© 2005 Mariano Pérez
© 2005 Asociación Urantia de España
Introducción de Mariano Pérez
En la época de Jesús los pueblos occidentales estaban receptivos a cambios en la religión, a pesar de los logros intelectuales no había una satisfacción para los anhelos del alma. Como todos sabemos no tuvo esa acogida por el propio pueblo judío.
Las enseñanzas de Jesús, aunque desvirtuadas, aparecieron de forma repentina en un escenario apto para ser admitidas. Y aunque Pedro fue el verdadero fundador de la Iglesia, Pablo el gran organizador fue el que llevó el mensaje a los gentiles, y los creyentes griegos lo propagaron por todo el Imperio romano.
El éxito del cristianismo fue debido también a que supo adaptarse y mezclarse, en primer lugar con el helenismo preconizado por Pablo, en segundo lugar en las primeras generaciones con el mitraísmo de origen persa y adoptado por los romanos, y por último comprometiéndose con el paganismo, lo que culminó el emperador Constantino en el siglo IV (reinó entre 306 a 337 ).
La idea de un Dios más ampliada, la esperanza de una vida eterna y sin duda la figura de Jesús -su resurrección y ascensión- fueron el alimento para esas almas ansiosas de una verdad más elevada que la que existía en esa época.
El cristianismo debe mucho a los griegos, ya que fueron los principales receptores de esta nueva religión de origen hebreo.
Este abrazo del cristianismo por los griegos se debió principalmente a que tanto el pueblo griego como el cristianismo coincidían en la supremacía del individuo, en el caso de la cultura helénica referido a la parte social y política, y por parte de las enseñanzas de Jesús en la parte moral y espiritual, presagiando ambas la libertad social, política y espiritual del hombre.
La cultura griega que estaba asentada en los países del mediterráneo occidental y gracias a Alejandro en el cercano oriente, fueron los consiguientes receptores del cristianismo.
Sin embargo, la versión oriental del mensaje de Jesús que era mas fiel a sus enseñanzas, no progresó igual que la occidental, perdiéndose en el movimiento islámico.
Como Roma se había apoderado de la cultura griega, fue el imperio romano el que expandió definitivamente el cristianismo, esto a pesar de las primeras persecuciones sufridas por los mismos, que fueron debidas al malentendido sobre la palabra «reino» que promulgaban los cristianos y que los susceptibles romanos interpretaron como enemigo político. Porque en realidad Roma era muy tolerante con el arte y la religión, más que nada porque eran indiferentes a ellos.
El cristianismo helenizado y paganizado se expandió rápidamente, al menos de forma intelectual, en un pueblo grecorromano amante de la política, gracias también a que los estoicos amantes de la naturaleza y la conciencia habían preparado el terreno. Ya que el cristianismo discernía las leyes de Dios en las leyes de la naturaleza. También contribuyó el hecho de la traducción al griego de las escrituras hebreas y del nuevo testamento.
El imperio romano no tenía un Dios satisfactorio para su culto y unificación espiritual, por lo tanto tenían ese vacío que vino a llenar el cristianismo, el cual por otro lado aceptó el imperio. Este imperio romano consiguió algo que nunca antes se había logrado y es que diferentes razas y naciones aceptaran una misma religión.
El siglo II fue el mejor periodo para que una religión progresara en el mundo occidental. Quizá llego tarde para impedir la decadencia moral del imperio romano o su deterioro racial en aumento, aunque nos preguntamos qué hubiera pasado si en vez del cristianismo griego Roma y el mundo hubieran aceptado el verdadero evangelio del reino.
De todas formas, aunque fueron sacrificados algunos ideales de Jesús para construir el cristianismo, a finales del segundo siglo las grandes mentes del mundo grecorromano se habían vuelto cristianas, consiguiendo este imperio la supervivencia del cristianismo.
La Iglesia sufrió y sobrevivió a varias fases dentro de la historia de occidente. Experimentó la helenización, la paganización, la secularización, la institucionalización, el deterioro intelectual, la decadencia espiritual - más amenazada aún por la infinidad de santos que intercedían ante los Dioses a favor de los hombres - la hibernación moral, la amenaza de extinción, - siendo acompañado en estos periodos por el misticismo - el rejuvenecimiento posterior, la fragmentación en sectas de enseñanzas cristianas aún existentes hoy en día, y una rehabilitación más actual que se enfrenta a la era científica y tendencias materialistas.
La religión es la revelación al hombre de su destino eterno. Y es una experiencia puramente personal y espiritual, que se debe diferenciar de las otras formas elevadas de pensamiento humano, como la apreciación de la belleza, el deber social y político o la moral humana. La moral debe estar basada en realidades espirituales, sino está abocada al fracaso.
No hay que tener excesiva prisa por vivir las aventuras que surgen dentro del alma.
