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Luz y Vida — Núm. 31 — Presentación | Luz y Vida — Núm. 31 — Diciembre 2012 — Índice | La voluntad del Padre |
El propósito del Dios eterno es de un ideal altamente espiritual, donde los acontecimientos del tiempo y las luchas de la vida material no son otra cosa que el andamio transitorio que tiende un puente hacia el otro lado, hacia la tierra prometida de la realidad espiritual y de la existencia celestial. En la mente de Dios existe un plan divino que involucra a cada criatura de sus vastos dominios. Este plan consiste en un propósito de vida eterna, de oportunidades ilimitadas, de progreso sin límites y de perfección absoluta. Pero, con la mente material finita que poseemos, somos mortalmente incapaces de comprender el pensamiento de la eternidad, algo que no tiene ni comienzo ni fin, y todo lo que nos resulta familiar siempre tiene un final.
Francamente, la eternidad es incomprensible para la mente temporal finita. No somos capaces de comprender ni de entender los valores universales de esencia infinita y de significado eterno. Y, en lo que respecta a una vida individual, a la duración de un reino o la cronología de cualquier serie interconectada de acontecimientos, parecería que únicamente abarcamos un tramo de tiempo aislado en donde todo parece tener un comienzo y un fin, y que tales experiencias, vidas, edades o épocas enlazadas en forma sucesiva solo constituyen un acontecimiento aislado en el tiempo que centellea momentáneamente a través de la infinita cara de la eternidad. Pero tal explicación es inadecuada, desconectada y completamente inapropiada para explicar adecuadamente las transacciones temporales, los propósitos subyacentes a las reacciones básicas de la eternidad. Lo más adecuado para nuestra mente cósmica evolutiva sería ubicar los acontecimientos materiales del tiempo como un ciclo temporal que se encuentra conectado y sincronizado con los ciclos eternos del tiempo y del espacio.
Estos ciclos materiales temporales de la vida mortal, prácticamente se inician en los mundos evolucionarios con la aparición de vida inteligente y, conforme la criatura evolucionaria se va desarrollando progresivamente en esa escala de vida material, la mente del hombre primitivo empieza a manifestar gradualmente la acción de los «siete espíritus ayudantes de la mente», a los cuales se les conoce de la siguiente manera: espíritu de la intuición, del entendimiento, del valor, del conocimiento, de la asesoría, de la adoración y de la sabiduría.
Es importante señalar que la acción del sexto espíritu de la adoración y del séptimo espíritu de la sabiduría en la mente de la criatura van a distinguir eternamente al hombre del animal ya que cuando el hombre primitivo, después de un largo proceso evolucionario, empieza a cruzar el umbral del ministerio espiritual, aparece en él la voluntad de poder optar por adorar y ascender, hecho que señala la manifestación del primer impulso espiritual de su mente evolutiva. Ya se empieza a vislumbrar por vez primera la existencia de vida inteligente en un planeta evolutivo.
La aparición de vida inteligente fue de tal trascendencia para la raza humana que, a partir de ese acontecimiento, la Tierra fue reconocida formalmente por las más altas autoridades universales como un planeta habitado por criaturas inteligentes.
A partir de ese momento, todas las luchas materiales del hombre mortal ya no son en vano; los mortales evolutivos de Urantia pasan a formar parte de una familia inmensa, de una empresa gigantesca, de un proyecto eterno, de un ideal altamente espiritual que marcha a través del tiempo y del espacio, al compás de la música del pensamiento infinito y de acuerdo al propósito eterno y divino de nuestro Padre Universal.
Para una mejor comprensión del contenido del tema, debemos tener presente las siguientes definiciones: CUERPO: es el mecanismo electroquímico viviente de naturaleza y origen animal. Es el organismo material o físico del hombre. MENTE: es el mecanismo del organismo humano que piensa, percibe y siente. Está en constante evolución ascendente a través de la adoración y la sabiduría.
