© 2019 Mark Blackham
© 2019 Asociación Internacional Urantia (IUA)
La función de la oración para fortalecer nuestra fe | Journal — Mayo 2019 — Índice | El significado de la adoración y el servicio |
Escribo este relato como manera de compartir mi experiencia religiosa personal sobre el arte adquirido de la adoración. Para mí contarla es de algún modo algo terapéutico, y para los que puede que se encuentren en circunstancias similares en la vida espero que pueda servirles de reafirmación positiva.
La adoración es simplemente la sensación o la expresión de reverencia y adoración hacia la Deidad. Es un acto extraordinario de comunión personal con la presencia viva de Dios. Es una manera de aprovechar un poder divinamente creativo para lograr transformaciones positivas del carácter y puede proporcionar visiones espirituales dignas de mención. Por esa razón El libro de Urantia nos anima a adorar cada día.
Pero a lo largo de los años descubrí que a muchos buscadores espirituales, entre ellos muchos lectores de El libro de Urantia, les cuesta practicar una adoración sincera. Este fue ciertamente mi caso. Me llevó mucho tiempo superar este obstáculo y fui capaz de superarlo solo tras reflexiones profundas, oraciones tímidas y la amable ayuda de los demás. Mi capacidad de adorar de manera sincera no fue algo que me llegara de golpe, sino más bien poco a poco después de un largo periodo.
Descubrí la revelación a los veintitrés años. Desde el momento en que empecé a leer el libro me convencí de que había encontrado la verdad. Al principio me atraía especialmente el contenido histórico y científico, temas que absorbí con facilidad. Pero mirando atrás, mi comprensión del contenido espiritual estuvo seriamente limitada.
A pesar de mi creciente interés hacia esta revelación, hizo poco para elevar mi espíritu, curar mis problemas o hacer mi vida más fácil a lo largo de los años siguientes. Aunque creía en lo que leía, era un joven muy confundido y emotivo, mucho más confundido de lo que pudiera imaginar en aquel entonces. En consecuencia seguí tomando malas decisiones, y las malas decisiones trajeron más problemas y más angustia.
Si bien seguía encontrando fascinantes los hechos materiales del libro, los mensajes espirituales no conseguían arraigar en mí más que a nivel superficial. Pensaba que creía, pensaba que tenía fe pero no era auténtica, me sentía espiritualmente estéril. Por razones que no tenía claras, encontré que me era casi imposible orar o adorar de manera sincera. Simplemente no podía concebir un Padre amable y amoroso del cielo, y mucho menos venerarlo.
Me llevó muchos años darme cuenta de que mis dificultades con la adoración surgían principalmente de la relación nada ideal que tuve con mi padre terrestre, cuyas serias implicaciones no comprendí hasta más tarde. Mientras crecía viví con un miedo constante a mi padre y a sus ataques de ira, y aun así anhelaba su amor y su atención. Era un hombre cruel y egoísta pero también era un proveedor leal, inteligente, culto, coherente y en ocasiones incluso con bastante sentido del humor. Bebía demasiado whisky canadiense y fumaba tabaco de liar. En casa era como vivir con un coronel británico, que creía en el duro lema de «la letra con sangre entra». La vara de roble era su arma preferida y la blandía con gusto ante la más leve falta; gobernaba usando el miedo, la intimidación y el ridículo.
Mi padre nunca mostró ningún tipo de afecto hacia mí ni hacia mis hermanos, ni siquiera una vez. Y puedo contar con los dedos de una mano el número de veces que fuimos juntos a algún sitio. Cuando llegué a la adolescencia, me resistí tímidamente a sus crueles tácticas, lo que solo empeoró las cosas. Había dejado de usar la vara por entonces, pero seguía deleitándose con el abuso verbal. Fue un hombre que no toleraba opiniones distintas a la suya ni ningún tipo de desacuerdo, y había mucho desacuerdo entre nosotros. Finalmente rompimos relaciones después de una amarga discusión. Por entonces yo tenía veinte años.
Por desgracia mi padre y yo no tuvimos ninguna oportunidad de reconciliarnos porque murió de cáncer cinco años más tarde, a los cincuenta y dos años de edad. A pesar de nuestras marcadas diferencias y el distanciamiento personal, su muerte fue una de las experiencias más dolorosas de mi vida. Estaba afligido, enojado y confundido. Estuve literalmente décadas sin poder hablar de de mi padre. Cualquier palabra sobre él se ahogaba en la garganta y hacía que brotaran lágrimas inexplicables de mis ojos.
