© 2020 Jeff Wattles
© 2020 Asociación Internacional Urantia (IUA)
(Nota de la redacción: Este artículo se basa en una presentación dada en la Conferencia de la Asociación Urantia Internacional 2018 en los Países Bajos)
Manténganse bajo la cascada… Déjense empapar por la belleza del evangelio de Jesús. Podemos conocer a Dios como un Padre amoroso y misericordioso que ha enviado su espíritu a vivir dentro de nosotros. Somos libres de usar nuestro propio idioma para nombrarlo de la manera que exprese nuestro propio descubrimiento espiritual. Sabemos que somos parte de una familia mundial que está evolucionando lentamente hacia un destino elevado en un proceso que ahora está atravesando una transición difícil y peligrosa, y que con el tiempo conducirá a una nueva civilización basada en significados y valores posmaterialistas.
Queremos que el mundo entero conozca las verdades dadoras de vida de Jesús y sabemos cómo proclamarlas. Como Jesús nos dio su vida, las proclamamos mediante nuestra vida de pensamientos, palabras y actos. Llenamos nuestros corazones de amor, servimos como podemos y decimos la verdad cuando surge la oportunidad. Sí, vivimos tiempos difíciles para el evangelio. Pero mientras seguimos a Jesús, el «trabajador tranquilo y feliz» [136:0.1], mantenemos nuestro aplomo. Entonces, ¿cómo vamos a llegar al nivel de poder en el que nuestra vida se convierte en una proclamación para nuestra generación en este siglo XXI?
Fortalezcámonos aprendiendo a amar plenamente a Dios y al prójimo.
¿Qué significa amar a Dios con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza?
El corazón es el centro de nuestra motivación, luego para reforzar nuestro amor por Dios perseguimos cualquier otro valor o proyecto de manera que se armonice con nuestro primer amor. Pero ¿qué nos llevará a hacerlo? Hay una respuesta en la enseñanza de que podemos «conocer a Dios, recibir el afecto divino y amarlo a cambio» [LU 1:0.2]. Para trabajar con esta enseñanza empezamos tomándonos tiempo para pensar en Dios tal como lo conocemos en verdad, no solo nuestro conocimiento sobre Dios de que es un creador, controlador y sostenedor (por ejemplo).
Conocer a nuestro Padre surge de su relación íntima y personal con nosotros, así que ponemos nuestro conocimiento de él en ese contexto. No nos fijamos en la idea de un controlador, pero miramos la presencia de nuestro Padre y nos deleitamos con que él establezca leyes sabias para cada nivel de la creación. Conocer a Dios nos sienta bien. Reconocemos el afecto divino en las energías amigables. Cuando nos mantenemos fieles al amor de nuestro Padre nos damos cuenta de que también podemos amar y la motivación del corazón para amarlo crece a su vez de manera natural. Lo llamo el primer circuito del amor.
Jesús definió el alma una vez como la parte de nosotros que «refleja su yo, discierne la verdad y percibe el espíritu» [LU 133:6.5]. Así, por ejemplo, cuando nuestra conciencia moral nos dice que nuestro amor necesita mejorar nos detenemos a discernir la verdad de nuestra situación. Y cuando la verdad surge en su belleza y bondad nos dirigimos al espíritu y derramamos nuevo amor.
Para amar a Dios con toda nuestra mente agudizamos nuestros poderes de intuición en la realidad material, intelectual y espiritual. Cuanto más conozcamos al Creador y a la creación, más movilizamos la mente en nuestro deseo supremo de hacer la voluntad del Padre.
Amar a Dios con todas nuestras fuerzas implica voluntad y determinación, para que nuestras buenas decisiones tengan la «fuerza y la constancia» [LU 118:8.11] necesarias para dar forma a nuestro carácter. Y hay fuerza moral, el poder de la rectitud, el don de Dios. Y también movilizamos la fuerza física para «la tarea inmediata».
En el primer circuito del amor, llegamos a comprender otra cosa: nuestro Padre nos ama a todos, y el amor que recibimos de él es el que vamos a dar a los demás. Comprenderlo nos lleva al segundo circuito del amor, «el gran circuito del amor… del Padre, pasa de los hijos a los hermanos, y de ahí se dirige al Supremo» [LU 117:6.10].
Para amar al vecino plenamente, veamos la regla de oro: haz a los demás lo que quieres que te hagan a ti. Esta norma, como explicó Jesús, puede interpretarse en seis niveles [LU 147:4.1].
En el primer nivel, el nivel de la carne, podemos tomar la regla como una ocasión para reconocer nuestra propia ausencia de belleza, que surge de nuestra naturaleza de origen animal y de los impulsos heredados. Cuando algo de esta fealdad empieza a penetrar en nuestras relaciones con otra persona, nos podemos preguntar: «Si yo fuera esa persona, ¿cómo me gustaría que me trataran?». Esta pregunta nos devuelve a las enseñanzas de Jesús sobre el autodominio [LU 143:2.4].
Luego viene el nivel de los sentimientos, más concretamente la compasión y la lástima. Jesús expresó ambas de manera edificante y coherente con cada uno de los niveles más altos, y desarrolló compasión al llegar a conocer a la gente mucho más a fondo.
A continuación, el nivel de la mente aporta razón y experiencia. Jesús pidió a los apóstoles que ganaran experiencia en el ministerio personal antes de predicar públicamente en los medios sociales. Y así como Jesús los guio en el estudio de las escrituras, deberíamos buscar joyas en las fuentes de inspiración de otras personas religiosas, de la Nueva Era y seculares.
