© 2006 Olga López
© 2006 Asociación Urantia de España
Introducción de Olga López
En el documento 92 se nos dice que existen dos influencias que pueden modificar y elevar los dogmas de la religión natural: la presión de las costumbres que progresan lentamente y la iluminación periódica de las revelaciones de época. La religión revelada permite compensar los defectos de la religión evolutiva, elevándola hacia metas espirituales más altas, pero sin presentar unas enseñanzas demasiado alejadas de las ideas de la época en que se presentan. La revelación debe mantenerse siempre en contacto con la evolución, y de hecho lo hace. La religión revelada ha de estar siempre limitada por la capacidad del hombre para recibirla.
Siempre es difícil inducir a la mente evolutiva a que acepte de buen grado una verdad revelada avanzada. Como criaturas evolutivas, los seres humanos deben conseguir su religión mediante técnicas evolutivas. La religión siempre será evolutiva, revelada o una combinación de las dos.
El Libro de Urantia contiene unas enseñanzas reveladas destinadas a elevar espiritualmente a la humanidad, que forman lo que los reveladores llaman la quinta revelación de época. En este mismo documento 92 se nos habla de las revelaciones anteriores, que todos ya conocéis, representadas por personalidades bien definidas: el Príncipe Planetario, Adán y Eva, Maquiventa Melquisedek y Jesús de Nazaret. Esta quinta revelación, sin embargo, no tiene un nombre ni una personalidad tangible detrás, sino que es el resultado del trabajo conjunto de una serie de personalidades celestiales que permanecen en segundo plano.
Respecto a esta quinta revelación, hay dos rasgos que me gustaría destacar:
Podríamos preguntarnos entonces por qué se nos ha dado esta revelación, si parece ser prematura la miremos por donde la miremos. Pero la cuestión es que se nos ha dado, que no ha llegado a nuestro aquí y ahora por pura casualidad, que si se nos ha dado es porque podemos hacer algo de provecho con ella, que es sin duda lo que los reveladores esperan de nosotros. Echando mano de la parábola de los talentos, hemos de sacar beneficio al talento que se nos ha entregado, en lugar de esconderlo para que nadie lo vea ni nos lo robe.
Cuando se conoce la revelación contenida en el Libro, parece que el paso natural, aparte de buscar a otros lectores para compartir las impresiones que el Libro nos inspira, es el de hablar sobre el libro a otros, intentar que las personas de nuestro entorno sientan la misma sensación que nosotros al tomar contacto con sus enseñanzas. Muchos de nosotros hemos intentado dar a conocer el Libro a otros. La mayor parte de las veces, en el mejor de los casos hemos obtenido indiferencia. Deducimos entonces que los tiros no van por ahí, que no sirve de nada hablar del Libro sin importar el interlocutor, y esperamos momentos mejores para comentar sobre él.
Mucho se ha escrito sobre la divulgación de las enseñanzas del Libro, y hay prácticamente unanimidad en estos aspectos:
Como lectores comprometidos con la revelación, queremos hacer las cosas bien, de modo que nos ponemos a buscar en el Libro y en los escritos de otros lectores acerca de la mejor forma de dar a conocer sus enseñanzas. El Libro no da instrucciones explícitas sobre cómo dar a conocer la revelación, pero sí da muchas indicaciones implícitas. Por ejemplo, podemos leer sobre cómo se dieron las revelaciones anteriores y aprender de sus aciertos y sus errores. Y, aunque todas son ejemplos de los que aprender, destaco la cuarta revelación (esto es, la de la vida de Jesús) porque en sus palabras y en sus diálogos con sus contemporáneos vemos un ejemplo de coherencia y de saber relacionarse con sus contemporáneos.
