Autor: Halbert Katzen J.D.
Interpretar un trabajo escrito con una actitud madura y positiva es especialmente crucial en temas que son controvertidos y complejos. En El Libro de Urantia, este problema se aborda directamente en una sección titulada «La regla de vida»:
Al anochecer de este mismo sábado, en Betania, mientras que Jesús, los doce y un grupo de creyentes estaban reunidos alrededor del fuego en el jardín de Lázaro, Natanael le hizo a Jesús la pregunta siguiente: «Maestro, aunque nos has enseñado la versión positiva de la antigua regla de vida, indicándonos que deberíamos hacer a los demás lo que deseamos que nos hagan a nosotros, no discierno plenamente cómo podremos obrar siempre de acuerdo con este mandato. Permíteme ilustrar mi opinión citando el ejemplo de un hombre lascivo que mira con inmoralidad a su futura compañera de pecado. ¿Cómo podemos enseñar que este hombre malintencionado debería hacer a los demás lo que quisiera que le hicieran a él?»
Cuando Jesús escuchó la pregunta de Natanael, se puso inmediatamente de pie, señaló al apóstol con el dedo, y dijo: «¡Natanael, Natanael! ¿Qué tipo de pensamientos mantienes en tu corazón? ¿No recibes mis enseñanzas como alguien que ha nacido del espíritu? ¿No escucháis la verdad como hombres con sabiduría y comprensión espiritual? Cuando os recomendé que hicierais por los demás lo que quisierais que hicieran por vosotros, me dirigía a unos hombres con ideales elevados, y no a unos que sentirían la tentación de tergiversar mi enseñanza, convirtiéndola en una licencia para estimular las malas acciones».
Cuando el Maestro hubo hablado, Natanael se levantó y dijo: «Pero Maestro, no deberías pensar que apruebo semejante interpretación de tu enseñanza. He hecho esta pregunta porque he supuesto que muchos hombres de este tipo podrían juzgar mal tus recomendaciones, y esperaba que nos darías una enseñanza adicional sobre estas cuestiones». Una vez que Natanael se hubo sentado, Jesús continuó hablando: «Sé bien, Natanael, que tu mente no aprueba ninguna idea de maldad de este tipo, pero me desilusiona que todos vosotros olvidéis con tanta frecuencia darle una interpretación auténticamente espiritual a mis enseñanzas corrientes, a unas instrucciones que debo daros en lenguaje humano y a la manera en que hablan los hombres. Permitidme ahora que os enseñe sobre los diversos niveles de significado ligados a la interpretación de esta regla de vida, a esta recomendación de `hacer por los demás lo que deseáis que ellos hagan por vosotros’:»
«1. El nivel de la carne. Esta interpretación puramente egoísta y lasciva tendría un buen ejemplo en la hipótesis de tu pregunta».
«2. El nivel de los sentimientos. Este plano se encuentra un nivel por encima del de la carne, e implica que la compasión y la piedad realzan nuestra interpretación de esta regla de vida».
«3. El nivel de la mente. Ahora entran en acción la razón de la mente y la inteligencia de la experiencia. El buen juicio dicta que esta regla de vida debería ser interpretada en consonancia con el idealismo más elevado, incorporado en la nobleza de un profundo respeto de sí mismo».
«4. El nivel del amor fraternal. Aún más arriba se descubre el nivel de la consagración desinteresada al bienestar de nuestros semejantes. En este plano más elevado del servicio social entusiasta, que nace de la conciencia de la paternidad de Dios y del reconocimiento consiguiente de la fraternidad de los hombres, se descubre una interpretación nueva y mucho más hermosa de esta regla de vida fundamental».
«5. El nivel moral. Luego, cuando alcancéis unos verdaderos niveles filosóficos de interpretación, cuando tengáis una verdadera comprensión de la rectitud y de la maldad en los acontecimientos, cuando percibáis la idoneidad eterna de las relaciones humanas, empezaréis a considerar este problema de interpretación como imaginaríais que una tercera persona de pensamientos elevados, idealista, sabia e imparcial consideraría e interpretaría este mandato, pero aplicado a vuestros problemas personales de adaptación a los incidentes de vuestra vida».
