© 2000 The Brotherhood of Man Library
Habéis surgido de entre aquellos semejantes vuestros que han elegido permanecer satisfechos con una religión de la mente, que ansían la seguridad y prefieren el conformismo. Habéis elegido cambiar vuestros sentimientos de certidumbre autoritaria por las seguridades del espíritu de una fe aventurera y progresiva. Os habéis atrevido a protestar contra la esclavitud abrumadora de una religión institucional y a rechazar la autoridad de las tradiciones escritas actualmente consideradas como la palabra de Dios. Nuestro Padre habló en verdad a través de Moisés, Elías, Isaías, Amós y Oseas, pero no ha dejado de suministrar al mundo palabras de verdad cuando estos antiguos profetas terminaron sus proclamaciones. Mi Padre no hace acepción de razas ni de generaciones, en el sentido de que la palabra de la verdad sea otorgada a una época y ocultada a la siguiente. No cometáis la locura de llamar divino a lo que es puramente humano, y no dejéis de discernir las palabras de la verdad, aunque no provengan de los oráculos tradicionales de una supuesta inspiración.
Os he llamado para que nazcáis de nuevo, para que nazcáis del espíritu. Os he llamado para que salgáis de las tinieblas de la autoridad y del letargo de la tradición, y entréis en la luz trascendente donde obtendréis la posibilidad de hacer por vosotros mismos el mayor descubrimiento posible que el alma humana puede hacer —la experiencia celestial de encontrar a Dios por vosotros mismos, en vosotros mismos y para vosotros mismos, y efectuar todo esto como un hecho en vuestra propia experiencia personal. Así podréis pasar de la muerte a la vida, de la autoridad de la tradición a la experiencia de conocer a Dios; así pasaréis de las tinieblas a la luz, de una fe racial heredada a una fe personal conseguida mediante una experiencia real; de este modo progresaréis de una teología de la mente, transmitida por vuestros antepasados, a una verdadera religión del espíritu que será edificada en vuestra alma como una dotación eterna.
Vuestra religión dejará de ser una simple creencia intelectual en una autoridad tradicional, para convertirse en la experiencia efectiva de esa fe viviente que es capaz de captar la realidad de Dios y todo lo relacionado con el espíritu divino del Padre. La religión de la mente os ata sin esperanzas al pasado; la religión del espíritu consiste en una revelación progresiva y os llama constantemente para que consigáis unos ideales espirituales y unas realidades eternas más elevados y más santos.
Aunque la religión de autoridad puede conferir un sentimiento inmediato de seguridad estable, el precio que pagáis por esa satisfacción pasajera es la pérdida de vuestra independencia espiritual y de vuestra libertad religiosa. Como precio para entrar en el reino de los cielos, mi Padre no os exige que os forcéis a creer en cosas que son espiritualmente repugnantes, impías y falsas. No se os pide que ultrajéis vuestro propio sentido de la misericordia, de la justicia y de la verdad por medio de vuestro sometimiento a un sistema anticuado de formalidades y de ceremonias religiosas. La religión del espíritu os deja eternamente libres para seguir la verdad, dondequiera que os lleven las directrices del espíritu. ¿Y quién puede juzgar —quizás este espíritu tenga algo que comunicar a esta generación, que las otras generaciones han rehusado escuchar? …
Cada raza de la humanidad tiene su propia perspectiva mental sobre la existencia humana; por consiguiente, la religión de la mente debe siempre armonizarse con estos diversos puntos de vista raciales. Las religiones de autoridad nunca podrán llegar a unificarse. La unidad humana y la fraternidad de los mortales sólo se pueden conseguir por medio, y a través de, la dotación superior de la religión del espíritu. Las mentes de las razas pueden ser diferentes, pero toda la humanidad está habitada por el mismo espíritu divino y eterno. La esperanza de la fraternidad humana sólo se puede realizar cuando, y a medida que, la religión unificante y ennoblecedora del espíritu —la religión de la experiencia espiritual personal— impregne y eclipse a las religiones de autoridad mentales y divergentes.
