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Mi querido Cowell,
Hace dos años, cuando empezamos (yo por primera vez) a leer juntos este poema, quería que lo tradujeras, como algo que pudiera interesar a unos pocos que merecieran el interés. Sin embargo, tú no veías el camino claro entonces, y tenías a Aristóteles tirando de ti por un hombro y a Prakrit Vararuchi por el otro, de modo que hasta ahora te has visto impedido de completar una versión de las mejores odas de Hafiz que habías comenzado felizmente. Así que, como el viejo Jámi me sigue gustando cada vez más, debo probar suerte con él; y aquí está mi versión reducida de un pequeño original. La erudición que tiene es tuya, mi Maestría en persa y mucho más; que no eres más responsable de todo que de gustar y desear publicar aquello en lo que apenas tienes tiempo para encontrarle defectos.
Si todo el poema hubiera sido como partes, se habría traducido en su totalidad, y en versos en prosa como los que se utilizan en Hafiz, y como los que debería adoptar cualquiera que no se sienta tan poeta como él, a quien traduce y traduce para quien traduce, ante quien es mejor exponer el material en bruto lo más genuino posible, para que lo desarrollen hasta llegar a sus mejores fantasías. Pero, a diferencia de los mejores sonetos de Hafiz (cuyos sonetos a veces son tan compactos como los de Shakespeare, a los que se parecen en más de un sentido), Jámi, como saben, al igual que sus compatriotas [p. ii] en general, es muy difuso en lo que cuenta y en su forma de contarlo. La estructura misma del pareado persa (aquí, como la gente en el escenario, les repito lo que saben, con la mirada puesta en el pequeño público que está más allá) que a menudo termina con la misma palabra o dos palabras, si la sílaba precedente logra una rima legal, muchas veces hace que la segunda línea sea una repetición o modificación ligeramente variada de la primera, y avanza lentamente sobre un terreno que a menudo apenas vale la pena alcanzar. Esta iteración es común en los Salmos y Proverbios hebreos, donde, sin embargo, el valor de la repetición es diferente. En su Hafiz también, no sólo dos, sino ocho o diez líneas están ligadas al mismo cierre de dos o tres palabras; un ingenio verbal tan valorado en Oriente como un mejor pensamiento. ¿Y cuántas de todas las Odas llamadas suyas, más y menos en varias copias, te preocupas tú mismo de tratar? ¿Y en las mejores, con qué frecuencia algunas líneas, como creo por esta razón, indignas del resto, interpoladas quizás de las bocas de sus muchos devotos, místicos y sensuales, o deslizadas en manuscritos de los cuales nunca ordenó o corrigió uno del primero?
Esto, junto con la acción limitada de la gramática persa, cuya simplicidad orgánica me parece su dificultad cuando se aplica, hace que la traducción línea por línea de un poema no línea por línea sea preciosamente tediosa en proporción a su longitud. Especialmente -[p. iii] (lo que el soneto no siente) - en la narrativa; que encontré una vez acomodada en su cuello, y sin embargo carente de algo de ritmo, de alguna manera, y no sin resistencia por mi parte, se desvió hacia ese «camino fácil» del verso -más fácil cuanto no está acosado por ninguna exigencia de rima. Esas pequeñas historias, también, que pensabas intratables, pero que tienen su utilidad así como humor a modo de pintoresca música de interludio entre los pequeños actos, se sentían incómodas en la solemne prosa de Lowth-Isaías, y habían aprendido su melodía, ya sabes, incluso antes de que Hiawatha viniera a enseñar a la gente a pelearse por ello. Hasta que, una parte tirando de otra, el Todo creció hasta la forma actual.
En cuanto a lo corporal que se omite, es fácil adivinar que un asiático del siglo XV podría decir mucho sobre un tema así que un inglés del siglo XIX no se molestaría en leer. No es que nuestro Jámi sea siempre licencioso como su contemporáneo Chaucer, ni como la posteridad de Chaucer en tiempos que se consideraban más civilizados. Pero los hombres mejores no tolerarán ahora una sencillez de discurso de la que abusan los hombres peores. Luego están las muchas más y más tontas historias: Te Deums preliminares a Alá y al Sháh, la sombra de Alá, que hablan mucho de narices Alef, cejas como monjas invertidas, ojos de narciso borracho y ese eterno rostro lunar que nunca se desvanece [p. iv] en Persia, de todo lo cual hay seguramente bastante en este vistazo al original. Sin duda, se escapa algún carácter oriental: la historia a veces se vuelve demasiado piel y huesos sin el debido intervalo de estupidez y maldad. De los dos males? Al menos, el que he elegido es el de menor tamaño; apenas en proporción con la extensión de su Apología que, como es habitual, probablemente descarga la propia conciencia a un precio demasiado alto; la gente vuelve inmediatamente contra ti las armas que podrían haber necesitado si no las hubieras dejado. Sea como fuere, estoy seguro de que una traducción completa, incluso en prosa, no habría sido legible, lo que, después de todo, es una propiedad útil de la mayoría de los libros, incluso de poesía.
