1 Y José y María continuaron con el niño en la caverna, a escondidas y sin mostrarse en público, para que nadie supiese nada. Pero al cabo de tres días, es decir. el 23 de tébeth, que es el 9 de enero, he aquí que los magos de Oriente, que habían salido de su país hacía nueve meses, y que llevaban consigo un ejército numeroso, llegaron a la ciudad de Jerusalén. El primero era Melkon, rey de los persas; el segundo, Gaspar, rey de los indios; y el tercero, Baltasar, rey de los árabes. Y los jefes de su ejército, investidos del mando general, eran en número de doce. Las tropas de caballería que los acompañaban, sumaban doce mil hombres, cuatro mil de cada reino. Y todos habían llegado, por orden de Dios, de la tierra de los magos, su patria, situada en las regiones de Oriente. Porque, como ya hemos referido, tan pronto el ángel hubo anunciado a la Virgen María su futura maternidad, marchó, llevado por el Espíritu Santo, a advertir a los reyes que fuesen a adorar al niño recién nacido. Y ellos, habiendo tomado su decisión, se reunieron en un mismo sitio, y la estrella que los precedía, los condujo, con sus tropas, a la ciudad de Jerusalén, después de nueve meses de viaje.
2 Y acamparon en los alrededores de la ciudad, donde permanecieron tres días, con los príncipes de sus reinos respectivos. Aunque fuesen hermanos e hijos de un mismo padre, ejércitos de lenguas y nacionalidades diversas caminaban en su séquito. El primer rey, Melkon, aportaba, como presentes, mirra, áloe, muselina, púrpura, cintas de lino, y también los libros escritos y sellados por el dedo de Dios. El segundo rey, Gaspar, aportaba, en honor del niño, nardo, cinamomo, canela e incienso. Y el tercer rey, Baltasar, traía consigo oro, plata, piedras preciosas, perlas finas y zafiros de gran precio.
3 Y, cuando llegaron a la ciudad de Jerusalén, el astro que los precedía, ocultó momentáneamente su luz, por lo que se detuvieron e hicieron alto. Y los reyes de los magos y las numerosas tropas de sus caballeros se dijeron los unos a los otros: ¿Qué hacer ahora, y en qué dirección marchar? Lo ignoramos, porque la estrella nos ha guiado hasta hoy, y he aquí que acaba de desaparecer., abandonándónos y dejándonos en angustioso apuro. Vamos, pues, a informarnos respecto al niño, y busquemos el lugar exacto en que esté, y después proseguiremos nuestra ruta. Y todos convinieron unánimemente en que esto era lo más puesto en razón.
4 Y el rey Herodes, al ver la numerosa caballería que acampaba, amenazadora, alrededor de la ciudad, concibió vivo temor. Y, poniéndose a reflexionar, se dijo: ¿Quiénes son esos hombres que acampan ahí con un ejército numeroso, y que disponen de una fuerza enorme, de tesoros, de vastas riquezas y de objetos de lujo? Ninguno de ellos ha venido a presentarse a mí, y sus jefes son en tal medida grandes y victoriosos, que no han dado un solo paso para cumplimentarme. Luego el rey mandó llamar a los príncipes de su corte y a sus más altos dignatarios y, reunidos en concejo, se dijeron los unos a los otros: ¿Cómo obraremos con esas gentes, que traen un ejército numeroso a sus órdenes, y que son jefes aguerridos?
5 Y los príncipes dijeron a Herodes: ¡Oh rey, ordena que se guarde bien esta ciudad por los guerreros de tu guardia, no sea que esos extranjeros la sorprendan clandestinamente, se apoderen de ella a viva fuerza, y conduzcan a los habitantes en cautividad! El rey repuso: Habláis bien, pero valgámonos antes de medios amistosos, y después veremos. Y los príncipes dijeron: ¡Oh rey, dispón que todas tus tropas se reúnan, que desplieguen vigilante energía, y que se mantengan atentas y sobre las armas! Y, en el ínterir, enviad a esas gentes como diputados a varones hábiles, que vayan a parlamentar con ellos, y que les pregunten, al justo y en detalle, de dónde vienen y adónde van.
