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Convergencias y divergencias también de valores | Luz y Vida — Núm. 42 — Diciembre 2015 — Índice | Noticias de la Asociación Urantia de España |
Santiago Rodríguez es de Salamanca pero reside en Reus (Tarragona). Químico de profesión, está casado y es padre de dos hijas. Fue secretario de la Asociación Urantia de España de 2004 a 2012. Es miembro del grupo de estudio de Barcelona desde su creación en 2004.
Siempre me ha gustado la literatura fantástica y de ciencia ficción. En el año 1989 leí «El testamento de San Juan» de J.J. Benítez, y en la página 5 hablaba de una revelación otorgada a la «Fundación Urantia»; después mi interés se avivó con la saga de los «Caballo de Troya», y cuando tuve acceso a Internet (a finales de 1999) busqué las fuentes de las que hablaba Benítez; me encontré con El Libro de Urantia. Lo necesitaba para explicar cosas (eso fue al principio), por eso lo encontré.
Creo que no se puede hablar de primera impresión. La primera lectura me llevó más de un año, y las impresiones fueron numerosas, supongo que la «fascinación» fue una de las impresiones que predominaba sobre otras.
Es curioso, pero el proceso de aceptación de El Libro de Urantia, así como su lectura y como la propia experiencia de vivir ha sido y es un proceso evolutivo, no recuerdo ningún momento especial a este respecto. Es cada frase que por uno u otro motivo te llega al corazón de una manera tan respetuosa que no puedes menos de sentir que eso no lo ha dicho cualquiera. A veces pienso qué pasaría si El Libro de Urantia desapareciera de mi vida, por ejemplo porque se demostrara que no es lo que dice ser.
Se iría mucha información muy interesante, pero la brújula, el norte, ya está marcado. Continuaría la búsqueda con otras herramientas pero, a diferencia de la anterior búsqueda, que era completamente a ciegas, ahora hay una dirección, un sentido, basado en una certeza, leída en El Libro de Urantia, asimilada en mi mente y enraizada en el corazón, esta búsqueda sería diferente. Ahora ya sé lo que debo buscar.
Desconozco cómo hubiera sido mi vida sin tropezarme con El Libro de Urantia, pero lo que creo que es de justicia es agradecer y reconocer que me ha enseñado que hay un propósito, un destino, pero no como un fin o un logro en sí mismo, sino dándole todo el valor posible al camino, un interesantísimo recorrido. Reconocer que no viajas solo y que siempre estás acompañado es tremendamente reconfortante y estimulante.
He cambiado el concepto de «fe» que tenía; ahora me doy cuenta de que lo que antes llamaba «fe» eran creencias. Ahora que conozco la diferencia entre «fe» y «creencia» busco cómo transmutar esas creencias en «fe».
Me cuesta aceptar que hoy en día, después del comportamiento que mostramos los humanos, estemos habitados por un Ajustador. Quiero pensar que «mente normal» es un concepto que aún tenemos que descubrir y redefinir, que no significa lo que primero nos viene a la mente. Y por el mismo motivo, me cuesta aceptar que muchos seres vivos que no disponen de la posibilidad del contacto con los circuitos de los espíritu-mente ayudantes de la adoración y de la sabiduría, ello les impedirá continuar su existencia después de la vida terrestre.
Cada una de sus partes es especial. En cada documento hay contenidos de enorme calado. En general podría decir que lo que más me ha impresionado es la enorme complejidad de sitios, seres, entes y relaciones que se han generado alrededor de tres ideas aparentemente simples: que Dios es absoluto, que en los albores de la eternidad tuvo un deseo («hagamos al hombre mortal a nuestra propia imagen») y que dio una instrucción simple y concisa: «sed perfectos como yo soy perfecto».
Después de leer El Libro de Urantia, me parece muy fácil conceptualmente: aunque puedes hacer lo que quieras y nadie te lo impide, detente un instante y siente y piensa si eso que haces (o no haces) es lo que Él haría. Lo realmente difícil es mantener esa alerta de manera consciente y no abandonarte a la inercia de la vida.
Nunca la he reconocido como tal, aunque sí trato de proveerle (al Ajustador) de espacios de sosiego mental con el fin de facilitarle la tarea, ya que soy consciente de su presencia solo porque así se me ha revelado. Pero trato de contar con él. Yo trato de hacer mi parte… y sé que él hace la suya.
He intentado contagiar de mi entusiasmo a otras personas, pero ha sido un completo desacierto. Cada persona tiene su camino. Ahora trato de modelar mi carácter de la manera que pienso que es apropiada, y eso me lleva a tener mucha consideración con mi relación con las personas, con los demás seres vivos y con el lugar físico que ocupo en Urantia.
No le veo nada misterioso, pero reconozco que no todo el mundo tiene la voluntad de leer 2.097 páginas, ni luego de tratar de entender algo de lo leído, y menos aún de un esfuerzo más para atenazar e integrar el significado que encierra la comprensión de su lectura. ¿Pereza? ¿Comodidad?
El Libro de Urantia dice tantísimas cosas que yo no me atrevo a decir nada más, solo mostrar un profundo agradecimiento público a los seres que lo han hecho posible.
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