El noveno día del mes de Ab (aproximadamente agosto) tanto el primer Templo como el segundo fueron destruidos.
Rosh Hashaná, fol. 18, col. 2.
En 2 Reyes xxv. 8, el 7 de Ab es la fecha indicada para el primero de estos eventos, mientras que Jeremías (lii. 12) menciona el 10 como el día fatal. Josefo (Guerras de los Judíos, Libro VI, cap. 4, sec. 15) coincide con este último.
El nueve de Ab debe abstenerse de comer, beber, ungirse, usar zapatos y mantener relaciones sexuales. No puede leer la Biblia, el Talmud, el Midrash, las Halajot ni las Hagadát, excepto las partes que no suele leer, las cuales puede leer en ese caso. Debe dedicar su estudio a las Lamentaciones, Job y las duras palabras de Jeremías. Los niños no deben ir a la escuela en este día, porque se dice (Salmo 19:8): «Los preceptos del Señor son rectos y alegran el corazón».
Taanith, fol. 30, col. 1.
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Hoy en día, en la fecha a que se refiere, los judíos no llevan el talit y las filacterias en la oración de la mañana, dejando de lado con este acto los signos externos de su pacto con Dios; sino que, contrariamente a la costumbre, se los ponen por la tarde, cuando el ayuno está a punto de terminar.
Quien trabaje el nueve de Ab jamás verá ni una sola señal de bendición. Los sabios dicen que quien trabaje ese día y no se lamente por Jerusalén jamás verá su alegría; pues se dice (Isaías 66:10): «Alegraos con Jerusalén y gozaos con ella; alegraos de alegría todos los que la lloráis».
Taanith, fol. 30, col. 2.
Si hay nueve tiendas que venden carne de animales que han sido sacrificados legalmente y una que vende carne de animales que no lo han sido, y si una persona que ha comprado carne no sabe en cuál de estas tiendas la compró, no tiene derecho al beneficio de la duda; la carne que ha comprado está prohibida.
Kethuboth, fol. 15, col. 1.
Una mujer prefiere una medida de frivolidad a nueve medidas de santurronería farisaica.
Soteh, fol. 20, col. 1.
El Talmud tiene mucho que decir, y de hecho dice mucho, sobre las mujeres. Y aunque lo que dice tiende más a menospreciar que a promover su desarrollo, no es insensible a lo que podrían llegar a ser con el refinamiento de la cultura, y en ocasiones les impone el deber de atender su educación superior. Para demostrar ambas posturas, recurrimos a las siguientes citas:
En la Mishná, de donde se extrae la cita anterior, se nos dice que Ben Azai (el hijo de la impudencia) dice que un hombre está obligado a instruir a su hija en la ley, aunque Rabí Eliezer, quien siempre asume un aire oracular y se jacta de que la Halajá siempre se ajusta a su decisión (Bava Metzia, fol. 59, col. 2), insiste, por otro lado, en que quien instruye a su hija en la ley debe considerarse como si la estuviera inculcando en hábitos de frivolidad; y el dicho anterior atribuye a las mujeres tal capacidad de frivolidad que se vincula evidentemente con la conclusión inevitable de que son, por naturaleza, incapaces de desarrollar una sólida base de valor o carácter. La Guemará, [ p. 102 ] Tanto Tosephoth como Rashi apoyan al rabino Eliezer en su veto a la educación femenina, por temor a que, con la adquisición de conocimiento, las mujeres se vuelvan astutas y hagan cosas a escondidas que no deberían hacer. Literalmente, la salvación es: porque gracias a ella (es decir, a la adquisición de conocimiento) aprenden a ser astutas y a hacer cosas a escondidas.
Soteh, fol. 21, col. 2, Rashi.
Otra buena razón para descuidar la educación femenina la encuentran quienes toman el Talmud como autoridad en estas palabras: las mujeres son de mente ligera, es decir, de dotes naturales superficiales, sobre las cuales se desperdiciaría cualquier disciplina seria.
Kidushin, fol. 80, col. 2.
Otro argumento en el mismo sentido es que no hay un mandato específico en la ley de Moisés que inculque este deber, pues en Deuteronomio 11:19 se dice simplemente: «Y las enseñaréis a vuestros hijos», un mandato que, al pasar por el medio rabínico, se aplica a vuestros hijos, pero no a vuestras hijas.
Ibíd., fol. 29, col. 2.
Como el mandamiento inmediatamente anterior, así interpretado, no puede ser llevado a cabo por alguien que no tenga hijos varones, adquiere fuerza y pertinencia el conocido dicho talmúdico: «Bendito el hombre cuyos hijos son hijos, pero desdichado aquel cuyos hijos son hijas».
Bava Bathra, fol. 16, col. 2.
