© 2015 Michael Hanian
© 2015 Asociación Internacional Urantia (IUA)
¡Muy buenos días a todos! Permítanme decir en primer lugar que estoy feliz de estar aquí con ustedes, de ver a mis viejos amigos y (ojalá) hacer nuevas amistades.
Es todo un desafío intentar presentar una charla bien estructurada a una comunidad de lectores de El libro de Urantia. Francamente, nunca me presté voluntario a hacer esta presentación, pero acepté esta oportunidad con gratitud. Intentaré compartir con ustedes algunas ideas personales que surgieron de leer y releer el texto de El libro de Urantia.
Antes de empezar, me gustaría expresar mi más profunda gratitud a todos los que han hecho posible que participe en esta conferencia con su patrocinio.
Mi charla se titula Cultivar la mente: elegir la herramienta adecuada, con el subtítulo Relato personal de la fe como herramienta para cultivar la mente.
Hablaré sobre la fe y la mente, mi fe y mi mente—la mente que intentó negarme obstinadamente esas verdades que se nos presentan tan maravillosamente en El libro de Urantia.
Espero ser sincero.
Espero poder compartir con ustedes cosas preciosas para mí, pues, como se nos dice:
El hombre que conoce a Dios describe sus experiencias espirituales… para la edificación y la satisfacción mutua de los creyentes. [LU 1:6.6]
En 1986 tuve un sueño. Estaba en la playa. El tiempo era muy bueno, no hacía viento, el sol brillaba suavemente. De repente, una ola gigante rompió en la orilla y me llevó con ella. Me sentí desvalido, daba manotazos e intenté instintivamente agarrarme a algo. Era extraño, pero no tenía miedo.
Y entonces noté algo en la mano. Al momento siguiente estaba en la orilla y allí, en la mano, tenía un libro.
Cuatro años después, encontré El libro de Urantia.
Volviendo la vista atrás, veo este sueño como un mensaje claro, una promesa. Y la parte más importante de este mensaje es: no temas. Durante cuatro años, estas palabras, que se encuentran tan a menudo en el libro, se convirtieron en una llamada magnífica y vibrante y en la promesa de que se convertiría en el lema del resto de mi vida.
Entonces, ¿tenía en mi mente que debería estar eternamente agradecido? No exactamente. Por aquel entonces, y muy a menudo en los años siguientes, mi mente hizo poco por detenerme para dejar de buscar la causa correcta. Ofrecía explicaciones lógicas sin fisuras de la magia divina presentada en El libro de Urantia; explicaba la temeridad de alejarme de mi rutina diaria de ganarme la vida; abrazaba toda posibilidad de adherirme a teorías y nociones respetables, bien demostradas y ampliamente aceptadas. Hizo todo lo posible para asegurarme que ella, mi mente, era mi verdadera amiga, preparada y dispuesta a servirme con esas indispensables herramientas de lógica, escepticismo, hechos de la vida y los cinco sentidos, cuyos datos ella comunicaría e interpretaría para mí de manera fiel e inmediata.
Aún así, algo—o alguien —no fallaba nunca y me ofrecía diferentes explicaciones, diferentes contraargumentaciones a esos argumentos que me presentaba la mente. Y lo que siempre me chocaba era el tono de ese alguien: era tan amable, la música de los mensajes era tan maravillosa, que toda la lógica, todos los hechos del contrario perdían su importancia.
Así que seguí leyendo y seguí escuchando a ese alguien. Y empecé a aprender a elegir.
Mi primera elección fue darle una oportunidad. Leer El libro de Urantia, dejar que diera frutos en mi vida. Jamás lamenté esa elección.
Desde entonces, algo nuevo apareció en mi mente. Ese algo era esperanza. Antes había anhelado esperanza, pero nunca hubo esperanza real. Al contrario: mi comprensión del mundo solo podía llevar a abandonar toda esperanza, no a fomentarla.
Esa nueva sensación era inspiradora y maravillosa. Cuanto más fuerte era mi esperanza, más débil era el miedo.
