© 1998 Ken Glasziou
© 1998 The Brotherhood of Man Library
Cuán irrazonable es que no adoréis a Dios porque las limitaciones de la naturaleza humana y los obstáculos de vuestra creación material os impiden verlo. Entre vosotros y Dios hay una enorme distancia (de espacio físico) que hay que atravesar. Existe igualmente un gran abismo de diferencia espiritual que hay que colmar; pero a pesar de todo lo que os separa física y espiritualmente de la presencia personal de Dios en el Paraíso, deteneos a reflexionar sobre el hecho solemne de que Dios vive dentro de vosotros; a su propia manera ya ha tendido un puente sobre el abismo. Ha enviado de sí mismo su espíritu para que viva en vosotros y trabaje con vosotros mientras continuáis vuestra carrera eterna en el universo.
Encuentro fácil y agradable adorar a alguien que es tan grande, y que al mismo tiempo se dedica tan afectuosamente al ministerio de elevar a sus humildes criaturas. Amo de manera natural a alguien que es tan poderoso como para crear y controlar su creación, y que sin embargo es tan perfecto en su bondad y tan fiel en la benevolencia que nos cubre constantemente con su sombra. Creo que amaría a Dios de igual forma si no fuera tan grande ni tan poderoso, con tal que siga siendo tan bueno y misericordioso. Todos amamos más al Padre por su naturaleza que en reconocimiento de sus atributos asombrosos.
Cuando observo a los Hijos Creadores y a sus administradores subordinados luchando tan valientemente contra las múltiples dificultades del tiempo inherentes a la evolución de los universos del espacio, descubro que tengo un afecto grande y profundo por esos gobernantes menores de los universos. Después de todo, creo que todos nosotros, incluídos los mortales de los mundos, amamos al Padre Universal y a todos los demás seres divinos o humanos porque percibimos que esas personalidades nos aman verdaderamente. La experiencia de amar es en gran medida una respuesta directa a la experiencia de ser amado. Sabiendo que Dios me ama, debería continuar amándolo de manera suprema, aunque estuviera despojado de todos sus atributos de supremacía, ultimidad y absolutidad.
El amor del Padre nos sigue ahora y a lo largo del círculo sin fin de las eras eternas. Cuando meditéis sobre la naturaleza amorosa de Dios, sólo hay una reacción razonable y natural de la personalidad: amaréis a vuestro Hacedor cada vez más; tendréis por Dios un afecto análogo al que un niño siente por su padre terrestre; porque al igual que un padre, un padre real, un verdadero padre, ama a sus hijos, el Padre Universal ama a sus hijos e hijas creados y busca constantemente su bienestar.
«Pero el amor de Dios es un afecto parental inteligente y previsor. El amor divino actúa en asociación unificada con la sabiduría divina y con todas las otras características infinitas de la naturaleza perfecta del Padre Universal. Dios es amor, pero el amor no es Dios. La mayor manifestación del amor divino por los seres mortales se puede observar en la concesión de los Ajustadores del Pensamiento, pero vuestra mayor revelación del amor del Padre se puede contemplar en la vida de donación de su Hijo Miguel cuando vivió en la Tierra la vida espiritual ideal. El Ajustador interior es el que individualiza el amor de Dios para cada alma humana.» (LU 2:5.6-10)