© 2024 Richard E. Warren
© 2024 Asociación Internacional Urantia (IUA)
Richard E. Warren, EE.UU.
Para las criaturas finitas, evolutivas, materiales, una vida basada en vivir la voluntad del Padre conduce directamente a lograr la supremacía del espíritu en el marco de la personalidad y va acercando a esas criaturas a la comprensión del Padre-Infinito. Una vida centrada en el Padre está basada en la verdad, es sensible a la belleza y está dominada por la bondad. LU 106:9.12
Cuando comenzó la aventura de organizar el tiempo y el espacio, Dios ordenó a un universo imperfecto: «Sed perfectos como yo soy perfecto». Con el tiempo, junto con el resto de la creación, alcanzaremos la perfección y satisfaremos este mandato preeminente y organizador del Padre de todos viviendo la verdad, creando la belleza y haciendo realidad la bondad.
El acto de libre albedrío del Padre creó el universo maestro en el que asumimos la vida, el amor y el servicio. Nuestros actos de libre albedrío acumulativos crean un alma a partir de valores divinos. El alma se une entonces a Dios para explorar el universo. Día a día elegimos valores que nos unifican poco a poco con los valores de Dios: verdad, bondad y belleza, o bien hacemos elecciones que nos desunen. Cada paso que damos está en armonía con la voluntad perfecta del Padre, o todo lo contrario. Nuestro primer paso hacia la perfección del Paraíso se da aquí en Urantia, nuestra primera elección moral. Hace que el fragmento divino descienda del Paraíso para habitar en nosotros. Este fragmento de Dios conoce el camino de vuelta a la perfección mediante la unión de nuestra voluntad con la voluntad de la fuente del fragmento. Mediante una serie de elecciones de valores basadas en nuestra sintonía con el Morador, dedicamos de manera final e irrevocable nuestra carrera eterna a descubrir y ejecutar la buena voluntad del Padre. Pero también estamos habitados por el Espíritu de la Verdad, el don de Jesús a la humanidad. Este don señala siempre el camino hacia Dios. Y no olvidemos a nuestras ángeles, que siempre trabajan para que progresemos en descubrir y hacer la voluntad del Padre.
La verdad revelada, la verdad descubierta personalmente, es el deleite supremo del alma humana. Es la creación conjunta de la mente material y el espíritu que mora en su interior. La salvación eterna del alma que percibe la verdad y ama la belleza está asegurada por el hambre y sed de bondad que llevan a ese mortal a proponerse como único objetivo hacer la voluntad del Padre, encontrar a Dios y hacerse como él. LU 132:3.4
El tema central de El libro de Urantia es encontrar al Padre del amor, aprender y, finalmente, hacer la voluntad divina en la perfección. Al hacerlo, nos parecemos más a Dios. Lo hacemos porque nos damos cuenta de que no someternos a la voluntad del Padre conduce a la locura, la anarquía y el caos, tanto personal como social.
Dios es el único elemento estabilizador del cosmos sin el cual no podríamos existir, y mucho menos alcanzar la perfección del cumplimiento de la voluntad divina. La rebelión total contra la buena voluntad del Padre señala el cese final y seguro. Lo que es irreal no puede encontrar permanencia en un universo que se perfecciona. La consecuencia lógica, inevitable e ineludible de rechazar el plan de la vida es la muerte. La armonía divina universal es necesaria, o Dios no nos la pediría. Disfrutemos del viaje del agondonter, probablemente el Padre se deleita en nuestro papel al menos tanto como nosotros.
Mantener la integridad personal forma parte de discernir y hacer la voluntad divina. Si somos honestos, fiables y disciplinados con nosotros mismos, también se nos podrán confiar los mayores poderes y responsabilidades del Padre. La integridad está asociada a la lealtad y al sentido de la responsabilidad de vivir y difundir siempre la verdad, la bondad y la belleza entre nuestros hermanos y reflejarlas ante Dios. Somos representantes, embajadores e hijos del Padre. Y este honor conlleva obligaciones, responsabilidades y una educación cósmica.