El nivel de amor fraternal es:
… un servicio social incondicional que crece a partir de la conciencia de la paternidad de Dios y el consecuente reconocimiento de la hermandad del hombre». El amor fraternal está preparado para servir a cualquiera; y Jesús tenía especial consideración por los mortales sobrecargados, ansiosos y abatidos. [LU 132:4.2]
Luego viene el nivel moral. Podemos ser comprensivos, inteligentes y estar maravillosamente motivados para servir… pero no ser sabios. En el plano moral, nuestra perspectiva crece cuando «alcancéis niveles filosóficos de interpretación… tengáis una visión real de lo correcto y lo incorrecto de las cosas… percibáis la aptitud eterna de las relaciones humanas» [LU 147:4.8].
Jesús vivió y enseñó un sabio principio educativo que se conecta con dos enseñanzas morales universales. En primer lugar, siempre debemos mostrar un respeto adecuado por la experiencia y las dotaciones de nuestros mayores y superiores. Nuestros superiores leales de cada revelación de época han honrado el principio cósmico de enseñar la verdad. Como dijo Jesús al molinero: «En tu ministerio viviente y amante, sirve el alimento espiritual de una manera atractiva y adaptada a la capacidad de recepción de cada uno de los que te pregunten» [LU 133:4.2]. Lo llamo el principio de receptividad.
No enseñes en exceso. No intentes mostrar las bellezas del templo a los que no están en el templo. Este principio ilustra una segunda enseñanza moral: que siempre hemos de tener en cuenta las limitaciones y la inexperiencia de nuestros jóvenes y subordinados. Para Jesús, el principio de receptividad era una forma de vida. Se convirtió en «experto en el arte divino de revelar su Padre Paradisiaco a las criaturas mortales de todas las edades y de todas las etapas» [LU 127:6.15]. Este principio implica que normalmente nos aseguramos de que alguien esté en la familia espiritual de Dios a través de la fe en algunas verdades del evangelio antes de presentarles El libro de Urantia.
Ahora estamos listos para el sexto nivel, el nivel espiritual: tratar a los demás como concebimos que Dios los trataría; en otras palabras: hacer a los hombres lo que sabemos que Jesús les haría en las mismas circunstancias.
Cuando las circunstancias lo requieren, el amor paternal puede hablar con gran poder. Tal vez lo necesitemos ahora. Jesús dijo una vez: «El amor divino también tiene sus disciplinas severas» [LU 143:1.4].
Esto fue parte de:
«… uno de los discursos más apasionados que Jesús pronunció nunca ante los doce. El Maestro rara vez hablaba a sus apóstoles mostrando unos poderosos sentimientos, pero ésta fue una de las pocas ocasiones en las que se expresó con una seriedad manifiesta, acompañada de una marcada emoción.
El resultado de la prédica pública y el ministerio personal de los apóstoles fue inmediato; desde ese mismo día, su mensaje tomó una nueva nota de valiente dominio. Los doce continuaron adquiriendo el espíritu de agresión positiva en el nuevo evangelio del reino». [LU 143:1.8-9]
Lean este pasaje, donde Jesús exhorta no con rabia y desprecio, sino con un amor que eleva a sus oyentes.
Vosotros, que habéis confesado vuestra entrada en el reino de los cielos, sois en general demasiado vacilantes e imprecisos en vuestra manera de enseñar. Los paganos se dirigen directamente hacia sus objetivos; vosotros sois culpables de tener demasiados anhelos crónicos. Si deseáis entrar en el reino, ¿por qué no os apoderáis de él mediante un asalto espiritual, como los paganos se apoderan de una ciudad sitiada? Difícilmente sois dignos del reino cuando vuestro servicio consiste tan ampliamente en la actitud de lamentaros del pasado, quejaros del presente y tener una esperanza vana para el futuro. ¿Por qué están furiosos los paganos? Porque no conocen la verdad. ¿Por qué languidecéis en anhelos fútiles? Porque no obedecéis a la verdad. Poned fin a vuestras ansias inútiles y salid a hacer valientemente lo que está relacionado con el establecimiento del reino. [LU 155:1.3]
Si pasamos tanto tiempo libre como podamos en el movimiento de El libro de Urantia y huimos de las dificultades del movimiento del evangelio aparte de eso, necesitamos sentirnos sacudidos con el Espíritu de la Verdad que se derramó sobre Pentecostés. Dijo Jesús: «En el evangelio reside el poderoso Espíritu de la Verdad» [LU 178:1.3]. Ahí está el poder que necesitamos.
No sabemos lo oscuras que serán las tormentas que se están preparando ni cuándo se producirá el renacimiento espiritual, pero confiaremos en Jesús y «dependeremos enteramente de él para conducirnos con seguridad a través de las vicisitudes no reveladas» del siglo XXI [LU 120:1.3].
La crisis ecológica hace difícil creer en un proceso evolutivo con un gran destino para nuestro futuro. Las masas de inmigrantes y refugiados ejemplifican el sufrimiento humano masivo que hace que la gente se pregunte dónde está Dios; los diversos antagonismos sociales, económicos y políticos hacen difícil creer en la hermandad del hombre; y el rechazo ciego e ignorante de la religión hace difícil comunicar la paternidad de Dios. Intelectualmente tenemos respuestas; el poder de vivirlas y proclamarlas viene del Espíritu.
Pentecostés dotó al hombre mortal del poder de perdonar las ofensas personales, de conservar la dulzura en medio de las peores injusticias, de permanecer impasible ante unos peligros aterradores, y de desafiar los males del odio y de la ira mediante los actos intrépidos del amor y la indulgencia. [LU 194:3.12]
A continuación les hago esta pregunta: ¿Cuál es su mayor dificultad en la proclamación, y cómo creen que estas enseñanzas les ayudan con esa dificultad?
¡Feliz amor!