Al estudiar el Original, como sabéis, uno se deja llevar con satisfacción por un terreno estéril en una nueva Tierra de Lenguaje, entusiasmado por perseguir cualquier nuevo Juego que sólo muestre Deporte; el más inútil de ganar requiere quizás toda la Energía para perseguirlo, y hasta ahora produce toda la Satisfacción cuando se lo acorrala. Especialmente, animado como estaba por un Cazador como el pobre Perro de un Erudito Persa con el que nunca había cazado antes; y además -pero eso fue más bien en las Sierras Españolas- por la Presencia de una Dama en el Campo, iluminándonos silenciosamente a nuestro alrededor como Aurora misma, o tintineando con un estímulo musical de que todo lo que empezamos y perseguimos debe ser Juego Real!
¡Ah, días felices! ¿Cuándo nos volveremos a encontrar los tres, cuando nos sumerjamos en esa marea sin retorno del Tiempo y las Circunstancias? En esas praderas alejadas del mundo, al menos [p. v] parecía, como la Isla de Salámán, antes de que un Ferrocarril de Hierro rompiera el Corazón de ese Valle Feliz cuyo Chisme era la Rueda del Molino, y los Visitantes los Aires de Verano que momentáneamente agitaban la Corriente soñolienta que la hacía girar mientras se perseguían unos a otros para perderse en Susurros en el Bosquecillo de más allá. O regresando… Supongo que recuerdas de quién son las Líneas.
Cuando los cielos invernales estaban teñidos de carmesí todavía
Donde Thornbush se encuentra en la colina tranquila,
Y el Ámbar vivo alrededor del sol poniente,
Iluminando el hogar del trabajador cuyo trabajo está hecho,
Ardía como un ángel dorado en el suelo.
El solitario Hogar de Paz y Amor—
a una hora como ésta, nos reunimos en casa para pasar una noche junto al fuego con Esquilo o Calderón en la cabaña, cuyas paredes, modestas casi como las de los pobres que se agrupaban -y con razón- alrededor, hacen que a mis ojos la corona de Oxford colgando en el horizonte, y con todo el honor ganado, sea sólo un vapor sucio en comparación. Y ahora, si me llamaran desde el terrible Ganges, y este pequeño libro que comenzó como un feliz registro del pasado, y tal vez una promesa de futuro, ¡la camaradería en el estudio, se oscureciera ya con la sombra de un eterno adiós!
Pero volviendo de ustedes dos a un público casi tan numeroso (con el cual, por cierto, esta carta puede morir sin un nombre que ustedes saben muy bien cómo proporcionar), aquí está lo mejor que pude hacer del poema de Jámi: «Ouvrage de peu d’ [p. vi] étendue», dice la Biographie Universelle, y, sea lo que sea que eso signifique, aquí se reduce a una epopeya en pocas palabras; cuya historia, sin embargo, si no otra cosa, puede interesar a algunos eruditos como una de misticismo persa, tal vez el gran misterio de todas las religiones, una alegoría bien ideada y llevada a cabo, que culmina dramáticamente a medida que avanza; y contada como hasta el día de hoy a Oriente le encanta contar su historia, ilustrada por fábulas y cuentos, tan a menudo (como leemos en los últimos Viajes) a expensas del pobre árabe del desierto.
Los nombres propios y algunas otras palabras peculiares de Oriente se imprimen lo más cerca posible de su forma y sonido nativos: «Sulayman» para Salomón, «Yúsuf» para José, etc., por ser no sólo más musicales, sino que conservan su sabor oriental sin mezclarse con la asociación europea. Las vocales acentuadas deben pronunciarse largas, como en italiano: Salámán, Absál, Shírín, etc.
El original está en versos rimados de esta medida:
que aquellos a quienes les gusta el latín monacal pueden recordar en:
“Due Salámán verba Regis cogitat,
Pectus intra de profundis aestuat”.
o en inglés—a modo de pedir, «su clemencia para nosotros y para nuestra tragedia»—
“De Salámán y de Absál escuchad la Canción;
Poco quiere el hombre aquí abajo, ni poco por mucho tiempo.”