6 Entonces Herodes eligió a tres príncipes, hombres doctos y letrados, para que fuesen a entrevistarse con los extranjeros de parte suya. Y, llegando a éstos, unos y otros se saludaron con mutua consideración, y se sentaron. Y los príncipes dijeron: Hombres venerables y reyes poderosos, explicadnos el motivo de vuestro advenimiento a nuestro país. Los magos dijeron: ¿Por qué nos hacéis esa pregunta, si somos nosotros los que venimos a interrogaros? Procedemos de Persia, comarca lejana, y tenemos prisa en proseguir nuestra ruta. Los príncipes dijeron: Escuchadnos, por amor de Dios. Nuestro rey está en la ciudad, y, al notar que os establecíais aquí en observación, esperaba que os presentaseis a él, pues querría veros, oíros, hablaros, y conversar con vosotros. Mas, como no os apresuraseis a ir a visitarlo, nos ha enviado en vuestra busca, para invitaros a que os personéis en su palacio, a fin de informarse, con todo respeto, de vuestras intenciones, y saber lo que deseáis.
7 Los magos dijeron: ¿Y para qué nos requiere vuestro rey? Si él tiene alguna cuestión que plantearnos, nosotros, por nuestra parte, nada tenemos que ver, nada que oír, nada que manifestar a nadie. Los príncipes dijeron: ¿Venís, pues, como amigos o con designios violentos? Los magos dijeron: Libre y gozosamente hemos venido de nuestra nación aquí. Nadie nos ha sometido a semejante interrogatorio, ¡y vosotros pretendéis ahora sondearnos! Los príncipes dijeron: El rey es quien nos ha mandado venir a veros, a oíros y a hablaros. Desde que habéis acampado en las afueras, un olor de esencias aromáticas ha salido de vuestras tiendas, y llenado toda nuestra ciudad. ¿Sois mercaderes, que os dedicáis al gran comercio, o poderosos señores familiares de reyes, que traéis en abundancia perfumes refinados de todas las flores preciosas, los cuales tratan de cambiar en algún país rico? Los magos dijeron: Nada de eso somos, ni nada tenemos que vender, y sólo preguntamos por nuestro camino.
8 Los príncipes preguntaron: ¿Qué camino? Y los magos contestaron: Aquel por el que el Señor nos conducirá, en la justicia, hasta el país del bien. Por orden de Dios y de común acuerdo, hemos venido aquí. Hace nueve meses que nos pusimos en marcha, y no pudimos aún llegar a tiempo a nuestro destino. La estrella que nos guiaba, nos precedía de continuo, y, al terminar cada etapa de nuestro viaje, se estacionaba sobre nuestras cabezas. Cuando, puestos de nuevo en camino, apresurábamos la marcha, la estrella, dejada atrás, tomaba otra vez la delantera, y así hasta este lugar. Ahora, su luz, ha desaparecido de nuestra vista, y, sumidos en la incertidumbre, no sabemos qué hacer.
9 Y los príncipes fueron a contar al rey todo lo que les participaron los magos. Entonces Herodes se decidió a ir en persona a entrevistarse con ellos, y, así que estuvo en su campamento, les preguntó: ¿Con qué propósito habéis hecho tan largo viaje a esta tierra, con ejército tan numeroso y con presentes tan ricos? Y los magos contestaron: Venimos de Persia, del Oriente. Por razón de nuestra nacionalidad, se nos llama magos. Hemos llegado aquí conducidos por una estrella, y la causa de nuestro viaje es haber visto en nuestro país que un rey ha nacido en el país de Judea. Nuestro objeto es visitarlo y adorarlo.
10 Herodes, que tal oyó, quedó profundamente turbado y empavorecido. Él interrogó a los extranjeros: ¿De quién habéis sabido lo que decís, o quién os lo ha contado? Y los magos respondieron: De ello hemos recibido de nuestros antepasados el testimonio escrito, que se guardó bajo pliego sellado. Y, durante largos años, de generación en generación, nuestros padres y los hijos de sus hijos han permanecido en expectación, hasta el momento en que aquella palabra se ha realizado ante nosotros, puesto que en una visión se nos ha manifestado, por mandato de Dios y por ministerio de un ángel. Y hemos llegado a este lugar, que nos ha indicado el Señor. Herodes dijo: ¿De dónde proviene ese testimonio, sólo de vosotros conocido?
