© 2019 Jeannie Vazquez
© 2019 Asociación Internacional Urantia (IUA)
(Adaptación de una presentación dada en la II Conferencia Latinoamericana, São Paulo, Brasil, noviembre 2018)
Para comenzar a analizar este tema y entender con más claridad la función de la oración para el fortalecimiento de nuestra fe para convertirla en una fe viva y creciente, experiencial, comencemos por ver qué es en realidad la fe.
La creencia llega al nivel de la fe cuando motiva la vida y da forma a la manera de vivir. La aceptación de una enseñanza como verdadera no es fe; es meramente creencia; tampoco lo es la certidumbre ni la convicción. Un estado mental llega a los niveles de fe tan sólo cuando domina efectivamente la manera de vivir. La fe es un atributo vivo de la experiencia religiosa personal genuina. Una persona cree en la verdad, admira la belleza y reverencia la bondad, pero no las adora; esta actitud de fe salvadora está centrada solamente en Dios, quien es todas estas cosas personificadas e infinitamente más. [LU 101:8.1]
De acuerdo a esta cita, creer en la enseñanza divina, incluso creer en El libro de Urantia, sin que esas verdades se conviertan gradualmente en una realidad viva en nosotros, no es fe. La fe es un atributo vivo de la experiencia religiosa personal genuina [LU 101:8.1], y esta experiencia se origina en las presencias espirituales que nos guían.
Veamos cómo podemos progresar desde el nivel de la creencia meramente intelectual en Dios y en la enseñanza divina entregada a nosotros por sus Hijos, hasta la aplicación en nuestra vida de esas enseñanzas. A mi modo de ver, nuestra consagración sincera a buscar las realidades y objetivos divinos, espirituales y eternos es fundamental para este progreso. Esta consagración nos lleva a tomar las decisiones y realizar las acciones que construyen nuestro destino eterno. Dice el revelador en El libro de Urantia:
Se puede llegar a convicciones sobre Dios a través de un sabio razonamiento, pero el individuo sólo llega a conocer a Dios por medio de la fe, a través de la experiencia personal. Hay que contar con las probabilidades en muchas cosas relacionadas con la vida, pero se puede experimentar la certeza cuando, al contactar con la realidad cósmica, uno se acerca a esos significados y valores por medio de la fe viviente. [LU 102:6.5]
¿Cuál es la experiencia personal que nos conduce a conocer a Dios? Conocemos a Dios por la fe viva, que crece a partir de nuestra experiencia personal con él. Conocer a Dios alimenta y fortalece la fe, la cual es parte de los dones divinos transformadores que constituyen la realidad de nuestra conciencia de Dios. La pregunta que surge ahora es: ¿Cómo podemos realizar esa experiencia en nuestra vida? Veamos lo que nos dice El libro de Urantia:
Cuando el hombre toma una decisión, y consuma esta decisión en una acción, el hombre efectúa una experiencia; los significados y valores de esta experiencia forman parte para siempre de su carácter eterno en todos los niveles, desde el finito hasta el final. Un carácter cósmicamente moral y divinamente espiritual representa la acumulación capital de las decisiones personales de la criatura, unas decisiones que han sido iluminadas por la adoración sincera, glorificadas por el amor inteligente, y consumadas en el servicio fraternal. [LU 117:5.13]
Las decisiones que han sido iluminadas por la adoración sincera, glorificadas por el amor inteligente, y consumadas en el servicio fraternal poseen un elevado valor moral porque son sinceras, persistentes y firmes. Tienen el propósito de hacer la voluntad de Dios – hacer el bien más elevado posible -, están basadas en un conocimiento razonado de la verdad y reforzado por la sabiduría, y son aprobadas por nuestra fe religiosa. Esas son las decisiones y acciones que poseen significados y valores de sobrevivencia que formarán parte de nuestro carácter eterno, pues están motivadas por la fe salvadora del que ama y adora a Dios, ama a sus hermanos y les sirve altruistamente. Dijo Jesús:
… La fe salvadora misma no proviene de vosotros; sino que es otro don de Dios. Al ser hijos de esta fe viviente, ya no seréis los esclavos de vuestro yo, sino más bien los dueños triunfantes de vuestro yo, los hijos liberados de Dios. [LU 143:2.7]
… Esta fe de sobrevivencia es una fe viva, y cada vez manifiesta más frutos de ese divino espíritu que la inspirara en primer término en el corazón humano. El hecho de que hayáis aceptado anteriormente la filiación en el reino celestial, no os salvará si rechazáis a sabiendas y de manera persistente las verdades relacionadas con la producción progresiva de los frutos espirituales de los hijos de Dios en la carne. [LU 176:3.3]
