea de enseñar experiencialidad.
«A través del ministerio de los Ajustadores residentes, los finalistas pueden encontrar al Padre Universal, pero es mediante las técnicas de la experiencia que dichos finalistas llegan realmente a conocer el Ser Supremo, y están destinados al servicio y a la revelación de esta Deidad Suprema a los universos futuros del espacio exterior y en ellos.» (LU 56:8.2)
Otros ascendentes (la segunda categoría), aunque operarán también en los universos del espacio y del tiempo, actuarán sobre un nivel que trasciende el espacio-tiempo, acercándose así a la condición absonita. Según parece es lo que debe sucederles a todos los ascendentes que sabrán superar el estado de lo cuantificable; desde entonces parecen haberse hecho dignos de ser abrazados por la Trinidad y permanecen como tales: «están dedicados por siempre al servicio y asignación de la Trinidad» [LU 22:1.1]
Estos ascendentes, puesto que han trascendido a su manera el tiempo y el espacio, se convierten en seres sin nombre ni número, y se nos dice de ellos que «constituyen el tercero y último grupo de los Hijos Trinidizados de Logro; son almas ascendentes que han desarrollado la habilidad de adorar más allá de la pericia de todos los hijos e hijas de las razas evolucionarias de los mundos del tiempo y del espacio. Han adquirido un concepto espiritual del propósito eterno del Padre Universal que, comparativamente, trasciende la comprensión de las criaturas evolucionarias de nombre o número; por lo tanto se los denomina Aquellos sin Nombre ni Número. Más estrictamente traducido, su nombre sería ‘Aquellos más allá de Nombre y Número’.» [LU 22:4.1]
Tanto si nuestros progresos en nuestra eternidad futura nos llevan a ser finalitarios o Aquellos sin Nombre ni Número, en ambos casos descubriremos por nosotros mismos la importancia eterna del número, es decir, la importancia del tiempo y del espacio; y si estamos buscando un simbolismo espaciotemporal que describa las aspiraciones de la Deidad en cuanto a su proyecto experiencial, ¿no es acaso en los números donde debemos buscar?
A partir de este proceso intelectual es posible describir la manifestación experiencial como sujeta voluntariamente por la Deidad a las leyes numerales; el tiempo y el espacio se presentan como una especie de abcisas y de ordenadas de una construcción cósmica que no podrá ser superada más que por la consecución de lo absoluto. Y toda esta capacidad de numerar está inscrita en el interior de diez símbolos numéricos. Este conjunto, con sus funciones simbolizantes únicas, constituye sin duda lo que los reveladores denominan «las prematemáticas de la fuerza, la energía y el poder» [LU 104:3.2], bases esenciales para la creación experiencial del tiempo y espacio.
Jeanmarie Chaise
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