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El aborto | Luz y Vida — Núm. 30 — Septiembre 2012 — Índice | Noticias de la Asociación Urantia de España |
Durante todos estos años de trabajo en el grupo de estudio, hemos ido desgranando sus contenidos, tratando de comprenderlos y (por qué no) también de interpretarlos, y yo personalmente estoy más que satisfecho de lo aprendido. Creo que todo este trabajo en común ha dado sus frutos. Nos ha enseñado sobre el cómo y por qué de las cosas. Cómo está todo organizado y cuál es su finalidad, qué podemos esperar en un futuro, tanto próximo como remoto. Incluso nos han explicado que tenemos un porvenir fuera del tiempo, lo cual no deja de ser, cuando menos, sorprendente.
De una manera extraordinariamente resumida, podríamos decir que hemos descubierto que estamos comenzando una aventura increíble, maravillosa y eterna; dispondremos de toda una eternidad futura que estará ocupada y entretenida con unas y otras actividades. El futuro está trazado, el pasado lo hemos comprendido y nos ayuda a entender por qué estamos aquí y de esta manera. Por ello, me ha parecido de gran interés (ineludible diría yo) que nos detengamos y comencemos a centrar nuestra atención en lo inmediato, en lo más próximo que tenemos, y esto no es ni más ni menos que el «aquí y el ahora», nuestro presente.
El pasado nos enseñó, pero evidentemente ya no está con nosotros, y el futuro nos mostrará más adelante muchas cosas y nos permitirá experimentarnos, pero aún no ha llegado. Lo que realmente tenemos para experimentar, en este y en cada uno de los momentos, es nuestro «ahora», pero también es algo que tenemos cierta tendencia a obviar, a no considerar. Nuestra mente se encuentra más cómoda sopesando el pasado y especulando sobre el futuro, supongo que por el hecho de que el «ahora» nos exigiría cierta atención inmediata. Después, necesitaríamos saber escuchar en ese momento y no hacerlo sólo cuando nos apetezca, y finalmente nos llevará a una necesidad de actuar, de tomar determinaciones, y hemos de ser realistas tanto el ser disciplinados o la necesidad de trabajar contra la pereza o contra el miedo a equivocarse u otros miedos, puede no resultarle demasiado agradable a nuestro ego.
Con la intención puesta en la investigación del «ahora», del de cada uno de nosotros, reflexionemos y planteemos el debate.
La pregunta universal es casi de Perogrullo, ¿la lectura del LU nos plantea un «ahora» diferente a cada uno de los lectores?
Evidentemente, la respuesta puede tener infinidad de matices y suposiciones que dependerán del individuo y de su grado de comprensión e interiorización de las enseñanzas contenidas en el libro.
No vamos a entrar en detalles ni en facetas parciales; el mismo interrogante desde otra perspectiva sería: ¿qué propone el LU para el vivir cotidiano del hombre mortal en Urantia?
Estas serán las preguntas a las que me gustaría os unierais en la búsqueda de respuestas… yo me adelanto y os propongo mi parecer al respecto.
Os presentaré a grandes rasgos a un personaje, Zoilo (que significa «lleno de vida»), del que comentaremos sobre su existencia antes de toparse con el LU: he de aclarar que pretendo definir un personaje absolutamente normal, con el que nos podemos encontrar diariamente, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos.
Diremos de Zoilo que se trata de un padre amante de dos hijos (ó 1,38, por aquello de la estadística), casado y que mantiene una vida que no sé si llamar estándar, normal, aburrida, poco ambiciosa, conformista o de cualquier otra manera que se os pueda ocurrir. Tiene un trabajo en un centro comercial, que trata de hacer lo mejor posible, siempre dentro de las pautas que los jefes le imponen. Jefes con los que se lleva de una manera cordial, al igual que con sus subordinados y con sus compañeros.
Trata de ser respetuoso y amistoso con todo el mundo; entiende que vivimos en una sociedad con valores muy escasos, por lo que intenta comportarse de la mejor manera posible. En su casa tiene una vida normal, si por normal se considera no engañar a su mujer y tratar honradamente de buscar lo mejor para ella y para sus hijos. Intenta evitar conflictos o altercados con cualquier persona, tiene algunos hobbies que le permiten evadirse de la rutina diaria.
Podemos decir que los vaivenes de su vida son bastante normales: cierto temor por la situación laboral, trata de llegar a fin de mes sin contratiempos serios, intenta que sus hijos se conviertan en hombres de provecho a la antigua usanza (que sean honrados y trabajadores) y trata de animarlos con su ejemplo. Les ayuda lo que buenamente puede en sus estudios y se reparte las tareas domésticas con su esposa, que también tiene un trabajo fuera de casa. No tiene demasiado tiempo para compartir con el resto de su familia por lo que, en las pocas ocasiones en que coinciden, busca que las cosas vayan de una manera cordial y tranquila.