La fe viviente y creciente es una dádiva de Dios que domina efectivamente nuestra manera de vivir cuando seguimos la guía y la enseñanza divina, por lo tanto, nuestras elecciones y acciones de valor moral y espiritual son parte esencial del proceso dinámico del fortalecimiento de la fe. Es necesaria nuestra participación activa y entusiasta en este crecimiento. Las enseñanzas de Jesús y los reveladores nos muestran que ese camino vivo y experiencial a seguir consiste esencialmente en consagrarnos a hacer la voluntad de Dios sinceramente. Dice un Melquisedec en el documento 102:
… El corazón del hombre ha de tener hambre de perfección para que le asegure la capacidad de comprender los caminos de la fe que conducen al logro supremo. Si un hombre elige hacer la voluntad divina, conocerá el camino de la verdad. [LU 102:1.1]
Cuando elegimos de todo corazón vivir haciendo la voluntad divina – esa es la decisión suprema-, el Espíritu de la Verdad entra en nuestra mente y alma, entonces la savia viva de la vid viviente, que es Jesús, fluye a través de nosotros. Entonces renacemos del Espíritu y nos volvemos divinamente conscientes de Dios, pues es Él quien nos da esa nueva conciencia de fuerza espiritual, con un nuevo y profundo sentimiento de alegría, seguridad y confianza espiritual. Experimentar conscientemente la felicidad de recibir el Espíritu de la Verdad en el alma «es un tónico para la salud, un estímulo para la mente y una energía inagotable para el alma.» [LU 194:3.19]
El crecimiento espiritual que obtenemos mediante los valores divinos de la experiencia religiosa es fruto del amor divino recibido por nuestra fe viviente, con confianza y devoción de todo corazón a nuestro Padre celestial; esos frutos y valores divinos son la clave para nuestro crecimiento y sobrevivencia eterna. Al vivir esta experiencia espiritual, nos estamos convirtiendo en sobrehumanos, nuestra alma avanza por el camino del progreso eterno. Dijo Jesús:
Para producir los frutos del espíritu, tenéis que haber nacido del espíritu. [LU 156:5.2]
De hecho, la rama existe solo para dar fruto, dar uvas, y no puede hacer otra cosa. Del mismo modo el verdadero creyente existe solo con el fin de dar frutos del espíritu: amar a los hombres como él mismo es amado por Dios, debemos amarnos los unos a los otros como Jesús nos ha amado. Un verdadero creyente es aquel que vive las enseñanzas divinas. Los frutos del espíritu son amor divino manifestado en nosotros; estos frutos son dones de Dios
Maquiventa Melquisedec enseñó que el favor de Dios se obtiene por la fe; que Dios acuerda hacer todo, el hombre tan sólo acuerda creer en las promesas de Dios y seguir sus instrucciones. Para alimentar nuestra fe y que se torne viva necesitamos la experiencia viviente de conocer a Dios dentro de nosotros, creciendo por la gracia hasta alcanzar la estatura plena de un adulto espiritual del reino divino. Jesús dijo:
Si entonces, hijos míos, nacéis del espíritu, estaréis por siempre libres de la esclavitud autoconsciente de una vida de abnegación y vigilancia continua sobre los deseos de la carne; seréis trasladados al reino jubiloso del espíritu, en el cual haréis resaltar espontáneamente los frutos del espíritu en vuestra vida diaria. Los frutos del espíritu son la esencia del tipo más elevado de autocontrol ennoblecedor y regocijante, aun el alcance máximo del logro mortal terrenal: el verdadero autodominio. [LU 143:2.8]
Si consideramos el hecho de que la fe es una dádiva de Dios, un atributo vivo de la experiencia religiosa personal genuina, y que esa fe consiste en vivir efectivamente la voluntad de Dios, compartiendo nuestra vida interior con él, podemos discernir que este proceso es un circuito de retroalimentación. Es decir, la fe viva y creciente es una dádiva de Dios en respuesta a nuestra búsqueda sincera del Padre y su verdad. Al principio nuestra fe es pequeña como la llamita de una vela, pero, a medida que seguimos la guía divina, vivimos las enseñanzas y hacemos la voluntad de Dios cada vez más, el Padre actúa en nosotros dándonos más de su guía, sus dones y su amor, fortaleciendo nuestra fe, alimentándola y haciéndola crecer. Y esta fe viva, a su vez, actúa para descargar las actividades sobrehumanas de la chispa divina [LU 132:3.6].