No es sencillo descubrir la voluntad divina en un planeta desordenado, experimental y dos veces fallido. No hay una presencia visible del gobierno benigno de Dios en Urantia como la hay en planetas que no han sufrido incumplimientos. Se han librado guerras mundiales por diferentes interpretaciones de las directrices divinas en la mente humana. De hecho, pocas guerras se libran sin invitar a la bendición de Dios por cada bando. Las directrices deben ser escudriñadas y evaluadas con sabiduría en una cultura cuyos hijos se crían conociendo solo escasos trozos de verdad, bondad y belleza.
Al tratar de hacer la perfecta voluntad del Padre, podemos recorrer el primer kilómetro del deber de cuidar a los demás. Pero el deber se asocia a menudo con la monotonía y lo desagradable. En la mayoría de los casos, hacer la voluntad del Padre es agradable, emocional y espiritualmente satisfactorio. El entrenamiento obediente puede tener su lugar en la educación, pero la perfección del propósito del Padre evoca una participación alegre y creativa. Vivir la voluntad divina, prestar un buen servicio, no está motivado por el deber, sino por el amor de agradar a Dios y ayudar a nuestra familia cósmica.
Necesitamos un gran Padre y una familia diversa para llevar a cabo la perfecta voluntad de Dios en el tiempo y en la eternidad. La interacción con otros ascendentes es la sabia política del Paraíso. En el esquema del cosmos adquirimos lo que necesitamos dando a otros lo que necesitan, incluso hasta la perfección. Al final, queremos cumplir la voluntad del Padre porque descubrimos que Dios nos ama de manera tan profunda, personal e íntima que hacer la voluntad divina se convierte no solo en nuestra salvación, sino en nuestro mayor deseo, nuestro anhelo más entrañable, nuestro placer favorito y nuestra motivación eterna.
En verdad, en verdad os digo que cuando la voluntad del Padre es vuestra ley, no estáis en el reino. Pero cuando la voluntad del Padre se convierte verdaderamente en vuestra voluntad, entonces estáis con toda verdad en el reino, porque el reino se ha convertido así en una experiencia establecida en vosotros. Cuando la voluntad de Dios es vuestra ley, sois nobles súbditos esclavos; pero cuando creéis en este nuevo evangelio de filiación divina, la voluntad de mi Padre se convierte en vuestra voluntad y sois elevados a la alta posición de hijos de Dios libres, de hijos liberados del reino. LU 141:2.2
Jesús dejó para nuestro uso una herramienta versátil, una «regla de oro». Si un ascendente no puede descubrir la voluntad divina de ninguna otra manera, entonces preguntarse «¿qué haría yo si la situación fuera al revés?» puede iluminar el camino. Pero esta regla de oro viene con advertencias: debe estar impregnada de sabiduría nacida del espíritu y de sintonía divina para resolver la situación de forma duradera. La regla de oro produce más bondad, belleza y verdad cuando es aplicada por hijos de la fe centrados en Dios. La bondad de Dios da al universo un centro moral y la regla de oro proporciona una norma divina de moralidad.
La moralidad más elevada que puedes alcanzar es conocer y hacer la voluntad de Dios. Pero la norma de moralidad terrenal comúnmente aceptada no es la norma del Padre. Podemos conocer mejor la verdadera moralidad conociendo al Dios que vive y trabaja para nuestra iluminación a través de nuestros pensamientos. El Ajustador del Pensamiento ajusta de forma benigna nuestro pensamiento hacia la voluntad divina, pero solo en la medida en que nosotros lo permitimos. El Ajustador somete primero su voluntad a la nuestra y, mediante la experiencia, el amor y la crianza, se produce lo contrario.
El Padre se arriesga cada vez que otorga el libre albedrío a las criaturas ascendentes. Por eso, Dios envía a Hijos como Jesús para establecer los límites superiores de la verdad, la belleza y la bondad que pueden expresarse a través del libre albedrío humano. Jesús se convirtió en la voluntad viva de Dios, en la carne, incluso en un mundo dos veces defraudado. El ejemplo trascendente de Jesús de encontrar y aplicar a la perfección la voluntad del Padre preparó el camino para que todos los demás encontraran la perfección. Ninguna criatura puede eludir al Creador, ni querríamos hacerlo, lo que explica por qué Jesús declaró que él es el camino vivo. Su Espíritu de la Verdad conoce el camino.