Un hombre prefiere una medida obtenida con sus propios ingresos a nueve medidas recogidas con el esfuerzo de su vecino.
Bava Metzia, fol. 38, col. 1.
Nueve han entrado vivos al paraíso, y son estos: Enoc, hijo de Jared; Elías, el Mesías; Eliezer, siervo de Abraham; Hiram, rey de Tiro; Ebed-Melec, el etíope; Jabes, hijo del príncipe Rabí Yehuda; Batia, hija del faraón; y Sara, hija de Aser. Algunos dicen que también Rabí Yoshua, hijo de Leví.
Derech Eretz Zuta, cap. 1.
Dado que el último personaje mencionado, el rabino Yoshua, entró al paraíso “no por la puerta”, sino por “otra vía”, puede ser interesante para muchos saber cómo lo logró, y por ello aquí [ p. 103 ] adjuntamos la historia de la hazaña. Al acercarse el fin de la vida terrenal del rabino Yoshua, el ángel de la muerte recibió instrucciones de atenderlo y, al mismo tiempo, mostrar su más profundo respeto por sus deseos. El rabino, al observar la cortesía de su visitante, le pidió, antes de despedirlo, que le permitiera vislumbrar el lugar que ocuparía en el paraíso celestial y, mientras tanto, le entregara su espada como garantía de que accedería a su petición y no se aprovecharía de él en el viaje. Concedida esta petición y entregada la espada, el rabino y su ayudante emprendieron el camino, caminando a paso lento hasta que se detuvieron juntos justo a las puertas de la ciudad celestial. Allí, el ángel ayudó al rabino a escalar la muralla y procedió a señalarle el lugar que ocuparía algún día. Cuando, hábilmente, se arrojó al vacío, dejó al ángel afuera, sujetándolo firmemente por la falda de su manto. Cuando se le instó a regresar, juró que no lo haría, protestando que, como nunca había buscado ser relevado de la obligación de su juramento en la tierra, no se dejaría persuadir ni coaccionar para cometer perjurio en los límites del cielo. Al principio, se negó a entregar la espada del ángel, y habría permanecido firme de no ser por el eco de una voz que ordenó perentoriamente su inmediata devolución. (Véase Kethuboth, fol. 77, col. 2.)
¿Dónde se enseña que cuando diez se reúnen en oración, la Shejiná está con ellos? En el Salmo 82:1, donde se dice: «Dios está en la congregación de los poderosos».
Berachoth, fol. 6, col. 1.
Según la ley rabínica, se necesitan al menos diez hombres para constituir una congregación legalmente convocada. Las sinagogas de la metrópoli gastaban casi mil libras al año en contratar hombres (minyán) para completar el número de miembros de la congregación y así garantizar el debido cumplimiento de esta norma.
Cuando el Santo —¡bendito sea!— entra en la sinagoga y no encuentra a diez hombres presentes, su ira se enciende de inmediato; como se dice (Isaías 1:2): «¿Por qué, cuando llegué, no había nadie? Cuando llamé, no hubo nadie que respondiera».
Ibíd., fol. 6, col. 2.
La pasión de la ira que aquí se atribuye a Dios es considerada por muchos como un atributo completamente ajeno a la naturaleza propia de la Deidad. Sin embargo, este no es, evidentemente, el juicio de los talmudistas. No sorprende, pues, en otros lugares, la audacia con la que conciben y la libertad con la que hablan de la Divina Majestad. Los rabinos no suelen ser una generación avergonzada, y son muy propensos a tratar con familiaridad las realidades más sagradas. Los extractos que siguen justifican ampliamente este juicio.
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A Dios se le representa rugiendo como un león, etc., etc.
Berachoth, fol. 3, col. 1. Ver cap. III. N° 1, supra.
Se dice que Dios usa filacterias.
Berachoth, fol. 6, col. 1.
A esto se hace referencia en el servicio matutino de Yom Kipur, donde se dice que Él mostró «el nudo de las filacterias al manso» (es decir, a Moisés).
Se dice que ora; pues está escrito (Isaías 66:7): «Los traeré a mi santo monte y los alegraré en la casa de mi oración». Así ora: «Que mi misericordia venza mi ira, que todos mis atributos se infundan en compasión, que trate a mis hijos con bondad y que, por consideración a ellos, pueda juzgarlos».
Ibíd., fol. 7, col. 1.
Él hace acepción de personas, como está escrito (Núm. 6:26): «El Señor alce sobre ti su rostro».
Ibíd., fol. 20, col. 2.
Cuando Elías lo acusó de haber hecho volver atrás el corazón de Israel (1 Reyes 18:37), confiesa el mal que había hecho (Miqueas 4:6).
Ibíd., fol. 31, col. 2.