El fenómeno del mal son unas simples manchas negras sobre un fondo blanco de valores espirituales de la verdad, a los cuales nos acercamos a través de la perspicacia del alma: amando lo bello, buscando la verdad, la fidelidad al deber y la adoración de la bondad divina, siendo el verdadero guía el AMOR.
La humanidad ha sufrido un cambio violento de la era de los milagros a la era de las máquinas, siendo perturbador para el hombre. La ciencia ha llevado involuntariamente a la humanidad a un pánico materialista, en el que el hombre se reduce a un estado de autómata, en el que el hombre piensa que no tiene tiempo para la meditación y la devoción religiosa. Pensar que la mente es un producto de la materia y el universo un mecanismo sin más es el pobre planteamiento materialista. Si esto fuera así no tendríamos jamás dos interpretaciones distintas de ningún fenómeno observado, por otro lado la verdad, belleza y bondad son inherentes a niveles más elevados, donde existe la influencia espiritual.
De todas formas el materialismo ha tocado techo y empieza a decaer. En los tiempos por venir las enseñanzas de Jesús triunfarán plenamente. La verdadera religión no puede entrar en controversia con la ciencia, ya que no le conciernen las cosas materiales, le debe ser indiferente, aunque simpatice con ella.
Si fuera éste tan sólo un universo material, el hombre material no sería capaz de llegar al propio concepto mecanicista de la existencia, ya que estaría totalmente inconsciente de este hecho. Este concepto tan pesimista del universo es en sí mismo un fenómeno no material de la mente, aunque erróneo, ya que el hombre no podría reconocer los valores nacidos del espíritu que mora en él, si fuera meramente una máquina.
El arte prueba que el hombre no es mecanicista, pero no prueba que es espiritualmente inmortal -moroncia mortal-. La poesía es el esfuerzo de huir de las realidades materiales a los valores espirituales. La religión es el abrazo divino de los valores cósmicos.
Es el científico y no la ciencia, el que percibe la realidad de un universo de energía y materia en evolución, y por lo tanto a él se le debe el reconocimiento, al igual que el arte debe reconocimiento al artista, las evaluaciones morales al moralista, la filosofía al filosofo, la religión no existiría sin la experiencia real del religioso, así como el universo de universos no tiene significado sin el YO SOY, el infinito Dios que lo hizo y lo dirige. La ciencia debería dedicarse a la destrucción de la superstición en vez de atacar la creencia humana en realidades espirituales y valores divinos.
Después de la derrota del materialismo y mecanicismo, todavía seguirá influenciando devastadoramente el laicismo: que no niega a Dios, pero lo ignora.
El laicismo moderno tiene un padre y una madre. El padre es la actitud atea de la llamada ciencia de los siglos XIX y XX y la madre la Iglesia totalitaria de la Edad Media, ya que se originó como protesta contra la dominación de la iglesia institucionalizada, aunque esto solo sirvió para pasar a ser dominados por el Estado tiránico y dictatorial (el la época del libro).
Aunque el laicismo trajo a la sociedad occidental las ventajas de la libertad y otras satisfacciones, su error fue continuar la sublevación contra el mismo Dios. El laicismo nunca puede traer paz a la humanidad, ni sustituir a Dios; conduce a la inquietud, infelicidad, a la guerra y a un desastre mundial - como ejemplo las guerras mundiales -
Se puede disfrutar de las ventajas del laicismo, como la tolerancia, servicio social, democracia y libertades sin tener que renunciar a la fe en Dios, a la verdadera religión.
De todas formas el laicismo se desintegra lentamente, aunque hay un obstáculo principal para esa desintegración: el nacionalismo. No se puede establecer la fraternidad de los hombres cuando se ignora o se niega la paternidad de Dios.
Un dato: durante el primer tercio del siglo XX se han matado más seres humanos que durante toda la dispensación cristiana hasta ese momento. Una destrucción aún más terrible esta por venir.
En este apartado se nos profetiza que después de este periodo de laicismo materialista, después de la sublevación actual contra la superstición, las verdades del evangelio de Jesús sobrevivirán gloriosamente para iluminar un camino nuevo y mejor, pero no con el cristianismo paganizado actual que necesita de una nueva y más amplia visión de la religión de Jesús, de su vida y enseñanzas reales.
Es necesario que para ese renacimiento espiritual los dirigentes religiosos se consagren exclusivamente a la regeneración espiritual de los hombres, y dejen de ocuparse de los problemas sociales y materiales, porque esos cambios sociales, morales, económicos y políticos vendrán de la inspiración de esas almas nacidas en este nuevo escenario.