… Pero la fe religiosa viviente es más que una asociación de creencias nobles; es más que un sistema elevado de filosofía; es una experiencia viviente que se interesa por los significados espirituales, los ideales divinos y los valores supremos; conoce a Dios y sirve a los hombres**.** [LU 101:8.2, negrita añadida]
La Revelación nos dice que aquellos que conocen a Dios han experimentado su presencia mediante la experiencia personal en la que se establece el contacto espiritual de nuestra mente y alma con la presencia de Dios que reside en nosotros.
Pero no podéis estar seguros de Dios a menos que lo conozcáis; la filiación es la única experiencia que asegura la paternidad. [LU 102:7.1]
La gran pregunta es, ¿cómo podemos experimentar la presencia divina de Dios y conocerle?
Si «Dios, que es espíritu, sólo se puede conocer como experiencia espiritual» [LU 169:4.13] ¿qué podemos hacer nosotros para vivir esa experiencia espiritual del modo más elevado e ideal? Aquí tenemos algunas enseñanzas que nos ayudarán a encontrar la respuesta:
Pero la verdadera oración alcanza de hecho la realidad. Incluso cuando las corrientes de aire son ascendentes, ningún pájaro puede elevarse a menos que extienda sus alas. La oración eleva al hombre porque es una técnica para progresar mediante la utilización de las corrientes espirituales ascendentes del universo. [LU 91:8.9]
La oración auténtica aumenta el crecimiento espiritual, modifica las actitudes y produce la satisfacción que proviene de la comunión con la divinidad. Es una explosión espontánea de conciencia de Dios. [LU 91:8.10]
Pero también existe un ámbito en la oración en el que la persona intelectualmente despierta y espiritualmente progresiva consigue más o menos contactar con los niveles superconscientes de la mente humana, el dominio del Ajustador del Pensamiento interior. [LU 91:2.6]
La oración, entonces, es una actividad necesaria para experimentar la presencia de Dios y conocerle; esta experiencia viva alimenta nuestra fe, al comulgar con él en nuestra supraconciencia. La oración que nos enseña El libro de Urantia posee un efecto espiritualizante y ennoblecedor cada vez mayor en nosotros porque va acompañada de adoración, la fase receptiva que alimenta nuestra alma, de la manera ideal, con los dones divino.
Las palabras no tienen importancia en la oración; tan sólo forman el lecho intelectual en el cual fluye al azar el río de la súplica espiritual… Dios responde a la actitud del alma, no a las palabras. [LU 91:8.12]
Las características de la oración esclarecida y eficaz enseñada en El libro de Urantia son:
Creyente: debemos reconocer la presencia de Dios, en el Paraíso y en nosotros mismos.
Ética, altruista: no debemos buscar ventajas egoístas sobre nuestros semejantes.
Confiada: sometida a la voluntad infinitamente sabia del Padre.
Sincera: la sinceridad de nuestra oración asegura que será escuchada; la sabiduría espiritual y la coherencia con el universo de una súplica, determina el momento, la manera y el grado de la respuesta.
Con fe: al orar, busquemos fuerzas y orientación para actuar, mejorando nuestra técnica del vivir.
Inteligente: a la luz de los hechos científicos, la sabiduría filosófica, la sinceridad intelectual y la fe espiritual.
Persistente: Jesús dijo:
La oración es el aliento del alma y debería induciros a perseverar en vuestro intento por descubrir la voluntad del Padre. [LU 144:2.3]
Oremos cuando estemos afligidos, pero también hablemos con nuestro Padre cuando nuestra alma está serena.
Demos gracias al Padre por todas sus bendiciones. Este tipo de oración conduce a la comunión de una verdadera adoración.
Jesús enseñó que la oración para recibir la guía divina para el camino de la vida en este mundo, le seguía en importancia a la súplica por el conocimiento de la voluntad del Padre. En realidad, esto significa orar por la sabiduría divina.
Jesús enseñó que la oración contribuye a ampliar nuestra capacidad para recibir la presencia del espíritu divino.