En primer lugar, más que sus palabras, era su actitud frente a la vida la que fascinaba y convencía a los que trataron con él en algún momento de sus vidas. Era un ejemplo de vida, que es (a mi entender) el requisito número uno para ser divulgadores auténticos de la revelación. No hay nada que desautorice más nuestro mensaje que comportarnos de forma diferente a lo que predicamos. Aunque como mortales imperfectos nos resulte muy difícil vivir con coherencia al cien por cien, al menos debemos intentar que nuestra coherencia se aproxime a ese porcentaje en la medida de lo posible. Eso dará una credibilidad a nuestro mensaje que ninguna defensa razonada de la revelación podría conseguir.
En segundo lugar, Jesús se dirigía al buscador, al que tenía hambre de verdad y sed de perfección. No malgastaba esfuerzos en los que no buscaban a Dios. No echaba perlas a los cerdos. No utilizaba, por tanto, la publicidad masiva e indiscriminada que he mencionado antes.
En tercer lugar, Jesús utilizaba muchas referencias a las Escrituras que apoyaban las verdades que él quería transmitir. No condenó la religión de sus contemporáneos como un todo, sino que supo aprovechar lo bueno que contenía y utilizarlo como apoyo a sus afirmaciones. En su discurso predominaban las frases afirmativas sobre las negativas; de estas últimas los mandamientos son un ejemplo típico. No se trata por tanto de menospreciar las creencias de otros, por muy aberrantes que nos parezcan, sino de resaltar lo que éstas pueden tener de positivo y realzarlas con las enseñanzas reveladas. A nadie le gusta que se burlen de sus creencias, y mucho menos de su persona. Si nos ganamos el respeto y la buena disposición de nuestros interlocutores, estarán más receptivos a lo vayamos a decirles.
Por supuesto, no somos Jesús y no podemos esperar hacerlo tan bien todo el tiempo, pero estoy convencida de que todos podemos contribuir a dar a conocer la revelación, utilizando nuestras mejores capacidades y nuestra intuición para saber cuándo es el momento de «dejar caer» algo acerca de las enseñanzas del Libro.
Respecto al «dónde», hay dos ámbitos donde dar a conocer las enseñanzas del Libro. El primero y más evidente es nuestro entorno inmediato: familia, trabajo, amigos, aficiones, etc. Si pensamos que no es suficiente con dejar caer la revelación a nuestros «prójimos próximos», la «sociedad de la información» también nos ofrece muchas posibilidades de que nuestras palabras tengan un mayor eco, sobre todo desde la aparición de Internet como red de redes: grupos de noticias, listas de correo, foros web, blogs…Si la lista es larga en lo que respecta a Internet, también tenemos otros medios a nuestro alcance si nos atrevemos con ellos: foros, libros, organización de seminarios, conferencias, etc. Y, si tenemos la imaginación suficiente, las oportunidades pueden ser infinitas.
En cualquiera de esos ámbitos, no es aconsejable citar la fuente de inmediato, ni dar publicidad explícita del Libro, porque eso puede generar actitudes de hostilidad. No se trata de vender ningún producto, sino de estar con los ojos y los oídos bien abiertos, porque cualquier ocasión puede ser propicia. Creo que todos tenemos la antena que nos alerta cuando nos encontramos ante un buscador de la verdad. Todos los que estamos aquí pertenecemos sin duda a ese grupo, así que nos resulta fácil reconocer a los que están en longitudes de onda similares.
Otro detalle a mi parecer importante es que no creo que debamos ceñirnos a las enseñanzas religiosas del Libro, porque la revelación abarca también aspectos intelectuales y materiales que no debemos soslayar. También se propaga el mensaje tomando postura frente a temas de política, ética y cultura. Las enseñanzas forman un todo integrado, del mismo modo que las personas somos un todo formado por cuerpo, mente y espíritu.
