1 Después de todos los acontecimientos ocurridos, José y su esposa permanecieron secretamente en la caverna, teniéndolo oculto, para que persona alguna supiese nada. Y, tomando todos los tesoros aportados por los magos, José los escondió cuidadosamente en la gruta. Y, siempre a hurto de la gente, salía y circulaba a diario por la villa, por la aldea y por la campiña. Las necesidades materiales de todos estaban provistas y nadie los inquietaba, ni los amenazaba, por voluntad de Dios, pues, aunque de Bethlehem a la ciudad de Jerusalén, apenas hay doce millas, todo el territorio de las inmediaciones está desierto e inhabitado. Y, cada vez que José iba a algún menester a cualquier lugar, dejaba de guardián, al servicio de María, a su hijo menor, que lo había seguido a Bethlehem.
2 Y, cuando el niño tuvo ocho días de edad, José dijo a María: ¿Cómo obraremos con esta criatura, puesto que la ley ordena hacer la circuncisión a los ocho días del nacimiento? Y María le dijo: Procede como te plazca en este asunto. Y José marchó con sigilo a Jerusalén, y trajo de allí un hombre sabio, misericordioso y temeroso del Señor, que se llamaba Joel, y que conocía a fondo las leyes divinas. Y llegó a la gruta, donde encontró al niño. Y, al aplicarle el cuchillo no resultó de ello ningún corte en el cuerpo de aquél. Ante este prodigio, quedó estupefacto, y exclamó: He aquí que la sangre de este niño ha corrido sin incisión alguna. Y recibió el nombre de Jesús, que le había sido impuesto de antemano por el ángel.
3 Y la sagrada familia continuó en la gruta. Y el niño Jesús crecía y progresaba en gracia y en sabiduría. Y, hasta los cuarenta días, los esposos siguieron ocultándolo, para que nadie lo viese.
4 Y, cuando Herodes vio que los magos habían regresado a su país sin visitarlo, se hizo la reflexión siguiente: Si los magos que aquí llegaron no han vuelto es que son traficantes familiares de los reyes. Por eso, no quisieron descubrirme sus secretos. Mas, temiendo que les exigiese rescate, se me escaparon falazmente y con falsos pretextos, para que yo no los perjudicase. Y, habiendo hablado así, Herodes abandonó la ciudad de Jerusalén, y fue a residir temporalmente a Achaía. Por el momento, no pensó más en su proyecto de buscar al niño Jesús, para hacerle una mala partida. Y, como los sacerdotes y el pueblo tampoco prosiguiesen el asunto, éste cayó en el olvido.
5 Y José, tomando en secreto a María y a Jesús, con numerosos dones y ofrendas provenientes de la liberalidad de los magos, subió a la ciudad de Jerusalén. Y, después de haber presentado el niño Jesús a los sacerdotes, ofrecieron al templo, según el uso consagrado, un par de tórtolas, o dos palominos. Y el viejo Simeón, habiendo tomado y recibido al Mesías en sus brazos, pidió al Señor que lo despidiese en paz, antes que su alma quedase en libertad de volver a Él. Y, poseído de espíritu profético, Simeón dijo de Jesús: He aquí que es puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel.
6 Y, después de haber rendido el tributo de sus presentes y de sus sacrificios, José volvió, con María y con Jesús, a Bethlehem. Recogidos en la gruta, permanecieron allí largos días, hasta el año nuevo, sin aparecer en público, por miedo al impío rey Herodes. Y, a los nueve meses, Jesús dejó espontáneamente de amamantarse en los pechos de su madre. Y, al notario ésta y José, se admiraron en gran manera, y se preguntaron el uno al otro: ¿Cómo es que no come, ni bebe, ni duerme, sino que está siempre alerta y despierto? Y no podían comprender el imperio de voluntad que ejercía sobre sí mismo.