Se ha planteado en numerosas ocasiones el tema de la religión. Católico de nacimiento, desconfía de la Iglesia y piensa que efectivamente puede haber algo más allá después de la muerte. Cree que es posible que exista algún Dios, aunque no tiene claro por qué ocurren ciertas cosas. De todas formas, bajo su manera de pensar, si ha de existir algo después de la muerte, allí estará y se lo encontrará cuando llegue el momento. Si Dios es tan bueno como se supone, seguro que le dará alguna oportunidad. Y, si al final no hubiera nada, pues tampoco pasa nada, no le importa (al menos de momento; a sus 45 años, ese momento aún lo ve lejano en el tiempo). De todas formas, no le incomoda; ha de mantenerse fiel a los principios en los que realmente cree, como son la honestidad y hacer las cosas de la mejor manera posible.
Las máximas que parecen prevalecer en la vida de Zoilo son verdaderos tópieos: vive y deja vivir; no te metas con nadie; todos tenemos derecho a ser como queramos; no le puedes imponer a nadie tu criterio; la vida de por sí ya es suficientemente dura, no la hagamos aún más dura; respeta lo que no es tuyo; las personas no son propiedades; si puedes hacer un favor, hazlo. Y, en el plano físico: haz ejercicio; vigila lo que comes y bebes; en el término medio está la virtud, etc.
Un día, Zoilo se topa con el LU, lo lee…y aquí estamos. Somos un Zoilo cualquiera.
¿Pensáis que la vida de Zoilo podría o debería cambiar? ¿De qué manera? ¿O, por el contrario, lo único que puede pasarle a Zoilo es que atesorará nuevos conocimientos y continuará con su vida como hasta ahora? De hecho, él ya era «bueno» antes de la lectura del LU. Quizá no necesite nada más. Ahora ya conoee muchas más cosas que antes de su lectura, muchas de sus preguntas existenciales las tiene respondidas y podría comunicar a otras personas lo aprendido y hacerlo con entusiasmo. Es maravilloso tener respuestas (y poder compartirlas con otros seres humanos): ¿Cuál es el destino que nos espera? ¿Qué sentido tiene nuestra existencia? ¿De dónde venimos? ¿Cómo enfrentarnos a los reveses que de uno u otro tipo nos puede traer la existencia? ¿Qué esperar y qué no de nuestro Creador? ¿Qué esperar de nuestros semejantes, de las instituciones? ¿Por qué el universo es tan grande? ¿Existe vida después de la muerte? ¿Existen los ángeles y cómo son? ¿Existe Satanás? ¿Existe el cielo y el infierno? ¿Somos algo más de lo que vemos? ¿De qué estamos hechos?
Incluso hemos podido obtener respuesta a la manera de comportarnos frente a situaciones que podríamos considerar como de alta intensidad emocional, porque de hecho nos explican por qué es interesante y en cierto modo inevitable vivirlas; recordemos el apartado de las inevitabilidades (LU 3:5.5).
Digamos que, frente a situaciones de gran intensidad emocional, como sería la muerte de seres queridos, las catástrofes personales, materiales, naturales, desengaños amorosos, o incluso falta de credibilidad en alguno de nuestros semejantes, en organizaciones, en instituciones, etc., hemos aprendido que hemos de abordar estas terribles situaciones con perspectivas nuevas y más elevadas.
El LU le ha proporcionado herramientas, conocimientos que le van a permitir abordar los problemas desde una perspectiva tal que podrá sobreponerse a los éxitos y a los fracasos de una forma más eficaz.
Pero Zoilo se encuentra perplejo y un poco confundido. Cada día se levanta y se pregunta: ¿qué hacía antes y qué hago ahora? ¿Cuál es la diferencia?
Mira su «ahora» y se pregunta: ¿cuál ha de ser nuestra respuesta a nuestro día a día, en la que el 99% del tiempo estamos sometidos a situaciones de baja intensidad emocional? ¿Dice algo el LU al respecto?
Os comentaré mis reflexiones.
Si me pregunto qué hemos de hacer en cada instante, qué se espera de nosotros en cada momento, la idea que más vueltas da por mi cabeza y no por casualidad, porque de hecho aparece textualmente en 42 ocasiones a lo largo del libro, es «hacer la voluntad del Padre».
Con este concepto, profundamente arraigado en mi mente de lector, me siento primero terriblemente perplejo. Después, la perplejidad da paso a cierta frustración puesto que, a medida que reflexiono, encuentro que no es ni fácil ni inmediato traducir esa «voluntad», incorporarla a lo cotidiano, al día a día. ¿Qué es hacer la voluntad del Padre en el día a día, en el recorrido de esos días que pasan y piensas que en ellos no ha habido nada de especial ni de diferente con respecto a otros días?