Cuando Jesús enseñó que oremos en espíritu y en verdad, explicó que eso significa orar con sinceridad y de acuerdo con nuestro esclarecimiento, de todo corazón y con inteligencia, con honestidad y con constancia.
Al terminar la oración (sea esta personal o grupal), permanezcamos en acallada receptividad por un tiempo ofreciendo así al espíritu residente una mejor oportunidad para hablar a nuestra alma dispuesta a escuchar. El espíritu del Padre se comunica mejor nosotros cuando nuestra mente está en actitud de verdadera adoración.
… La oración conducirá a los mortales de la tierra a la comunión de una verdadera adoración. La capacidad espiritual del alma para recibir determina la cantidad de bendiciones celestiales que pueden conseguirse personalmente y que se pueden percibir conscientemente como respuesta a la oración. [LU 144:4.4]
La adoración, enseñó Jesús, lo hace a uno cada vez más semejante al ser que está adorando. La adoración es una experiencia transformadora por medio de la cual lo finito se va gradualmente acercando hasta finalmente alcanzar la presencia de lo Infinito. [LU 146:2.17]
Al orar de esta manera recargamos las baterías espirituales del alma, y al adorar sintonizamos el alma para recibir las transmisiones universales del espíritu infinito del Padre Universal. La adoración es una actitud de fe salvadora que nos proporciona crecimiento espiritual y una integración mayor de nuestra personalidad.
La adoración es una comunión personal con lo que es divinamente real, con lo que es la fuente misma de la realidad. Mediante la adoración, el hombre aspira a ser mejor, y por medio de ella, alcanza finalmente lo mejor. [LU 196:3.22]
Nuestra comprensión de la realidad de la experiencia de la adoración depende del estado de desarrollo de nuestra alma inmortal renacida del espíritu. Esta capacidad espiritual del alma crece a medida que continuamos buscando la comunión interior con el Padre, en oración y adoración; es un ciclo de retroalimentación constante.
… la experiencia de Dios no tiene límites, salvo los de la capacidad de comprensión de las criaturas, y esta experiencia misma amplía por sí misma dicha capacidad. [LU 117:6.9]
… la mejor manera de acercarnos a las zonas morontiales de posible contacto con el Ajustador del Pensamiento debería ser a través de la oración franca y altruista, de la fe viviente y de la adoración sincera. [LU 100:5.7]
En la verdadera adoración no pedimos nada ni esperamos recibir nada, pero eso no significa que no recibamos nada, porque, si la verdadera adoración nos asemeja cada vez más a Dios, es evidente que en ella recibimos bendiciones celestiales – frutos espirituales, valores divinos, amor, discernimiento espiritual, crecimiento del alma. Adoramos a Dios por lo que entendemos que es él, y esta comprensión está implícita en nuestra adoración verdadera. La profundidad de nuestra adoración estará condicionada por nuestro concepto de Dios, y determinará nuestra capacidad para recibir los dones divinos.
¿Por qué es tan importante la oración y adoración?
… la oración es una función de los creyentes nacidos del espíritu en el reino dominado por el espíritu. [LU 180:2.7]
La súplica de los rectos es el acto de fe del hijo de Dios que abre la compuerta de la bodega Paterna llena de bondad, verdad y misericordia; y estos buenos dones aguardan desde hace mucho el acercamiento y apropiación personal del hijo. La oración no cambia la actitud divina hacia el hombre, pero sí cambia la actitud del hombre hacia el Padre inmutable. El motivo de la oración le presta acceso al oído divino, y no el estado social, económico o religioso exterior del ser que ora. [LU 146:2.8]
La oración sincera de fe abre las puertas a la acción de Dios en nosotros. Esta es una comunicación de corazón con nuestro Padre que alimenta y sostiene nuestra relación personal con él. El Maestro Jesús alcanzó su elevada conciencia de la presencia de Dios mediante la oración inteligente y la adoración sincera —comunión constante con Dios. La vida de Jesús es un ejemplo para nosotros, entonces al vivir nosotros sus enseñanzas, también podemos alcanzar una elevada conciencia de Dios.