La evolución orgánica del hombre a través de los niveles evolucionarios de la mente
Todo organismo viviente, sea éste vegetal o animal, posee la capacidad innata de evolucionar para el logro de una mejor adaptación al medio ambiente en el que se desenvuelve, pero esto solo se lograra a través de un constante esfuerzo por desarrollar las mejores condiciones de adaptación al medio en el que vive. Estos interminables esfuerzos de adaptación de todo lo viviente a través de la evolución, evidencian que ésta no es espontánea ni fortuita. La evolución tiene un propósito específico y determinado, ya que en todos los seres vivientes existe una dote espiritual mental (los espíritus ayudantes de la mente) que les va a permitir alcanzar por medio de la evolución un alta grado de adaptación dentro del nivel de vida en el que se desarrolla (LU 65:7.6).
La aparición de las primeras formas inferiores de vida animal a través de la evolución biológica de las especies, nos muestra que la evolución en el reino animal tuvo el propósito bien definido de originar a través de un largo proceso evolucionario la aparición de la raza humana en el planeta (LU 62:1.3).
Esta evolución orgánica del reino animal estuvo condicionada desde su inicio por la presencia de los primeros cinco espíritus ayudantes de la mente (de la intuición, del entendimiento, del valor, del conocimiento y del asesoramiento), ya que las formas inferiores de vida animal que inicialmente aparecieron en los mundos primitivos fueron totalmente sensibles al medio ambiente natural en el que aparecieron (la edad glacial). Pero, a medida que ascendieron en la escala de vida animal, los cinco ayudantes de la mente fueron entrando gradualmente en funcionamiento uno por uno, y así la mente del animal se fue tornando más receptiva a los ajustes y al dominio del medio ambiente en el que se desenvolvieron. Es importante resaltar que la capacidad de los animales para adaptarse al aire, al agua y a la tierra no es casual, es un ajuste superfísico que realiza el cerebro a través de su sistema nervioso, el cual posee la capacidad innata de responder al ministerio de la mente.
Pero va a ser la acción de los siete espíritus ayudantes de la mente la que va a influir en la ordenada evolución orgánica de las criaturas que viven en los mundos primitivos, Los siete espíritus son los versátiles ayudantes de la mente que sirven a las criaturas inferiores de un planeta y también representan la presencia del Espíritu Infinito en las ordenes más bajas de vida inteligente de los mundos evolucionarios del tiempo y del espacio (LU 36:5.2).
Los siete espíritus ayudantes de la mente van a actuar desde los niveles inferiores de la mente y se van a ir manifestando conforme al logro evolucionario que vaya logrando la criatura primitiva a través del siguiente orden: de la intuición, del entendimiento, del valor, del conocimiento, del asesoramiento, de la adoración y de la sabiduría.
La actuación de los primeros cinco espíritus ayudantes en la mente de las primeras ordenes de animales inferiores es, hasta cierto punto, esencial para la aparición del incipiente intelecto humano. Así pues, en resumen, la presencia de los siete espíritus ayudantes en la mente de la criatura primitiva es indispensable para su evolución orgánica, intelectual y espiritual. Y va ser la acción de los dos últimos ayudantes de la mente, el de la adoración y de la sabiduría, la que a diferenciar por siempre al HOMBRE del ANIMAL.
Hace poco más de un millón de años, aparecieron por vez primera los antepasados del género humano, los cuales surgieron a través de la evolución del plasma vital que poseían algunos animales de tipo inferior. Esta evolución orgánica, que dio origen a los primeros tipos de lémures que antecedieron al hombre primitivo, surge a través de una serie de mutaciones sucesivas, lo cual dio como resultado la aparición de las razas protohumanas del tipo de lémur de los mamíferos placentarios. La aparición de estos mamíferos tuvo lugar en la península mesopotámica o pérsica (LU 62:2.1).
Estos mamíferos protohumanos mesopotámicos eran descendientes directos del tipo de lémur norteamericano de los mamíferos placentarios. Eran criaturas muy activas, medían cerca de un metro de altura y, aunque no podían andar sobre las patas traseras, podían ponerse erguidos con facilidad. Eran peludos y ágiles, balbuceaban al estilo monesco pero, a diferencia de las tribus símicas, eran carnívoros. Poseían un pulgar primitivo, sus dedos gordos del pie eran sumamente útiles para asirse y con el tiempo esa especie protohumana desarrolló cada vez más sus pulgares, perdiendo así de manera progresiva la facultad de asirse con los dedos gordos de sus pies, debido a que utilizaban más frecuentemente los dedos pulgares de sus manos para realizar sus actividades. Estos mamíferos protohumanos alcanzaron su pleno desarrollo a los tres o cuatro años de edad y tenían una vida potencial de veinte años. Por lo general tenían una sola cría por vez, ocasionalmente daban gemelos y los miembros de esta nueva especie poseían cerebros más grandes que los demás animales de su tipo.