11 Los magos dijeron: Nuestro testimonio no proviene de hombre alguno. Es una orden divina concerniente a un designio que el Señor ha prometido cumplir en favor de los hijos de los hombres, y que se ha conservado entre nosotros hasta el día. Herodes dijo: ¿Dónde está ese libro, que vuestro pueblo posee con exclusión de todo otro? Los magos dijeron: Ningún Otro pueblo lo conoce, ni de oídas, ni por su propia inteligencia, y sólo nuestro pueble posee de él un testimonio escrito. Porque, cuando Adán hubo abandonado al Paraíso, y cuando Caín hubo matado a Abel, el Señor concedió a nuestro primer padre el nacimiento de Seth, el hijo de consolación, y, con él, aquella carta escrita, firmada y sellada por el dedo del mismo Dios. Seth la recibió de su padre, y la dio a sus hijos. Sus hijos la dieron a sus hijos, de generación en generación. Y, hasta Noé, recibieron la orden de guardar cuidadosamente dicha carta. Noé se la dio a su hijo Sem, y los hijos de éste la transmitieron a los suyos. Y éstos, a su vez, la dieron a Abraham. Y Abraham la dio a Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Alto, por cuya vía nuestro pueblo la recibió, en tiempo de Ciro, monarca de Persia, y nuestros padres la depositaron con grande honra en un salón especial. Finalmente, la carta llegó hasta nosotros. Y nosotros, poseedores de ese testimonio escrito, conocimos de antemano al nuevo monarca, hijo del rey de Israel.
12 Al escuchar esto, llenóse de rabia el corazón de Herodes, que dijo: Mostradme esos signos escritos, que poseéis. Los magos dijeron: Lo que hemos prometido remitir a su dirección, y cumplir en su nombre, no podemos abrirlo, ni mostrarlo a nadie. Entonces Herodes ordenó que se detuviese a los magos a viva fuerza. Empero, de súbito, el palacio, en que residían multitud de gentes, fue sacudido por espantosa conmoción. Las columnas se abatieron por cuatro lados, y todo el cimiento del palacio se desfondó con gran ruina. Una muchedumbre numerosa que se encontraba fuera, huyó de allí, aterrada, y los que estaban en el interior del edificio, grandes y pequeños, quedaron muertos en número de setenta y dos. A cuya vista, todos los que habían venido a aquel lugar, cayeron a los pies de Herodes, y le suplicaron, diciendo: Déjalos proseguir tranquilamente su camino. Y su hijo Arquelao se puso también de hinojos ante su padre, y le dirigió el mismo ruego.
13 El impío Herodes consintió en el deseo de su hijo, y despidió a los magos, preguntándoles en tono de amistad: ¿Qué deseáis que haga por vosotros? Y los magos contestaron: No tenemos otra demanda que hacerte sino ésta: ¿Qué hay escrito en vuestra ley? ¿Qué leéis en ella? Y Herodes repuso: ¿Qué queréis decir? Y los magos interrogaron: ¿Dónde va a nacer el Cristo, rey de los judíos? Y, oyendo esto, Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él. Y, convocados todos los príncipes de los sacerdotes y los escribas del pueblo, les preguntó: ¿Dónde ha de nacer el Cristo? Y ellos le dijeron: En Bethlehem de Judea, ciudad de David. Y Herodes dijo a los magos: Andad allá, y preguntad con diligencia por el niño, y, después que hallarais, hacédmelo saber, para que yo también vaya, y lo adore. Mas el tirano impío hablaba de esta suerte, para hacer pasar el niño a cuchillo, por medio de aquella información sorprendida pérfidamente.
