© 2005 Santiago Rodríguez
© 2005 Asociación Urantia de España
Introducción de Santiago Rodríguez
Reconozco que este documento, al igual que muchos otros, se presta a numerosos enfoques y puntos de vista.
Yo al final me he decidido por el que hace referencia al lugar físico que ocupa en la obra. Y no es precisamente su número de orden, el 196, que ya no sé si casualmente o no pero sucede que la suma de sus cifras es precisamente 7, y sinceramente, después de leer el libro y traer y llevar este número de unos sitios a otros, ya no sabe uno qué pensar, creo que bien podían haber sido 195 ó 197 los capítulos, pero no, han tenido que ser 196, será una casualidad.
Lo que a mí me ha hecho reflexionar es precisamente que se trata del último capítulo en una obra que pudiera sorprender el hecho de que presenta un prólogo, pero no parece tener un epílogo; ya sé que sería difícil hacer una recopilación o síntesis de todo el texto, pero una vez más me inclino a pensar que los reveladores llevan una intencionalidad que va más allá de lo que leemos literalmente, quiero decir que los contenidos se revelan no sólo en el texto en sí, sino incluso en la estructura del libro.
A pesar del título, «La Fe de Jesús» que parece que no nos daría sino una descripción de algo propio de otra persona (recordemos que Jesús también fue «otra persona»). Creo que realmente se trata del epílogo de toda la obra, de hecho el mejor epílogo para nosotros; nos presenta el resumen y lo más importante del mensaje contenido en todo el libro. En definitiva son las conclusiones de los autores de la obra para nosotros, sus lectores. ¡No las desperdiciemos!
Cualquier persona, independientemente de su nivel de religiosidad o de sus creencias, parece tener claro que lo que espera de la vida es lograr la felicidad; una vida plena, con sentido, con objetivos que pueda alcanzar y que le lleve a una autorrealización que le satisfaga, le haga dichoso y, si es un poco más generosa, que esto que desea para él se haga extensivo a los seres que quiere, incluso a los que le rodean y por qué no, a todo el mundo.
Creo que todos buscamos lo mismo, o algo parecido. Pero eso ¿cómo se consigue? La respuesta está en el LU y el procedimiento, la receta para conseguirlo, está precisamente en el capítulo 196, el último capítulo del libro.
El hecho de vivir comporta una serie de actividades, unas más o menos automatizadas y otras que requieren cierta reflexión, puesto que casi podríamos reducir el hecho de la vida a una interrelación con el entorno en su concepto más amplio, y son precisamente las reflexiones las que creemos nos distinguen de nuestros compañeros de entorno, los demás seres vivos.
Tanto los hombres como los animales y las plantas somos capaces de interaccionar con uno de los dos aspectos de la realidad, con el aspecto energéticomaterial, pero parece ser que sólo los hombres podemos comprender, aunque sea de una manera parcial y no absoluta, las leyes que rigen este aspecto de la realidad; parece que sólo el hombre tiene capacidad de aprender y de predecir sobre la base de su conocimiento.
Hay algo más que nos separa de los demás animales, y es la moralidad como reconocimiento del deber, y la comprensión de la existencia del bien y del mal, que a su vez nos lleva al reconocimiento de la ética como deber social.
Nuestra sociedad occidental posee grandes logros en conocimiento de todo tipo, la moralidad, incluso la ética, pueden estar en niveles considerablemente elevados, pero a pesar de ello la insatisfacción y la falta de felicidad sigue manifestándose por doquier, sigue faltando algo… Nos falta el reconocimiento, el hecho de ser conscientes de que existe otro aspecto de la realidad, el aspecto espiritual.
Cuando nos hacemos conscientes de los dos aspectos de la realidad, nos surge inmediatamente la necesidad de unificarlos en nuestro interior.
Y será con la ayuda de nuestra mente de una forma más consciente y con la del Ajustador desde dentro y de manera mucho más sutil que iremos aceptando la Revelación, que llegará donde nuestro razonamiento y conocimiento no alcanza, así trataremos de integrar los dos aspectos de la realidad en nuestra vida.
Esta integración, pasa por una constante y continuada evolución y crecimiento armónico y paralelo de tres elementos, que son igual de importantes y necesarios, y si observamos nuestro entorno nos podemos dar cuenta de que el crecimiento de alguno de ellos en detrimento de los otros conlleva funestas consecuencias como algunos problemas emocionales, trastornos de personalidad, o incluso una infelicidad perenne y una búsqueda ansiosa de satisfacciones materiales, que no mejoran nuestras expectativas.
Estos elementos que hemos de aprender a desarrollar, reciben numerosas y diferentes denominaciones.
