© 2002 Joseph Servant
© 2004 Olga López, traducción
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Le Lien Urantien — Número 22 — Verano de 2002 | Le Lien Urantien — Número 22 — Verano 2002 | Portadores de vida |
El «YO SOY», el Dios infinito que ha creado el universo y lo administra sin cesar, existe desde toda la eternidad (LU 195:7.18); Él se revela a nosotros como Padre Universal, un Padre-amigo. El centro del universo de universos es el universo central, universo perfecto compuesto del Paraíso, rodeado de 10 circuitos concéntricos elípticos que comprenden más de mil millones de esferas habitadas por una miríada de personas creadas perfectas. Este universo central no tuvo comienzo, existe desde siempre, es existencial. Alrededor de este universo existencial, en circuitos elípticos sucesivos, se ha construido experiencialmente, evolucionariamente, el Gran universo, partiendo de la energía primordial que se condensa en nebulosas de donde son expulsados los soles, los cuales expulsan a su vez planetas como el nuestro.
Una vez que esos planetas se hacen habitables, una jerarquía de personalidades creativas van allí a llevar la vida en forma de una célula inicial programada, y a continuación a dirigir la evolución a través de las fases vegetales, animales y finalmente humanas; cada fase es la consecuencia de la precedente y se nutre de ella.
Respecto a nuestra Tierra, la vida comenzó allí hace aproximadamente mil millones de años con la era de la vida marina para llegar, hace un millón de años, al mamífero más evolucionado: el primate. La mejor pareja de estos primates fue elegida para convertirse en humana (ésta fue la mutación del animal al hombre). Esos dos primates recibieron del Padre Universal el don de la personalidad, que les diferenció definitivamente de los animales dotándoles de identidad, de conciencia de sí mismos, de un libre albedrío que les permitía elegir, y de crecimiento mental. Mediante el don de este libre albedrío, respetado absolutamente, el hombre pasa a ser responsable de su destino, está ante la elección de basarse únicamente en las reacciones de su mente o de buscar la ayuda de sus guías divinas: Dios el Padre, que es amor, el absoluto de los valores, el absoluto de la verdad, nuestra meta que alcanzar; Jesús, Hijo de Dios, que es nuestro Maestro, nuestro Hermano-amigo, nuestro educador, que nos revela la verdad y nos conduce a ella, es el camino que nos lleva al Padre; el Espíritu Santo, que nos educa desde la eclosión de los instintos físicos reflejos y primitivos hasta la sabiduría, y favorece a continuación nuestro desarrollo hacia la lógica, la moralidad y la espiritualidad; y nuestro Ángel guardián — ángel amigo — que nos guía manipulando nuestro entorno. Pidámosles a estas ayudas divinas que nos iluminen, que nos conduzcan a la verdad viva para que construyamos dentro de nosotros y por nosotros mismos nuestra religión. La religión es estrictamente personal.
«De la misma manera que el hijo terrestre posee un fragmento material de su padre humano, existe un fragmento espiritual del Padre celestial en cada hijo del reino por la fe.» (LU 148:4.10); este fragmento del Padre, nuestro Ajustador del Pensamiento, individualiza el amor del Padre, habita nuestra mente desde que ésta se hace moral y, con esta mente, engendra nuestra alma, nuestro yo espiritual, del que es el Padre; y el Espíritu Santo, creador de la mente, es la Madre de nuestra alma, nuestra Madre-amiga. Nuestro segundo nacimiento se dará cuando, siendo conscientes de nuestra filiación con el Padre, decidamos hacer su voluntad; es el paso del mundo de la carne al mundo del espíritu, al mundo del amor; es seguir a Jesús. Tras la muerte de nuestro cuerpo físico, nuestra alma continuará su camino hacia mundos donde los hábitos de vida son la rectitud y la alegría de vivir en la verdad (1 935:0). El hombre es el descendiente de animales combativos, tiene en él el potencial de todas las cualidades físicas y mentales adquiridas y desarrolladas en el curso de la evolución: la solidez de la encina, la agilidad de la cierva, la astucia del zorro…«El intelecto humano está enraizado en el origen material de las razas animales» (LU 9:5.5). La evolución quiere que sus cualidades originales de egoísmo y orgullo le empujen a ser el dominante. Eso es la vida material. Pero desde que el fragmento del Padre llega para habitar su mente, le conduce a la vida espiritual, al amor. Su ego material se diluye progresivamente ante su yo espiritual, su alma. Sólo el alma ama.