Justo antes de dejar Urantia, Jesús dijo
La voluntad perfecta de Dios está implicada en lo que hacemos, pero especialmente en nuestras intenciones. El Padre sabe que no somos perfectos en esta etapa, así que las intenciones se convierten en el criterio para cumplir la voluntad divina. El viejo axioma que dice que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones es erróneo por partida doble: no existe el infierno, y las buenas intenciones son el camino al Paraíso. Las buenas intenciones y la imperfección se combinan para cometer errores, que desembocan en sabiduría. Corregimos el rumbo a partir de las duras lecciones de los errores cometidos, de la falta o mala interpretación de la voluntad divina. Es una hermosa respuesta que damos al desafío del Padre de perfeccionarnos en el tiempo y en el espacio, de llegar a conocer la plenitud de la verdad.
Si un hombre elige hacer la voluntad divina, conocerá el camino de la verdad. LU 102:1.1
Los universos del tiempo y el espacio están diseñados para crear carácter, para desarrollar en nosotros los valores de bondad del Padre, los placeres de la belleza y las satisfacciones de vivir la verdad. Hacer la voluntad divina siempre aumenta nuestra historia, nuestros valores y nuestro carácter, dándonos al mismo tiempo las alegrías de una participación significativa en los asuntos del universo.
Los autores de El libro de Urantia utilizaron la combinación de palabras «verdad, belleza y bondad» más de ochenta veces, desde el Prólogo hasta el último párrafo de la última página. El documento 56 tiene una sección entera sobre este trío de palabras. Los autores no se limitaron a arrancar estas tres palabras de nuestro vocabulario y combinarlas. Los valores que representan se han debatido por separado desde los tiempos de Platón (siglo IV a.C.), si no antes. Se atribuye a Marsilio Ficino, sacerdote y filósofo italiano del siglo XV, el mérito de haber unido las tres palabras. Con el tiempo adquirieron su propio nombre: los Trascendentales, llamados así porque trascienden todos los demás valores. Más de una vez los autores equiparan la verdad, la belleza y la bondad con el amor, el amor de Dios. Y más de diez veces, en las más de ochenta citas de verdad, belleza y bondad, los autores se refieren a la voluntad de Dios.
Dios es nuestro Padre del Paraíso y también nuestro mejor amigo. Los amigos no se dan órdenes unos a otros con leyes inflexibles: los motivan con amor familiar y los atraen con el ejemplo al digno servicio de difundir la verdad, la belleza y la bondad. Aunque el amor es siempre el principal atributo del Padre, también es el principal motivador. A menudo se requieren normas prácticas para las circunstancias de la vida compleja, pero las leyes nunca son necesarias en el seno de una familia armoniosa. El amor es esencial para hacer realidad la voluntad de Dios en todos los niveles de la relación personal. Las enseñanzas más elevadas sobre el amor espiritual proceden de la bondad aplicada, la verdad viva y la belleza creada.
Cuando hayamos «elegido eternamente y sin reservas hacer la voluntad del Padre», entonces nos convertiremos en uno con el fragmento del Padre que habita en nosotros. Esta elección significa nuestra unión, nuestra fusión, con el Dios que mora en nosotros por toda la eternidad. Lo hacemos porque nuestro amor a Dios nos inspira a intentar agradar a quien nos ama con un «afecto sobrecogedor y sorprendente».
El camino hacia la unidad, hacia la fusión con Dios, es vivir la verdad, hacer realmente la voluntad de Dios. Esto puede ser un reto, pero la voluntad del Padre rara vez es una carga pesada: suele ser un deleite divino, una alegría de participación. Jesús enseñó que:
El yugo del evangelio es fácil de llevar y la carga de la verdad es liviana. LU 159:3.7
Cumplir la voluntad de Dios puede ser la virtud humana más elevada pero, al igual que la adoración, es una de las experiencias más satisfactorias y gratificantes al alcance de los seres humanos. De todas las actividades posibles, hacer la voluntad del Padre es la única que es verdadera y perpetuamente satisfactoria. De la cooperación voluntaria y animada con el plan divino provienen la energía de servicio, nuestra felicidad, nuestra plenitud, nuestra salud física, mental y espiritual, incluso nuestro carácter, la acumulación de valores sublimes que se expresan mejor en las palabras verdad, belleza, bondad y amor.