El LU nos ha ayudado con los conceptos, y mucho, a creer en Dios, tener la voluntad de adorarlo y querer que tu voluntad sea precisamente la suya. Pero, claro está, resulta que esa voluntad hay que descubrirla de alguna manera. Parecería que tenemos un juego entre manos, es decir, me observo en una situación y trato de adivinar cuál sería la voluntad del Padre para mí en esas circunstancias.
Aunque pueda resultar interesante e inspirador tratar de practicar con este proceso, está claro que tu inspiración del momento puede que coincida con la voluntad del Padre o puede que no. De momento no lo sabrás, la duda persiste y está claro que podemos argumentar (cosa que también encuentro plausible) que quizá la voluntad del Padre no sea que hagas o dejes de hacer algo concreto, sino que precisamente sea el acto de que te lo plantees, que te interrogues y que indagues tratando de intuir su voluntad.
Pero esta situación no me deja del todo satisfecho. Es cierto que parece que hemos resuelto una situación concreta, pero aún me falta encontrar una línea de actuación. Creo que, aunque sea interesante el hecho de lograr uno u otro objetivo, también lo ha de ser tanto o más el hecho de encontrar, adivinar o intuir una línea de acción que me sirva de guía para mi actividad cotidiana. De hecho, no nos podemos pasar el día interrogándonos en cada instante como si de una decisión vital se tratara.
El LU me debería proporcionar información al respecto…y efectivamente me lo expresa literalmente al menos 11 veces en 9 documentos diferentes, incluyéndolo expresamente en la oración que Jesús dio a sus hermanos en Nazaret (LU 144:3.1-12).
Hay un plan universal para la ascensión de las criaturas y, sobre este plan, el Padre promulgó el mandato universal: «Sed perfectos, así como yo soy perfecto». Esto expresa su voluntad para con nosotros. Dado este mandato, en nuestras manos queda el asunto de traducir esto a nuestra vida diaria.
Este mandato ha movilizado un sinfín de personalidades y universos. Nosotros, desde nuestra posición, lo leemos y nos quedamos literalmente de una pieza. No parece posible alcanzar lo que el Padre desea. Nos podemos sentir abrumados, pero hay algo que nos permitirá colocar en su justa medida esa solicitud con respecto a nosotros.
El camino, la línea de acción, está trazada. La traducción de la voluntad del Padre es que nuestro camino es de evolución y de crecimiento, y nuestro «norte», la dirección que ha de llevar nuestro crecimiento, es hacia la perfección del individuo.
Nos ha quedado claro que se espera que no estemos de brazos cruzados. Hemos visto que el concepto simplista de que uno es «bueno» porque no hace nada malo se ha visto superado con creces. Ser bueno implica no sólo no hacer el mal sino hacer el bien. Y el mandato del Padre nos lleva aún más allá: ya no basta con hacer el bien, sino que cada vez lo hemos de hacer mejor. Tenemos la obligación de crecer en esa dirección.
Por otro lado, el Padre quiere que vivamos con alegría. La obligación de crecer en perfección no nos ha de angustiar, no hemos de ser violentos ni siquiera con nosotros mismos. Tenemos la obligación de perfeccionarnos pero no tenemos que hacerlo a una velocidad inadecuada, que provocaría en nosotros un sufrimiento completamente innecesario.
Recordemos otro pasaje del LU en el que se nos dice explícitamente que, a nuestra llegada como peregrinos a Havona, sólo llegaremos con una dote de perfección, algo que personalmente interpreto como que se nos pide que hayamos alcanzado la perfección en una de las facetas, y la perfección que se espera de nosotros es la «perfección de propósito»:
Cuando, mediante y a través del ministerio de todas las huestes de ayudantes del esquema universal de supervivencia, finalmente sois depositados sobre el mundo de recepción de Havona, llegáis tan sólo con un tipo de perfección: perfección de propósito. LU 26:4.13
Si tenemos en cuenta nuestro origen racial, que somos poco más que animales, nuestro camino inmediato está claro: hemos de ir «desanimalizándonos» progresivamente, y aquí en nuestro mundo y en nuestra vida actual. Si somos capaces de marcar las diferencias con el resto de mamíferos, formará parte de nuestra obligación ir incrementando esas diferencias tanto cualitativa como cuantitativamente.
De hecho, a todos nos es fácil observar que, básicamente y sin ser cuestionable por diferencias de creencias, disponemos de un cuerpo y una mente. La búsqueda de la perfección en el ámbito de nuestro cuerpo se encuentra más limitada en cuanto que está en nuestra mano su cuidado y su manejo. Simplificándolo, diremos que hemos de tener cuidado con lo que comemos y bebemos y cómo lo exponemos al medio ambiente, además de procurar proveerlo de un ejercicio saludable en función de las capacidades de cada uno. La búsqueda de la perfección en nuestro físico parece una tarea más de raza (ciencias médicas y biológicas) que de individuo.