Prácticamente con la aparición de los mamíferos protohumanos hizo también su aparición en la mente primitiva de la criatura animal el espíritu ayudante de la intuición, este es el primero de los ayudantes de la mente, que va actuar más ampliamente en las ordenes más bajas de vida animal, que los va a dotar en gran parte de los numerosos instintos primitivos de autoconservación, así como de las emociones que posteriormente caracterizarían al hombre primitivo. También les proporcionó el instinto por alimentarse y el instinto del deseo sexual manifestó una selección sexual definida en forma tosca de cortejo y en la elección de la pareja. Eran tiernos en sus relaciones familiares y defendían a su clan aun a costa de su vida.
Estos primeros mamíferos protohumanos se multiplicaron y propagaron por la península de Mesopotamia durante más de mil años. Durante ese tiempo desarrollaron un mejor tipo físico y una mayor inteligencia y, después de sesenta generaciones de haberse originado esta especie, apareció una nueva clase de criaturas, los mamíferos intermedios, los cuales ya mostraron un comportamiento superior de vida. Con la aparición de este nuevo tipo de criaturas de origen animal se daba el siguiente paso en la evolución del género humano (pág.704, 705)
Estas criaturas fueron más grandes que sus antecesores. Median poco más de metro y medio; en todos los aspectos eran más grandes que sus progenitores. Contaban con piernas más largas y brazos más cortos, tenían dedos pulgares de funcionamiento casi perfecto y tan eficiente como el pulgar de los humanos actuales para adaptarse a diversas tareas, Ya caminaban erguidos, disponían de pies bien adaptados para andar como las razas humanas posteriores y sus cerebros eran más pequeños pero con un comportamiento más inteligente.
Varios rasgos humanos rudimentarios aparecieron en esta especie nueva: su cuerpo ya tenía poco pelo y, en comparación con sus antepasados, eran verdaderamente hermosos.
A lo largo de quince mil años y seiscientas generaciones, siguieron evolucionando a través de la acción del segundo ayudante de la mente, el espíritu del entendimiento, el cual pudo dotar a los mamíferos intermedios del impulso de la coordinación, de la asociación espontánea y automática de ideas, de la acción del razonamiento y juicio rápido y de la habilidad de tomar decisiones de forma inmediata.
Conforme evolucionaban los mamíferos intermedios, se pudo observar en ellos la acción del tercer ayudante de la mente, el espíritu del valor, quien los dotó de una forma simple de autoconciencia y de protección, lo cual es la base del carácter, de la raíz intelectual, de la fibra moral y de la intrepidez espiritual, que va a dar a la criatura el impulso para que evolucione por los canales de la autodirección inteligente y consciente, propiciando con ello la aparición de los mamíferos superiores o primates, los cuales fueron los antepasados directos e inmediatos de la raza humana.
Los primates eran más humanos y menos animales que sus predecesores del grupo mamífero intermedio. Las dimensiones del esqueleto de esta especie nueva eran muy similares a los de las razas humanas primitivas. El tipo humano de mano y pie había llegado a su pleno desarrollo; estas criaturas ya sabían caminar y hasta correr. También, como cualquiera de sus descendientes humanos posteriores, el mayor uso de sus manos contribuyó mucho al desarrollo de su capacidad cerebral. Aunque los primates diferían poco de sus predecesores en cuanto a su naturaleza emocional, exhibían una tendencia más humana en todas sus emociones. Fueron efectivamente animales más espléndidos y superiores, alcanzaron su madures a los diez años de edad y su vida máxima promedio era de casi cuarenta años. Conforme evolucionaban, se observó al cuarto ayudante de la mente, el espíritu del conocimiento, manifestarse en creciente medida, proporcionando a la criatura el don de la aventura y el descubrimiento, así como el primer impulso científico y la acción de dirigir sus dotaciones de valor hacia caminos de crecimiento progresivo a través de la acción del quinto espíritu del asesoramiento, el cual dotó a la mente de los primates del impulso social y el consecuente desarrollo del instinto de convivir en paz con otras criaturas de su misma especie.