«6. El nivel espiritual. En último lugar alcanzamos el nivel de la perspicacia del espíritu y de la interpretación espiritual, el nivel más elevado de todos, que nos impulsa a reconocer en esta regla de vida el mandamiento divino de tratar a todos los hombres como concebimos que Dios los trataría. Éste es el ideal universal de las relaciones humanas, y ésta es vuestra actitud ante todos estos problemas cuando vuestro deseo supremo es hacer siempre la voluntad del Padre. Quisiera pues que hicierais por todos los hombres lo que sabéis que yo haría por ellos en circunstancias semejantes».
Nada de lo que Jesús había dicho a los apóstoles hasta ese momento les había impresionado tanto. Continuaron discutiendo las palabras del Maestro hasta mucho después de que éste se hubiera retirado. Aunque Natanael tardó en recobrarse de la hipótesis de que Jesús no había interpretado bien el espíritu de su pregunta, los demás estaban más que agradecidos a su colega filosófico por haber tenido el valor de hacer una pregunta que incitaba tanto a la reflexión.[1]
El Libro de Urantia alienta a adoptar un modelo moral que ha ganado una aceptación casi universal tanto entre los líderes religiosos como en los secularistas humanitarios: tratar a las personas como a la familia.
Las familias humanas deben equilibrar los intereses de grupo e individuales; los padres sabios y amorosos priorizan adecuadamente los intereses del grupo sobre los intereses individuales en el desempeño de sus responsabilidades familiares. Del mismo modo, como ciudadanos responsables y líderes civiles, también debemos priorizar los intereses del grupo sobre los intereses personales. Al igual que las familias deben ser respetadas por lograr este equilibrio, en el nivel macro también debemos respetar que las personas con mentalidad razonable difieran en cómo lograr un equilibrio entre nuestros intereses prioritarios, pero siempre competitivos, a nivel de grupo y a nivel de individuo.
El Libro de Urantia no puede hacer más, con respecto a la eugenesia y las razas, que exigir los más altos estándares morales y éticos. Y esto es exactamente lo que hace al poner toda la discusión dentro del contexto de las relaciones familiares:
Desde el punto de vista de una civilización que progresa, la filiación en el reino debería ayudaros a convertiros en los ciudadanos ideales de los reinos de este mundo, puesto que la fraternidad y el servicio son las piedras angulares del evangelio del reino. La llamada al amor del reino espiritual debería llegar a ser el destructor efectivo de la incitación al odio de los ciudadanos incrédulos y belicosos de los reinos terrestres. Pero esos hijos materialistas, que se hallan en las tinieblas, nunca sabrán nada de vuestra luz espiritual de la verdad a menos que os acerquéis mucho a ellos con ese servicio social desinteresado que es el resultado natural de producir los frutos del espíritu en la experiencia de la vida de cada creyente individual.
[…]
Deberíais ser mucho mejores ciudadanos del gobierno laico como consecuencia de haberos convertido en los hijos iluminados del reino; de la misma manera, los jefes de los gobiernos terrestres dirigirán mucho mejor los asuntos civiles como consecuencia de creer en este evangelio del reino celestial. La actitud de servir desinteresadamente a los hombres y de adorar a Dios de manera inteligente debería hacer que todos los creyentes en el reino sean mejores ciudadanos del mundo, mientras que la actitud de ser un ciudadano honrado y de consagrarse sinceramente a sus deberes temporales debería ayudar a ese ciudadano a ser más receptivo a la llamada espiritual de la filiación en el reino celestial.
