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He aquí el método que utilizó para instruirlos: ni una sola vez atacó sus errores ni tampoco mencionó nunca los defectos de sus enseñanzas. En cada caso seleccionaba la verdad que había en lo que enseñaban, y luego procedía a embellecer e iluminar esta verdad en sus mentes de tal manera que en muy poco tiempo este realzamiento de la verdad desplazaba eficazmente el error que la acompañaba; (LU 132:0.4)
La idea central de su mensaje era siempre el hecho del amor del Padre celestial y la verdad de su misericordia, unido a la buena nueva de que el hombre es un hijo por la fe de este mismo Dios de amor. (LU 132:4.2)
A Ganid: «Si pudiéramos hacer que viviera con nosotros, podríamos mostrarle al Padre que está en los cielos con nuestra manera de vivir; nuestras vidas, como hijos de Dios, podrían atraerlo hasta el punto de que se vería obligado a preguntar sobre nuestro Padre. No se puede revelar a Dios a los que no lo buscan; no se puede conducir a las alegrías de la salvación a un alma que no lo desea. Es preciso que el hombre tenga hambre de la verdad como resultado de las experiencias de la vida, o que desee conocer a Dios como consecuencia del contacto con la vida de aquellos que conocen al Padre divino, antes de que otro ser humano pueda actuar como intermediario para conducir a ese compañero mortal hacia el Padre que está en los cielos. Si conocemos a Dios, nuestra verdadera tarea en la Tierra consiste en vivir de tal manera que permitamos al Padre revelarse en nuestra vida, y así todas las personas que buscan a Dios verán al Padre y solicitarán nuestra ayuda para averiguar más cosas sobre el Dios que logra expresarse de ese modo en nuestra vida». (LU 132:7.2)
Jesús no atacó las enseñanzas de los profetas hebreos o de los moralistas griegos. El Maestro reconocía las numerosas cosas buenas que defendían estos grandes pensadores, pero había venido a la Tierra para enseñar algo adicional: «la conformidad voluntaria de la voluntad del hombre a la voluntad de Dios». (LU 140:8.20)
Jesús tenía poco que decir sobre los vicios sociales de su época; rara vez se refirió a la delincuencia moral. Era un educador positivo de la verdadera virtud. Evitó cuidadosamente el método negativo de impartir la enseñanza; rehusó darle publicidad al mal. No era siquiera un reformador moral. Sabía muy bien, y así lo enseñó a sus apóstoles, que los impulsos sensuales de la humanidad no se suprimen con los reproches religiosos ni con las prohibiciones legales. Sus pocas denuncias estaban dirigidas sobre todo contra el orgullo, la crueldad, la opresión y la hipocresía. (LU 140:8.21)
Jesús respondió: «Simón, Simón, ¿cuántas veces te he enseñado que dejes de esforzarte por extraer algo del corazón de los que buscan la salvación? ¿Cuántas veces te he dicho que trabajes solamente para introducir algo dentro de esas almas hambrientas? Conduce a los hombres hasta el reino, y las grandes verdades vivientes del reino pronto expulsarán todo error grave.» (LU 141:6.2)
No rivalicéis con los hombres —sed siempre pacientes. El reino no es vuestro, sólo sois sus embajadores. Salid simplemente a proclamar: He aquí el reino de los cielos —Dios es vuestro Padre y vosotros sois sus hijos, y si creéis de todo corazón, esta buena nueva es vuestra salvación eterna. (LU 141:6.4)
- Respetad siempre la personalidad del hombre. Una causa justa nunca se debe promover por la fuerza; las victorias espirituales sólo se pueden ganar por medio del poder espiritual.
- No se deben emplear los argumentos abrumadores ni la superioridad mental para coaccionar a los hombres y a las mujeres para que entren en el reino.
- La mente del hombre no debe ser aplastada con el solo peso de la lógica, ni intimidada con una elocuencia sagaz.
- Aunque la emoción, como factor en las decisiones humanas, no se puede eliminar por completo, los que quieran hacer progresar la causa del reino no deberían recurrir directamente a la emoción en sus enseñanzas.
- Apelad directamente al espíritu divino que reside en la mente de los hombres.
- No recurráis al miedo, a la lástima o al simple sentimiento. Cuando apeléis a los hombres, sed justos; ejerced el autocontrol y manifestad la debida compostura; mostrad un respeto adecuado por la personalidad de vuestros alumnos.
- Cuando atraigáis a los hombres hacia el reino, no disminuyáis ni destruyáis su autoestima.
- No olvidéis que no me detendré ante nada para restablecer la autoestima en aquellos que la han perdido, y que realmente desean recuperarla. (LU 159:3.2-3)
Para ayudar a una persona, a menudo empezaba por pedirle ayuda. De esta manera suscitaba su interés, recurría a lo mejor que posee la naturaleza humana. (LU 171:7.7)
La mayoría de las cosas realmente importantes que Jesús dijo o hizo parecían suceder casualmente, «mientras pasaba». Había tan poco de profesional, bien planificado o premeditado en el ministerio terrenal del Maestro. Dispensó salud y esparció felicidad con naturalidad y gracia en su viaje por la vida. Era literalmente cierto, «Él anduvo haciendo el bien».
Y corresponde a los seguidores del Maestro en todas las épocas aprender a ministrar mientras «pasan», a hacer el bien desinteresado mientras realizan sus deberes diarios. (LU 171:7.10)