14 Y los magos, levantándose en seguida, se prosternaron ante Herodes y ante toda la ciudad de Jerusalén, y continuaron su ruta. Y he aquí la estrella, que habían visto antes, iba delante de ellos, hasta que, llegando, se puso sobre donde estaba el niño Jesús. Y, regocijándose con muy grande gozo, bajaron cada cual de su montura, e inmediatamente, hicieron resonar sus bocinas, sus pífanos, sus tamboriles, sus arpas y todos sus demás instrumentos de música, en honor del recién nacido, hijo del rey de Israel. Reyes, príncipes y toda la multitud de la comitiva, entonando un canto, empezaron a bailar y, a plena voz, con alegría, con reconocimiento, con corazón jubiloso, bendecían y alababan a Dios, por haberlos considerado dignos de llegar a tiempo a Bethlehem, para contemplar la gloria del gran día, ilustrado por el misterio que ante ellos se mostraba.
15 Al ver todo aquel aparato, y al oír todo aquel estruendo, José y María, confusos y medrosos, huyeron de allí, y el niño Jesús quedó solo en la caverna, acostado en el pesebre de los animales. Mas los príncipes y los grandes señores de los reyes magos, detuvieron a José, y le dijeron: Viejo, ¿qué temor es el tuyo, y por qué haces esto? Nosotros, en verdad, también somos hombres semejantes a vosotros. José repuso: ¿De dónde llegáis a esta hora, y qué pretendéis, al venir aquí con tan numeroso ejército? Los magos replicaron: Llegamos de una tierra lejana, nuestra patria Persia, y venimos con gran copia de presentes y de ofrendas. Queremos conocer al niño recién nacido, que es el rey de los judíos, y adorarlo. Si por acaso lo sabes a ciencia cierta, indícanos puntualmente el lugar en que se halla, a fin de que vayamos a verlo. Al oír esto, María entró con júbilo en la caverna, y, alzando al niño en sus brazos, sintió el corazón lleno de alegría. Y luego, bendiciendo y alabando y glorificando a Dios, permaneció sentada en silencio.
16 Por segunda vez los magos interrogaron a José en esta guisa: Venerable anciano, infórmanos con exactitud, manifestándonos dónde se encuentra el niño recién nacido. José, con el dedo, les mostró de lejos la caverna. Y María dio de mamar a su hijo, y volvió a ponerlo en el pesebre del establo. Y los magos llegaron gozosos a la entrada de la caverna. Y, divisando al niño en el pesebre de los animales, se prosternaron ante él, con la faz contra la tierra, reyes, príncipes, grandes señores, y todo el resto de la multitud que componía su numeroso ejército. Y cada uno aportaba sus presentes, y los ofrecía.
17 En primer término se adelantó Gaspar, rey de la India, llevando nardo, cinamomo, canela, incienso y otras esencias olorosas y aromáticas, que esparcieron un perfume de inmortalidad en la gruta. Después Baltasar, rey de la Arabia, abriendo el cofre de sus opulentos tesoros, sacó de él, para ofrendárselos al niño, oro, plata, piedras preciosas, perlas finas y zafiros de gran precio. A su vez, Melkon, rey de la Persia, presentó mirra, áloa, muselina, púrpura y cintas de lino.
18 Y, no bien hubieron ofrecido cada uno sus presentes, en honor del hijo real de Israel, los magos salieron de la gruta, y, reuniéndose los tres fuera de ella, iniciaron mutua consulta entre sí. Y exclamaron: ¡Asombroso es lo que acabamos de ver en tan pobre reducto, desprovisto de todo! Ni casa, ni lecho, ni habitación, sino una caverna lóbrega, desierta e inhabitada, en que estas gentes no tienen ni aun lo necesario çara procurarse abrigo. ¿De qué nos ha servido venir de tan lejos para conocerlo? Franqueémonos los unos con los otros en recíproca sinceridad. ¿Qué signo maravilloso hemos contemplado aquí, y qué prodigio nos ha aparecido a cada uno? Los hermanos se dijeron a una: Sí, lleváis razón. Contémonos nuestra visión respectiva. Y preguntaron a Gaspar, rey de la India: Cuando le ofreciste el incienso, ¿qué apariencia reconociste en él?