La voluntad de Dios es siempre verdadera y buena. Nuestra vivencia de esta bondad y verdad sirve a la familia universal, porque todo buen servicio prestado redunda en bien de todos. Pero la voluntad del Padre no es una sentencia de prisión, una carga aplastante o una tarea hercúlea. Por el contrario, es el desafío del Padre a los hijos iluminados del tiempo y el espacio para que busquen la perfección personal en sus expresiones vivas de belleza, verdad y bondad
La voluntad de Dios es verdad divina, es amor vivo. Por eso las creaciones en perfeccionamiento de los universos evolutivos se caracterizan por la bondad. LU 3:6.2
¿Debemos calcular el coste de renunciar a nuestra voluntad por la voluntad divina antes de comprometernos con ella por toda la eternidad? Ten por seguro que te costará todo, pero la recompensa es todo a cambio. Tal vez no en el orden de nuestra preferencia, porque el Padre organiza sabiamente el universo y eso crea la necesidad de paciencia, tolerancia y gran perspectiva… sabiduría. Haremos y conseguiremos todo lo que queramos en el tiempo y en la eternidad, si vale la pena hacerlo y tenerlo. Lo hermoso de entregar nuestra voluntad al Padre es la realización espiritual, la participación divina.
Cuando dedicamos nuestra voluntad a hacer la voluntad divina, seguimos jugando, trabajando (sirviendo) y descansando, pero ahora permitimos que la presencia y la voluntad de Dios vivan en el centro de nuestro ser, ayudándonos en la toma de decisiones. Siempre es la personalidad superior la que inspira a la inferior mediante el poder benigno del amor: vivir la verdad, la belleza, la bondad.
¿Cómo dedicamos nuestra voluntad a la voluntad divina? La respuesta está en nuestro interior, donde moran los tres representantes personales de la Trinidad del Paraíso. La verdadera oración es una comunicación sincera con el Padre, el Hijo y el Espíritu que viven en nosotros, el Ajustador, el Espíritu de la Verdad y los siete adjutores. De la oración sincera y sabia surgen las respuestas. De la adoración surge la intimidad con Dios y el saber cómo cumplir la voluntad divina. La consecuencia de toda nuestra adoración, oración y realización de la obra de Dios es una creatividad sublime, más unidad con el espíritu creador original del Padre.
Cuando la sinceridad es lo suficientemente profunda, las voluntades humana y divina pueden encontrarse y concordar. Esta sinceridad proviene de nuestra elección previa, oración sabia, adoración profunda y comprensión, experiencia y capacidad cada vez mayor de las verdades espirituales. En esencia, Jesús dijo:
La voluntad de Dios es el camino de Dios, alinearse con la elección de Dios frente a cualquier alternativa potencial. Hacer la voluntad de Dios es, por lo tanto, la experiencia progresiva de parecerse cada vez más a Dios, y Dios es la fuente y el destino de todo lo que es bueno, bello y verdadero. LU 130:2.7
Cuanto mejor conocemos al Padre, más nos abruma el afecto por este Ser inimaginablemente majestuoso, que no solo sostiene el cosmos y lo dirige por el puro y único poder del amor y la bondad, sino que también busca la amistad íntima con cada criatura personal, ¡incluidos nosotros! Este tipo de amor y apoyo nos obliga, en algún momento, a decir con todo nuestro corazón: «¡Úsame, Padre, como quieras! Es tu universo, y yo no soy más que uno de tus muchos hijos que quiere ayudarte en todos tus buenos, bellos y verdaderos propósitos. Gracias».
Podríamos preguntarnos: ¿qué crea el conflicto entre las voluntades divina y humana? No hay conflicto entre las voluntades de la criatura y del Creador en el Paraíso y Havona, todo es unidad. Solo donde prevalecen la ignorancia, la obstinación y la rebelión hay error y amplia desviación del camino divino. Dondequiera que falten la verdad y la bondad de Dios son posibles el error y el mal, incluso el pecado y la iniquidad. En tales condiciones es poco probable que florezca la belleza; seguirá siendo un potencial.
