La historia de Octaviano (el mismo es Augusto, hijo del hermano de César) y de Antonio, general de su ejército, y de la muerte de Casio.
1 Cuando Octavio entró en Macedonia, Casio salió a su encuentro y se enfrentó a él; y Casio fue puesto en fuga;
2 a quien Octavio, persiguiendo, lo derrotó y mató por completo; y Octavio ganó el reino en lugar de su tío César; y también le pusieron por sobrenombre César, por el nombre de su tío.
3 Cuando Hircano supo la muerte de Casio, envió embajadores con regalos, dinero y joyas a Augusto y Antonio:
4 y le escribió pidiéndole que renovara el tratado que había hecho con César;
5 y que ordenaría que todos los cautivos de Judá que estaban en su reino, y los que habían sido cautivos en los días de Casio, fueran liberados;
6 y que permitiría a todos los judíos que estaban en el país de los griegos y en la tierra de Asia regresar al país de Judá,
7 sin exigir ningún rescate, ni redención, ni ningún obstáculo que nadie ponga en el camino.
8 Cuando los embajadores de Hircano llegaron a Augusto con sus cartas y regalos, él los honró,
9 y aceptó los regalos y accedió a todo lo que Hircano le había pedido; escribiéndole una carta, de la cual ésta es la copia.
10 «Desde Augusto, rey de reyes, y Antonio su colega, hasta Hircano, rey de Judá; La salud sea para ti.
11 Ahora nos ha llegado tu carta, por la cual nos regocijamos; y hemos enviado lo que quisiste, respetando la renovación del tratado y la escritura, a todas nuestras provincias, que se extienden desde el país de las Indias hasta el océano occidental.
12 Pero lo que nos retrasó en escribiros antes acerca de la renovación del tratado fue nuestra ocupación de someter a Casio, ese inmundo tirano;
13 quienes, actuando malvadamente contra César,
14 Por eso hemos luchado contra él con todas nuestras fuerzas, hasta que el Dios grande y bueno nos hizo vencedores y lo hizo caer en nuestras manos;
15 a quienes hemos matado. También hemos matado a Bruto, su colega; y hemos librado de su mano la tierra de Asia, después de que la asoló y exterminó a sus habitantes.
16 Tampoco aceptó ningún compromiso; ni honrar ningún templo; ni hacer justicia a los oprimidos; ni compadecer a un judío, o cualquier otro de nuestros súbditos:
17 pero con sus seguidores hizo perversamente muchos males a todos los hombres mediante la opresión y la tiranía:
18 Por eso Dios ha vuelto su malicia sobre sus cabezas, entregándolos junto con sus confederados.
19 Ahora, pues, alegraos, rey Hircano, y los demás judíos, los habitantes de la Región Santa y los sacerdotes que estáis en el templo de Jerusalén.
20 y que acepten el presente que hemos enviado al templo más glorioso y oren por Augusto.
21 También hemos escrito a todas nuestras provincias, que en ellas no quede ningún judío, sea siervo o sirvienta, que no sea despedido a todos, sin precio ni rescate.
22 y que nadie les impidiera regresar a la tierra de Judá; y esto por orden de Augusto, y también de Antonio su colega».
23 Además, escribió a sus amigos que estaban en Tiro, en Sidón y en otros lugares, para que devolvieran todo lo que habían tomado de la tierra de Judá en los días del inmundo Casio:
24 y tratar pacíficamente a los judíos, y no oponerse a ellos en nada, y hacer por ellos todo lo que César había decretado en su tratado con ellos.
25 Antonio permaneció en el país de Siria; y vino a él Cleopatra reina de Egipto, a la cual tomó por mujer.
26 Ella era una mujer sabia, experta en artes mágicas y propiedades de las cosas: de modo que lo sedujo y se apoderó de su corazón hasta tal punto que él no podía negarle nada.
27 En aquel mismo tiempo, cien hombres de los principales judíos fueron a ver a Antonio y se quejaron de Herodes y de su hermano Faselo, hijos de Antípatro, diciendo:
28 Ahora se han apoderado de todo lo que pertenece a Hircano, y del reino no le queda nada excepto el nombre; y el ocultamiento de este asunto es prueba del cautiverio de su señor.
29 Pero cuando Antonio preguntó a Hircano la verdad de lo que le habían dicho, Hircano declaró que hablaban mentira; limpiando a Herodes y a su hermano de lo que les habían imputado.
30 Y Antonio se alegró de esto; porque él estaba muy inclinado hacia ellos y los amaba.
31 En otra ocasión, otras personas se quejaron ante él de Herodes y de su hermano, cuando estaba en Tiro:
32 Pero él no sólo se negó a aceptar sus palabras, sino que a algunos los mató y a los demás los metió en la cárcel.
33 y engrandeció a Herodes y a su hermano, prestándoles servicios, y los envió de regreso a Jerusalén con grandes honores. Pero el propio Antonio; entró en el país de los persas, los derrotó, los sometió y regresó a Roma.