[…]
Cuando un creyente en el reino es llamado a servir al gobierno civil, que preste ese servicio como ciudadano temporal de ese gobierno, aunque ese creyente debería mostrar en su servicio civil todas las características comunes de los ciudadanos tal como han sido realzadas por la iluminación espiritual de la asociación ennoblecedora de la mente del hombre mortal con el espíritu interior del Dios eterno. Si a un no creyente se le puede calificar de servidor civil superior, deberíais examinar seriamente si las raíces de la verdad que están en vuestro corazón no se han secado por falta del agua viva de la comunión espiritual combinada con el servicio social. La conciencia de la filiación con Dios debería vivificar toda la vida de servicio de cada hombre, de cada mujer y de cada niño que posee ese poderoso estimulante de todos los poderes inherentes a una personalidad humana.[2]
Los principios empleados para equilibrar sabiamente los intereses de grupo, de un subgrupo y de los individuos son fundamentalmente los mismos en el nivel micro que en el nivel macro, para los miembros de la familia y para los ciudadanos, para los padres y para los gobernantes.
Con respecto al papel de las religiones y de los practicantes de una religión en la política y la cultura, El Libro de Urantia enseña:
Las personas religiosas deben ejercer su actividad en la sociedad, en la industria y en la política como individuos, no como grupos, partidos o instituciones. Un grupo religioso que se permite actuar como tal fuera de sus actividades religiosas, se convierte inmediatamente en un partido político, una organización económica o una institución social. El colectivismo religioso debe limitar sus esfuerzos a fomentar las causas religiosas.
Las personas religiosas no tienen más valor que las personas no religiosas en las tareas de la reconstrucción social, excepto en la medida en que su religión les haya conferido una mayor previsión cósmica y las haya dotado de esa sabiduría social superior nacida del deseo sincero de amar a Dios de manera suprema, y de amar a cada hombre como a un hermano en el reino celestial. El orden social ideal es aquél en el que cada hombre ama a su prójimo tal como se ama a sí mismo. [3]
La persona religiosa no es indiferente al sufrimiento social, ni hace caso omiso de la injusticia civil, ni está aislada del pensamiento económico, ni es insensible a la tiranía política. La religión influye directamente sobre la reconstrucción social porque espiritualiza y proporciona unos ideales al ciudadano individual. La civilización cultural está influida indirectamente por la actitud de estas personas religiosas individuales a medida que se convierten en miembros activos e influyentes de los diversos grupos sociales, morales, económicos y políticos.
Para conseguir una civilización cultural elevada se necesita, en primer lugar, el tipo ideal de ciudadano, y a continuación unos mecanismos sociales ideales y adecuados con los que estos ciudadanos puedan controlar las instituciones económicas y políticas de esa sociedad humana avanzada.
Debido a un exceso de falso sentimentalismo, la iglesia ha socorrido durante mucho tiempo a los desvalidos y a los infelices, y todo eso ha estado muy bien, pero este mismo sentimentalismo ha conducido a la perpetuación imprudente de unos linajes racialmente degenerados que han retrasado enormemente el progreso de la civilización.
Aunque muchos reconstructores sociales individuales rechazan con vehemencia la religión institucionalizada, son, después de todo, unos religiosos entusiastas a la hora de propagar sus reformas sociales. Así es como una motivación religiosa personal y más o menos no reconocida juega un papel importante en el programa actual de reconstrucción social.
La gran debilidad de todo este tipo de actividad religiosa no reconocida e inconsciente reside en que es incapaz de sacar provecho de una crítica religiosa abierta y de alcanzar, por medio de ella, unos niveles beneficiosos de autocorrección. Es un hecho que la religión no progresa a menos que esté disciplinada por la crítica constructiva, ampliada por la filosofía, purificada por la ciencia y alimentada por una camaradería leal. [Énfasis añadido.]
Siempre existe el gran peligro de que la religión se deforme y se desnaturalice y empiece a perseguir metas erróneas, como sucede en los tiempos de guerra, cuando cada nación en conflicto prostituye su religión transformándola en propaganda militar. El fervor sin amor siempre es perjudicial para la religión, mientras que la persecución desvía las actividades de la religión hacia la realización de alguna campaña sociológica o teológica.