El error, el mal, el pecado y la iniquidad son potenciales en el tiempo y el espacio donde los seres no iluminados tienen un relativo libre albedrío, pero aprendemos mejor de los errores que cometemos. Aunque los errores son inevitables, el mal, el pecado y la iniquidad no son necesarios para el aprendizaje y el progreso espiritual. Es necesario que sean posibles para reflejar la voluntad divina por contraste. Los seres humanos requieren este contraste para clasificar los valores y formar el carácter. Las criaturas nacidas en el Paraíso-Havona son inherentemente perfectas, reflectoras y animadoras de los deseos del Padre. Requerimos estos modelos perfectos que viven en el Resplandor Central; ellos proporcionan los estándares a los que ascendemos. Havona es el paradigma existencial de la perfección familiar que establece los objetivos y propósitos experienciales para todos. Los nativos de Havona son ejemplos perfectos y vivos de la voluntad de Dios.
Hacer la voluntad de Dios no es ni más ni menos que alcanzar la armonía con la Divinidad. Jesús lo hizo a la perfección y nosotros podemos, si no alcanzar la perfección, al menos aspirar a ella. El plan omnisciente y abarcador del Padre para la expansión universal sin fin de las realidades y los valores de la verdad, la belleza y la bondad es perfecto y lo incluye todo. Pero ni una sola criatura se verá obligada a cumplir este plan para hacer la voluntad del Padre. Aunque Dios tenga el monopolio del destino universal y tus experiencias sean esenciales para el desarrollo del universo, nunca se te coaccionará para que hagas la voluntad de Dios. El Padre dirige por amor, no se necesita ninguna otra presión o fuerza para inducir a las criaturas personales a devolverlo en servicio y adoración (una vez que conoces ese amor).
Una experiencia es buena cuando acentúa la apreciación de la belleza, aumenta la voluntad moral, realza la percepción de la verdad, amplía la capacidad de amar y servir a nuestros semejantes, exalta los ideales espirituales y unifica las motivaciones humanas supremas del tiempo con los planes eternos del Ajustador interior. Todo esto conduce directamente a un mayor deseo de hacer la voluntad del Padre y estimula la pasión divina de encontrar a Dios y ser más como él. LU 132:2.5
La revelación de que los humanos deben esforzarse por parecerse a Dios es nueva y requiere nuestra máxima sabiduría para conocer la diferencia entre parecerse a Dios y ser Dios. Buscar y cumplir la voluntad del Padre nos hace parecernos cada vez más a Dios. Esto es bueno para el cuerpo, la mente y el alma, porque alcanza la armonía con la fuente de la bondad y el bienestar. La salud y la felicidad son los efectos secundarios de una vida divinamente armoniosa, incluso cuando la vida es difícil. Jesús consiguió sonreír a su madre mientras colgaba de la cruz.
Dios nos necesita, a nosotros y nuestra experiencia. A través de nosotros, el Padre quiere crear un camino nuevo y único que contribuya a la actualización del Dios del tiempo y del espacio, el Ser Supremo. Pero ¿nos uniremos al grupo de trabajo? ¿Uniremos nuestra voluntad a la de Dios y dedicaremos nuestra existencia eterna a ayudar al Padre a crear a esta madre todopoderosa de las criaturas en evolución del gran universo? El Supremo es la personificación de la voluntad de Dios en el tiempo y el espacio, hecha de la totalidad de las experiencias de los ascendentes en la adquisición de los valores divinos: verdad, bondad y belleza.
El Padre de Todo, por voluntad divina, está empleando a la familia universal para alcanzar el nivel de supremacía. El Supremo Todopoderoso será la culminación de toda la experiencia del tiempo y el espacio en la realización de la verdad, la bondad y la belleza hasta el punto de la perfección, el asentamiento del gran universo en «luz y vida». Este Dios experiencial será la expresión viva, la culminación de todos los valores dignos de todas las criaturas que evolucionan en el tiempo y el espacio, incluidos nosotros, pero mantendremos en todo momento nuestra identidad individual. Nuestra experiencia única adquirida en el tiempo y el espacio es necesaria para cumplir nuestro destino final, personal, nuestra supervivencia en la eternidad, pero también es necesaria para cumplir el propósito de Dios, crear otro Dios, que tiene principio pero no fin.
Cómo puede Dios crear un Ser Supremo a partir de las experiencias colectivas del tiempo y el espacio es un misterio, pero el Supremo da propósito a la existencia. Esta presencia de la deidad totalizadora no será el acto final de la voluntad divina, solo para esta época. Más allá de la actualización del Supremo, el escenario está abierto a los misterios mayores del Último y el Absoluto, cuya manifestación es establecida por la voluntad perfecta del gran Dios, el Padre de las Luces, «la Primera Fuente y Centro».