Para concluir, quisiera insistir en la tremenda responsabilidad que, como lectores de las primeras generaciones, tenemos respecto a las décadas por venir. Es nuestra responsabilidad mantener la llama de la revelación viva para cuando llegue la época en que sea plenamente conocida en todo el mundo. La revelación podría compararse a un árbol de crecimiento lento pero que llega a alcanzar siglos de vida. Es importante dejar que el árbol crezca, pero si no plantamos la semilla, si no la regamos para que dé lugar al árbol, el árbol no llegará a ser. No es tarea menor la nuestra, porque de nosotros depende que el mensaje de la revelación se propague generación tras generación y se extienda al mayor número de buscadores de la verdad.
No se trata en sí de diseminar el LU, sino de prepararnos, ser conscientes del método y dar a conocer las enseñanzas, pero siendo muy cautos. No se trata de «vender» el LU. Hay que ir un poquito por delante, imitando al Maestro.
Si se cita la fuente muy pronto, la gente se queda enseguida con el aspecto fenoménico: en la forma, en cómo se dio a conocer el LU. Hay personas que sólo buscan el milagro, lo sobrenatural. No merece la pena insistir con ellas.
Jesús hizo que sus apóstoles escrutaran en el interior de ellos mismos para luego dar a conocer la buena nueva del reino. Tenemos que aprender pedagogía, psicología y sociología. Tenemos que aprender a ser maestros, pero sin esperar eternamente a ser maestros «del todo». Eso sí, tenemos que vivir una vida coherente, ser consecuente con el mensaje que transmitimos.
Hay que mantener también un grado de compromiso con la diseminación, teniendo en cuenta que aprendemos al mismo tiempo que enseñamos. El mejor testimonio es el testimonio de vida.
Mucha gente lee el Libro pero hay cosas que no entienden. Esas personas irían a las conferencias, charlas, seminarios que hicieran los lectores.
A menudo la gente nos cuenta sus problemas y damos las respuestas que necesitaban sin casi ser conscientes de ello. Esto es una señal de que hemos interiorizado el Libro. Esto provoca una reacción positiva: es una forma inmejorable de diseminar las enseñanzas.
Es peligroso hablar del LU «crudamente». En este aspecto Jesús es un buen modelo que seguir. Más que hablar mucho, tenemos que aprender a escuchar y a saber responder. A la larga no hacen falta largos discursos, sino dar alimento al corazón de cada uno. Tenemos que intentar que este mundo sea cada vez más espiritual.
Tenemos que adaptarnos al interlocutor, sin ponernos en un plano superior, pero tampoco inferior. Hemos de intentar hablar su mismo lenguaje.
Lo importante no es ser grandes maestros, sino tomar el arado y arar. La práctica será quien nos vaya enseñando. Se trata de sumar, de aportar algo nuevo al interlocutor. No se trata de crear religiones ni sectas nuevas, sino añadir a lo que el otro ya sabe. Si obtenemos rechazo, mejor echar marcha atrás y no insistir.
Tenemos mucho donde poder «meter la cuchara». Cuando nuestro interlocutor muestra interés, es que ya hay algo dentro de él. Tengamos en cuenta que, si no damos a conocer el tesoro encerrado en el LU, nadie lo hará por nosotros. Intentémoslo con las posibilidades que se nos ofrezcan.
Una buena propuesta sería crear grupos de voluntarios comprometidos que organicen reuniones con temas que no necesariamente sean los mismos que los del LU. Estos temas estarían ordenados, de forma que primero fueran más superficiales y poco a poco fueran a un círculo más interior, esto es, de lo mundano a lo espiritual. Siguiendo con esta propuesta, se podría crear un centro de enseñanza espiritual.
Jesús nos dijo «pedid y se os dará» y, además, tenemos dos ayudantes muy importantes: el Ajustador y el Espíritu de la Verdad, que siempre responden a nuestras peticiones, aunque no siempre de la forma que nosotros esperamos.
Es importante dejar un testimonio escrito de nuestras experiencias para las generaciones futuras, pues ésta es una forma muy buena de transmisión de la verdad. Es bueno probar a anotar en una libreta nuestras experiencias, nuestras sensaciones. La comunicación personal es muy importante.