La vida es un drama. Nuestro camino consiste en morir en la vida material, basada en el egoísmo y el orgullo, para nacer a la vida espiritual, basada en el altruismo y la humildad, una vida donde el único móvil de acción es el amor; éste es el objetivo de nuestra vida terrestre.
El amor no puede ser impuesto. Amar es liberarse del yo, es olvidarse de sí en beneficio de lo que es exterior a él. Es el dominio de la equidad, del compartir y de la devoción desinteresada. El amor nace únicamente de una comprensión profunda y consumada de los móviles y de los sentimientos de nuestro prójimo.
Nuestras ayudas divinas nos inculcan amor constantemente, pero su aplicación depende únicamente de la elección del libre albedrío de nuestra personalidad.
Las religiones principales hacen referencia a Abraham; se basan en el concepto único de la paternidad de Dios y la fraternidad de los hombres, pero si han conservado el concepto lo han relegado a un segundo plano, sofocado por las rivalidades, las costumbres y los rituales. Cada religión contiene dos tipos de seguidores: los creyentes sinceros en un Dios de amor, que se comportan con amor en sus relaciones sociales y son portadores de la expansión de la religión pues viven el amor, son la mayoría silenciosa; y aquellos que, sin una convicción profunda, respondiendo a la necesidad de pertenecer a una comunidad, se colocan bajo una bandera de la que se proclaman defensores con el fin de dar vía libre a sus temperamentos beligerantes característicos de su inmadurez, son los destructores de la religión pues viven en el odio, aunque son nuestros hermanos; son la minoría ruidosa. Todas las religiones tienen sus terroristas.
En origen el hombre es belicoso por naturaleza, defiende su territorio, le gusta pelear; pero su primera naturaleza entrará progresivamente en conflicto con su segunda naturaleza, que se manifiesta en la necesidad de amar y ser amado, necesidad de su alma naciente; buscando satisfacer esta necesidad se puede actuar positivamente sobre él; dirigirlo hacia su Dios de amor es seguir la evolución. Utilicemos la fuerza pujante del amor. La Tierra se muere de falta de amor, ésta es la causa de la pobreza. El terrorismo no se combatirá combatiendo al terrorista con las armas sino amándolo, pues él sólo está retrasado o descarriado. Corresponde a los creyentes sinceros de toda religión, incluyendo los ateos, enrolarse valientemente en esta misión de amor, con el fin de defender la pureza de su religión y de su cultura imponiendo los verdaderos valores. La guerra santa no existe, puesto que lo que es santo es bueno y fraternal para toda la humanidad.
El delincuente es la víctima de una sociedad que no educa a la juventud. Es necesario que la sociedad invierta enérgicamente en una educación basada en las enseñanzas y la práctica de los verdaderos valores, generalizada a escala planetaria, y dispensada tanto a los adultos como a los jóvenes. Utilicemos positivamente la televisión. Instruyamos a la opinión pública, ella hará a continuación su trabajo. La opinión pública no es más que la expresión del Espíritu de la Verdad a través de cada individuo.
La Iglesia fue un resultado social inevitable y útil de la vida y las enseñanzas de Jesús. La tragedia fue que esta reacción social a las enseñanzas del reino suplantó el concepto espiritual del verdadero reino de forma tan completa, tal y como Jesús lo enseñó y lo vivió, que una Iglesia oficial e institucional vino a sustituir a la fraternidad del reino conducida individualmente por el espíritu de Dios que habita la mente del hombre, nuestro Ajustador del Pensamiento (LU 170:5.10)
André Malraux dijo que «el siglo veintiuno será espiritual o no será». Lo espiritual es el amor, y el amor es lo verdadero, lo bello y lo bueno; éstos son los verdaderos valores, los valores vivos, pues «La verdad es coherente, la belleza, atractiva, la bondad, estabilizadora. Y cuando estos valores de lo que es real se coordinan en la experiencia de personalidad, el resultado es un orden elevado de amor condicionado por la sabiduría y capacitado por la lealtad.» (LU 2:7.12). La fe es «la creencia humana en las realidades espirituales y los valores divinos.» (LU 195:7.1).
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