© 2000 Sydney Harris
© 2000 The Brotherhood of Man Library
La mayoría de la gente considera que el mandato bíblicoes imposiblemente utópico o increíblemente sentimental. Esto se debe a que no han captado el significado deo como lo dijo Jesús.
Amar a tus enemigos no significa que te tengan que gustar. No significa que ya no sean tus enemigos. Nadie puede ordenarnos que nos guste lo que no nos gusta, porque las emociones no pueden ser dirigidas por leyes morales.
Y los enemigos siguen siendo enemigos si sus objetivos finales entran en conflicto con los nuestros, sin importar si los amamos o no. Así que «amad a vuestros enemigos» no nos ordena hacer algo ni utópico ni sentimental.
Lo que significa, correctamente entendido, es que no importa lo que «sintamos» acerca de otra persona, o cómo nos opongamos a sus creencias, debe haber un reconocimiento de que lo que nos une es más grande que lo que nos divide.
Es la «personalidad» del otro lo que nos une en algo que está por encima y más grande que nosotros dos; y nuestro respeto por este terreno común de nuestro ser debe prevalecer sobre nuestros gustos y nuestras creencias. Esta es la lección más difícil de aprender para cualquier pueblo (y cualquier religión).
Imaginamos erróneamente que si pudiéramos amar a nuestros enemigos, podríamos convertirnos en amigos o aliados; pero esto no es necesario, ni siquiera posible, en muchos casos. Seguiríamos siendo enemigos, pero trataríamos nuestra enemistad como lo hacen los atletas en una competencia, no como soldados en una guerra.
Puede sonar extraño, pero los verdaderos atletas «aman» a sus adversarios. Es decir, los respetan como otras personas que luchan por un objetivo opuesto. Y los oponen sólo dentro de reglas que ambos obedecen, de modo que el ganador gana por méritos, no por faltas.
Este es el tipo de espíritu que Jesús nos instó, no un sentimentalismo pegajoso que trata de disipar los conflictos humanos o fingir que las personas pueden gustarse más de lo que lo hacen. Él estaba diciendo que no importa si te gusta alguien o no, no importa si estás de acuerdo o no, lo único que importa es tratar al otro de manera justa y limpia como lo hacen los atletas en un juego de campeonato.
Esta es una unión que va más allá de la simpatía o la amistad, pues de nada sirve portarse bien con las personas que nos gustan; el único mérito está en comportarse decentemente con las personas que no nos gustan o con las que no estamos de acuerdo, porque este tipo de amor es un acto de la voluntad, no una emoción o una convicción intelectual.
Qué tragedia que lo honremos solo en nuestros juegos, que nos tomamos tan en serio, pero no en nuestras vidas, que jugamos con una ligereza tan peligrosa.
«El amor, el altruismo, debe sufrir una interpretación readaptativa constante y viviente de las relaciones de acuerdo con las directrices del Espíritu de la Verdad. El amor debe captar así los conceptos ampliados y siempre cambiantes del bien cósmico más elevado para la persona que es amada. Luego, el amor continúa adoptando esta misma actitud hacia todas las demás personas que quizás pudieran ser influidas por las relaciones crecientes y vivientes del amor que un mortal conducido por el espíritu siente por otros ciudadanos del universo. Toda esta adaptación viviente del amor debe efectuarse a la luz del entorno de mal presente y de la meta eterna de la perfección del destino divino». (LU 180:5.10)
Mira cómo estos cristianos se aman unos a otros.
Tertuliano, Apologético XXXIX