19 Y el rey Gaspar contestó: Reconocí en él al hijo de Dios encarnado, sentado en un trono de gloria, y a las legiones de los ángeles incorporales, que formaban su cortejo. Ellos dijeron: Está bien. Y preguntaron a Baltasar, rey de la Arabia: Cuando le aportaste tus tesoros, ¿bajo qué aspecto se te presentó el niño? Y Baltasar contestó: Se me presentó a modo de un hijo de rey, rodeado de un ejército numeroso, que lo adoraba de rodillas. Ellos dijeron: La visión es muy propia. Y Melkon, sometido a la misma interrogación que sus hermanos, expuso: Yo lo vi como hijo del hombre, como un ser de carne y hueso, y también le vi muerto corporalmente entre suplicios, y más tarde levantándose vivo del sepulcro. Al escuchar tales confidencias, los reyes, llenos de estupor, se dijeron con pasmo: Nuevo prodigio es el que estas tres visiones sugieren. Porque nuestros testimonios no concuerdan entre sí, y, sin embargo, nos es imposible negar un hecho patentizado por nuestros propios ojos.
20 Y por la mañana, muy temprano, los reyes se levantaron, y se dijeron los unos a los otros: Vamos juntos a la caverna, y veamos si algún otro signo se nos manifiesta claro. Y Gaspar entró en la gruta, y vio al niño en el pesebre del establo. E, inclinándose, se prosternó, y tuvo la segunda visión, la de Baltasar, a quien se le mostró el niño a manera de un monarca terrestre. Y, cuando salió, relató el caso a los otros en estos términos: No he tenido mi primera visión, sino la tuya, Baltasar, la que tú nos has referido. Y Baltasar entró a su vez, y halló al niño en el regazo de su madre. E, inclinándose, se prosternó ante él, y tampoco tuvo su visión del día anterior, en que el niño se le apareciera como hijo de rey, sino como hijo del hombre, con su carne muerta entre tormentos, y después resucitado y vuelto a la vida. Y fue a comunicar esto a los otros hermanos, diciéndoles: No he renovado mi primera visión, sino contemplado la de Melkon, tal como él nos la ha contado. Entonces entró Melkon, y encontró al Cristo sentado sobre un trono sublime. E, inclinándose, se prosternó ante él, y no lo vio ya como lo había visto la primera vez, muerto y vuelto a la vida, sino conforme lo viera Gaspar, como Dios hecho carne y nacido de la Virgen. Lleno de gozo, Melkon fue, presuroso, a prevenir a los otros hermanos, diciéndoles: No he tenido mi primera visión, sino la de Gaspar, pues vi a Dios, sentado sobre un trono de gloria.
21 Luego de haber visto todas estas cosas, los reyes se congregaron nuevamente en consulta. Y cambiaron impresiones sobre la visión que cada uno había percibido y comprendido. Y se dijeron: Retirémonos ahora a nuestro albergue. Mañana, muy temprano, volveremos por tercera vez a la gruta, y nos aseguraremos de modo positivo y definitivo si está realmente allí el que el Señor nos ha mostrado. Y, habiendo regresado a su tienda, permanecieron alegres en ella, hasta que despuntó el día. Y, levantándose, llegaron a la abertura de la caverna, en la cual penetraron uno a uno. Y miraron y reconocieron al niño, y tuvieron de él la misma visión que habían tenido la primera vez. Y, transportados de júbilo, se contaron los unos a los otros lo que habían comprobado, y fueron a anunciarlo a todo su ejército en estos términos: En verdad, ese niño es efectivamente Dios e hijo de Dios, que se ha mostrado a cada uno de nosotros bajo una apariencia exterior en relación con los dones que respectivamente le hemos ofrecido. Y ha recibido con dulzura y con bondad nuestro saludo y el homenaje de nuestros presentes. Y todos, reyes, príncipes, grandes señores y toda la multitud del numeroso ejército que se encontraba allí, tuvieron fe en el niño Jesús.
