1 Casi al mismo tiempo Antíoco preparaba su segundo viaje a Egipto:
2 Y aconteció que por toda la ciudad, durante casi cuarenta días, se vieron corriendo por el aire jinetes vestidos con vestidos de oro y armados de lanzas, como una tropa de soldados,
3 Y tropas de jinetes en formación, enfrentándose y corriendo unos contra otros, agitando escudos, y multitud de picas, desenvainando espadas, lanzando dardos, y luciendo adornos de oro y arneses de toda clase.
4 Por lo tanto, todos oraron para que esa aparición se convirtiera en bien.
5 Cuando se corrió el falso rumor de que Antíoco había muerto, Jasón tomó al menos mil hombres y de repente atacó la ciudad; y siendo devueltos los que estaban en las murallas, y finalmente tomada la ciudad, Menelans huyó al castillo:
6 Pero Jasón mató a sus propios ciudadanos sin piedad, sin considerar que acabar con los de su propia nación sería un día muy infeliz para él; pero pensando que habían sido sus enemigos, y no sus compatriotas, a quienes venció.
7 Pero a pesar de todo esto no obtuvo el principado, sino que al final recibió la vergüenza por la recompensa de su traición y huyó de nuevo al país de los amonitas.
8 Al final tuvo un regreso desgraciado: fue acusado ante Aretas, rey de los árabes, huyendo de ciudad en ciudad, perseguido por todos, odiado como un transgresor de las leyes y abominado como un abierto enemigo de su país y de sus compatriotas, fue expulsado a Egipto.
9 Así, el que había expulsado a muchos de su país, pereció en tierra extraña, retirándose a los Lacedemonios, pensando encontrar allí ayuda por parte de sus parientes.
10 Y el que había expulsado a muchos insepultos no tenía nadie con quien llorar por él, ni funerales solemnes, ni sepulcro con sus padres.
11 Cuando esto sucedió llegó al carro del rey, pensó que Judea se había rebelado, y saliendo de Egipto enfurecido, tomó la ciudad por la fuerza.
12 Y ordenó a sus hombres de guerra que no perdonaran a los que encontraran y que mataran a los que subieran a las casas.
13 Así se mataba a jóvenes y viejos, se despojaba a hombres, mujeres y niños, se mataba a vírgenes y a niños.
14 Y en el espacio de tres días enteros fueron destruidos ochenta mil, de los cuales cuarenta mil murieron en el combate; y no menos vendidos que asesinados.
15 Pero no se contentó con esto, sino que se atrevió a entrar en el templo más santo de todo el mundo; Menelans, ese traidor a las leyes y a su propia patria, siendo su guía:
16 Y tomando con manos impuras los vasos sagrados, y con manos profanas derribando los objetos que otros reyes habían dedicado para el engrandecimiento, la gloria y el honor del lugar, los entregó.
17 Y Antíoco tenía una mente tan altiva que no pensó que el Señor estaba enojado por un tiempo por los pecados de los habitantes de la ciudad, y por eso sus ojos no estaban puestos en ese lugar.
18 Porque, si antes no hubieran estado envueltos en muchos pecados, éste, nada más llegar, habría sido azotado y despojado de su soberbia, como lo fue Heliodoro, a quien el rey Seleuco envió a ver el tesoro.
19 Sin embargo, Dios no escogió al pueblo por el lugar, sino el lugar por el pueblo.
20 Y por eso el lugar mismo, que participó con ellos en la adversidad que aconteció a la nación, comunicó después los beneficios enviados por el Señor; y así como fue abandonado en la ira del Todopoderoso, así también el gran Señor reconciliado, fue establecido con toda gloria.
21 Entonces Antíoco, habiendo sacado del templo mil ochocientos talentos, partió a toda prisa hacia Antioquía, orgulloso de hacer navegable la tierra y transitable a pie el mar. Tal era la altivez de su mente.
22 Y dejó gobernadores para que molestaran a la nación: en Jerusalén, a Felipe, por su país frigio y por sus costumbres más bárbaras que las del que lo puso allí;
23 Y en Garizim, Andrónico; y además Menelanos, que peor que todos los demás, ejercía mano dura sobre los ciudadanos, teniendo una mente maliciosa contra sus compatriotas los judíos.
24 Envió también al detestable cabecilla Apolonio con un ejército de veintidós mil personas, ordenándole matar a todos los que estaban en su mejor edad y vender a las mujeres y a los más jóvenes.
25 Este, viniendo a Jerusalén y fingiendo estar en paz, se detuvo hasta el día santo del sábado, cuando tomó a los judíos que celebraban el día santo y ordenó a sus hombres que se armaran.
26 Y así mató a todos los que habían ido a celebrar el sábado, y corriendo por la ciudad con armas mató a grandes multitudes.
27 Pero Judas Macabeo, con otros nueve aproximadamente, se retiró al desierto y vivió en las montañas como las bestias, con su compañía, que se alimentaba continuamente de hierbas, para no ser partícipes de la contaminación.