© 2002 The Brotherhood of Man Library
La unidad de la experiencia religiosa de un grupo social o racial proviene de la naturaleza idéntica del fragmento de Dios que reside en el individuo. Esta partícula divina en el hombre es la que origina su interés generoso por el bienestar de los demás hombres. Pero, puesto que la personalidad es única —no hay dos mortales que sean iguales— la consecuencia inevitable es que no hay dos seres humanos que puedan interpretar de la misma manera las directrices y los impulsos del espíritu de la divinidad que vive en sus mentes.
Un grupo de mortales puede experimentar la unidad espiritual, pero nunca podrá alcanzar la uniformidad filosófica. Esta diversidad de interpretación del pensamiento y de la experiencia religiosos está demostrada en el hecho de que los teólogos y los filósofos del siglo veinte han formulado más de quinientas definiciones diferentes de la religión.
En realidad, cada ser humano define la religión desde el punto de vista de su propia interpretación experiencial de los impulsos divinos que emanan del espíritu de Dios que reside en él, y por lo tanto esta interpretación ha de ser única y totalmente diferente de la filosofía religiosa de todos los demás seres humanos.
Cuando un mortal está plenamente de acuerdo con la filosofía religiosa de otro compañero mortal, ese fenómeno indica que estos dos seres han tenido una experiencia religiosa similar en lo referente a las materias implicadas en su interpretación filosófica semejante de la religión.
Aunque vuestra religión es un asunto de experiencia personal, es sumamente importante que lleguéis a conocer una gran cantidad de otras experiencias religiosas (las diversas interpretaciones de otros mortales diferentes) a fin de que podáis impedir que vuestra vida religiosa se vuelva egocéntrica — circunscrita, egoísta e insociable.
El racionalismo se equivoca cuando supone que la religión es, en primer lugar, una creencia primitiva en algo, que va seguida después de la búsqueda de los valores. La religión es ante todo una búsqueda de los valores, y luego formula un sistema de creencias interpretativas.
Para los hombres es mucho más fácil ponerse de acuerdo sobre los valores religiosos —las metas— que sobre las creencias —las interpretaciones. Esto explica cómo la religión puede coincidir en los valores y las metas, y mostrar al mismo tiempo el fenómeno desconcertante de mantener una creencia en cientos de creencias contrarias —los credos.
Esto explica también por qué una persona determinada puede mantener su experiencia religiosa a pesar de abandonar o de cambiar muchas de sus creencias religiosas. La religión subsiste a pesar de los cambios revolucionarios en las creencias religiosas. La teología no engendra la religión; es la religión la que da nacimiento a la filosofía teológica.
El hecho de que las personas religiosas hayan creído en tantas cosas falsas no invalida la religión, porque la religión está basada en el reconocimiento de los valores y es validada por la fe de la experiencia religiosa personal. La religión se basa pues en la experiencia y en el pensamiento religioso; la teología, la filosofía de la religión, es un intento sincero por interpretar esa experiencia. Estas creencias interpretativas pueden ser correctas o erróneas, o una mezcla de verdad y de error.
Llevar a cabo el reconocimiento de los valores espirituales es una experiencia que sobrepasa la ideación. Ningún idioma humano posee una palabra que se pueda emplear para designar esa «sensación», «sentimiento», «intuición» o «experiencia» que hemos elegido llamar la conciencia de Dios. El espíritu de Dios que reside en el hombre no es personal —el Ajustador es prepersonal— pero este Monitor presenta un valor, exhala un aroma de divinidad, que es personal en el sentido más elevado e infinito. Si Dios no fuera al menos personal, no podría ser consciente, y si no fuera consciente, entonces sería infrahumano. (LU 103:1.1-6)