22 Y de nuevo el rey Melkon tomó el libro del Testamento, que guardaba en su casa como herencia de los primeros antepasados, según ya advertimos, y se lo presentó al niño, diciéndole: He aquí tu carta, que a nuestros ascendientes entregaste en custodia, firmada y sellada por ti. Toma este documento auténtico que has escrito, ábrelo y léelo, porque el quirógrafo está a tu nombre. Y el documento era aquel cuyo texto permanecía oculto bajo pliego, y que los magos no se habían atrevido a abrir, y menos aún a dar a los judíos y a sus sacerdotes, por cuanto éstos no eran dignos de llegar a ser hijos del reino de Dios, destinados como estaban a renegar del Salvador, y a crucificarlo.
23 Dicho documento había sido regalado por Dios a Adán, del cual, después de su expulsión del Paraíso, se había apoderado un gran dolor, a raíz del homicidio perpetrado por Caín en la persona de su hermano Abel. Mas, cuando hubo visto al primero castigado por Dios, y a él mismo arrojado del edén glorioso por su desobediencia, se encontró también atormentado en sus hijos, por la aflicción del espectáculo de Abel muerto y Caín condenado a siete penas. Adán más entristecido todavía y sumido en un duelo más profundo, no mantuvo ya relaciones conyugales con Eva. Y, al cabo de doscientos cuarenta años de haber salido del Paraíso, Dios, en su misericordia, le envió un ángel, y le ordenó que entrase a Eva. E hizo nacer a Seth, nombre que significa hijo de la consolación. Y, por haber querido Adán hacerse Dios, éste resolvió hacerse hombre, en el exceso de su piedad y de su amor a nuestra desdichada especie. Y prometió a nuestro primer padre que, conforme a su plegaria, escribiría y sellaría con su propio dedo un pergamino en letras de oro, que llevaría la siguiente portada: En el año seis mil, el día sexto de la semana, el mismo en que te creé, y a la hora sexta, enviaré a mi hijo único, el Verbo divino, que tomará carne en tu raza, y que se convertirá en hijo del hombre, y que te restablecerá de nuevo en tu dignidad original, por los supremos tormentos de su cruz. Y entonces tú, Adán, unido a mí con un alma pura y un cuerpo inmortal, quedarás deificado, y podrás, como yo, discernir el bien y el mal.
24 Y este documento, que Adán dio a Seth, Seth a Enoch, Enoch a sus hijos, y que de tal suerte pasó de unos descendientes a otros, hasta Noé; que Noé dio a Sem, Sem a sus hijos, y sus hijos a sus hijos hasta Abraham; que Abraham dio Melquisedec el pontífice; que Melquisedec dio a otro, y éstos a otros todavía, hasta que llegó a manos de Ciro, quien lo guardó cuidadosamente en un salón especial, donde se conservó hasta el tiempo de la natividad del Cristo: ese documento era el mismo que los magos ofrecieron al niño Jesús. Y, como los reyes y todo su acompañamiento hubiesen cumplido sus votos y sus plegarias, después de tres días de permanencia en la gruta, deliberaron entre sí, y se dijeron: No hay que olvidar lo prometido. Vamos por última vez a la caverna, para adorar al niño, y después reanudaremos nuestro viaje en paz. Y, de común acuerdo, entraron en el establo, y de nuevo tuvieron exactamente sus visiones respectivas. Y, conmovidos por gran temor, se prosternaron ante el recién nacido, y rindieron testimonio de fe en él, diciéndole: Eres Dios e hijo de Dios. Y, salidos de la gruta, continuaron en sus alrededores el día entero hasta el siguiente. Y, con júbilo y alegría, bendecían y alababan a Dios.
25 Y, por la mañana, al despuntar la aurora, el día primero de la semana, el 25 de tébéth y de enero el 12, se dispusieron a partir para su país. Y, cuando deliberaban sobre si volverían a entrevistarse con Herodes, he aquí que una voz les habló, diciendo: No tornéis a Herodes, el tirano impío, porque quiere matar a ese tierno infante. Y, habiendo oído esto, los magos renunciaron a pasar por la ciudad de Jerusalén, y regresaron a su tierra por otro camino. Y, glorificando al Cristo, Dios del universo, marcharon a su patria, poseídos de gozo y siguiendo la ruta por donde el Señor los conducía.