Al llegar a cierto punto me detuve, tomé aire e intenté reflexionar sobre todo esto. ¿Por qué estaba perdiendo fuerza el miedo siempre presente? ¿Por qué estaba preparado para intercambiar toda la lógica del mundo por el maravilloso sentimiento de esperanza? ¿Por qué era ya tan poderosa esa fe mía en aumento?
Seguí leyendo, y seguí encontrando las respuestas.
También empecé a prestar atención a ciertas combinaciones de palabras de El libro de Urantia, y poco a poco comencé a profundizar en su significado.
Verdad viva, amor vivo y fe viva. ¿Qué significa «vivo» en realidad? Si ampliamos el contexto, descubrimos que «vivo» significa vibrante, resonante, atractivo, inspirador, espontáneo—y creativo.
Al ser compositor, la idea de creatividad fue la que me pareció más atractiva, pues la creatividad en última instancia es una llamada a ser una nueva realidad. Y es algo que nos hace, si no creadores, al menos cocreadores.
Mi siguiente conclusión estaba esperando al momento adecuado para materializarse: creatividad y fe van de la mano.
Y justo después de esta idea, llegó otra: puedo aprender a usar mi fe como una herramienta que me permita cultivar la mente y desarrollar la creatividad.
Finalmente tuve esa seguridad después de leer estas maravillosas palabras:
La fe es la inspiración de la imaginación creativa impregnada de espíritu. [LU 132:3.5]
Nuestra mente es inherentemente creativa. Leyendo El libro de Urantia, podría señalar cuatro casos diferentes en lo que respecta al nivel de la creatividad finita:
El nivel más alto es el del sabio. En tanto que no hay algo como creación completa a partir de la mente—excepto quizá para la Primera Fuente y Centro—, con el fin de dar una definición, asumamos que un sabio— ¿o debería decir persona sabia?—es alguien que crea, principalmente, a partir de su propia mente. Sabemos que Jesús no dejó escritos. Usó palabras vivas, en oposición a letras muertas. Así que él fue, entre otras cosas, un sabio.
Bueno, ¿y quién le escuchó? Sus pupilos y multitudes de amigos y enemigos. Sabiendo bien que Jesús no quería dejar nada escrito, que había destruido todo lo que había anotado en sus primeros años, los discípulos no escribieron después de él, y durante 40 años la Palabra Hablada vivió de manera oral. Aún así, los evangelios son textos escritos. Así que el primer autor se convirtió inevitablemente en escriba.
Escriba no es un insulto. Si no fuera por los escribas, no habría proliferado el conocimiento tal como lo conocemos. Aún así, un escriba tiende a capturar el pensamiento dinámico y vivo y a cristalizarlo en algo inmutable.
Ahora bien, lleguemos a los que usan estas escrituras, el producto final de los esfuerzos creativos de un escriba. Una vez más, con el fin de simplificar, asumimos que el siguiente tipo de mente no hace más que usar lo que otros han creado. En este caso, tratamos con un tipo que podría llamarse superficial.
Superficiales son los que toman ideas y definiciones sin ofrecer nada a cambio. Todo lo que hacen es adquirir conocimiento. Tienen las herramientas y conocen los medios para adquirir datos. Difieren de los científicos de la misma manera que una flor viva difiere de una artificial: la imagen es parecida, pero la sustancia es completamente diferente.
Es un tipo de mente muy extendido. Pero en el mundo de hoy, está superado en número por otro tipo, que yo llamaría el corta-pega.
Corta-pegas son los que solo saben copiar y pegar. Copian de un sitio y pegan en otro. Copian una cita brillante de uno de nuestros destacados predecesores y la pegan en una compilación, desprovista de todo rastro de frescura.
Los corta-pegas son uno de los rostros del nuevo mundo de esterilidad intelectual y creativa. El acceso instantáneo a los datos seduce y acostumbra mal. Demasiado a menudo priva del gran placer que se deriva del proceso de buscar el conocimiento.