La religión sólo puede mantenerse libre de las alianzas laicas profanas por medio de:
Una filosofía críticamente correctiva.
La independencia de toda alianza social, económica y política.
Unas comunidades creativas, reconfortantes y que expandan el amor.
El aumento progresivo de la perspicacia espiritual y de la apreciación de los valores cósmicos.
La prevención del fanatismo mediante las compensaciones que ofrece una actitud mental científica.
Las personas religiosas, como grupo, nunca deben ocuparse de otra cosa que no sea de religión, aunque cada una de estas personas, como ciudadano individual, puede convertirse en el dirigente destacado de algún movimiento de reconstrucción social, económica o política.
La tarea de la religión consiste en crear, sostener e inspirar en el ciudadano individual la lealtad cósmica que lo dirija a lograr el éxito en el progreso de todos estos servicios sociales difíciles, pero deseables.[4]
La iglesia institucionalizada puede dar la apariencia de haber servido a la sociedad en el pasado glorificando el orden político y económico establecido, pero si desea sobrevivir, debe poner fin rápidamente a toda actividad de este tipo. Su única actitud adecuada consiste en enseñar la no violencia, la doctrina de la evolución pacífica en lugar de la revolución violenta —la paz en la Tierra y la buena voluntad entre todos los hombres. [5]
Pero la religión no debería ocuparse directamente de crear nuevos órdenes sociales ni de conservar los antiguos. La verdadera religión se opone a la violencia como técnica de evolución social, pero no se opone a los esfuerzos inteligentes de la sociedad por adaptar sus costumbres y ajustar sus instituciones a las nuevas condiciones económicas y exigencias culturales. [6]
Como un texto que integra teología, cosmología, historia y filosofía, El Libro de Urantia es directo al abordar el papel que las instituciones religiosas y los individuos religiosos deben jugar con respecto a las instituciones sociales y políticas. Los principios y valores básicos que se conocen como «la separación de la iglesia y el estado» se amplían y avanzan en El Libro de Urantia. Y colocarlos en el contexto más amplio del servicio social y las relaciones familiares eleva aún más estas enseñanzas.
El matrimonio, con los hijos y la vida familiar consiguiente, estimula los potenciales más elevados de la naturaleza humana, y proporciona simultáneamente el canal ideal para expresar los atributos avivados de la personalidad mortal. La familia asegura la perpetuación biológica de la especie humana. El hogar es el marco social natural donde los hijos que crecen pueden captar la ética de la fraternidad de la sangre. La familia es la unidad fundamental de fraternidad donde los padres y los hijos aprenden las lecciones de paciencia, altruismo, tolerancia e indulgencia que son tan esenciales para realizar la fraternidad entre todos los hombres. [7]
Los padres, porque saben que aman a sus hijos, pueden hablar claramente sobre la variedad de dones y desafíos inherentes y ambientales que afectan la vida de sus hijos. Cuando, como padres sabios y amorosos, hablamos sobre las fortalezas y debilidades de nuestros hijos, esto no es un reflejo del favoritismo. Tener en cuenta colectivamente lo que es mejor para la familia de uno no significa que amemos menos a nuestros hijos como individuos. Del mismo modo, los autores de El Libro de Urantia y nuestros líderes civiles merecen la misma consideración al abordar cuestiones que son críticas para nuestro bienestar colectivo, como la eugenesia y las razas.
Al igual que con los niños, la cultura humana tiene etapas de crecimiento, etapas que marcan los principales puntos de inflexión y transiciones. Crecemos tanto individual como colectivamente; nuestras culturas son tan diversas en sus disposiciones y niveles de madurez como lo son nuestros hijos. Tener una opinión sobre lo que significa que los niños se desarrollen y progresen con el tiempo es tan importante y válido para los padres en relación con los niños como para los ciudadanos en relación con la humanidad. Tener estándares objetivos que se apliquen igualmente a toda la humanidad es tan importante y válido para nuestros líderes civiles como lo es para los padres.