Así tenemos como primer elemento:
El segundo sería:
Y el tercero:
Después de desvelarnos la importancia de la experiencia religiosa, que acompaña a la necesidad de reconocer la existencia del aspecto espiritual de la realidad, tenemos la inmensa suerte de contar con un modelo, además de maestro, inmejorable: Jesús de Nazaret.
Muchos de nosotros hemos leído algún «Caballo de Troya» de Benítez, y seguramente ansiábamos llegar a los pasajes en los que aparecía Jesús, y deseábamos estar allí para hacerle un sin fin de preguntas, y si lo tuviéramos hoy entre nosotros seguramente colmaríamos nuestra ansia de saber y conocer el aspecto material, hasta el límite que nuestra propia mente fuera capaz de comprender, pero después nos quedaría una especie de vacío, un interrogante mayor: ¿Qué pasa con el aspecto espiritual? ¿Qué hemos de hacer para ser seres religiosos? ¿Cómo hemos de abordar la experiencia religiosa en nuestra existencia?
Todo el mundo, independientemente de sus creencias, coincide en que Jesús fue un auténtico maestro, pero en realidad fue más allá, es cierto que enseñó a sus contemporáneos, puesto que con ellos convivió, y muchas de sus enseñanzas indudablemente nos alumbrarán en nuestro caminar. Pero hay algo más importante para nosotros, para todas las épocas y edades, para todas las culturas y las sociedades; el propio documento nos exhorta a buscar no tanto lo que enseñó como lo que hizo, y sobre todo cómo lo hizo; ciertamente las cosas que hizo son muy esclarecedoras, pero sólo revelan el resultado de unas situaciones concretas, que fueron las que le tocó vivir, pero lo que es de verdadero valor al margen de toda época o circunstancia de la vida fue su forma de abordar y enfrentarse a las tareas del vivir cotidiano. Sin desear en ningún momento, por duro o difícil que fuera, abandonar la lucha de la vida en la carne, y todos sabemos que no lo tuvo fácil.
Pongamos toda nuestra atención y estudiemos a fondo cómo vivió Jesús, además de qué fue lo que enseñó, porque éstas serán las claves para conseguir vivir una vida plena y satisfactoria
Los reveladores nos hacen hincapié en que Jesús «saboreó» una vida normal, con sus altibajos, con el acecho de las frustraciones, con sus dificultades, con la amenaza de la desesperación, con las contradicciones temporales de la existencia mortal, con la necesidad de aprender y evolucionar, de adaptarse a nuevas circunstancias a veces provocadas por Él mismo, otras veces porque alguien las había ocasionado.
Veamos cómo orientó su vida, y tendremos el modelo a seguir para nosotros mismos. Él tuvo a su disposición una herramienta excepcional, pero que también está a nuestro alcance. Esta herramienta no es otra cosa que una FE SUBLIME Y SIN RESERVAS EN DIOS.
Hay algo que la hace excepcional es que, contrariamente a lo que ocurre con las herramientas que nosotros fabricamos, resulta que cuanto más se hace uso de ella, en lugar de estropearse o deteriorarse, más poderosa se torna.
La Fe nos plantea un dilema análogo al de qué fue primero si el huevo o la gallina, y yo personalmente no tengo claro si primero se llega a la idea-ideal de Dios, y después surge la Fe, o bien es a la inversa, pero lo que sí me parece claro es que en uno u otro momento de nuestras vidas, ambos conceptos aparecen, y la clave está en no apartarlos de ti por el hecho de que, sobre todo al principio, te parezcan desconcertantes o poco claros.
Jesús veía (en un momento de su vida, conoció y reconoció la idea de un Dios) a Dios (lo conceptuaba) y por tanto nosotros tenemos que aprender primero gracias a la revelación, y comprender después por medio de la razón que Dios es Santo, Justo y Grande, así como Verdadero, Bello y Bueno, atributos que Jesús supo enfocar en la idea de un Padre amante de todos; por consiguiente todos somos iguales para el Padre y todos Hijos de Dios.
Nuestra mente es capaz de descubrir las leyes de la naturaleza, de comprender y ampliar la moral y la ética, pero será el Ajustador interior el que se ocupará de revelar a la mente humana en evolución al Padre Universal, origen de todo lo que es verdadero, bueno y bello.
Ya estamos en igualdad de condiciones; tenemos un concepto, aunque parcial, completamente aceptable de Dios, y disponemos de la Fe como herramienta de trabajo.
Veamos cómo Jesús hizo avanzar y evolucionar su propia Fe, veamos lo que a Él le proporcionó y una vez más tendremos marcado el camino.