Sorprendentemente, todo esto tiene que ver con la historia de Jesús y sus enseñanzas, pues muestra cómo, al desplazarse de una mente divina que es creatividad en sí misma, a una mente que exhibe cualidades predominantemente mecánicas, llegamos a explicar cómo la irreflexión llevada a cabo mecánicamente contribuyó a que muchos de sus contemporáneos rechazaran a Jesús.
Copiar y pegar no implica tiempos modernos de alta tecnología. Es solo un método estéril de tratar la propiedad intelectual y, como tal, existió en todas las épocas. ¿Qué hace exactamente que una mente rechace la libre creatividad y se adhiera en su lugar a la copia mecánica? Uno de los factores es, una vez más, el miedo.
Fue el miedo el que hizo que los fariseos y escribas cerraran sus ojos a la verdad viva de la buena nueva y eligieran la repetición esclavizadora de las viejas escrituras. Fue el miedo lo que les hizo denunciar al Hijo del Hombre y exigir que la multitud siguiera como estaba—la multitud, y no un grupo de individuos, cada uno dotado con el poder de elegir la Verdad. Pero para tener la posibilidad de elegir, debemos tener la posibilidad de pensar, y de pensar cocreativamente; en tanto que lo que los agentes del sanedrín impusieron a la muchedumbre fue el cortar y pegar—ofrecieron soluciones rápidas y exigieron que esas soluciones se copiaran en todas y cada una de las mentes a las que se acercaron.
Déjenme decirles esto de nuevo: mis definiciones de blanco y negro se ofrecen con el fin de establecer un argumento. En realidad, nos desplazamos de un modus operandi a otro, al menos la mayoría de nosotros, y es muy normal. Creo que es la preferencia y el balance general el que marca la diferencia. Es lo que hago cuando doy lo mejor de mí lo que importa.
Desde esta perspectiva lo que hacemos aquí, en la conferencia, es intentar mantener el mundo vivo, pues la mayor parte del tiempo conversamos, nos comunicamos, compartimos y respondemos. Todo esto es ser creativo y cocreativo; es beber del pozo refrescante de la espontaneidad; es vivir el espíritu y no solo su letra.
Seguiré con mi historia personal sobre la fe y la mente.
Al comienzo fue como una carrera de autos de choque. Supongo que se trataba de la distancia. Cuando dos personas intentan decirse algo se acercan, de modo que puedan oír mejor y no tener que gritar. Así que pasó lo siguiente: mi fe recién nacida, mi precioso bebé, era alegre y feliz; tan alegre y tan feliz que durante un tiempo no la notó mi mente, que se quedó en la oscuridad, sola. La mente podía sentir la presencia de la luz, en alguna parte al final del túnel, pero la descripción de esa luz era demasiado vaga para dar una impresión. Y se trataba también del lenguaje: mi fe todavía no había dominado el lenguaje de comunicación con la mente. No había encontrado todavía las palabras adecuadas. Su pincel mágico no estaba allí todavía para pintar y retratar las maravillas de la gloria espiritual a todo color. Mi yo interrogante y ansioso estaba justo en medio, asaltado por súbitos relámpagos de fe por un lado y por otro de razonamiento de la mente con los pies en el suelo.
Aún así, había decidido que convertiría a la fe en la herramienta, de modo que mi mente comenzó a buscar instrucciones. Y llegaron. Un conjunto de instrucciones que estuvieron precedidas por este título:
Aviso: antes de continuar, lea atentamente las instrucciones.
¡Pero no hay ninguna palabra sobre cómo usarla!
No sabía entonces que no podía haber ninguna instrucción que copiar. No sabía que siempre tenemos que encontrar una manera personal de ejercitar la fe.
Lo que era aún más importante, no sabía exactamente por qué aplicaría mi fe, qué metas me pondría; en otras palabras: lo que quería conseguir mediante la fe.
¿Qué quieres realmente?—me preguntaba. Quería un montón de cosas. Pero había algo que deseaba más que nada: quería librarme del miedo.