Los hombres y mujeres inteligentes tienen miedo de estar sujetos a una religión, cuando se ven amenazados por alguna la racionalizan, la institucionalizan y la convierten en tradición, y esto es debido al temor de que hará con ellos. En verdad no se quiere pagar el precio por egoísmo, por comodidad, ya que la religión de Jesús obliga a transformar a sus creyentes, a dedicar sus esfuerzos y energías a hacer la voluntad del Padre y a servir desinteresadamente a la fraternidad de los hombres. Pero llegará un momento en que el hombre se sienta suficientemente desilusionado por la búsqueda del egoísmo y vuelva su mirada al verdadero evangelio del reino.
El cristianismo actual languidece, debido al formalismo, el exceso de organización, el intelectualismo y otras tendencias no espirituales, Urantia se estremece ante el abismo de una de sus épocas más apasionantes de reajuste social, reanimación moral e iluminación espiritual.
Aunque el cristianismo ha hecho un servicio a este mundo, en la actualidad es más bien un obstáculo aunque sea de una forma inconsciente. Es prácticamente imposible que el resurgimiento de las verdaderas enseñanzas de Jesús partan de una reforma de este cristianismo, el cual se encuentra anclado en sistemas antiguos de pensamiento y de adoración obsoletos, y dividida en sectas contra sí misma, lo cual no hará capitular al mundo «no cristiano». Por otro lado, aunque ha traído algunos poderes benéficos al planeta, e incita emociones morales a los hombres reflexivos, está llena de defectos inherentes y adquiridos, como sus alianzas con el comercio y la política y persiguiendo a algunos portadores de la verdad que aparecían casualmente. Aunque ciertamente esta Iglesia se ha mantenido porque muchas almas prefieren una religión autoritaria y llena de rituales y tradiciones consagradas.
Sin embargo, la mente del hombre actual en expansión requiere iluminarse de una nueva compresión del evangelio de salvación eterna, esto sería principalmente haciendo participes a los seres humanos de la donación trascendental de Dios en la forma de hombre, es decir, de la expresión de la chispa divina que existe en los mortales: el Ajustador de pensamiento, a través del servicio libre y de devoción amante de la libertad, alargando la mano de nuestros hermanos con amor para llevarlo a la guía espiritual, hacia la meta superior y divina de la existencia mortal.
Jesús no fundó la llamada Iglesia cristiana, aunque ésta no deba ser despreciada. La verdadera Iglesia de Jesús: La fraternidad de Jesús, es invisible, espiritual y se caracteriza por la Unidad, aunque no necesariamente uniformidad. Esta fraternidad debe convertirse en un organismo viviente que puede utilizar organizaciones sociales, pero sin ser suplantada por ellas. En ella no hay lugar para rivalidades sectarias, ni resentimientos entre grupos, ni afirmaciones de superioridad moral e infalibilidad espiritual.
La gran esperanza de Urantia es la posibilidad de una nueva revelación de Jesús que uniría a las numerosas familias de sus seguidores de hoy en dia.
El mundo necesita que se recupere el verdadero mensaje de Jesús, que sigue latente en el cristianismo a pesar de las tergiversaciones realizadas a lo largo de los siglos. Es curioso que los reveladores no mencionaran la propia revelación como la encargada de llevar esta tarea a cabo.
No se necesita una nueva religión, sino buscar los puntos en común de las demás religiones. La verdadera enseñanza de Jesús va a reaparecer en forma de religión como experiencia personal. En Europa existe un gran vacío moral, consecuencia del laicismo. Este nos ha liberado de las religiones de dominio pero nos ha dejado huérfanos de espiritualidad: hemos dejado los pantalones viejos por inservibles pero no hemos sido capaces de encontrar unos pantalones nuevos; por eso estamos desnudos. De esta situación es tan culpable el Estado como la Iglesia. Está claro que los seres humanos necesitamos una educación religiosa, pero no como se ha entendido hasta ahora; quizá sería buena idea enseñar en los colegios Historia de las Religiones o Filosofía de la Religión, que sirva de complemento a la formación religiosa que se reciba en casa.
En España es muy significativa la lucha entre el laicismo y la Iglesia institucionalizada. Es curioso que la Iglesia pretenda que el Estado se encargue de enseñar la religión en las escuelas. Lo importante es la religión personal, que es la que hace que haya tantas religiones como personas. Esta religión personal se da a conocer sencillamente dando ejemplo.
En todo momento debemos fomentar la unidad, pero no la uniformidad. No hay que dogmatizar nuestras creencias ni nuestras costumbres, sino ir a la unión en el corazón. Las manifestaciones de nuestra religiosidad pueden ser diferentes, lo importante es sentirlas.
El Libro nos fue revelado para preparar el terreno de una época futura. Por ello no tiene sentido hacer proselitismo agresivo en la actualidad. No somos nosotros quienes encontramos el Libro, sino que el Libro nos encuentra a nosotros.