… Una persona que sí conoce a Dios está iluminada interiormente por la adoración y exteriormente se dedica al servicio totalmente sincero de la hermandad universal de todas las personalidades, un ministerio de servicio que está lleno de misericordia y motivado por el amor, mientras que estas cualidades de vida están unificadas en la personalidad evolutiva sobre los niveles en constante ascensión de sabiduría cósmica, autorrealización, encuentro con Dios y adoración del Padre. [LU 106:9.12]
El mandato supremo del Padre, la expresión perfecta de la voluntad de Dios que resume todo el camino ascendente, es: «Sed vosotros perfectos, así como yo soy perfecto» [1:0.3 (21.3)]. Para llegar a ser perfectos como el Padre necesitamos primero encontrarlo dentro de nosotros y comenzar a esforzarnos por asemejarnos a él transformándonos y vivificando el alma al recibir el pan de la vida, que es la verdad viva, la palabra eterna de Dios, y el agua de la vida del Espíritu de la Verdad que alimenta y vivifica el alma, saciando nuestra sed espiritual.
Imitar a Dios es la clave de la perfección; hacer su voluntad es el secreto de la supervivencia y de la perfección en la supervivencia. [LU 111:5.2]
Este camino ascendente empieza aquí, en esta vida, cuando comenzamos a seguir la guía de Dios, al reconocerle como nuestro Padre, y continuamos creciendo en fe y amor a él hasta renacer del Espíritu por la fe viva, con la plena confianza de un niño pequeño en su padre que le ama. Así avanzaremos gradualmente hacia la perfección, y cada paso que demos al hacer su voluntad será un cumplimiento parcial del mandato supremo. La oración y la adoración son vitales para mantener la conexión con Dios y alimentar el alma, produciendo muchos frutos del espíritu.
La oración es indudablemente una parte de la experiencia religiosa, pero ha sido acentuada erróneamente por las religiones modernas, que han olvidado en gran parte la comunión de adoración, más esencial. Los poderes reflectivos de la mente se encuentran profundizados y ampliados por la adoración. La oración podrá enriquecer la vida, pero la adoración ilumina el destino. [LU 102:4.5]
El libro de Urantia nos enseña que la verdadera adoración requiere que empleemos la siguiente técnica:
Receptividad silenciosa para proporcionar al espíritu interior las mejores posibilidades de hablarle al alma atenta. Por lo tanto, en la adoración no alabamos a Dios, no conversamos mentalmente, no repetimos ni enfocamos la atención en ninguna frase, pensamiento o imagen. La alabanza, repetir frases inspiradoras, expresar mentalmente conceptos sobre Dios, todo ello precede a la adoración, no es parte de ella.
Olvido de uno mismo—superpensamiento: Si nos olvidamos de nosotros mismos al enfocar nuestra atención receptiva silenciosa en el Padre, trascendemos el pensamiento alcanzando el contacto adorador en nuestra supraconciencia. Dice el Revelador:
La religión debe laborar continuamente bajo una necesidad paradójica: la necesidad de hacer uso eficaz del pensamiento, descartando al mismo tiempo la utilidad espiritual de todo proceso de pensamiento. [LU 102:3.1]
Usamos eficazmente los procesos del pensamiento al buscar la verdad, estudiarla, razonarla, comprenderla, compartirla, al elegir ponerla en práctica y al orar sinceramente. Descartamos todo proceso de pensamiento al elevarnos al nivel supraconsciente en el silencio adorador interior trascendiendo el pensamiento, con amor y devoción al Padre. Recordemos que quien adora a Dios es el alma, la mente debe consentir en adorar. La adoración es una actividad supraconsciente.
Atención centrada sin esfuerzo en la presencia de Dios que reside en nuestra supraconciencia. La adoración es una atención sin esfuerzo, el verdadero descanso ideal del alma, una forma de ejercicio espiritual sosegado. [LU 143:7.7]
Apartarse del bullicio de la vida—escapar de los agobios de la existencia material— mientras [los creyentes] refrescan su alma, inspiran la mente, y renuevan el espíritu mediante la comunión de adoración. Todo esto es realizado por Dios en nosotros, para ello es la receptividad espiritual silenciosa.
Reposo, relajación (quietud física y mental) – El esfuerzo por vivir — la tensión de la personalidad en el tiempo — debería ser mitigado con el reposo de la adoración. [LU 143:7.3]
… La relajación determina la capacidad para la receptividad espiritual. [LU 160:3.1]
No pedimos ni esperamos recibir nada. La verdadera adoración no contiene en absoluto ninguna petición para sí mismo ni ningún otro elemento de interés personal; adoramos simplemente a Dios por lo que comprendemos que él es.
