© 2003 Ken Glasziou
© 2003 The Brotherhood of Man Library
La experiencia exquisita y trascendente de amar y ser amado es puramente subjetiva, pero eso no significa que sea solamente una ilusión psíquica. La única realidad verdaderamente divina y objetiva que está asociada con los seres mortales, el Ajustador del Pensamiento, funciona aparentemente para la observación humana como un fenómeno exclusivamente subjetivo. El contacto del hombre con la realidad objetiva más elevada —Dios— sólo se efectúa a través de la experiencia puramente subjetiva de conocerlo, adorarlo y comprender la filiación con él. (LU 196:3.21)
La verdadera adoración religiosa no es un monólogo inútil en el que uno se engaña a sí mismo. La adoración es una comunión personal con lo que es divinamente real, con lo que es la fuente misma de la realidad. Mediante la adoración, el hombre aspira a ser mejor, y por medio de ella, alcanza finalmente lo mejor. (LU 196:3.22)
La idealización de la verdad, la belleza y la bondad, y el intento de servirlas, no son un sustituto de la experiencia religiosa auténtica —la realidad espiritual. La psicología y el idealismo no son el equivalente de la realidad religiosa. Las proyecciones del intelecto humano pueden originar en verdad falsos dioses —dioses a la imagen del hombre— pero la verdadera conciencia de Dios no se origina de esta manera. La conciencia de Dios reside en el espíritu interior. Muchos sistemas religiosos del hombre provienen de las formulaciones del intelecto humano, pero la conciencia de Dios no forma parte necesariamente de estos sistemas grotescos de esclavitud religiosa. (LU 196:3.23)
Dios no es una simple invención del idealismo del hombre; él es la fuente misma de todas estas perspicacias y valores superanimales. Dios no es una hipótesis formulada para unificar los conceptos humanos de la verdad, la belleza y la bondad; él es la personalidad de amor de la que proceden todas estas manifestaciones universales. La verdad, la belleza y la bondad del mundo del hombre están unificadas por la espiritualidad creciente de la experiencia de los mortales que ascienden hacia las realidades del Paraíso. La unión de la verdad, la belleza y la bondad sólo se puede realizar en la experiencia espiritual de la personalidad que conoce a Dios. (LU 196:3.24)
La moralidad es el terreno preexistente esencial de la conciencia personal de Dios, la comprensión personal de la presencia interior del Ajustador, pero esta moralidad no es el origen de la experiencia religiosa ni de la perspicacia espiritual resultante. La naturaleza moral es superanimal pero subespiritual. La moralidad equivale a reconocer el deber, a comprender la existencia del bien y del mal. La zona moral se interpone entre el tipo de mente animal y el tipo de mente humana, al igual que la morontia desempeña su función entre las esferas materiales y las esferas espirituales que alcanza la personalidad. (LU 196:3.25)
La mente evolutiva es capaz de descubrir la ley, la moral y la ética; pero el espíritu otorgado, el Ajustador interior, revela a la mente humana en evolución el legislador, el Padre-fuente de todo lo que es verdadero, bello y bueno. Un hombre iluminado así tiene una religión y está espiritualmente equipado para empezar la larga e intrépida búsqueda de Dios. (LU 196:3.26)
La moralidad no es necesariamente espiritual; puede ser total y puramente humana, aunque la auténtica religión realza todos los valores morales, los hace más significativos. La moralidad sin religión no logra revelar la bondad última y tampoco consigue asegurar la supervivencia de ni siquiera sus propios valores morales. La religión asegura el engrandecimiento, la glorificación y la supervivencia indudable de todo lo que la moralidad reconoce y aprueba. (LU 196:3.27)
No estás en este planeta para producir nada con tu cuerpo. Tu propósito es producir algo con tu alma. Tu cuerpo es simple y meramente la herramienta de tu alma.
No envidia el éxito, ni lástima el fracaso. Porque no sabes lo que es el éxito o el fracaso en el cómputo del alma.
Una perspectiva eterna te ayuda a mantener las cosas en su justa luz.