Dios, cuando Moisés lo acusó de ser la causa de la idolatría de Israel, confiesa la justicia de esa acusación diciendo (Núm. 14:20): «Yo he perdonado conforme a tu palabra».
Ibíd., fol. 32, col. 1.
Él deja caer dos lágrimas en el océano, y esto hace que la tierra tiemble.
Ibíd., fol. 59, col. 1.
Se le representa como peluquero, pues se dice que trenzó el cabello de Eva (y algunos han enumerado las trenzas como 700).
Eiruvin, fol. 18, col. 1.
En una Hagadá (véase Sanedrín, fol. 95, col. 2), se concibe a Dios actuando como el barbero de Senaquerib, una especie de parodia de Isaías 7:20.
Se dice que creó tanto las pasiones buenas como las malas en el hombre.
Berachoth, fol. 61, col. 1.
Dios llora todos los días.
Chaggigah, fol. 3, col. 2.
Se viste con un velo y le muestra a Moisés la liturgia judía, diciéndole: «Cuando los israelitas pequen contra mí, que copien este ejemplo, y yo perdonaré sus pecados».
Rosh Hashaná, fol. 17, col. 2.
Se dice que Dios se arrepintió de haber creado ciertas cosas.
Succah, fol. 52, col. 2.
Se representa a Dios irrigando la tierra de Israel, pero dejando el resto de la tierra en manos de un ángel.
Taanith, fol. 10, col. 1.
Se dice que Él hará una danza para los justos, y cuando se coloque en el centro, lo señalarán con sus dedos y dirán (Isaías 25:9): «He aquí, este es nuestro Dios; lo hemos esperado; . . . nos alegraremos y nos regocijaremos en su salvación».
Ibíd., fol. 31, col. 1.
Se dice que Dios prevaricó al hacer la paz entre Abraham y Sara, lo cual no es sorprendente; pues mientras un rabino enseña que la prevaricación es permisible en ciertas circunstancias, otro la afirma como un deber absoluto; pues está escrito (1 Sam. 16:2): «Y Samuel dijo: ¿Cómo puedo ir? Si Saúl lo oye, me matará. Y el Señor dijo: Toma una novilla contigo y di: «He venido a sacrificar al Señor»».
Yevamoth, fol. 65, col. 2.
Esta enseñanza puede compararse fácilmente con paralelismos de la literatura pagana, pero solo tenemos espacio para dos o tres ejemplos: Máximo Tiro dice: «No hay nada (esencialmente) decoroso en la verdad; sí, la verdad a veces es dañina y la mentira, provechosa». Darío, según Heródoto (Libro III, pág. 191), dice: «Cuando decir una mentira sea provechoso, que se diga». Menandro dice: «Una mentira es mejor que una verdad molesta».
Dios lanza una maldición contra aquellos que permanecen solteros después de los veinte años; y aquellos que se casan a los dieciséis le agradan, y aquellos que lo hacen a los catorce aún más.
Kidushin, fol. 29, col. 2.
Elías ata y Dios azota al hombre que se casa con una mujer inadecuada.
Ibíd., fol. 70, col. 1.
Dios reconoce su debilidad argumentando: “¡Mis hijos me han vencido! ¡Mis hijos me han vencido!”, exclama. “Me han vencido argumentando”.
Bava Metzia, fol. 59, col. 2.
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La decisión de Dios fue controvertida por la Academia en el cielo, y el asunto en debate fue finalmente resuelto por un rabino, que tuvo que ser convocado desde la tierra al cielo expresamente para decidir en el caso.
Bava Metzia, fol. 86, col. 1.
El estudioso de la filosofía clásica reconocerá en esto un paralelismo con el mito griego, en el que las divinidades olímpicas relacionan su debate sobre la manzana de la discordia con el juicio de Paris. ¿Acaso no hay en ambas fábulas un vago presentimiento del tiempo en que la justicia trasladará su trono desde los cielos, para que todo lo que sus ministros aten en la tierra pueda ser atado en el cielo?
Dios dará testimonio ante todas las naciones de la tierra de que su pueblo Israel ha guardado toda la ley.
Avodah Zarah, fol. 3, col. 1.
Dios está ocupado doce horas cada día en el estudio, en el trabajo o en el juego.
Ibíd., fol. 3, col. 2.
Dios no actúa sin consultar primero a la asamblea de arriba, como está dicho (Dan. iv. 17): «Este asunto es por decreto de los vigilantes y por demanda de la palabra del Santo», etc.
Sanedrín, fol. 38, col. 2.
Se describe a Dios mismo exigiendo una expiación por sus propias malas creaciones; como, por ejemplo, la disminución del tamaño de la luna.
Shevuoth, fol. 9, col. 1.