Las religiones de autoridad sólo pueden dividir a los hombres y levantar unas conciencias contra otras; la religión del espíritu unirá progresivamente a los hombres y los inducirá a sentir una simpatía comprensiva los unos por los otros. Las religiones de autoridad exigen a los hombres una creencia uniforme, pero esto es imposible de realizar en el estado actual del mundo. La religión del espíritu sólo exige una unidad de experiencia —un destino uniforme— aceptando plenamente la diversidad de creencias. La religión del espíritu sólo pide la uniformidad de perspicacia, no la uniformidad de punto de vista ni de perspectiva. La religión del espíritu no exige la uniformidad de puntos de vista intelectuales, sino solamente la unidad de sentimientos espirituales. Las religiones de autoridad se cristalizan en credos sin vida; la religión del espíritu se desarrolla en la alegría y la libertad crecientes de las acciones ennoblecedoras del servicio amoroso y de la ayuda misericordiosa…
No olvidéis nunca que sólo hay una aventura más satisfactoria y emocionante que la tentativa de descubrir la voluntad del Dios vivo, y es la experiencia suprema de intentar hacer honradamente esa voluntad divina. Y recordad siempre que la voluntad de Dios se puede hacer en cualquier ocupación terrestre. No hay profesiones santas y profesiones laicas. Todas las cosas son sagradas en la vida de aquellos que están dirigidos por el espíritu, es decir, subordinados a la verdad, ennoblecidos por el amor, dominados por la misericordia y refrenados por la equidad —por la justicia. El espíritu que mi Padre y yo enviaremos al mundo no es solamente el Espíritu de la Verdad, sino también el espíritu de la belleza idealista.
Tenéis que dejar de buscar la palabra de Dios únicamente en las páginas de los viejos escritos con autoridad teológica. Aquellos que han nacido del espíritu de Dios discernirán en lo sucesivo la palabra de Dios, independientemente del lugar de donde parezca originarse. No hay que desestimar la verdad divina porque se haya otorgado a través de un canal aparentemente humano.
Muchos de vuestros hermanos aceptan mentalmente la teoría de Dios, pero no consiguen darse cuenta espiritualmente de la presencia de Dios. Ésta es precisamente la razón por la que os he enseñado tantas veces que la mejor manera de comprender el reino de los cielos es adquiriendo la actitud espiritual de un niño sincero. No os recomiendo la inmadurez mental de un niño, sino más bien la ingenuidad espiritual de un pequeño que cree con facilidad y que confía plenamente. No es tan importante que conozcáis el hecho de Dios, como que desarrolléis cada vez más la habilidad de sentir la presencia de Dios.
Una vez que empecéis a descubrir a Dios en vuestra alma, no tardaréis en empezar a descubrirlo en el alma de los otros hombres, y finalmente en todas las criaturas y creaciones de un poderoso universo. Pero ¿qué posibilidades tiene el Padre de aparecer, como el Dios de las lealtades supremas y de los ideales divinos, en el alma de unos hombres que dedican poco o ningún tiempo a la contemplación reflexiva de estas realidades eternas? Aunque la mente no es la sede de la naturaleza espiritual, es en verdad la entrada que conduce a ella. (LU 155:6.2-13)
Vosotros sois mis apóstoles, y la religión no se convertirá para vosotros en un refugio teológico al que podréis huir cuando temáis enfrentaros con las duras realidades del progreso espiritual y de la aventura idealista. Vuestra religión se convertirá más bien en el hecho de una experiencia real que atestigua que Dios os ha encontrado, idealizado, ennoblecido y espiritualizado, y que os habéis alistado en la aventura eterna de encontrar al Dios que así os ha encontrado y os ha hecho hijos suyos.
Cuando Jesús terminó de hablar, hizo una seña a Andrés, apuntó hacia el oeste en dirección a Fenicia, y dijo: «Pongámonos en camino». (LU 155:6.18-19)
No os desaniméis; la evolución humana continúa avanzando, y la revelación de Dios al mundo, en Jesús y por Jesús, no fracasará. (LU 196:3.33)