Nuestro Padre nos dará las bendiciones celestiales que él sabe que necesitamos. La profundidad de nuestra percepción y nuestro conocimiento del carácter infinito de Dios determinará la calidad de nuestra comunión de adoración.
El yo interno debe estar absorto en Dios: El que está lleno de fe adora verdaderamente cuando su yo interno está absorto en Dios. [LU 131:4.5]
¿Cuándo debemos orar y adorar a nuestro Padre? En una conversación con los apóstoles, dijo Jesús:
Pero no te diré cuándo debes orar. Sólo el espíritu que habita dentro de ti te puede instar a que pronuncies las súplicas que mejor expresen tu relación íntima con el Padre de los espíritus. [LU 146:2.11]
Aunque Jesús no estableció como una regla la oración diaria, sí sugirió la necesidad de orar sinceramente, con fidelidad y constancia.
Los exhortó [Pedro] a que no olvidaran su adoración diaria. [LU 163:4.10]
Esta frase la dijo Simón Pedro en su sermón de ordenación a los setenta evangelistas, que fue una ampliación de las instrucciones que el Maestro les dio cuando impuso sus manos sobre los apóstoles y los nombró mensajeros del reino. En otra ocasión, Jesús dijo:
«La oración, y la adoración con que ésta se vincula, es una técnica para apartarse de la rutina diaria de la vida, del agobio y monotonía de la existencia material. Es un camino para acercarse a la autorrealización y la individualidad espiritualizadas que constituyen un logro intelectual y religioso.» [LU 144:4.5]
Cuando amamos a Dios de todo corazón y deseamos hacer su voluntad por sobre todas las cosas, estar en comunión con él es algo que anhelamos vivir en cada día de nuestra vida. Creer en las enseñanzas de Jesús y los reveladores significa que las ponemos en práctica y entonces ellas se vuelven una realidad viva en nosotros. Para ello necesitamos elegir responder sinceramente a la guía divina, basar nuestra vida en la conciencia más elevada de verdad, belleza y bondad que están a nuestro alcance, y esforzarnos por coordinar experiencialmente estas cualidades divinas en nuestra vida a través de la sabiduría, la adoración, la fe y el amor; entonces nuestra fe crecerá y se tornará viva por nuestra experiencia interior con Dios al seguir la guía divina y recibir los dones divinos en nuestra mente y alma.
Dios es la más ineludible de todas las presencias, el más real de todos los hechos, la más viva de todas las verdades, el más afectuoso de todos los amigos y el más divino de todos los valores; de Dios tenemos derecho a estar más seguros que de cualquier otra experiencia universal. [LU 102:7.10]
Todo esto es posible si estamos dispuestos a seguir el camino indicado en la revelación, abriendo el corazón al amor divino. Necesitamos tener el valor de tomar decisiones sabias, decisiones de sobrevivencia. A veces necesitaremos desprendernos de algún mal predilecto que inhibe el crecimiento de nuestra alma.
Cuando buscamos a Dios, lo buscamos todo. Y cuando encontramos a Dios, lo encontramos todo. Nuestro crecimiento espiritual es proporcional a nuestra identificación con el Padre; el éxito en la búsqueda del Infinito es directamente proporcional a la semejanza que alcancemos con el Padre, adquiriendo las cualidades de la divinidad. Nos apoderamos personalmente de estas cualidades de la divinidad mediante la experiencia de vivir divinamente, y vivir divinamente significa vivir realmente la voluntad de Dios. Esta vida está consagrada a vivir la voluntad del Padre, es iluminada interiormente por la adoración verdadera a él y dedicada a servir de todo corazón a todos los seres humanos, con amor y misericordia. La espiritualización de nuestra alma y mente surge de la experiencia espiritual personal con Dios dentro de nosotros, creciendo por medio de la adoración-comunión con Dios y el servicio amoroso y altruista a la humanidad, cumpliendo el deber supremo de cada ser humano creyente de producir cada vez más los frutos espirituales en nuestra vida.
El libro de Urantia contiene verdad divina, pero esta debe volverse poderosamente viva en nosotros por la acción del Espíritu de la Verdad y el Ajustador divino, para que tengamos una vitalidad espiritual creciente y un poder espiritual en aumento. Las obras espirituales solo se pueden realizar teniendo poder espiritual, el cual surge de la experiencia personal de poseer una fe viva, experiencial. La fuerza interior que nos permite transmitir la certeza de las realidades divinas surge de la experiencia espiritual personal con esas realidades.