Esto solo cambió cuando llegué a los cuarenta, casi veinte tumultuosos años después. Por entonces asistía a la universidad y hacía esfuerzos por superar mi miedo a hablar en público. Por suerte el departamento de psicología estaba buscando conejillos de indias para probar una nueva técnica de tratamiento de «fobias sociales», entre las que estaba el miedo a hablar en público. Pero lo primero que tuve que hacer fue visitar a un psicólogo (supongo que para observar mi lado inestable).
Con gran confianza en mi cordura, me dirigí a la consulta del psicólogo para comenzar la primera sesión. Me recibió una mujer agradable y amable y me senté con una sonrisa para comenzar la entrevista. Ella comenzó planteando una serie de preguntas de prueba y menos de una hora después estaba llorando como un bebé. Todo se debía a mi padre: la aflicción no expresada, la angustia asfixiante, los problemas no resueltos, el amor no correspondido. Durante todos esos años el dolor se había aferrado a mi corazón como una carga ponzoñosa que inhibía mi crecimiento y arruinaba todas mis relaciones.
Visité varias veces la consulta del psicólogo antes de que pudiera hablar de mi padre sin que me saltaran las lágrimas, pero después de un tiempo el dolor disminuyó, el peso se aligeró y comencé el lento proceso de curación que viene con la comprensión y el perdón. Y cuanto más de cerca miraba la vida de mi padre, más fácilmente llegaba el perdón.
Mi padre nació en la India en 1923, en una plantación de té dirigida por su padre. Cuando solo tenía seis años su hermana pequeña murió de malaria y sus padres, que temían por la vida de su único hijo, le enviaron a un internado en Irlanda del Norte. En esos días los internados británicos eran fríos, duros y entornos exigentes para un muchacho. Sus padres lo visitaban cada cinco años y tenía la compañía ocasional de sus tías. Con escaso apoyo emocional de su familia, confiaba en sus compañeros mal guiados como referencia. Y cuando se equivocaba, cosa que suele pasar con los muchachos, los prefectos le golpeaban con palos de criquet.
Del internado pasó a una universidad del norte de Gales donde, irónicamente, obtuvo su graduación en religión. Tras la graduación se unió a la RAF y consiguió sobrevivir a 9.000 horas de vuelo. Tras la guerra se casó con mi madre y tuvieron tres hijos antes de decidir abandonar una Inglaterra en ruinas para tener una vida mejor en Canadá.
Pueden hacerse una idea de que los apuros de mi padre fueron incluso peores que los míos. Prácticamente no tuvo padres, y por causas ajenas a su voluntad realmente no tenía idea de cómo ser un padre amable y cariñoso.
El reconocimiento consciente de mis problemas no resueltos, la vida de mi padre y el nacimiento del perdón trajeron cambios significativos en mi punto de vista, y las experiencias siguientes de curación fueron profundas. No solo me sentía mucho mejor sobre mí, sino que descubrí un nuevo interés en todo lo espiritual que me llevó a echar otro vistazo a la vida y las enseñanzas de Jesús. Mientras estudiaba y volvía a empaparme de estos documentos, sentí el comienzo de una transformación espiritual. Y cuando llegué a los siguientes pasajes, fue como leerlos por primera vez.
A medida que pase el tiempo, los padres y sus hijos se amarán más los unos a los otros, y esto producirá una mayor comprensión del amor del Padre que está en los cielos por sus hijos de la Tierra. [LU 142:2.2]
Mientras enseñemos al niño a rezar «Padre nuestro que estás en los cielos», todos los padres terrenales tendrán la inmensa responsabilidad de vivir y ordenar sus hogares de tal manera que la palabra padre quede guardada dignamente en la mente y en el corazón de todos los niños que crecen. [LU 177:2.7]
Solo a través del estudio de la vida de Jesús fui capaz de hacer desaparecer mis nociones arraigadas y contaminadas sobre la paternidad y sustituirlas por mejores conceptos sobre cómo debe ser un padre ideal. Cuanto más llegaba a conocer a Jesús más lo amaba, y este amor me acabó llevando a separar de manera consciente y final la naturaleza de mi padre terrenal de la de mi Padre celestial. Llegué a sustituir una identidad de miedo por otra de amor, de ridículo por respeto, de crueldad por compasión, de intimidación por consuelo. Finalmente comencé a comprender y aceptar en mi corazón la verdadera naturaleza de mi Padre divino, y con algo de ilusión llegué a comprender que él realmente me ama.