Nosotros, humildes humanos, podemos luchar para aceptar y poner en práctica la voluntad divina, pero el centro de toda realidad superior es la voluntad de Dios. De hecho, la más verdadera de todas las verdades es la voluntad viva del Padre. En ausencia de un universo dotado de valores absolutos con Dios en su centro, estaríamos a la deriva, sin rumbo, sin un estándar de bondad, sin un ancla de verdad y sin un significado de la belleza (si tal universo inútil pudiera existir).
Vivimos en un cosmos personal dirigido y vigilado por el Padre. La voluntad de Dios es el asunto de todo el universo y todo el mundo está sujeto a este principio organizador divino y benigno. Creer lo contrario es falso e irreal. El amor del Padre llama a todos los que pueden adorar y servir a otras personas, desde la más alta Divinidad hasta la más baja humanidad, aquellos con quienes compartimos la vida perdurable.
Nuestra relación más larga, hecha realidad o no, ha sido con la divinidad que vive en nuestro interior. Desde antes de nacer, la Ministra Divina nos amamantó con la mente, Miguel nos alimentó con el Espíritu de la Verdad y, cuando no éramos más que niños, nuestro Padre nos llenó con su espíritu residente: el poderoso Ajustador.
El Ajustador otorgado al hombre es, a fin de cuentas, impermeable al mal e incapaz de pecar, pero la mente del mortal puede torcerse, deformarse y hacerse malvada y fea por las maquinaciones pecaminosas de una voluntad humana perversa y egoísta. Del mismo modo, esta mente puede hacerse noble, bella, verdadera y buena —realmente grande— si sigue los dictados de la voluntad iluminada por el espíritu de un ser humano conocedor de Dios. LU 111:1.6
Los seres humanos tenemos la opción de declarar cuál es la voluntad dominante: la nuestra o la de nuestro Padre. Es la única elección verdadera que tenemos. Si fallamos repetidamente en elegir la vida eterna, entran en juego los créditos de misericordia. Incluso el pecado es permitido y perdonado hasta que se hace una elección final y consciente entre nuestra voluntad personal y la divina, entre la verdad y el error, el bien y el mal, la fealdad y la belleza. Puede que los hijos e hijas pródigos del mundo no seamos perfectos, pero encontramos un hogar justo en un Dios bueno, verdadero y hermoso. Cuando encontramos a Dios, perdemos el gusto por el mal y el pecado.
El Maestro vino a crear en el hombre un espíritu nuevo, una voluntad nueva —a impartir una capacidad nueva de conocer la verdad, de experimentar la compasión y de elegir la bondad— la voluntad de estar en armonía con la voluntad de Dios. LU 140:8.32
A medida que crezcamos en la experiencia de la presencia de nuestro Padre, a medida que empecemos a comprender la magnitud y la morada personal de Dios, también empezaremos a sentir como un honor, un privilegio y una oportunidad incomparable hacer la voluntad divina. Y para conocer y hacer la voluntad divina, es fundamental que comprendamos mejor a Dios.
La mejor manera de ver la naturaleza de nuestro Padre es a través de las lentes de la belleza, la bondad y la verdad. La voluntad de Dios es la vivencia de estos tres valores divinos. Si los conocemos y los vivimos, estaremos haciendo la voluntad del Padre.
Evidentemente, el Padre Universal quiso hijos que nacieran perfectos, como nuestra familia de Havona, mil millones de mundos perfectos habitados por los modelos de perfección a los que podemos ascender. Dios también creó niños que alcanzan la perfección emulando la buena ilustración de la perfección de Havona y viendo el ejemplo de los reveladores de la verdad del espacio-tiempo como Jesús.
Así como el hombre mortal lucha por hacer la voluntad de Dios, estos seres del universo central viven para complacer los ideales de la Trinidad del Paraíso. En su naturaleza misma son la voluntad de Dios. El hombre se regocija con la bondad de Dios, los havonitas exultan con la belleza divina, y ambos disfrutáis del ministerio de la libertad de la verdad viva. LU 14:4.13
A los ojos del Padre, no somos apreciados ni más ni menos que los seres perfectos de Havona. El Padre considera que todas las criaturas tienen el mismo valor. Pero nosotros, como seres en perfeccionamiento, debemos descubrir y cumplir la voluntad divina comprendiendo e inculcando los significados y valores de la verdad viva la bondad divina y la belleza cósmica en medio de las normas relativas de la moral terrenal. La moralidad última es la devoción a la obra cósmica y a la voluntad divina, pase lo que pase, ¡hasta la perfección!