Escribir nuestra propia experiencia de vida es una buena idea, pero hay que ser realistas. Probablemente no tenga mucha difusión, pero lo importante es que alguien la lea y se sienta interesado. Dios escribe recto con renglones torcidos. Los «Caballos de Troya» son un buen ejemplo.
Cuando abrimos el LU, éste nos abre a nosotros. Podemos considerarnos unos privilegiados por haber conocido estas enseñanzas. No podemos poner nuestra luz debajo de la cama, tiene que iluminar la estancia.
El movimiento Urantia está apenas comenzando y no queremos que se nos catalogue igual que a las religiones institucionalizadas. Queremos formar una base bien asentada. Si tenemos miedo no es al ridículo sino a equivocarnos.
Si en algo el movimiento Urantia se diferencia de las religiones conocidas es en el enfoque de la religión como experiencia personal. Esto marca indiscutiblemente una gran diferencia respecto a las religiones. Es importante tener claro qué temas le interesan a la gente: las grandes preguntas (quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos), por qué existe el mal en el mundo y por qué Dios permite que exista.
La difusión sigue a veces caminos insospechados. A veces no es malo citar la fuente al principio, pues justo eso es lo que despierta el interés.
Hoy día puede observarse que hay todo un «reguero» de personas que salen de las religiones pero que necesitan un lugar donde ir y del que en estos momentos carecen. El LU puede ser muy bien acogido entre estas personas.
El Libro es como un plano que nos indica el camino que seguir, pero el camino debemos recorrerlo nosotros hablando desde dentro, comunicándonos con nuestro Ajustador, dejándonos guiar por los siete espíritus ayudantes de la mente. Hemos de aprovechar los encuentros con nuestros semejantes, ya duren un segundo, unos días o toda una vida.
El LU es una fuente muy valiosa de conocimiento, pero lo importante es plasmarlo en nuestra propia experiencia: la paciencia, el amor, la comprensión, saber escuchar. A partir de ahí lo extendemos a los demás, lo irradiamos.
No debemos seguir el ejemplo de aquellos grupos de lectores que intelectualizan demasiado el Libro. Seamos pacientes. Recordemos que la impaciencia es un veneno para el espíritu.
El conocimiento sin experiencia no sólo no sirve para nada, sino que además es un lastre. Intelectualizar el LU no es suficiente: hay que sentirlo, imprimirle corazón, llegar a la gente, remover su consciencia, hacerles conscientes del mundo superior, el mundo del espíritu. Aunque también sería interesante que se incidiera en las nuevas generaciones sobre los aspectos intelectuales del LU, porque puede acercarles a la espiritualización.
Todo libro tiene algo positivo, y es que puede hacer que muchas personas lean y lleguen a descubrir respuestas. Pero también hay muchas otras posibilidades: la pintura, la música…El LU es un alimento del que cada uno extrae lo que necesita y lo da a conocer. Si lo guardamos para nosotros lo perdemos. Cada uno tiene que aportar algo al mundo, algo que se le dé muy bien hacer.
Todos queremos ser importantes. El mundo adolece de mucha exaltación del ego. Jesús, en cambio, era el más humilde de los hombres. Debemos evitar la tentación de sentirnos importantes, cuando somos en realidad herramientas al servicio de Dios. Los egos juegan malas pasadas, incluso en los cielos: no olvidemos lo que le ocurrió a Lucifer.
Los trabajos secundarios sobre el Libro son una forma estupenda de darlo a conocer. También son muy importantes los encuentros de lectores, porque ayuda a ver matices distintos.
Jesús de Nazaret es un ejemplo vivo en el LU. Él es nuestro Maestro. Si trabajamos el LU, el LU trabaja con nosotros. El Ajustador se encarga de ajustar nuestra mente. Como Jesús, tenemos que ganar almas para el reino. En definitiva, cualquier método de difusión debe ser lento pero seguro para que dé fruto.