Mis experiencias parentales no fueron inusuales, y es triste que muchas personas hayan sufrido en su vida de adultos como consecuencia de los actos o las palabras de padres desagradables e insensatos, hasta el punto de resistir abusos terribles. Pero todos los que hemos pasado por esas experiencias necesitamos hacer un esfuerzo conjunto para elevarnos sobre ellas si queremos tener éxito. El proceso comienza separando claramente las cualidades indeseables de nuestros padres terrenales de las muy deseables cualidades de un Dios benefactor. Comienza conociendo la verdadera naturaleza de Dios y a partir de ahí alimentando nuestra fe en el amor, la amabilidad y la bondad infinitos de un Padre divino. Este proceso nos lleva a comprender que aprender a amar a Dios es el comienzo de la adoración.
Me gustan las definiciones claras y las técnicas útiles. A lo largo del tiempo orar a Dios me parecía lo bastante directo, aunque al principio mis oraciones eran quizá un poco egoístas. No obstante, entendí que era beneficioso personalmente orar por cosas tales como el valor, la iluminación y la receptividad espiritual. Pero cuando se trataba de la adoración seguía estando incómodo, necesitaba explorar un poco más.
Solemos escuchar que la adoración es comunión. ¿Pero qué es la comunión? El libro de Urantia no usa este término en el sentido cristiano moderno, en referencia a la unidad cristiana, ni tampoco se adhiere al significado del ritual de la eucaristía o sagrada comunión. En su lugar el libro usa el término en un contexto común que en 1935 fue definido por el diccionario Webster como «comunidad, relación entre dos personas». La interpretación moderna ha cambiado poco, es «un acto o ejemplo de compartir», como se define en la 10ª edición del Webster. Es incluso más útil buscar algunos sinónimos habituales de comunión, entre los que están: compartir, cooperación, interacción, unión, acuerdo e intimidad.
En otras palabras: la adoración es compartir nuestra vida con Dios, comunicarnos con Dios, cooperar con Dios o interactuar con Dios. Es un medio para abrir el canal espiritual a través del cual Dios se comunica con nosotros, un canal que proporciona un flujo continuo y beneficioso de ministerio divino. La adoración abre literalmente una línea directa con nuestro Creador divino, una conexión espiritual real y vibrante.
La mayoría de nosotros entiende la adoración como un acto de veneración, devoción o entrega, y lo es. Parece lo bastante sencillo, ¿pero qué es lo que veneramos y adoramos? A lo largo de los milenios, las personas lo han adorado todo, desde piedras fálicas a gurús con Rolls-Royce. Pero El libro de Urantia es claro en no animarnos a adorar solo por adorar. En vez de eso, el texto intenta ampliar y expandir nuestro entendimiento y experiencia de la naturaleza de Dios hasta los límites más lejanos de nuestra imaginación creativa. Los reveladores quieren que conozcamos a nuestro Padre todo lo que una mente humana contemporánea pueda comprender.
Esdras, el tabernero de Siracusa, le dijo a Jesús que no podía encontrar a Dios, pero Jesús le dijo:
«Tu problema no es que no puedas encontrar a Dios, porque el Padre ya te ha encontrado; tu problema es simplemente que no conoces a Dios.» [LU 130:8.2]
Conocer a Dios es amarlo, y amar a Dios es conocerlo. Cuanto más llegamos a conocerlo, más deseamos verdaderamente adorarlo; se convierte en una reacción natural y espontánea. Adoramos a Dios por lo que comprendemos que es, que es nuestro concepto más elevado de la personalidad y divinidad de la Deidad. Y esta es una razón por la que El libro de Urantia dedica el Prólogo y los primeros cinco documentos a comprender la naturaleza, atributos y relaciones de Dios. Pero en ninguna otra parte del libro el conocimiento de nuestro Creador lleva a un nivel humano de comprensión como el que está en la vida y enseñanzas de Jesús, nuestro Padre encarnado.