Con la aparición de los primates superiores apareció también una especie de primates retrasados, los cuales fueron los fundadores de las tribus de simios modernas. De este modo, se puede observar que el hombre y el mono están emparentados solo porque ambos descendieron de los mamíferos intermedios. El hombre moderno y los simios descendieron de la misma tribu y especie pero no de los mismos progenitores. Los antepasados directos del hombre descendieron de los especímenes superiores y de lo más selecto de los mamíferos intermedios, mientras que los simios modernos descendieron del grupo más retardado de los mamíferos intermedios.
Así pues, a través de la aparición gradual de los primeros cinco espíritus ayudantes en la mente de los mamíferos protohumanos, de los mamíferos intermedios y de los mamíferos superiores, y tras casi novecientas generaciones de evolución orgánica, las cuales abarcaron alrededor de veintiún mil años, una hembra primate dio a luz súbitamente a dos asombrosas criaturas, los primeros verdaderos seres humanos. Estos notables gemelos (un macho y una hembra) prácticamente pasarían a ser los padres de todo el género humano. Eran a todas luces superiores y radicalmente diferentes a todos sus demás antepasados.
Estas dos notables criaturas fueron verdaderos seres humanos. Contaban con dedos pulgares perfectamente humanos y tenían los pies tan perfectos como los de las razas humanas actuales, caminaban y corrían. Estos primeros seres humanos (y sus descendientes) alcanzaron la plena madurez a los doce años de edad, y tenían una vida media potencial de setenta y cinco años. Muchas emociones nuevas aparecieron tempranamente en estos gemelos humanos. Manifestaban admiración tanto por los objetos como por otros seres y exhibían una considerable vanidad. Pero el adelanto más extraordinario en el desarrollo emocional de estos gemelos fue la aparición del sexto ayudante, el espíritu de adoración, el cual al entrar en acción en la mente humana de los gemelos, hizo que éstos de manera repentina comenzaran a manifestar un conjunto de sentimientos nuevos que eran verdaderamente humanos. Empezaron a mostrar un tipo de adoración primitiva, la cual comprendía: el pavor, la reverencia, la humildad, la gratitud y el temor a los fenómenos naturales. Este conjunto de sentimientos humanos darán a luz la religión primitiva. Esta manifestación de adoración primitiva es el primer impulso diferencial que va a separar a las criaturas de mente en dos clases básicas de existencia: la animal y la humana. El espíritu de adoración va a diferenciar por siempre al hombre del animal (esas criaturas de dotación mental sin alma). Es importante señalar que la práctica de una genuina adoración hacia el Padre Universal por parte de los mortales evolutivos les va a proporcionar la candidatura a la ascensión espiritual (LU 36:5.12).
Los gemelos no solo manifestaron tales sentimientos humanos, también manifestaron muchos otros sentimientos altamente evolucionados. Conocían escasamente la compasión, la vergüenza, el reproche, y tenían aguda conciencia del amor, el odio y la venganza, siendo además susceptibles a marcados sentimientos de celos. Muy pronto aprendieron la comunicación verbal y a los diez años ya habían inventado y mejorado un lenguaje de señas y palabras. Mejoraron y expandieron considerablemente la torpe técnica de comunicación de sus antepasados (LU 62:5.5-7).
Cuando los gemelos tenían unos nueve años de edad, trataron un asunto de trascendental importancia para la proliferación de la raza humana. Ambos acordaron que vivirían el uno con el otro y el uno para el otro. Este fue el primero de una serie de acuerdos que culminarían más adelante con la aparición de la raza humana. Asimismo tomaron la decisión de huir de sus compañeros animales inferiores y emprender en un futuro próximo un viaje hacia el norte a una región aislada para evitar la posible degradación biológica a través del apareamiento con sus parientes inferiores de las tribus de los primates (LU 62:5.8).