Sin embargo, tenemos nuestra mente como nexo de unión entre lo físico y lo espiritual, y ésta ya se presta a un trabajo de perfeccionamiento que puede ser tan intenso y extenso como nosotros mismos deseemos. Y aquí, aunque cualquier ayuda externa es bienvenida, está claro que el trabajo es individual.
Hemos de aprender a observarnos, a conocernos, a conocer nuestras tendencias emocionales fruto de nuestra biología y nuestro entorno. Hemos de considerar actitudes y comportamientos, muchos de ellos establecidos genéticamente, que nos sirven de ayuda para la perpetuación de la especie (emociones básicas). Hemos de buscar nuestro camino de perfección sin permitir que, en cualquier situación, nuestras emociones básicas sean quienes dirijan nuestros pensamientos ni nuestras acciones.
Por otro lado, estas emociones son perfectamente lícitas y muchas veces involuntarias. Hemos de aprender sobre nuestras emociones porque lo que podemos y debemos hacer es progresar en la educación de nuestra mente/cuerpo para que las respuestas dadas al estímulo emocional no sean siempre las básicas, las de predominio del instinto que, aún siendo de respuesta rápida (instintiva), esta respuesta podrá condicionarse a través de un entrenamiento adecuado.
De las primeras cosas que nos encontramos en nuestra mente y a la que podemos tener acceso para modular o modificar serían los sentimientos y las emociones. La diferencia entre ambas puede ser una línea muy sutil, por eso para simplificarlo consideraré el sentimiento como un simple estado de ánimo, y la emoción, que es algo mucho más complejo, como un término que se refiere a los sentimientos, a los pensamientos, al estado biológico, al estado psicológico y al tipo de tendencias a la acción que la caracteriza (Daniel Goleman, Inteligencia Emocional).
Aunque aún no hay acuerdos definitivos entre los estudiosos del tema, hay tendencia a pensar que en realidad hay unas pocas emociones básicas, y las demás podrían considerarse como una mezcla en diferentes proporciones de las denominadas «primarias».
Esta clasificación se remonta al siglo XIX. Darwin (1872) y posteriormente Paul Ekman (1972) encontraron que, de una manera bastante universal, ciertas emociones generaban actividad muscular (sobre todo en la cara) de manera muy uniforme en cualquier grupo humano, con lo que llegó a la conclusión de esta universalidad de emociones. Desde luego, ni está todo expuesto ni se ha dicho la última palabra en lo que concierne al tema de las emociones, pero sí encuentro interesante echarles un vistazo.
Hay quienes identifican como primarias las siguientes emociones: ira, tristeza, miedo, alegría, amor, sorpresa, aversión, vergüenza. Muchas de las demás emociones se clasifican en alguna de las familias anteriormente mencionadas, y la complejidad se incrementa por cuanto muchas emociones son difícilmente clasificables y son producidas por cantidad variable tanto en cantidad como en el número de emociones primarias que se verían implicadas.
Después de experimentar las emociones, podemos encontrarnos en un «estado de ánimo» concreto sentimiento-; también hemos de tener en cuenta nuestra tendencia a evocar una determinada emoción o incluso un estado de ánimo. Se trata de nuestro «temperamento», que nos hace ser o tener tendencia a ser melancólico, jovial o tímido (por ejemplo).
En definitiva, como reacciones a nuestro entorno hay dos tipos de respuestas:
Igualmente, hay estados emocionales que se producen porque, de manera intencionada o no, evocamos emociones o estados de ánimo. Este es otro importantísimo capítulo sobre el que podemos trabajar. Porque no nos engañemos: siempre estamos condicionados a un estado de ánimo, incluso aunque pase desapercibido por la circunstancia de que su nivel de respuesta emocional no sea muy intenso.
Con el fin de resumir, mi reflexión actual sería:
Lo que pienso que puede diferenciar a Zoilo, antes y después de leer el LU, es tomar conciencia de:
La forma de abordarlo en el día a día es estar atento a nuestras emociones y sentimientos (estados de ánimo), observarlos para comprenderlos, diferenciar los que provienen de la respuesta rápida automática, evaluarlos y tratar de dejar en nuestra memoria selectiva la forma adecuada de respuesta a esos estímulos, para tratar de adecuarlos a nuestro programa personal de «desanimalización». Igualmente y con mayor motivo ante la situación de respuesta diferida por el pensamiento reflexivo.
La educación de nuestra mente (en hábitos de respuesta cada vez más elevados y elaborados) nos permitirá ir marcando una diferencia cada vez mayor entre nosotros y los animales. Será la clave del comienzo de nuestro progreso evolutivo hacia la perfección.
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