La adoración comienza como un ejercicio mental, es el acto consciente de reconocer la verdad y el hecho de que realmente tenemos una relación amorosa y personal con nuestro Padre celestial, un espíritu vivo. En última instancia la experiencia de adoración trasciende la mente, pero el proceso comienza en nuestro pensamiento. Y la adoración nos llega mucho más fácilmente si estamos dispuestos a aceptar la realidad de nuestra humilde relación con Dios.
El núcleo del mensaje de Jesús es que Dios es nuestro Padre espiritual y en consecuencia somos sus hijos e hijas. Cuando creemos verdaderamente en esto, llegamos a darnos cuenta de que la realidad de Dios es muchísimo más que la que sus criaturas más humildes de la tierra podrían imaginar jamás. Para ser capaces de subir la escalera del progreso espiritual, debemos sin duda ser sinceramente humildes y confiar plenamente. Jesús se esforzó mucho por recalcar que debemos adoptar una actitud mental aceptable para sentir la presencia de Dios.
No solo se entiende mejor la naturaleza divina si nos consideramos hijos de Dios sino que, como Jesús dijo, el reino de los cielos se puede comprender mejor adquiriendo la actitud espiritual de un niño sincero. Con esto se refería a adquirir un estado mental que cree sin cuestionarse y que confía plenamente. Confiar en la bondad de un Padre celestial es quizá uno de los pasos más difíciles para los que hemos experimentado malas relaciones con nuestros progenitores, especialmente con un padre.
La adoración es una elección, una elección poderosa. El único poder que tenemos en realidad es nuestro libre albedrío, la libertad de elegir. Ni Dios ni un Hijo Creador interferirán en nuestro libre albedrío, es sacrosanto. En consecuencia, si algo va a suceder debemos permitir conscientemente que suceda. La adoración requiere la libre sumisión de todo nuestro ser al abrazo de Dios y permite así que nuestro yo en espiritualización, nuestra alma, tome el control.
Ascendemos a la verdadera adoración estando sinceramente agradecidos. Y una forma de lograr que nuestra mente entre en este estado de adoración es expresar oraciones de gratitud. Si no están seguros sobre lo que estar agradecidos, les animo a reflexionar sobre la presencia aparentemente mágica del Espíritu del Padre dentro de nosotros, el Espíritu de la Verdad junto a nosotros y el Espíritu Santo a nuestro alrededor. Todas estas atrayentes fuerzas espirituales trabajan día y noche en un intento de recrearnos como seres eternos de espíritu, así como para revelarnos las asombrosas maravillas de un universo casi infinito.
Es bueno dar gracias al Señor y cantar alabanzas al nombre del Altísimo, reconocer su misericordia cada mañana y su fidelidad cada noche, porque Dios me ha hecho feliz con su obra. Daré gracias por todas las cosas en conformidad con la voluntad de Dios. [LU 146:2.15]
Olvídense de ustedes mismos. Olviden hoy lo que dijeron o hicieron, o lo que deberían haber dicho o hecho. Olviden la lista de la compra, olviden las facturas. Centren su mente solo en un Dios amoroso, sea cual sea el nombre que le den, e imaginen en la medida de lo posible su amor infinito, su belleza divina, su bondad eterna o cualquier otra cualidad que elijan venerar.
Preséntense ante Dios sabiendo que no tienen nada que temer, sabiendo que de ello solo pueden salir cosas buenas, sabiendo que él nos ama tanto como a cualquier otro ser del universo entero. Sumerjan su mente en la presencia y el amor de un Padre Divino verdaderamente atento.
Jesús pasó días y semanas en comunión con su Padre, y entonces siempre buscaba un lugar tranquilo para sus meditaciones, habitualmente entre las bellezas de la naturaleza. Es muy beneficioso adorar en un lugar donde creemos que es menos probable que nos molesten en nuestra contemplación. Si viven en una casa llena de gente, ¡prueben en la bañera!
No ganaremos nada si no arriesgamos. Se nos recuerda continuamente que al menos intentemos estar en comunión con Dios. Cuando adoren, no esperen que las ángeles del cielo lo visiten. Solo tengan en cuenta que Dios sabe todo lo que ustedes hacen y tengan fe en que con el tiempo todo intento de comunión acabará teniendo como resultado la experiencia muy real de sentir la presencia divina del Espíritu interior.