Si la armonía es el habla de Havona, su lenguaje es la voluntad del Padre. Con el tiempo, si perseveramos, alcanzaremos la armonía perfecta con la voluntad de Dios. Algún día estaremos en la presencia paradisíaca de aquel cuya voluntad perfecta hemos dominado a lo largo de vastas extensiones de tiempo y espacio. Conoceremos la voluntad perfecta del Padre en todas sus permutaciones: nuestro espíritu armonioso encontrará una resonancia completa con el universo personal a través de la vía del contacto divino.
A un Padre que crea y otorga todo, solo podemos darle un regalo significativo a cambio, uno que Dios no puede crear por sí solo: el regalo de nuestra cooperación sincera y amorosa con el plan divino de desarrollo eterno e infinito, incluso nuestra experiencia.
El Jesús humano veía a Dios como santo, justo y grande, así como verdadero, bello y bueno. Todos estos atributos de la divinidad los concentraba en su mente como «la voluntad del Padre del cielo». LU 196:0.2
En la toma de posesión de Miguel como nuevo soberano del universo local, después de su curso de mil millones de años de otorgarse a sí mismo en siete niveles diversos de existencia de criaturas, cuando estaba siendo alabado por todas partes, declaró simplemente que estaba haciendo la voluntad del Padre. Tenemos un guía infalible en Miguel y un ejemplo superlativo de vivir la voluntad divina, incluso en un mundo atrasado, retrasado y plagado de maldad como Urantia.
La presencia de Miguel en el planeta desde Pentecostés, el Espíritu de la Verdad, señala siempre el camino hacia la voluntad del Padre. Cuando hacemos la voluntad de Dios también fomentamos la fraternidad, porque estamos unidos al servicio de la verdad, la bondad y la belleza. Y, sin ser reconocido por la mayoría de nosotros, el Espíritu de la Verdad ayuda a facilitar este contacto amoroso entre los hijos de Dios.
Si mis palabras permanecen en vosotros y estáis dispuestos a hacer la voluntad de mi Padre, seréis realmente discípulos míos. Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres. LU 162:7.2
Dios quiere nuestra cooperación voluntaria y dedicada, quiere que nuestro libre albedrío llegue a ser igual a la voluntad divina. Hay mucha generosidad. ¿Nos serviremos a nosotros mismos o al Ser? Y si servimos a Dios, ¿no nos servimos también a nosotros mismos? Se nos ha informado, y podemos saberlo por observación, que el bien de uno redunda en el bien de todos.
El advenimiento del Espíritu de la Verdad purifica el corazón humano y conduce a quien lo recibe a formular un propósito de vida dedicado en exclusiva a la voluntad de Dios y al bienestar de los hombres. LU 194:3.19
Tenemos un guía perfecto en el Espíritu de la Verdad y una meta perfecta, por lo tanto el camino al Paraíso está abierto. Estos son antiguos senderos hacia la morada divina que ahora recorremos. Todos los caminos verdaderos conducen a Dios, aunque nadie viaje al Paraíso por la misma ruta. Y todos los que los estudian aprenden que la verdad, la bondad y la belleza del Padre son las hojas de ruta para conocer el carácter, la naturaleza y la voluntad divinos.
Debemos descubrir la primacía de la voluntad del Padre en la vida interior para asumir nuestro papel y tomar decisiones basadas en la verdad, la bondad y la belleza de Dios, decisiones que aseguran la supervivencia de nuestra alma. Dios podría existir para siempre sin nosotros, pero nosotros no podemos vivir y amar ni un minuto sin Dios. Hay un plan que involucra a cada alma que acepte cooperar con Dios en la realización del propósito divino, la actualización del Supremo, el Último y, finalmente, el Absoluto.
Declaro que el reino de los cielos es comprender y reconocer el gobierno de Dios en el corazón de los hombres. LU 141:2.1
Notas: https://en.wikipedia.org/wiki/Transcendentals