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Es con gran desconfianza que envío este libro. De la falta y necesidad de algún libro de texto de este tipo no puede haber duda. Desde el hombre culto que desea leer con inteligencia sus «Mil y una noches» hasta el estudiante de historia, de derecho o de teología que desea saber cómo ha ido en estas cuestiones el gran mundo musulmán, hay demanda suficiente y de sobra. Aún más grave es la dificultad para el creciente grupo de jóvenes que están empezando a estudiar árabe. En inglés, alemán o francés no hay libro al que un profesor pueda enviar a sus alumnos para obtener una breve orientación sobre el desarrollo de estas instituciones; sobre el desarrollo del derecho sólo hay artículos dispersos y fragmentarios, y sobre el desarrollo de la teología prácticamente nada. Pero de la dificultad de satisfacer esta necesidad no puede haber duda aún. Goldziher podría hacerlo completa y completamente; ningún otro arabista vivo podría abordar la tarea sin temor. Las páginas que siguen constituyen, por tanto, una especie de intento desesperado, una precipitación por parte de alguien que está seguro de no ser un ángel y tiene serias dudas sobre la cuestión de la locura, pero que también ve un vacío y no hay gran [viii] presteza por parte de sus superiores para llenarlo. Sin embargo, hay una cosa que quiero dejar clara con énfasis: todos los resultados que se dan aquí se han obtenido o verificado a partir de fuentes árabes. Estas fuentes rara vez se mencionan en el texto o en la bibliografía, ya que el libro está destinado a ser útil a los no arabistas, pero, en todo momento, se encuentran detrás del libro y son su base. Con esto no quiero decir que los resultados de este libro se consideren originales. Todo arabista reconocerá de inmediato de qué fuentes he sacado y quiénes han sido mis maestros. Entre ellos, rendiría homenaje en primer lugar a Goldziher; ¿qué arabista no está en deuda con él? A la influencia de Goldziher a través de los libros uniría la influencia afín de la voz viva de mi maestro Sachau. A él le doy las gracias y le expreso mi respeto por su amable simpatía y orientación. Otros con quienes estoy en deuda son Nöldeke, Snouck Hurgronje, von Kremer, Lane… y muchos más. Los que quedan de ellos conocerán sus propias obras en mis páginas y serán misericordiosos con mis intentos de seguir sus pasos y desarrollar sus resultados. Lo que es mío, también lo sabrán; en cuestiones de prioridad no tengo ningún deseo de entrar. Las notas a pie de página que podrían haber dado a cada erudito lo que se le debe han quedado sin escribir. Para los lectores de este libro, tales referencias en un tema tan amplio serían menos útiles. Tales referencias, también, al final habrían tenido que hacerse a fuentes árabes.
Tengo que reconocer una ayuda más directa de varios lados. A la atmósfera y los ideales académicos del Seminario de Hartford les debo la posibilidad de escribir un libro como este, tan alejado de las rutinas teológicas ordinarias. Entre mis colegas, el profesor [p. ix] Gillett me ha ayudado especialmente con críticas y sugerencias sobre la terminología de la teología escolástica. El Dr. Talcott Williams, de Filadelfia, me iluminó el movimiento idrisí en el norte de África. Una frase completa en p. 85 la he transmitido de una amable noticia en The Nation de mi conferencia inaugural sobre el desarrollo de la jurisprudencia musulmana. Finalmente, y sobre todo, estoy en deuda con mi esposa por su paciente trabajo en la copia y por su aguda y luminosa crítica en la planificación y corrección. Con agradecimientos a ella puedo cerrar este prefacio apropiadamente.
DUNCAN B. MACDONALD.
HARTFORD, diciembre de 1902.
*** Como ha resultado imposible dar en el cuerpo del libro una transcripción completa de los nombres y términos técnicos, se remite al alumno para formas tan exactas a la tabla cronológica y al índice. En estos hamza y ayn, las vocales largas y las consonantes enfáticas están representadas uniformemente, la última en cursiva.