El hombre no tiene necesidad de ir más allá de su propia experiencia interior, donde el alma contempla la presencia de esta realidad espiritual, para encontrar a Dios y tratar de comulgar con él. [LU 5:0.1]
Vivimos en un universo del espacio y el tiempo en el que todos los acontecimientos están limitados por el tiempo. Por lo tanto la paciencia es una virtud crítica en todo lo que emprendamos. Cuando Simón Celotes fue aceptado como apóstol su gran debilidad era su mentalidad material, y nos dicen que incluso cuatro años en compañía de Jesús no fue tiempo suficiente para que él hiciera la transformación intelectual y emocional que le llevara a tener mentalidad espiritual [LU 139:11.4]. No obstante, con fe y perseverancia acabó consiguiéndolo.
En una situación ideal la adoración es un estado de olvido de sí mismo en el que no estamos motivados por nada que se derive de ella, pero incluso esto puede ser un poco paradójico porque, si bien se supone que la adoración no pide nada a cambio, en realidad da mucho.
La adoración nos relaja, nos ayuda a superar la ansiedad o el estrés y ayuda a eliminar conflictos mentales que puedan dar lugar a depresión o confusión.
El descanso de la adoración, o comunión espiritual, tal como la practica el Maestro, alivia la tensión, elimina los conflictos y aumenta poderosamente los recursos totales de la personalidad. [LU 160:1.12]
La adoración agudiza el poder de la mente y revela los destinos. Como tal, podemos evaluar mejor nuestros pensamientos y comportamientos desde un punto de vista espiritual progresivo, así como concebir una vida futura en el espíritu.
La adoración intensifica y amplía los poderes reflexivos de la mente. La oración puede enriquecer la vida, pero la adoración ilumina el destino. [LU 102:4.5]
La adoración es creativa, nos recreará, nos transformará, como Jesús prometió. El escrutinio incesante o la autoevaluación no es la respuesta. En lugar de eso, intenten adorar a un Ser Divino amoroso, bello y bueno como una manera poderosa de superar las deficiencias personales.
Jesús enseñó que la adoración hace al adorador cada vez más semejante al ser que adora. La adoración es una experiencia transformadora … [LU 146:2.17]
La adoración y el progreso espiritual están limitados solo por nuestra capacidad de receptividad espiritual y de amar a Dios a cambio. Entonces, ¿cómo podemos aumentar nuestra capacidad de receptividad espiritual? Nos dicen que todo comienza con el templo del Espíritu: el cuerpo y la mente.
Todos los venenos físicos retrasan considerablemente los esfuerzos del Ajustador por elevar la mente material, mientras que los venenos mentales del miedo, la cólera, la envidia, los celos, la desconfianza y la intolerancia obstaculizan también enormemente el progreso espiritual del alma evolutiva. [LU 110:1.5]
Desháganse de los venenos físicos. Por mi experiencia personal, me di cuenta de que era casi imposible estar en comunión con Dios estando intoxicado de cualquier manera. Uno de los conceptos más insidiosos que se mantienen vivos en la edad moderna es que el alcohol o las drogas pueden inducir un estado mental espiritual. La verdad es que estas sustancias bloquean nuestros canales espirituales y cierran nuestro camino a Dios. Debemos elegir seguir la voluntad de Dios y recordar que Jesús nos avisó de que no supongamos el amor de nuestro Padre. Dios no es un padre irreflexivamente indulgente que esté siempre listo a condonar los pecados y perdonar las imprudencias. [LU 147:5.9].
Y evitemos los venenos mentales. En el mundo de hoy de las redes sociales descontroladas, es fácil ser sumamente crítico, guardar rencor, envidiar a los amigos que tienen casas más grandes o coches lujosos o temer el futuro. Pero nada de eso es la voluntad de nuestro Padre. Eviten esos estados mentales inhibidores, especialmente cuando intenten adorar. Disuélvanlos en amor, misericordia, verdad, belleza y bondad y limpien su mente.
Jesús dijo que el mandamiento más grande de todos es
«… amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.» [LU 174:4.2]
El amor de Dios lleva a la adoración inteligente y sincera. El amor de Dios hacia nosotros nunca disminuye, es un amor infinito mucho más grande de lo que podamos imaginar. Estamos limitados en nuestra capacidad de adorar solo por nuestra capacidad de amar a Dios a cambio. Una vez más, podemos mejorar la capacidad de amar a nuestro Hacedor simplemente aprendiendo más sobre su naturaleza divina.
