© 1999 The Brotherhood of Man Library
La inteligencia por sí sola no puede explicar la naturaleza moral. La moralidad, la virtud, es inherente a la personalidad humana. La intuición moral, la realización del deber, es un componente de la dotación de la mente humana y está asociada con los otros elementos inalienables de la naturaleza humana: la curiosidad científica y la perspicacia espiritual. La mentalidad del hombre trasciende con mucho la de sus primos animales, pero son sus naturalezas moral y religiosa las que lo distinguen especialmente del mundo animal.
La respuesta selectiva de un animal se limita al nivel motor de la conducta. La supuesta introspección de los animales superiores está en un nivel motor y generalmente aparece solo después de la experiencia del ensayo y error motor. El hombre es capaz de ejercitar la perspicacia científica, moral y espiritual antes de toda exploración o experimentación.
Sólo una personalidad puede saber lo que está haciendo antes de hacerlo; sólo las personalidades poseen perspicacia antes de la experiencia. Una personalidad puede mirar antes de saltar y, por lo tanto, puede aprender tanto mirando como saltando. Normalmente, un animal impersonal sólo aprende saltando.
Como resultado de la experiencia, un animal se vuelve capaz de examinar las diferentes formas de alcanzar una meta y seleccionar un enfoque basado en la experiencia acumulada. Pero una personalidad también puede examinar la meta misma y emitir un juicio sobre su valía, su valor. Sólo la inteligencia puede discriminar en cuanto a los mejores medios para alcanzar fines indiscriminados, pero un ser moral posee una intuición que le permite discriminar entre fines así como entre medios. Y un ser moral al elegir la virtud es, sin embargo, inteligente. Sabe lo que está haciendo, por qué lo está haciendo, adónde va y cómo llegará allí.
Cuando el hombre falla en discriminar los fines de su esfuerzo mortal, se encuentra funcionando en el nivel animal de existencia. Ha fallado en aprovechar las ventajas superiores de esa perspicacia material, discriminación moral y perspicacia espiritual que son una parte integral de su dotación de mente cósmica como ser personal.
La virtud es rectitud: conformidad con el cosmos. Nombrar las virtudes no es definirlas, pero vivirlas es conocerlas. La virtud no es mero conocimiento ni tampoco sabiduría, sino más bien la realidad de la experiencia progresiva en el logro de niveles ascendentes de logros cósmicos. En la vida cotidiana del hombre mortal, la virtud se realiza mediante la elección constante del bien en lugar del mal, y tal capacidad de elección es evidencia de la posesión de una naturaleza moral.
La elección del hombre entre el bien y el mal está influenciada, no sólo por la agudeza de su naturaleza moral, sino también por influencias tales como la ignorancia, la inmadurez y el engaño. El sentido de la proporción también está involucrado en el ejercicio de la virtud porque el mal puede perpetrarse cuando se elige lo menor en lugar de lo mayor como resultado de una distorsión o engaño. El arte de la estimación relativa o medida comparativa entra en la práctica de las virtudes del reino moral.
La naturaleza moral del hombre sería impotente sin el arte de la medición, la discriminación encarnada en su capacidad para escudriñar significados. Del mismo modo, la elección moral sería inútil sin esa visión cósmica que produce la conciencia de los valores espirituales. Desde el punto de vista de la inteligencia, el hombre asciende al nivel de un ser moral porque está dotado de personalidad.
La moralidad nunca puede ser promovida por la ley o por la fuerza. Es un asunto personal y de libre albedrío y debe ser diseminado por el contagio del contacto de personas moralmente fragantes con aquellas que son menos sensibles moralmente, pero que también están en alguna medida deseosas de hacer la voluntad del Padre.
Los actos morales son aquellas actuaciones humanas que se caracterizan por la más alta inteligencia, dirigidas por la discriminación selectiva en la elección de fines superiores así como en la selección de medios morales para alcanzar estos fines. Tal conducta es virtuosa.
La virtud suprema, entonces, es elegir de todo corazón hacer la voluntad del Padre en el cielo. (Documento 16, Secc. 7)
Los hombres mueren buscando al mismo Dios que habita en ellos. (LU 159:3.8)