Así pues, cuando los gemelos tenían once años de edad, a través de un pensamiento meditativo e inteligente tomaron la decisión de huir hacia el norte para segregar a su futura prole del resto de los primates inferiores con la intención de preservar y elevar a la raza humana hasta niveles superiores de evolución. Este hecho originó la aparición del séptimo ayudante, el espíritu de la sabiduría, en la naciente mente evolutiva de los gemelos, y les dotó de la tendencia hacia un avance evolucionario ordenado y progresivo, así como de la habilidad innata para sobrevivir y subsistir dentro del hostil y peligroso ambiente que los rodeaba.
Este relevante acontecimiento de la aparición del espíritu de la sabiduría en la mente evolutiva de los gemelos a través de su primer pensamiento inteligente, originó que la tierra fuera registrada en los archivos del universo como un planeta habitado por vida inteligente. La evolución biológica de las especies, a partir de un prolongado proceso evolucionario orgánico, por fin ya había logrado alcanzar los niveles de dignidad humana.
Este hecho originó que, hace aproximadamente un millón de años, apareciera por vez primera sobre la faz de la tierra el hombre evolucionario, el cual a partir de ese reconocimiento ya poseía el potencial para ascender espiritualmente (LU 62:7.1). Este gran suceso permitió que Urantia (nombre que le fue asignado a la Tierra dentro del sistema planetario) fuera registrado formalmente como un planeta habitado por vida inteligente por parte de las autoridades superhumanas del universo de Nebadon (nombre del universo en el que se ubica Urantia). Este acontecimiento se trasmitió desde la sede central de Nebadon a través del siguiente mensaje: con gran placer se comunica a todo el universo de Nebadon; la aparición del tipo de mente humana evolutiva en Urantia, a partir de la decisión inteligente que tomaron los gemelos de huir hacia el norte para segregar a su futura descendencia de sus antepasados inferiores.
Este registro planetario formal se cerró con la declaración de un arcángel que se encontraba en Nebadon: ha aparecido a través de los gemelos la mente humana en Urantia. Los padres de esta nueva raza se llamarán Andon, que en nombre nebadónico significa «la primera criatura a semejanza del Padre en exhibir el deseo humano por la perfección», y Fonta, que significa «la primera criatura a semejanza del Hijo en exhibir el deseo humano por la perfección». Y todos los arcángeles del universo rezamos para que esta nueva raza reciba pronto en su mente evolutiva la dote del espíritu divino del Padre Universal, la realidad espiritual más pura que pueda existir en el Gran Universo y que lleva por nombre «Ajustador del Pensamiento»(LU 63:1.4).
De esta manera concluye la extraordinaria actuación del hombre primitivo sobre la faz de la tierra, dejando listo el escenario para el siguiente capítulo de la obra: la evolución espiritual del hombre para el logro de la sobrevivencia inmortal, en la cual el hombre evolucionario, con potencialidad de trascender más allá del ciclo temporal en el que vive, tendrá que realizar su mejor actuación espiritual dentro del nivel material en el que se desarrolla, para que su alma evolutiva mortal después de la muerte logre la supervivencia y pase al siguiente ciclo de la eternidad, esa gloriosa y perfecta carrera espiritual inmortal ascendente hacia el paraíso.
El Padre Universal que habita la eternidad ha emanado el siguiente mandato supremo: SED VOSOTROS PERFECTOS, ASÍ COMO YO SOY PERFECTO, el cual es de observancia general para todas las criaturas de su gran creación, incluso para las criaturas más bajas de origen animal, tal y como lo son las razas mortales de URANTIA (LU 1:0.3, LU 7:5.1, LU 40:7.5). Así pues, hermanos, ya es tiempo de que verdaderamente empecemos a prepararnos espiritualmente, para empezar a cumplir con la voluntad de DIOS, de ser perfectos así como el Padre es perfecto.
El contenido de este tema forma parte de El Libro de Urantia y las reflexiones aquí vertidas son autoría de quien elaboró el tema.
GRACIAS
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