Abraham recibe el mandato divino de ofrecer un sacrificio después de cuarenta días como preparación para una revelación divina (Capítulo IX.; cf. Gén. xv.).
1 Entonces vino a mí una voz que hablaba dos veces: «¡Abraham, Abraham!» Y dije: «¡Aquí estoy!» Y dijo: «He aquí, soy yo; No temáis, porque yo soy delante de los mundos, y un Dios poderoso que ha creado la luz del mundo. Soy un escudo sobre ti y soy tu ayuda. Ve, tómame una novilla de tres años, una cabra de tres años, un carnero de tres años, una tórtola y un palomino, y tráeme un sacrificio puro. Y en este sacrificio pondré delante de ti las edades (por venir), y te haré saber lo que está reservado, y verás grandes cosas que no has visto (hasta ahora); porque te ha gustado buscarme, y te he llamado mi Amigo. Pero abstente de toda forma de alimento que sale del fuego, y de beber vino, y de ungirte con aceite, durante cuarenta días», y luego prepárame el sacrificio que te he mandado, en el lugar que te mostraré, en un monte alto, y allí te mostraré las edades que han sido creadas y establecidas, hechas y renovadas, por mi Palabra, y te haré saber lo que sucederá en ellas en los que han hecho mal y (practicado) justicia en la generación de los hombres.