Para Jesús, y por tanto para nosotros, la Fe (que el diccionario define como la adhesión total del hombre a un ideal que le sobrepasa) era algo personal, viviente, original, espontánea y puramente espiritual, de manera que le permitía experimentar un tipo nuevo de religión, basado en las relaciones espirituales personales con el Padre Universal.
¡Ojo!, También era una reflexión intelectual, pero era algo más que una mera reflexión, y desde luego no era ni una meditación mística ni una veneración por la tradición. ERA UNA CONVICCIÓN PROFUNDA.
Y será precisamente la reflexión intelectual la que impedirá que nuestra fe se vuelva fanática. Hemos de conseguir manejar esta herramienta poderosa con una personalidad equilibrada, lo que nos obliga a trabajar en los tres elementos anteriormente mencionados, haciendo que se desarrollen armónicamente, para conseguir un ajuste adecuado a los dos aspectos de la realidad, tanto el material como el espiritual.
El desarrollo de su Fe le hizo encontrar el objetivo de su vida, que indudablemente es el mismo que el nuestro: hacer la voluntad del Padre.
Y el método nos lo han dejado claro, es muy sencillo: el secreto es que en cada momento de nuestra vida, ante cada decisión, hemos de pensar y actuar siendo plenamente conscientes de que el Padre Universal está con nosotros, junto a nosotros y en nuestro interior.
La opción está claramente definida, hemos de DECIDIR, vivir la vida humana, de una manera religiosa y siempre bajo el prisma de la Fe. Y lo podremos conseguir si nos esforzamos en conseguir que nuestra vida sea una constante ORACION y ADORACIÓN al Padre Universal.
¿Cuál fue o cuál es la religión de Jesús? También tiene una fácil respuesta: hacer que el amor que recibimos del Padre se traduzca en nosotros como amor por todos los hombres y también en un servicio desinteresado a la humanidad.
Si queremos vivir una vida plena, satisfactoria y abundante en experiencias (jojo! Que no he querido decir fácil), hemos de llegar al convencimiento y tomar la decisión de que nuestra vida sea religiosa, de la idea de Dios Padre y la Hermandad entre los seres humanos, y a través de la fe, con la ayuda del Ajustador, que nos irá revelando parte de las verdades, evolucionaremos pasando de la veneración y temor primitivos hacia la Primera Fuente y Centro, a conseguir una comunión espiritual con Él, que nos irá permitiendo lograr un avanzado estado y una elevada conciencia de nuestra unidad con el Padre.
La situación es muy simple:
Además los reveladores nos plantean dos retos:
Y ya para terminar, comentaros que:
Erradicar la duda total o permanentemente sobre estos escritos, yo al menos no lo he conseguido, ni sé si lo lograré algún día, pero la simplicidad de los planteamientos expuestos es un nuevo motivo que a mí personalmente me indica que lo que el LU nos ofrece se puede acercar considerablemente, si no a la verdad absoluta, sí a una lo suficientemente aceptable, al menos para mi mente.
Este es el último documento del Libro, y no es casualidad que trate sobre el ejemplo vivo de Jesús y su fe. Podríamos considerar que la fe es la creencia en lo que no vemos, pero también podríamos considerar que es algo más: la fe viviente, la confianza de saber que el Padre está ahí. La fe nos hace ver realidades futuras, aunque actualmente no las contemplemos. La fe es la inspiración de la imaginación creativa.
El Libro aboga por una fe viviente, creadora, desprejuiciada. Jesús tenía una conciencia de Dios vivo. Eso era su fe. Sería absurdo imitar su vida, pero sí deberíamos tomarle como ejemplo de vida.
En otros mundos no hay tanta fe como en éste. Esta característica seguro que es muy valorada allá en los cielos.
La fe no puede estar basada exclusivamente en nuestra mente, porque en ese caso excluiría a muchas personas que no están dotadas de mentes brillantes. La fe viene después de racionalizar las cosas. Este proceso de razonamiento ayuda a consolidar nuestra fe. Tienen fe aquellos que tienen la voluntad de creer en un ser superior. La fe es una herramienta que es más poderosa cuanto más la usamos, y que se mantiene a lo largo de la evolución religiosa del individuo. Aunque también es cierto que la fe y las dudas siempre van de la mano, y que no todo el mundo tiene la misma fe.
Hay que distinguir la fe de la creencia. La prehistoria de la fe está en el momento en que tomamos nuestra primera decisión moral, en cuanto aparece el Ajustador.
La novela «Los hermanos Karamazov» nos muestra diferentes actitudes vitales ante la vida. Uno de los personajes afirmaba que «si Dios no existe, todo está permitido». Pero de hecho no todo está permitido.
En el documento que trata sobre los atributos de Dios, en las «inevitabilidades», se alude a que «siempre se sabe menos de lo que se puede creer».