Se convirtió en mi segunda elección racional e intelectual en el camino para tener una mente mejor cultivada. Pero, ¿por qué elegí el miedo como el objetivo clave?
Si tuviera que señalar solo una cualidad negativa que afectara a mi vida entera, sería el miedo. En El libro de Urantia se dice muy certeramente: «El miedo es el principal tirano del hombre.» [LU 142:0.2] Se nos dice que hemos heredado el miedo del reino animal. Un Portador de Vida admira al caballo, pero lamenta el hecho de que se asuste tan fácilmente. Bien, he aquí un mensaje para nosotros los humanos: en tanto que un caballo asustado huye, el hombre mata por miedo. O le matan. Se nos dice que «el miedo puede matar.» [LU 88:4.8] Se nos dice también que «… el miedo es un fraude intelectual magistral ejercido sobre el alma mortal en evolución.» [LU 48:7.4] Y es bastante obvio que este fraude se practica mediante la intervención de la mente.
Qué hace exactamente el miedo con nuestra mente y nuestra personalidad? Un Consejero Divino nos avisa de que desvirtuamos nuestra mente con «… ansiedades inútiles.» [LU 9:5.7] Y la ansiedad es un subproducto del miedo. Un Mensajero Solitario afirma que el miedo contamina la fuente de la fe,«… la fuente de la fe contaminada por los venenos del miedo.» [LU 111:7.5] Los intermedios señalan sobre el miedo que «… impide eficazmente que las almas honradas… acepten la nueva luz del evangelio…» [LU 159:4.9] negrita añadida
Entonces, ¿qué es el miedo? El miedo es lo opuesto al amor. Amor y miedo se excluyen mutuamente. Estas dos sustancias no se mezclan. Donde hay miedo, no hay amor. Donde hay amor, no hay miedo. Es eternamente cierto que «… el amor de Dios… expulsa todo temor.» [LU 48:6.8] Por eso a los Ajustadores «… les gustaría cambiar… [nuestros]… sentimientos de temor en convicciones de amor…» [LU 108:5.8]
¿Pero puede ser útil el miedo? Claro que sí. Para el cuerpo. Avisa, previene, nos hace pedir ayuda. Pero cuanto más comprendemos las palabras del Maestro de que «no solo de pan vive el hombre_.»_ [LU 160:3.1] menos necesitamos el miedo. Y más necesitamos amor. Y más se convierte la fe en el puente sobre aguas turbulentas de nuestra mente.
Una vez comencé a usar la nueva herramienta, mostró algunas cualidades bastante inesperadas—y maravillosas—.
Reveló una capacidad única de crecer. Crece en el espacio ocupando cada vez más. Crece en el tiempo, señalando al futuro por un lado y buscando su fundamento en las cosas del pasado por otro.
Como con muchas otras cosas, hubo un punto de inflexión. Un punto de inflexión en la lucha entre mi fe y mi miedo.
Ocurrió durante uno de esos debates rutinarios. «¿Qué vas a comer?»—gritaba mi mente, activada por el miedo. «¡No estás siendo responsable! ¡Tienes una familia! Deberías de dejar de escribir música, que casi no te da nada, y comenzar a hacer lo que hace todo el mundo: ganarse la vida.» Intentaba responder, pero mis respuestas eran débiles.
De repente, mi hija entró en la habitación. «Papá, ¿tocarás conmigo esta canción?»
«¿Cuál?», le pregunté.
«La que escribiste ayer para mí.»
Y eso hice. Y vi lo feliz que ella estaba. Y me di cuenta de que todo lo que era realmente importante en mi vida ya estaba allí. Y comprendí que podía hacerlo sin miedo.
Miedo es un nombre genérico. De hecho, tratamos con sus muchos rostros, sus muchas formas: ansiedad, desconfianza, sospecha—por mencionar solo unos cuantos. Y en cada ocasión es señal de ausencia de amor. El miedo es racional—el amor es irracional. El miedo encarcela—el amor libera. El miedo es estresante—el amor es relajante. Se excluyen mutuamente. Como el día y la noche. Como la luz y la oscuridad. No podemos mezclarlos. Solo podemos elegir entre ellos.