La realidad de nuestra experiencia de adoración tiene mucho que ver con nuestro estatus espiritual, lo que parece otra paradoja porque no podemos progresar en la adoración hasta que progresemos en crecimiento espiritual y viceversa. Pero el problema puede abordarse mediante el ejercicio de la elección, no solo eligiendo adorar sino en todas las elecciones que hagamos. Nuestra alma, nuestro yo espiritual, evoluciona como consecuencia de nuestras elecciones vitales, especialmente de las elecciones morales elevadas hechas bajo presión. Muestra nuestra determinación a hacer la voluntad de Dios bajo cualquier circunstancia.
La voluntad de nuestro Padre no es del todo un misterio. A veces la elección moral es relativamente fácil. La mayoría de nosotros somos conscientes de que actos como mentir, robar, engañar, envidiar o acumular riquezas son elecciones moralmente incorrectas. Pero otras veces no siempre es tan sencillo saber qué elecciones hay que hacer. Sin embargo, podemos guiar y estimar nuestros pensamientos, acciones y palabras por su contenido de verdad, belleza y bondad, así como por nuestras expresiones de amor y compasión hacia los demás. Y nunca deberíamos subestimar el poder de la oración y de la adoración cuando estamos buscando soluciones.
Una manera muy efectiva de superar nuestras limitaciones para adorar y realizar progresos espirituales es tener una fe inquebrantable y una confianza absoluta en el trabajo del Espíritu del Padre. Siempre que nuestras limitaciones nos desafíen, declaremos siempre:
Aunque yo no pueda hacer esto, alguien vive en mí que puede hacerlo y lo hará… [LU 4:4.9]
Esta es una declaración convincente que recuerda a la filosofía de Alcohólicos Anónimos, donde el concepto inicial es admitir abiertamente que no puedes hacerlo por ti mismo; primero debes entregarte a ti mismo y tus problemas a un poder superior. Confiar en el poder y el amor de Dios para transformarnos es una experiencia rejuvenecedora que alivia muchas de las cargas de la vida.
Se nos dice una y otra vez que hagamos la voluntad del Padre, pero hacer su voluntad no es el compromiso esclavizante a un conjunto de reglas ni una tarea onerosa. Si creen que la voluntad de Dios es algo que deben obligarse a hacer es que no lo han entendido. Es más bien algo que realmente queremos hacer, es el reto más grande y apasionante de nuestra vida. Profundizarán en ello felizmente y de todo corazón, y querrán esforzarse al máximo. Hacer la voluntad de Dios se convierte en una alegre obsesión cuando nos damos cuenta de que no hay nada más gratificante en la vida que emprender una aventura con Dios. Realmente no hay otro camino que valga la pena seguir.
Vivir nuestra vida como Dios quiere que la vivamos no significa que sacrifiquemos nuestra individualidad. Jesús celebró la unicidad e individualidad de todos, y él los amaba a todos. Cada uno de nosotros tiene una aportación única y especial que hacer a la evolución del universo. Dejen que Dios les muestre lo que pueden hacer.
Todo el plan de progreso espiritual está interrelacionado. Nuestras elecciones morales afectan a nuestra adoración y nuestra adoración afecta a nuestras elecciones morales. Toda la experiencia religiosa del individuo es la de hacer las elecciones correctas guiados por la oración y la adoración, la comunión con nuestro Creador.
Sin embargo, la habilidad de Dios para ayudarnos se retrasa en gran medida por nuestras opiniones preconcebidas y nuestros prejuicios arraigados. Esto fue especialmente cierto para mí al tratar de entrar en adoración, pero fui capaz de superar mis inhibiciones, en primer lugar siendo consciente de mis prejuicios más arraigados hacia mi padre terrenal, y después pidiendo a mi Padre celestial que me ayudara a ver la verdad. A todos los que tropiezan: tengan fe, él también les ayudará.
Si os sometéis a las directrices de las fuerzas espirituales que están en vosotros y alrededor de vosotros, no podréis dejar de alcanzar el alto destino que un Dios amoroso ha establecido… [LU 5:1.12]
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