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Mucho antes de llegar a Havona, los hijos ascendientes del espacio y el tiempo, probados en su fe y convertidos en grandes viajeros, «han aprendido a deleitarse con las incertidumbres, a enriquecerse con las decepciones, a entusiasmarse con los fracasos aparentes, a estimularse en presencia de las dificultades, a mostrar un valor indomable frente a la inmensidad, y a ejercer una fe invencible cuando se enfrentan con el desafío de lo inexplicable. Hace mucho tiempo que el grito de guerra de estos peregrinos se ha vuelto: «En unión con Dios, nada —absolutamente nada— es imposible»» (LU 26:5.3)
Independientemente de si estamos entre los que anhelan la certeza o si ya nos hemos unido a las filas de los que «se deleitan con la incertidumbre,» el hecho es que «en el estado mortal no hay nada que se pueda probar de manera absoluta; tanto la ciencia como la religión están basadas en suposiciones». (LU 103:7.10) Por lo tanto, independientemente de que seamos o no conscientes de ello, incluso en el caso de que hayamos aprendido a «vivir en el espíritu», una cierta incertidumbre es nuestro destino real.
Escapar de la incertidumbre mental se puede lograr de varias maneras. A través de la fe, podemos entrar en una vida superior que «se vive en el espíritu». En el otro extremo de la escala, podemos refugiarnos en la certeza de nuestra fe en una religión autorizada, o bien en alguna forma de pseudo-certeza mental inducida por una dedicación que distrae a las cosas de este mundo. Dijo Jesús:
«Advertid a todos los creyentes acerca de la zona de conflicto que tendrán que atravesar todos aquellos que pasan de la vida que se vive en la carne a la vida superior que se vive en el espíritu. Para los que viven plenamente en uno de los dos reinos, existe poco conflicto o confusión, pero todos están destinados a experimentar un mayor o menor grado de incertidumbre durante el período de transición entre los dos niveles de vida. Cuando entráis en el reino, no podéis eludir sus responsabilidades ni evitar sus obligaciones, pero recordad que el yugo del evangelio es cómodo y que el peso de la verdad es ligero.» (LU 159:3.7 )
La certeza de la vida superior en el espíritu se realiza si, como Jesús, tenemos una fe total en el sobrecuidado del Padre y dedicamos nuestra vida a vivir como vivió Jesús.
«Ganid, tengo una confianza absoluta en la protección de mi Padre celestial. Estoy consagrado a hacer la voluntad de mi Padre que está en los cielos. No creo que pueda sucederme ningún daño real; no creo que la obra de mi vida pueda ser puesta en peligro realmente por cualquier cosa que mis enemigos pudieran desear hacerme, y es seguro que no tenemos que temer ninguna violencia por parte de nuestros amigos. Estoy absolutamente convencido de que el universo entero es amistoso conmigo —insisto en creer en esta verdad todopoderosa con una confianza total, a pesar de todas las apariencias en contra.» (LU 133:1.4)
La transición a la vida en el espíritu no tiene por qué ser demasiado traumática si somos sinceros acerca de hacer los cambios. «Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.» Los Documentos nos enseñan que sólo aquellas cosas que tienen valor espiritual pueden contribuir al crecimiento de nuestras almas. Reconocer que esto es así debería ayudarnos a desvincularnos de las «cosas de la carne», las distracciones del mundo material.
¿Qué tiene valor espiritual? Jesús vio al Padre como santo, justo y grande, verdadero, hermoso y bueno. Nuestros tesoros en el cielo son las cualidades de Dios más aquellas acciones que tomamos al servicio de nuestros semejantes que tienen como motivo básico el bienestar espiritual de aquellos a quienes servimos; estas son las cosas que traen crecimiento a nuestras almas y almacenan tesoros en el cielo .
No te midas por lo que has logrado, sino por lo que deberías haber logrado con tu habilidad.