He aquí de nuevo el problema de elegir. Elegir entre ahora y después. Elegir entre lo material y lo espiritual. Elegir entre pensar y creer.
Al final del día, se trata de elegir entre creer y no creer. Porque, si creemos verdaderamente en Dios, no puede haber miedo. Solo tenemos miedo en la misma proporción en que no tenemos fe. Así que el miedo no se convierte en otra manera de decir: ten fe. El problema de combatir el miedo es el problema fundamental de permitir que la fe tome la delantera en los asuntos humanos.
«No temáis» [LU 100:7.15] era el lema del Maestro porque, cuando tenemos miedo, no podemos amar verdaderamente. Fue el miedo que actuó a través de sus diferentes materializaciones—celos, desconfianza, sospecha, envida y vengatividad—lo que arruinó a Judas. El miedo por su vida llevó a Pedro al estado muy peligroso de negar a su Maestro— ¿no estuvo cerca de seguir los pasos de Judas? El miedo a la pérdida material llevó a Matadormo a rechazar la oferta del Maestro. ¿Tenía fundamento su miedo? No. Los intermedios nos revelan que Matadormo habría recuperado todos sus tesoros si hubiera aceptado su nuevo papel. El miedo a tener problemas con los judíos llevó a Pilatos a rendirse a sus exigencias abusivas.
El miedo ciega. El miedo desconecta. El miedo traiciona. El miedo mata.
El miedo es el resultado irracional de un comportamiento puramente racional.
El miedo nos salva hoy, solo para condenarnos mañana.
El miedo es otro nombre para la cortedad de miras. Es una cautela que se sobrepasa a sí misma. Es una precaución sin supervisión. El miedo ofrece un céntimo y roba la fortuna. El miedo nos salva de los arañazos e inflige heridas permanentes.
¡No temáis! Estas palabras deberían ser no solo un lema, sino también parte de una oración diaria:
«Oh Señor, ¡líbrame de las cadenas del miedo! ¡No permitas que este veneno deforme mi mente! ¡Sustitúyelo por la paz de mente, la calma duradera del alma y el amor que todo lo abarca.»
Dios es amor. La ausencia de amor es miedo. Así que el miedo es ausencia de Dios. Y es irreal, porque no hay ningún lugar donde Dios no pueda estar. POR ESO SE LE LLAMA FRAUDE INTELECTUAL. El miedo es lo que es irreal, pero que tiende a negar y sustituir todo lo que es verdaderamente real.
No podemos matar el amor. Pero podemos impedirle que entre en nuestra mente.
No podemos parar a Dios. Pero podemos impedirle que cultive nuestra mente.
La fe es mi machete y mi espada. Es la única herramienta y la única arma que necesitaré jamás para ayudar a mi mente a ganar la batalla presente contra el miedo, que es incredulidad.
Con el paso del tiempo, veo que la distancia entre la fe recién nacida y la mente, esa distancia que solía ser un problema, se está acortando, pues las dos se están acercando y están dominando un lenguaje común. Estoy empezando a ver que «la fe [es] la afirmación suprema del pensamiento humano» [LU 3:5.9] que la «fe… es razonable,» [LU 103:7.1] que la «fe es la visión de la mente espiritualizada.» [LU 1:3.3]
Puedo tener la confianza de que he elegido la herramienta adecuada. A diferencia de otras herramientas, su uso intenso solo la hace más afilada. Todo lo que tengo que hacer es tenerla a mano.
Para mí, todo empezó con la suposición de que puedo manejarme sin miedo, que el miedo es un estado inútil de la mente.
Continúa con un periodo de prueba—excluir el miedo.
Un día se convertirá en un hábito de vivir sin miedo. Y un hábito es algo con lo que la mente es muy feliz.
La mente elige no temer.